Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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El arma más horripilante del mundo

Afortunadamente, jamás llegó a volar; pero de haberlo hecho el SLAM (Supersonic Low-Altitude Missile, misil supersónico de baja cota) Plutón hubiese sido la mayor abominación armamentística de la historia. Se trataba de un misil de crucero trisónico con ojivas múltiples de hidrógeno y propulsión nuclear. Su mera onda de choque era capaz de matar al sobrevolar el suelo a baja altura; si esto no acababa contigo, lo haría la radiación de su motor, un reactor nuclear desnudo que iba expulsando pedazos de plutonio a medio gastar y altamente radioactivo en su recorrido. Y si todo esto fallaba, siempre estaban las 16 cabezas termonucleares de un megatón cada una. Todo esto en un paquete de prácticamente ilimitada autonomía que le hubiese permitido recorrer la Unión Soviética a placer, devastándolo todo a su paso. Una fantasía necrófila de la Guerra Fría.

Plutón habría despegado desde los EE UU con unos cohetes aceleradores, necesarios para obtener la velocidad mínima de funcionamiento de su Ramjet nuclear. A partir de ese momento aceleraría hasta un mínimo de tres veces la velocidad del sonido hasta alcanzar la costa, momento en el que sus sistemas de seguimiento del terreno lo harían descender e iniciar su perfil de ataque a baja altura. A esa velocidad y altitud de operación nadie hubiese podido detectarlo, y mucho menos interceptarlo. Habría podido recorrer cualquier país enemigo dejando una estela de devastación sin precedentes. El proyecto estuvo en marcha durante años, y se llegó a construir y probar con éxito un reactor propulsor experimental [imagen]; el esfuerzo obtuvo numerosos avances en campos como la electrónica, las aleaciones metálicas de alta temperatura y la cerámica, por no citar la industria cervecera (Cerámicas Coors, filial de la cervecera, suministró el corazón del reactor). Afortunadamente el proyecto era demasiado enloquecido incluso para una época de fiebres del uranio y coches y aviones nucleares, y acabó por ser cancelado. Pero que se simplemente se trabajara en algo así… da que pensar.

Corregida errata el 31/3/2007. Gracias, JuanPi.

El supercaza que no sabía contar

El F-22 Raptor es la última maravilla de la tecnología militar estadounidense, un avión de caza diseñado para enfrentarse a enemigos que todavía no existen y para mantener el control del espacio aéreo durante el próximo cuarto de siglo, al menos. Potente hasta romper la barrera del sonido sin postcombustión, ágil con sus toberas orientables, especialmente diseñado para ser casi imposible de detectar por un radar enemigo, capaz de localizar y derribar a decenas de aparatos rivales, y también de atacar el suelo, el desarrollo del F-22 ha llevado decenios y muchos miles de millones de dólares. Cada uno de los aviones cuesta más de 100 millones de euros. Lo cual no ha impedido que salgan de fábrica con un defecto de software que inutilizó buena parte de sus sistemas informáticos en un vuelo de rutina cruzando el Pacífico. Si les llega a ocurrir en combate hubiesen estado entre los cráteres más caros de la historia.

El primer destacamento operativo de F-22 fuera de Estados Unidos fue a Okinawa, en Japón; para aprender de los problemas y ya de paso para enviar una señal a Corea del Norte y China. Hasta mitad de camino todo fue bien, pero entre Hawaii y Okinawa los Raptor se encontraron con un inesperado y temible enemigo: la Línea Internacional de Cambio de Fecha, el punto en el que la distribución de los husos horarios hace que se salte de un día a otro, que por conveniencia está situado en mitad del Pacífico. Se trata de una mera inconveniencia para los viajeros; pero para el F-22 resultó ser una trampa letal. Un error en alguna parte de los millones de líneas de código que hacen funcionar el avión desarboló buena parte de sus sistemas al cruzar esta línea imaginaria. Los aviones se encontraron de repente con el equivalente aeronáutico de una pantalla azul en mitad del Pacífico. Sin navegación, tuvieron que seguir a sus aviones cisterna para encontrar la base y aterrizar. Afortunadamente en todos los aviones con controles digitales (fly-by-wire) llevan los sistemas de vuelo independientes y por al menos por duplicado. O sea, que volar, volaban.

El incidente, menor, anecdótico y rápidamente resuelto, vuelve a subrayar el creciente riesgo que supone el software en todo tipo de aplicaciones críticas. Aparte de destacar las posibilidades futuras de la guerrilla informática. Pero si un avión que lleva en desarrollo más de un decenio con miles de millones de dólares detrás no puede estar libre de errores, graves, en su software, ¿qué ocurre con aplicaciones más mundanas pero igual de importantes? El F-22 literalmente no puede volar sin su software, y mucho menos combatir, pero ¿qué ocurre con los aviones de línea, los trenes de alta velocidad, los escáneres de los hospitales? ¿Qué ocurre con el software de los automóviles? ¿Debemos tener miedo porque los buques británicos (algunos portando armas nucleares) estén usando ya una versión de Windows? Gracias a la poca importancia que le hemos dado a los programas, aceptamos en software niveles de calidad que jamás toleraríamos en mobiliario, o iluminación; y no hablemos de los estándares que se exigen en alimentación. Esa cultura de la tolerancia (‘es sólo software’) es en parte responsable de este tipo de fallos. Que van a acabar costando vidas.

Contra las minas

El BMR, Blindado Medio sobre Ruedas, es un triunfo de la industria bélica española. Su diseño proviene de 1975, y está en servicio desde 1979 con tanto éxito que ha sido exportado a varios países. La versión más moderna, la BMR2, mejora aspectos esenciales de la original (BMR-600) como el motor y el blindaje. Lo que no es, ni ha sido jamás, el BMR es un vehículo resistente a minas. Su tamaño y peso, que lo hacen aerotransportable y lo dotan de velocidad y agilidad, imponen un blindaje ligero de aluminio capaz tan sólo de resistir el fuego de armas de infantería y esquirlas de proyectiles de artillería; nada de más de 3 kilos de alto explosivo, cantidad que superan los 5 a 8 kilos de alto explosivo de la mina antitanque típica, como la Tipo 72 china, la TMA-1 yugoslava o la TM-57 soviética. En un BMR no se puede sobrevivir a eso, si es que el ataque que ha matado a una soldado española ha sido con una mina anticarro tradicional y no ‘off road’ como la TM-83 soviética (invulnerable a interferidores al ser activada por infrarrojos y dotada de una sofisticada cabeza de combate), o de una bomba-trampa activada a distancia. Aunque más de un accidente demuestra que en este tipo de vehículo ni siquiera hace falta que haya penetración del blindaje para causar bajas.

El ataque sufrido por el convoy español en Afganistán no ha sido muy diferente del tipo de ataque que sufren a diario en Irak los estadounidenses. Ataques que están obligando al ejército EE UU a reequiparse con vehículos diseñados para resistir minas y bombas, como el RG-31 [der.]. De origen sudafricano, el RG-31 utiliza toda una serie de tecnologías para proteger a sus tripulantes. La cabina es una cápsula de acero reforzado diseñada para no colapsar; los cristales son resistentes a la fragmentación, y lo más importante: el chasis del vehículo tiene forma de ‘V’ para desviar hacia los lados la potencia de la explosión. Otros vehículos especiales han hecho su aparición en Afganistán e Irak, algunos bastante espectaculares, como los autobuses blindados ‘Rhino’ que transportan VIPs desde el aeropuerto de Bagdad. Si los ataques en Afganistán se incrementan, tal vez el Ministerio de Defensa deberá empezar a pensar en dotar a las tropas destacadas allí de vehículos más resistentes.

Corregido el 22/2/2007.

La guerra en el cerebro

La esencia de la guerra no es matar gente: es matar gente hasta que la gente hace lo que uno quiere que hagan, imponer la voluntad propia al enemigo. Pero ¿qué le ocurre a la guerra cuando es posible imponer la voluntad sin matar a nadie? Hackear el cerebro del enemigo es el epítome de la guerra, un sueño imperialista desatado. Imagínese poder controlar al enemigo a distancia sin dañarlo, e imagine semejante poder en manos… de alguien a quien detesta. Ésta es la inquietante posibilidad que abre el nuevo armamento que está desplegando el ejército estadounidense: el Active Denial System (ADS).

ADS es un arma no letal: un estrecho rayo de microondas provoca un intenso calor en una capa microscópica superficial de la piel, engañando al sistema nervioso, que cree estar en llamas: el efecto, según quienes lo han experimentado, es imposible de resistir. La gente se aparta, grita y huye sin control tras apenas segundos de exposición. Para colmo, al ser un arma de energía, tiene las ventajas de las pistolas láser de la ciencia ficción: instantaneidad y acción en línea recta. Sin embargo 10.000 irradiados dan fe de que el haz es inofensivo; en realidad se trata de un engaño al cerebro, un hacking del sistema nervioso periférico que permite deshacer muchedumbres con un simple barrido de antena. De momento el control de manifestaciones sin causar bajas es su misión.

Pero nada impide desplegar un sistema de este tipo en otras plataformas [pdf] o con otras intenciones. Pueden usarse montajes fijos para proteger edificios, que en la práctica quedarían vedados a cualquier aproximación, o para controlar prisioneros; como en las peores fantasías futuristas atravesar la línea roja sería castigado con un dolor insoportable. O podrían utilizarse desde aviones o helicópteros, quizá en un barrido de poblaciones enteras infligiendo dolor a cualquier persona expuesta sin provocar daños materiales. Las posibilidades de provocar dolor a distancia a voluntad son infinitas; y el dolor es un mecanismo básico de autoprotección que el cerebro no nos permite ignorar.

Tortura al por mayor y sin daño físico: el sueño de cualquier gobernante psicópata. ¿Cuánto tiempo tardará este tipo de arma en caer en las manos equivocadas? ¿O en ser usado contra la población civil por un gobierno tiránico? Por otro lado, sistemas de este tipo pueden evitar muchas muertes en situaciones comprometidas donde antes se hubiesen utilizado letales balas o granadas. La guerra nunca es moralmente nítida, ni siquiera cuando las armas no matan.

Imagen tomada de Globalsecurity.

China contra los satélites

La noticia de que China ha adquirido la capacidad de derribar satélites en órbita baja era mala. Pero los detalles que están saliendo a la luz son peores aún. La destrucción del obsoleto satélite meteorológico FY-1C lo ha llevado a cabo China mediante un interceptor directo, un cohete que se ha dirigido al blanco desde la superficie terrestre. Esto tiene varias preocupantes implicaciones, pero sobre todo dos: es un método bastante imparable, ya que no hay tiempo material para contramedidas. E implica que la tecnología china es muy superior a lo estimado, ya que encontrar un blanco en órbita a esas distancias y velocidades es realmente complicado. Hasta tal punto que los sistemas antisatélite que desarrollaron durante la Guerra Fría soviéticos y estadounidenses evitaron este procedimiento en favor de otros (satélites asesinos e interceptores lanzados desde el aire, respectivamente) más sencillos. Esa sorprendente precisión puede aplicarse también a otros campos, como la puntería de misiles balísticos o antiaéreos, con lo que los militares estadounidenses deberán reevaluar las capacidades de China. La prueba pondrá muy nervioso al Pentágono por bastante tiempo, y marca una nueva etapa en la presencia internacional de China. Hay un chico nuevo en el barrio. Habrá tensión.

La guerra en las galaxias

Los satélites, de reconocimiento, localización o comunicaciones, son vitales para el esfuerzo bélico presente y futuro de la única superpotencia actual: los EE UU. Esta dependencia puede ser considerada como un talón de aquiles, una debilidad de la maquinaria bélica estadounidense. Un antiguo y difunto rival, la URSS, explotó esta debilidad desplegando en tiempos una serie de armas antisatélite (que también tuvo EE UU, incluso nucleares). Una superpotencia emergente, China, parece estar en ello. Según las informaciones que circulan en los estamentos defensivos de Washington, China habría probado con éxito un sistema antisatélite, haciendo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos en órbita baja (tal vez el FY1 de la imagen).

Aparte de generar una enorme cantidad de basura espacial, el ensayo va a provocar sin duda estremecimientos en el Pentágono, preocupado desde hace años por las emergentes capacidades militares chinas. En efecto, China está aprovechando la bonanza económica de que disfruta para rearmarse con vigor, lo que tiene más que nerviosos a los habitantes de Taiwan y a los militares estadounidenses, que garantizan en última instancia su defensa. Si se unen armas antisatélite a los nuevos sistemas navales (de desembarco y de altura), los misiles y la mejora cualitativa de su fuerza aérea, China podría convertirse con el tiempo en un rival: algo que la actual doctrina de los EE UU impone taxativamente evitar.

Claro que por otra parte ambas economías están muy entrelazadas. EE UU y China han sido ya enemigos (en Corea), y el ‘Peligro Amarillo’ es un clásico del nacionalismo estadounidense más patriotero . Por último, el Pentágono juega con la amenaza militar china desde el colapso de la Unión Soviética. O sea, que quizá no sea para tanto. Pero un sistema antisatélite pondría muy nerviosos a los EE UU. Y con razón. Podemos ver el inminente inicio de una verdadera guerra espacial. Y eso no es una buena cosa.

Corregido, eliminando dudas tras la publicación de la noticia en Aviation Week & Space Technology, el 18/1/2007.

Presente de la guerra futura

Supone el futuro del conflicto bélico, una vez demostrado en Irak que al ejército estadounidense no hay quien le plante cara… en el campo de batalla, por lo que lo sensato es dispersarse en guerrilla y no ofrecer blanco. La respuesta del Pentágono la estamos viendo en Somalia estos días, y se ajusta a lo que podríamos llamar el ‘modelo afgano‘: bloqueo naval, invasión terrestre de fuerzas locales alquiladas (en este caso los etíopes), ataques quirúrgicos por parte de aviación especializada desde bases en países amigos y portaaviones con apoyo de pequeños equipos terrestres de fuerzas especiales infiltradas operando por independiente en mitad del caos (nadie envía AC-130 de día sin estar seguro de que no hay misiles antiaéreos en tierra). Con toda probabilidad en el teatro habrá también aviones sin piloto manteniendo vigilancia estratégica y táctica, e incluso lanzando ocasionales misiles. Y si las cosas no pintaran bien, siempre están los B-52 dispuestos a lanzar bombas desde varios kilómetros de altura. A ver quién es el guapetón que mete tropas en semejante vecindario (Sudán, Yemen) por mucho que las vitales rutas oceánicas del Mar Rojo estén en juego. Y mucho menos después de Black Hawk Down.

Éste es el tipo de incursión sin apenas soldadesca que podemos esperar en decenios futuros: ataques momentáneos y puntuales sobre blancos de oportunidad en áreas donde nadie en su sano juicio se atrevería a entrar para desconcertar, desorganizar y matar a un enemigo disperso. Asaltos más allá de la valla para hacer la vida difícil a los malos o para vengar afrentas, complementados con un férreo control de entrada en la zona propia. El Mundo Gaza en la plenitud de su extensión.

Todo esto, por supuesto, sería imposible sin el reciente desarrollo de sistemas electrónicos de localización y comunicación de gran fiabilidad y potencia. Son el GPS y sus derivados (sobre todo la bomba JDAM y los aviones sin piloto) y los sistemas de comunicación avanzados los que permiten a pequeños grupos de hombres bien entrenados infiltrarse en sitios como Somalia para localizar los blancos buscados y encargarse de que las bombas lleguen (en principio) a donde deben. Es la tecnología la que hace posible esta nueva cara de la guerra: el presente es ya la guerra del futuro.

Imagen de Somalia y alrededores tomada de Google Earth. La capital, Mogadiscio, está aquí [kmz].

Promesa y amenaza de la adolescencia

‘Adolescente’ era poco más que un término médico antes de la Segunda Guerra Mundial; hasta entonces un niño era un adulto a medio hacer, y un jovenzuelo en todo caso un adulto poco hecho. Pero la creciente longevidad, debida a los avances en medicina y a la generalizada mejora del nivel de vida, hicieron que Occidente extendiera la infancia en una nueva etapa que cada vez se extiende más en el tiempo. Y que, tal vez no por casualidad, se ha convertido en un verdadero manantial de rentabilidad empresarial: la actual adolescencia imperial, tan prevalente que sus características se desbordan a la juventud adulta (y mas allá). Es por eso que los economistas babean ante la oportunidad que suponen miles de millones de ‘nuevos’ adolescentes en los países del Segundo y el Tercer Mundo. Imagine vender vaqueros, música, comida basura e iPods a 1.300 millones de nuevos clientes en países en vías de desarrollo

Claro que esta cifra tiene también su lado oscuro. El análisis histórico indica que los países donde los jóvenes (15 a 29 años de edad) suponen más del 40% de la población global tienen un elevado riesgo de inestabilidad y guerra civil; si se repasa la lista de países con las mayores proporciones de jóvenes [pdf] encontramos un ‘dónde es dónde’ de guerras y conflictos: Gaza, Irak, Afganistán, Yemen, Colombia, Pakistán… La mezcla de muchos jóvenes (en especial varones) con la pobreza es explosiva, y ya ha proporcionado disgustos en el pasado (desde la Revolución Francesa a Argelia, Irán, Irlanda del Norte o Sri Lanka). La adolescencia puede ser un regalo económico, o una trampa letal; el joven que no puede echar mano a una Wii puede que sí que alcance a conseguir un AK-47.

Blackwater de caza

Nayaf, Irak, 9 de abril de 2004. El contingente de tropas españolas está refugiado en la base Al Andalus. La situación es extremadamente tensa. La zona había estado en calma durante meses gracias entre otras cosas a los buenos oficios de los militares españoles, que habían conseguido mantener fluidas relaciones con la población local, a pesar de que Nayaf era un bastión del llamado ‘Ejército del Mahdi’ del clérigo radical chií Moqtada Al-Sadr. La sorpresiva detención del lugarteniente de Al-Sadr por parte de militares estadounidenses el día 3 de abril incitó una abierta rebelión de sus seguidores contra las tropas españolas y centroamericanas acantonadas allí. El día 5 de abril hubo un fuerte ataque contra la guarnición, repelido con numerosas bajas. Los bombardeos nocturnos con morteros eran diarios. El mismo día 9 una patrulla española fue atacada con granadas, con el resultado de tres soldados heridos. En España los atentados del 11M y las elecciones del 14M habían cambiado el panorama político; iba a gobernar un presidente que había prometido sacar las tropas de Irak. Aunque aún no se había anunciado la decisión, que no llegó hasta el día 18.

Un factor muy importante en la tensión era la presencia en Nayaf de mercenarios de la empresa Blackwater, contratados para proteger los edificios de la Autoridad Provisional estadounidense dentro de la base Al Andalus. Los operativos de Blackwater habían reaccionado con gran agresividad ante el ataque del día 5, causando numerosas bajas a los milicianos. No sujetos a las estrictas reglas que debían cumplir los militares españoles, y tal vez irritados por la muerte de cuatro de sus compañeros en Faluya una semana antes, los mercenarios demostraron ser de gatillo fácil, lo cual no contribuyó precisamente a apaciguar la situación.

Y si este vídeo es real podemos ver hasta qué punto los hombres de Blackwater dieron rienda suelta a su ansia de disparar. En el vídeo un grupo de mercenarios son insertados en un tejado (un cartel aclara que en Nayaf el día 9 de abril) desde un helicóptero civil. Su misión parece ser hostigar al ‘Ejército del Mahdi’ con fuego de francotirador; esta fuerza ‘debe ser atacada en cualquier oportunidad’, se oye afirmar a una voz al mando. Los mercenarios se limitan a disparar con profusión y a enorme distancia (¿800 metros?) a lo que describen como ‘milicianos’, sin que haya evidencia de mucha discriminación o de escasez de munición. Una voz (un explorador) va cantando los blancos al tirador y comentando la jugada (‘ahora corren’, ‘responden al fuego’, ‘uno con camisa blanca’). No da la impresión de ser una operación muy selectiva; no es extraño que su presencia hiciera más por tensar que por calmar la situación. Porque más que profesionales defendiendo una posición parecen una partida de caza, como opina más de un comentario. El vídeo, similar a un trofeo, puede encontrarse en numerosos rincones de la Red. Quizá algún lector pueda confirmar o desmentir su autenticidad.

No sin mi código fuente

Se llama F-35, familiarmente Lightning (relámpago) II, y es un modernísimo cazabombardero monomotor de diseño estadounidense y ansias de exportación universales que ha contado en su desarrollo con empresas, dinero y conocimiento de Gran Bretaña. La marina británica está interesada en la versión F-35B del Lightning II, diseñada para aterrizar y despegar en vertical, con el fin de sustituir a los veteranos Harrier. Sin embargo es posible que al final el Reino Unido prefiera una versión navalizada del multinacional Eurofighter Typhoon para equipar sus futuros portaaviones, lo que supondría cancelar el pedido ya efectuado. ¿La razón fundamental? Estados Unidos se niega en redondo a facilitar el código fuente del avión, los programas que utilizan sus ordenadores de a bordo: no se fían de que esta vital información pueda acabar en malas manos. Gran Bretaña se niega a adquirir un avión sin saber cómo vuela. Y tiene toda la razón del mundo.

En el mundo de los contratos militares de armamento ocurre ya lo mismo que en el de los servicios secretos, y cada vez más el de la informática empresarial: nadie quiere comprar una caja negra, un programa que no se sabe qué hace ni cómo. Por eso el CNI español quiere conocer las tripas de Office, y por eso cada vez más empresas quieren ‘software’ libre, o abierto: para estar seguros de que no hay sorpresas escondidas ni funciones ocultas. Cierto es que en un avión como el F-35, que literalmente es incapaz de volar sin sus ordenadores de a bordo (como la mayoría de los cazas modernos), saber qué hacen o dejan de hacer esos programas es importantísimo. Pero el razonamiento es el mismo para un banco, o una aseguradora: ¿cómo estar seguro de que el programa no hace trampas sin conocer su código fuente? Todo lo cual apunta en una sola dirección: a la larga el imperio de Microsoft, basado en el código cerrado, está en peligro.

Nota: Nueva información ha salido a la luz el día 13/12/2006; los EE UU y el Reino Unido han llegado a un acuerdo para que continúe el desarrollo del F-35. El acuerdo incluye la garantía de acceso a los programas del avión por los británicos, con el fin de garantizar su independencia operativa y la posibilidad de realizar cambios y mejoras futuras al avión sin tener que contar con los estadounidenses.