Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Palabras y obras

Mariano Rajoy dice que quiere cargarse el canon digital. Sus palabras son contundentes, pero no sintonizan con sus obras. Y no sólo porque omite aclarar de qué forma piensa hacerlo, sino por las compañías de las que se rodea. El portavoz de la SGAE Pedro Farré, padre de ocurrencias como el carné de conducir internauta y reiterado lanzador de ideas torticeras sobre el ‘copyleft’, ha presidido la mesa de Propiedad Intelectual y Contenidos en la Sociedad de la Información del cacareado Diálogo Digital Popular. El diálogo ha sido organizado por Javier Cremades, abogado especializado en la defensa del derecho de autor y presidente del FIPI (Foro Iberoamericano de la Propiedad Intelectual) y que también profesa opiniones curiosas sobre el ‘Software Libre’. La presencia de estos adalides profesionales de la Propiedad Intelectual draconiana no augura nada nuevo, y muy poco bueno, sobre las desconocidas ofertas del PP para proteger a los autores eliminando a la vez el canon. Quizá las palabras de Rajoy sobre el ‘desarrollo tecnológico’ resolviendo el problema tengan que ver con candados digitales y marcas de agua, mecanismos queridos por la SGAE y las fonográficas. De ser así, podemos acabar echando de menos el canon, por atender a las palabras, y no a las obras.

Creative Commons: Cinco años ya

Si Lucifer, en su infinita maldad, hubiese construido deliberadamente una máquina diseñada para destrozar a cada paso las leyes de protección de la propiedad intelectual, no habría sido capaz de crear nada mejor que Internet. La Red intercambia información entre ordenadores haciendo copias; cada vez que pinchamos un enlace o enviamos un correo estamos haciendo centenares, miles de copias de la información transmitida. Sin copias no hay red de redes. Por su parte la actual legislación de propiedad intelectual se basa en declarar ilegal cualquier copia de una obra protegida (y todas las obras, de entrada, lo están). En efecto: la anglosajona legislación basada en el ‘copyright’ y la ‘humanista’ del continente, basada en el Derecho de Autor, tienen las mismas raíces: cualquier copia está prohibida en ausencia de un permiso explícito. La esencia misma de la Propiedad Intelectual consiste en ilegalizar la copia.

Esto coloca ambos conceptos en curso directo de colisión, porque los dos a la vez no pueden sobrevivir: o Internet o la Propiedad Intelectual entendida como prohibición de copiar deben desaparecer. Dado que los beneficios económicos y sociales de Internet son demasiados como para eliminarla a estas alturas, habrá que inventar una nueva manera de compensar la creación que no pase por prohibir de entrada toda copia.

Creative Commons es el primer intento en este sentido. Su filosofía consiste en hackear las leyes actuales de propiedad intelectual para usarlas de otra forma sin tener que modificarlas, un proceso largo y complejo (o sea, político). Las licencias Creative Commons sencillamente permiten a los autores conceder permiso de copia a cualquiera que cumpla ciertas condiciones. Y conceder este permiso de modo legal, irrevocable y estándar, para facilitar al máximo el uso de sus obras en los contextos que ellos mismos definan.

El uso de una licencia Creative Commons no significa que la obra se pueda piratear; las protecciones normales de la ley actual se levantan selectivamente, de tal modo que algunas permanecen activas a gusto del autor. Esto permite experimentar con nuevos tipos de contenidos y explorar modelos de negocio que no se basan sólo en la prohibición absoluta de copiar. Nuevos modos de creación, como la cultura ‘mashup’, dependen de que exista un modo efectivo de conceder permisos de copia [pdf] a gran escala.

Sucede que además este tipo de creación está particularmente bien adaptado a las realidades de Internet. En un entorno de sobreabundancia de información la remezcla, la localización y la cita pueden convertirse en productos culturales de enorme valor, siempre que las leyes permitan su desarrollo. Los artistas están explorando ya las múltiples posibilidades que se abren ante ellos.

Las leyes que nos han servido durante un par de siglos tendrán que cambiarse. La lógica misma de la actual Propiedad Intelectual está averiada, y deberá adaptarse a las nuevas realidades. Porque la propiedad intelectual es diferente a la propiedad material, y tratarlas por igual es un peligro, y una falacia. Pero mientras tanto el ‘copyleft’ y soluciones intermedias como Creative Commons nos servirán para avanzar. Por eso hay que felicitarse de que este proyecto cumpla un lustro ya. Y por eso hay que desearle una larga y fructífera vida, mientras desarrollamos un nuevo concepto de la protección a la autoría que haga obsoletas ideas como las Creative Commons. Porque el día que esto ocurra, todos habremos ganado.

El futuro de la prensa es abierto

Los periódicos tradicionales son defensores de una interpretación extendida y restrictiva del derecho de propiedad intelectual. Es normal, puesto que al menos la mitad de sus ingresos se deben al precio de venta al público de su periódico en el kiosco; su interpretación es que cuando alguien hace una copia de sus textos les está metiendo la mano en el bolsillo. Este planteamiento, compartido con el resto de la industria editorial (libros, música, vídeo) es conflictivo, pero racional en un mundo limitado en el que la oferta es pequeña y está muy concentrada; en el que hay una docena de periódicos, un centenar de revistas y algunos miles de discos, libros y películas hechos por empresas esencialmente idénticas. Un mundo en el que el principal coste de las empresas es fabricar la copia material (el diario de papel, el libro físico, el disco de policarbonato del CD o el DVD) y ponerla al alcance del posible comprador. Un mundo pre-Internet, en suma. Hoy esta idea es obsoleta; el nuevo estándar es otro. La prensa del futuro es, ya hoy, abierta.

La demostración está en la llegada de nuestro nuevo competidor y colega, ADN.es (bienvenidos, compañeros y amigos), que entre sus muchas novedades se acoge a una licencia Creative Commons, como hiciera ya hace algunos años 20 minutos. Esto significa que tanto nosotros como ellos concedemos permiso sin preguntar para que cualquiera pueda copiar y utilizar nuestros contenidos, siempre que se cumplan unas pocas, simples y claras condiciones. Éso, y no otra cosa, son las licencias Creative Commons; un permiso para que la gente que confía en nosotros y a la que gusta nuestra creación pueda utilizarla libremente sin tener que pedirnos la venia. Para quienes los usan son textos, fotos o vídeos libres; para nosotros son una forma de que nuestra obra llegue a más gente y más lejos de lo que podríamos conseguir nosotros solos. Porque lo importante para nosotros es que nos leáis, cuantos más, mejor. Y para eso hay que ser lo más abierto posible. Siguiendo esta lógica, ADN.es refuerza lo que es ya un movimiento imparable: la prensa futura es y será abierta, vuestra y nuestra a la vez. Ya somos dos; seremos más.

Peces más grandes

El jurista EE UU Lawrence Lessig, padre de las licencias Creative Commons, defensor insaciable del copyleft y luchador incansable contra los abusos de la propiedad intelectual, se retira de primera línea. Lessig acaba de anunciar su intención de dedicarse a otros asuntos, aunque no abandonará la presidencia de la ONG que gestiona las licencias CC. Deja la batalla de la propiedad intelectual para dedicarse a pescar peces más grandes: nada menos que a analizar la corrupción del sistema político desde el punto de vista académico, y a luchar contra ella desde el punto de vista ciudadano. No sólo ‘corrupción’ en el sentido de sobornos, o políticos vendidos, sino corrupción en el sentido filosófico. Lessig considera que lo ocurrido con la propiedad intelectual es un ejemplo de un problema mayor: que la influencia del dinero en el gobierno (en todos los gobiernos, democráticos incluidos) es tal que las cuestiones vitales no se legislan con la más mínima lógica. Así ocurre que aspectos clave del futuro, como el problema del calentamiento global, se deciden en función de intereses espúreos, y no del interés común de la sociedad. En resumen: el origen último de muchos de nuestros problemas es que la política está corrupta.

Y tiene razón. El hecho de que parlamentos y gobiernos tomen decisiones contrarias a la razón y perjudiciales para la mayoría con tal de favorecer a intereses particulares ya no nos extraña ni incomoda; nos parece normal, tan común es. Pero no deja de ser irracional. Es cierto que muchos de los problemas que estamos creando se deben en origen a la maldad, es decir egoísmo, de unos pocos. Pero sobre todo se deben a la estupidez de nuestros políticos, capaces de tomar decisiones que perjudican a todos y que favorecen a sólo unos cuantos, de tal modo que el balance es negativo: la sociedad en su conjunto pierde. Es una causa más que digna para dedicar las enormes energías y el gran intelecto de Lawrence Lessig. Claro que si enfrentarse con los ‘pescaítos’ de la industria discográfica no ha sido tarea fácil en su nuevo combate le esperan otro tipo de peces, bastante más grande y más peligrosos. Suerte al maestro; la va a necesitar. Y nosotros también.

El porqué del ‘copyleft’

Según la ley de propiedad intelectual una obra tiene dueño hasta 70 años tras la muerte del autor y luego es del dominio público. En principio un libro editado hace 90 años, un periódico publicado hace 80 o un cuadro pintado hace 100 son del dominio público. Pero si alguien fotografía ese cuadro o fotocopia ese libro o periódico, esas copias generan un nuevo derecho de autor. La Gioconda es libre, pero no se puede usar una fotografía de la Gioconda porque tiene dueño. Así ocurren absurdos como que la Biblioteca Nacional genere un derecho de autor al escanear periódicos que ya están en el dominio público. Estas normas de la era analógica complican horrible e innecesariamente el uso de cualquier obra digital; uno nunca está seguro de no violar la propiedad intelectual de alguien. Por eso se inventó el ‘copyleft‘, una forma legal de que el autor pueda dar permiso de uso. Sin ‘copyleft’ la propiedad intelectual amenaza con crecer hasta bloquearnos.

Abogados contra el ‘copyleft’

El abogado Javier Cremades preside el Foro Iberoamericano de la Propiedad Intelectual, y quiere acabar con el ‘copyleft’, que entiende como acceso gratuito a los contenidos. Curioso que un abogado de talento que lidera un importante bufete cometa un error como confundir ‘copyleft’ y piratería. Aunque puede no ser un error; el ‘copyleft’ da a los autores control total dentro de la ley, pero sin abogados; ni siquiera eminentes como el doctor Cremades. La piratería es violar la ley y los deseos de los autores, y debe ser rechazada y perseguida. Pero eso no quiere decir que las actuales leyes de propiedad intelectual, que en la práctica favorecen a intermediarios y abogados, no deban ser reformadas para adaptarlas al siglo XXI. Confundir piratería con ‘copyleft’ no es más que enturbiar la cuestión. ¿Defiende el letrado Cremades su interés o el bien social?