Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Donde hoy vive Retiario

Tras algún tiempo de vagar en los bosques, el autor de Retiario vive ahora refugiado en Perogrullo, donde estará encantado de recibir a quien quiera visitarle para seguir charlando sobre ciencia, tecnología y (a veces) dibujos animados.

Infecciosa locura

Tenemos una relación complicada con los habitantes más importantes del planeta, los microorganismos. A lo largo de miles de millones de años hemos luchado contra ellos, hemos integrado a algunos en la esencia misma de nuestras células y hemos servido de hogar a incontables variedades de ellos, dentro y fuera de nuestros cuerpos, hasta tal punto que privados de nuestra flora bacteriana seríamos incapaces de digerir los alimentos y moriríamos. Sirviendo así de fertilizante a otras bacterias. Desde el principio de los tiempos nos han aniquilado por millones, en plagas terribles y en incidentes cotidianos: un simple corte o arañazo puede acabar con nosotros si es colonizado por la bacteria indebida. Son resistentes, implacables, e incluso físicamente fuertes. Hace muy poco aprendimos a utilizar antibióticos para mantenerlas a raya, y otras enfermedades pasaron a preocuparnos más, aunque las infecciones siguen matando a millones de nosotros cada año. Lo que estamos descubriendo es que quizá maten a muchos más de los que creemos, porque determinadas enfermedades que pensábamos provocadas por la dieta, el desgaste o defectos del desarrollo tal vez sean infecciosas. Por ejemplo, la locura.

Algunas evidencias apuntan a que determinadas enfermedades mentales, como la esquizofrenia, podrían ser producto de infecciones, quizá prenatales, tal vez al provocar una exagerada respuesta inmunitaria. Al mismo tiempo, un mapa del metabolismo mundial sugiere importantes diferencias en el funcionamiento bioquímico de distintas poblaciones humanas; diferencias que están relacionadas con la incidencia de enfermedades cardiovasculares y que podrían deberse a la dieta o a variaciones por áreas geográficas de nuestras bacterias intestinales. Si se confirma que la ateroesclerosis es producto de una infección, como piensan algunos científicos, podríamos concluir que las bacterias y virus son imprescindibles para nosotros, pero al mismo tiempo nos enloquecen, nos rompen el corazón y, si nos descuidamos, nos matan. ¿Quiénes son los parásitos en esta relación, cabe preguntar?

¿Qué es una noticia?

Estos días se celebra en Huesca el noveno Congreso de Periodismo Digital y cientos de profesionales discutimos sobre medios, sobre el viejo oficio de la prensa, sobre la eterna crisis de la profesión y su inminente desaparición a manos del monstruo de Internet. Entre un suave y perpetuo susurro de teclas (más de 100 ordenadores conectados al mismo tiempo) directores, redactores, becarios y analistas intentan inventar el periodismo de mañana y para ello mastican ideas como la organización de las redacciones, la publicidad en la Red, la adecuada formación del periodista digital, la rentabilidad (o la falta de ella) de los nuevos medios… Como en cualquier reunión gremial, los cotilleos y las novedades de empleos y proyectos ocupan los tiempos de pasillo. Y ahora la negra nube de una sensación de crisis inminente ayuda a centrar el discurso y el debate. Los periodistas más implicados en el mundo digital están (estamos) preocupados por el futuro de la profesión. Vehementemente preocupados.

Lo que está ocurriendo en el mundo de la publicidad, una de las principales fuentes de ingresos de las empresas periodísticas, es una revolución. Las empresas necesitan conectar con su público potencial para ofrecerle productos y servicios, y los medios tradicionales (prensa, radio, televisión) se muestran cada vez menos capaces de cumplir ese papel vital. La parte más interesante de ese público, la gente más joven y con mayor poder adquisitivo, ha desaparecido de las audiencias. Los anunciantes recurren cada vez más Internet como canal, pero sus inversiones van a buscadores como Google o a otros sistemas de publicidad contextual, más económicos y rentables, y no a las páginas web de los medios. Los blogs, las redes sociales y otros sistemas de autopublicación del estilo de YouTube abren la puerta a que millones de personas se expresen, democratizando la difusión de información. La Red crece vertiginosamente y el público de los medios digitales también, pero más despacio; la vanguardia del avance de Internet no está ocupada por la prensa profesional. El hueco entre los medios profesionales y el futuro parece aumentar, y no reducirse. Los periodistas temen por sus empresas, por sus productos, por su profesión, y buscan soluciones. Está en duda saber qué es un medio, cuál es el trabajo del periodista, de qué forma se financia la información, cómo se relaciona el periodismo y los nuevos fenómenos de la Red. Y no hay muchos avances. El problema, tal vez, es que no somos lo bastante radicales. Porque cuando los problemas son tan graves como los que tiene esta profesión, hay que resolver las crisis desde la raíz.

Y la raíz del periodismo, lo que nos funda y define, es la noticia: el elemento básico que constituye los medios, la unidad mínima e irreductible de información cuya construcción es la esencia de la profesión periodística. Solo que ni siquiera tenemos demasiado claro lo que es o no es una noticia en el nuevo entorno digital.

Hay muchas formas de definir lo que es una noticia. Una de las clásicas, proveniente del periodismo de investigación, define noticia como algo que alguien quiere ocultar; otra sería considerar noticia cualquier sucedido lo bastante interesante, aunque eso nos pone ante otro problema, que es el de la selección; ¿qué significa ‘lo bastante interesante’?. El cómico estadounidense Seinfeld se maravillaba en una de sus bromas de que en el mundo ocurra cada día el número exacto de noticias para llenar The New York Times: la cuestión, claro está, es la selección. Pero los criterios de selección están basados, al menos en parte, en el espacio disponible en un periódico o informativo de radio y televisión, un problema que Internet (en principio ilimitada) no tiene. La voz de los blogs (¿son noticias los ‘posts’?) y de sistemas de clasificación como Menéame o Barrapunto nos indican que nuestros criterios profesionales no siempre encajan con lo que los lectores quieren. La estructura misma de la noticia se basa en la llamada ‘pirámide invertida’, un concepto con raíces en la época de las linotipias y la impresión con plomo. El modo de contar las noticias ha dependido siempre de los límites de sus diversos soportes: el papel no podía usar vídeo o audio, la radio no podía usar fotos ni aguanta textos largos, como le ocurre a la televisión. La limitación de la competencia, derivada del enorme coste de la impresión y distribución de los periódicos impresos (o de las redes de repetidores electrónicos de radio y televisión) forzó la aparición de un cómodo oligopolio en el que diferentes empresas en competencia no innovaban en exceso para evitar complicar las cosas al sector entero. La esencia de lo que es o no es noticia y cómo se construye ha dependido hasta ahora de la estructura física de los medios. Y hoy ese sustrato ha cambiado, con la Red.

En Internet, por primera vez, tenemos capacidad infinita y la posibilidad de utilizar todos los medios (audio, vídeo, foto, texto) para contar una historia. Es posible ampliar hasta el infinito la información relacionada mediante enlaces; podemos utilizar bases de datos y hacerlas cantar, y podemos reutilizar y volver a poner en valor información del pasado. Tenemos la posibilidad de construir noticias en las que estén integrados todos los formatos según las necesidades de la historia a contar; en la que el contexto esté integrado mediante enlaces; en la que la información complementaria esté buscada y valorada por el periodista, para ahorrar al lector el trabajo de buscarla; en la que sea el usuario el que decida hasta qué profundidad desea navegar, y sea el trabajo del periodista el que ofrezca todas esas posibilidades. Hablamos de periodismo de enlaces, de pirámides infinitas, de noticias vivas que no son productos finales, sino que van evolucionando con el tiempo y con la aparición de nueva información. Hablamos de información sin noticias, de bases de datos noticiosas, de infografías y animaciones diseñadas para facilitar la comprensión de información. Hablamos de una noticia diseñada no sólo para comunicar lo nuevo, sino para ofrecer toda la ayuda posible a la comprensión.

La infinita competencia de blogs, páginas web empresariales, proyectos de conocimiento libres como Wikipedia, chats, foros y redes sociales ofrece un variadísimo ecosistema rico en posibilidades de enriquecimiento de la información. Nunca en la historia ha habido un potencial tan grande para la innovación y la mejora de los productos informativos. los límites que nos ataban han desaparecido. Los periodistas, los medios, podemos contar lo que queramos y como queramos. Y sin embargo seguimos contando todos lo mismo de la misma forma. Atados a un concepto de noticia que tiene sus orígenes en limitaciones tecnológicas del siglo XIX, la profesión entera parece incapaz de superar los estrechos muros que empequeñecen nuestros productos, y en última instancia nuestras empresas y nuestra profesión. Si no somos capaces de reinventar la noticia misma, si no sabemos adaptar a la nueva realidad la unidad básica de nuestra profesión, nos habremos merecido lo que nos ocurra. Que será primero la quiebra, y más tarde la irrelevancia.

Profundidad del tiempo

Es difícil para nosotros, humanos, darse cuenta de lo que significa el tiempo profundo, pero hay algunos lugares del planeta donde la eternidad puede contemplarse en directo. Uno de esos lugares es la Orilla Sur del Gran Cañón del Colorado. Tras atravesar kilómetros de elevada meseta cubierta de pinos, cuando nos acercamos al borde, la inmensidad de lo que se contempla abruma los sentidos; el aire ligero de los 2.000 metros de altitud y la falta de referencias se combinan para que el paisaje parezca plano, como un inmenso telón de teatro donde un pintor loco ha imaginado una feroz herida en la superficie de la Tierra; un desgarrón ciclópeo e imaginario. La primera mirada produce estupor, más que maravilla; la mente simplemente es incapaz de abarcar los tamaños, las distancias, las caídas que dibujan las rocas rojas sobre un cielo inmenso. Es un panorama abrumador al que ninguna imagen puede hacer justicia, para el que ningún relato te puede preparar. Entonces a un lado y otro uno contempla los acantilados verticales, quizá ve caer un guijarro rodando hacia el abismo, y contempla su caída. La mirada se dirige abajo, abajo, cada vez más abajo hasta que a un kilómetro de profundidad se divisan las perezosas aguas de un río color barro: el Colorado. Y se siente vértigo.

Sabemos que ese mecanismo, el desprendimiento de guijarros y su arrastre por el hoy perezoso Colorado, es lo que ha tallado el ingente conjunto de zanjas de un kilómetro de profundidad que es el Gran Cañón. Pero el volumen de material faltante desafía el entendimiento. ¿Cómo es posible que el lento desplomarse de piedras y las antaño anuales inundaciones del río sean capaces de completar tamaña excavación? La respuesta está en ese otro abismo, el tiempo. Nuevas dataciones publicadas en Science revelan que el Gran Cañón es más antiguo de lo inicialmente pensado: empezó a formarse hace 17 millones de años. Eso son 17 millones de temporadas de inundaciones primaverales, épocas de tormentas de verano, estaciones de heladas de invierno. Eso son 850.000 generaciones de un animal que viva 20 años por generación, como los humanos. Eso es tiempo profundo: suficiente como para que la acumulación de inundaciones y desplomes excave una inmensa herida e la corteza terrestre, y también para que los cambios de frecuencias de alelos entre distintas poblaciones transformen un mono arborícola primero en un mono bípedo y caminante, y más tarde en un mono que se cree sabio. El tiempo profundo es lo que transforma lo pequeño, baladí e inconsecuente en lo grande, importante y decisivo; lo que permite que las montañas crezcan, los mares se abran y las especies evolucionen. Un grano de arena aquí, una nueva variante genética allá, son poca cosa en el breve transcurso de nuestras vidas; incluso en el escaso alcance de nuestra historia. Pero en el tiempo profundo esos mínimos cambios tienen el poder de mover continentes y crear nuevas ramas de la vida. El abismo al que se asoma uno en el Gran Cañón, con ser un rasgo geológico joven, no solo produce vértigo por su altura: lo que estamos viendo es una representación que podemos entender de la profundidad del tiempo.

Necesidad de saber

Hipótesis: la evidente mejora para la supervivencia que supone ser capaz de comprender cómo funcionan las cosas ha llevado a la evolución a dotarnos de un mecanismo cerebral que nos premia con sensaciones agradables cuando comprendemos las cosas; un centro de la sabiduría que compensa con placer el entendimiento, y castiga con inquietud y malestar la ignorancia. Porque es más fácil sobrevivir si entiendes cómo funciona el mundo y eres capaz de modificar ese funcionamiento, especialmente si eres un mono de mediano tamaño y mediocre velocidad carente de colmillos. Así que sería lógico pensar que la especie humana se caracteriza por una verdadera necesidad de saber, similar (aunque menos intensa quizá) que la necesidad de reproducirse, excretar o comer. Somos monos adictos al conocimiento, lo cual explica nuestra insaciable curiosidad, el súbito destello de placer que sufrimos al comprender algo o la incómoda sensación de frustración cuando por mucho que nos esforzamos no podemos entender. Eso podría explicar el impulso que hay detrás de la ciencia, el afán de conocimiento por el conocimiento, la pasión del saber. Lo curioso es que también explicaría buena parte de nuestro afán por la religión. Y la razón por la que algunas personas creen en todo tipo de alambicadas conspiraciones y conspiranoias.

Porque si existiera este centro cerebral del placer asociado al saber, no tendría modo alguno de distinguir entre una explicación del mundo verdadera y otra falsa. Ambas podrían proporcionar esa agradable sensación, esa satisfacción provocada por el entendimiento: bastaría con que la persona estuviese convencida para que el mecanismo de refuerzo cerebral se activase. Ante la pregunta ¿cuándo nació la Tierra? la respuesta de la ciencia (hace más de 4.500 millones de años) y la del Obispo Ussher (al atardecer del 22 de octubre del año 4.004 adC) podrían provocar una respuesta cerebral similar, siempre que quien desee comprender crea realmente en la veracidad de la respuesta.

De hecho la ventaja la tiene la explicación religiosa, siempre mucho más sencilla (dios lo quiere y/o está escrito en el libro sagrado) y comprensible que la científica, que necesita esfuerzo y estudio. Las religiones pueden incluso proporcionar lo que la ciencia no puede dar, como son certezas absolutas y conocimientos completos; al ser un sistema de comprensión metódica del Universo, la ciencia nunca lo explica todo por completo, y a veces cambia de explicación. La religión ofrece un entendimiento simple, absoluto e inmóvil que excluye la duda y la incomprensión, proporcionando el cálido sentimiento de la sabiduría sin interrupción.

Ésta es también la recompensa de los conspiranoicos ante los grandes enigmas de la Historia. Con frecuencia es imposible reconstruir con absoluto detalle hechos del pasado, incluso reciente: las evidencias físicas se pierden o distorsionan, las investigaciones cometen errores, los testigos son con frecuencia muy poco fiables. Las contradicciones y lagunas son inevitables en la reconstrucción del pasado. La misma historia depende en ocasiones de casualidades, pequeños (o grandes) azares, caprichos de las personas o el destino que son imposibles de reproducir o comprender. El estudio de la Historia, por tanto, está lleno de frustraciones, que pueden resolverse creando una sólida teoría de conspiración.

En efecto, una buena conspiración lo explica todo: lo conocido y lo desconocido, lo comprobable y lo imposible de comprobar. Postulando la acción de un selecto grupo de conspiradores omnipresentes, omnipotentes y omnicomprensivos empeñados en borrar las huellas de su propia actuación es posible explicar cualquier hecho, y también cualquier contradicción, cualquier falla en la teoría. Los detalles de las conspiraciones pueden ser fantásticamente barrocos, pero en su esencia comparten con las religiones una explicación simple fácil de comprender: ‘ellos’ lo hicieron, y desde entonces tratan de ocultarlo. ‘Ellos’ pueden ser los judíos, los cátaros, los templarios, la KGB, la CIA, los francmasones, la Trilateral, los lagartos venidos del espacio, el Vaticano, el Club Bilderberg o todos trabajando en conjunto; eso no es lo importante. La clave es que no hay prueba en contra que no se pueda desacreditar; ni pregunta que no se pueda responder con certeza y sencillez, por más que la acumulación de esas respuestas exija una renuncia a la lógica tan completa como en el caso de la religión. A cambio, proporciona un placer de sabiduría tan completo como aquélla. A veces conspiración y religión están cerca, y a veces surgen construcciones (como las ideologías) que tienen mucho de ambas y pueden adquirir una enorme capacidad destructiva. Millones de personas pueden hallar satisfacción a su necesidad de saber por estos medios.

Esto significa que la especie humana jamás abandonará las religiones ni las conspiraciones, puesto que proporcionan a muchos el placer intelectual de la comprensión sin los esfuerzos que la ciencia demanda, y sin los límites que la ciencia no es capaz de superar. También significa que la curiosidad científica mana de la misma fuente que proporciona caudal a las religiones y las conspiranoias; que un mismo mecanismo cerebral subyace a estas diferentes formas de entender el Universo, y a sus explicaciones. Eso no significa que esas explicaciones tengan igual valor. Porque algunas se cotejan con la realidad, mientras que otras tan sólo sirven dentro del confín de nuestros cráneos. Aunque la necesidad de saber tuviera la misma madre, existe la verdad. Y no todas las explicaciones disponen de ella.

Corregida una errata el 5/11/2007. Gracias, Alda.

Murallas de la mente

La antigua y venerable Gran Muralla China y su actual y postmoderna descendiente en Internet parecen compartir muchas características. Han sido construidas con gran gasto y no poca polémica para proteger a los gobernantes del momento de cualquier amenaza que pudiera venir del exterior. Su concepción y construcción son monumentales y alcanzan los límites de la tecnología del momento. Y son murallas del pensamiento, porque en la práctica son incapaces de detener a los invasores.

La antigua Gran Muralla no pudo parar a los enemigos cuando estos estuvieron adecuadamente pertrechados y decididos a conquistar el Reino Medio. Los mongoles, contra los que se construyó en primer lugar, la cruzaron en numerosas ‘razzias’, y más tarde los Manchúes la atravesaron con ayuda de un general sobornado y conquistaron el imperio chino, instalando su dinastía. Paralelamente la llamada ‘gran muralla de Internet’, el elaborado sistema de censura y control del discurso construido por las autoridades chinas, parece en la práctica mucho menos eficaz de lo que esas autoridades pretenden hacer creer. De hecho los términos prohibidos lo cruzan con facilidad, si uno se lo propone.

Lo cual no quiere decir que la Gran Muralla de piedra y ladrillos, o la actual de ‘routers’, sean inefectivas por completo. Su poder estriba en convencer al mundo de que funcionan, porque si todos creemos que son operativas, en la práctica lo son. No sabemos cuántas invasiones de las provincias chinas fueron detenidas por el temor de los putativos asaltantes a ser incapaces de cruzar las míticas fortificaciones de la frontera. Y no podemos saber cuántos pensamientos, comentarios o ideas han quedado detenidos en mentes chinas ante el temor de que una mítica policía omnipresente fuera a bloquearlos, a localizar a sus autores, a detenerlos. Así de insidiosa es la censura, que de ser externa e impuesta se acaba por interiorizar y convertirse en un hábito de pensamiento. Y así de retorcida: quienes denuncian la censura del gobierno chino con estridencia en el fondo contribuyen, sin querer, a aumentar su poder, al exagerar su capacidad. Es por eso que hay que luchar con decisión contra cualquier manifestación de censura, por incipiente que sea o por benevolentes que parezcan sus intenciones. Porque las murallas de la mente, una vez erigidas, son imposibles de erradicar.

Imagen de Hao Wei, tomada de Wikipedia Commons.

La política en el cerebro

Es obvio que las personas con diferentes ideologías políticas ven el mundo de modo distinto. El vaso que para unos está medio lleno es para los otros un recipiente semivacío, dependiendo de quién está en el gobierno; el futuro es un erial de pesimismo y derrota o una utopía de abundancia y alegría según quién gane las elecciones. El universo es un lugar frío y desolado donde cada uno debe cuidar sus propios intereses, o un entramado de personas que colaborando juntas tienen la capacidad de cambiarlo, a mejor. Lo que no sabíamos es que esas dos formas de mirar tienen su origen en dos formas de pensar, literalmente: al parecer los cerebros de conservadores y progresistas no funcionan igual.

No se trata tan solo de que determinadas características de la personalidad se puedan correlacionar con una u otra orientación ideológica; algo que ya se conocía. Según recientes experimentos los cerebros con diferente política reaccionan de modo diferente a los mismos estímulos. El análisis pretendía medir de qué manera reacciona la mente ante cambios en una rutina establecida, y de modo nada sorprendente reveló que las personas que se autodefinen como conservadores tienden a ser más pertinaces y siguen adelante aunque las circunstancias varíen, mientras que quienes se consideran a sí mismos progresistas (liberales, en la terminología estadounidense) son más flexibles y cambian con mayor facilidad.

Los científicos responsables del análisis han tratado de eliminar las connotaciones morales, positivas o negativas, de este hallazgo, que además se ha producido analizando un número muy reducido de casos (43). Pero es cierto que algo nos dice sobre nuestra naturaleza, y sobre la naturaleza de nuestras sociedades, el que haya dos perspectivas distintas dentro de nuestras cabezas, dos maneras de comprender lo que ocurre, dos formas de ver. Ninguna tiene por qué ser superior a la otra, y con toda probabilidad ambas se complementan. El enfrentamiento enconado no tiene mucho sentido si las diferencias están en nuestro cerebro. Negar al de enfrente sería como prohibir votar a quienes pesan demasiado o no llegan a una estatura mínima. Somos así: nuestra política está dentro de nuestra cabeza.

Imagen tomada de Wikipedia Commons; autor Christian R. Linder.

Umbral, el blogger del desencanto

Francisco Umbral, articulista y escritor recién fallecido, fue un blogger antes de que existieran los blog. Día tras día comentaba, azuzaba, interpretaba y analizaba la porción de realidad que consideraba más significativa del día anterior. Y lo hacía con mucha más brillantez que profundidad; con un lenguaje florido y un certero ojo para lo superficial que su análisis intentaba transformar en significativo y profundo, sin conseguirlo siempre. Con su carácter atrabiliario y pendenciero, su brillante y acerada pluma y su indudable capacidad de análisis, Umbral hubiese sido el príncipe de la blogosfera de haber nacido medio siglo más tarde. Tal como fue su vida, como escritor al estilo tradicional, generó intensas y tal vez desproporcionadas pasiones. Pero entre los panegíricos y las críticas hay un factor que se escapa: su valor de símbolo. Francisco Umbral fue ante todo un hombre de letras de su tiempo, y su vida y su literatura son representativas de un periodo de la historia de España.

Como persona y escritor Umbral pertenece a una generación, la de la Transición, que ha sido clave en la historia española pero cuya utilidad histórica está ya en plena amortización. Esa generación ingenua recibió la mayor maldición de todas: sus plegarias fueron escuchadas, la dictadura cayó y tuvieron en sus manos el poder para construir sus utopías. O tal vez no. Fueron los jovenzuelos que aprovecharon el fin de la Dictadura para relevar en masa a sus mayores y hacerse con el país. Llegaron al poder jóvenes y llenos de ideales que hoy sabemos periclitados, y tuvieron una temprana y desagradable inmersión en los peligros morales de la Realpolitik que los dejó desencantados mucho más allá de lo que sus triunfos y fracasos reales justificaban. Algunos traicionaron sus ideales, otros renunciaron al poder, todos resultaron contaminados y tal vez jamás acabaron de perdonarse a sí mismos, porque casi todos exhiben desde entonces un gélido y letal desencanto que contamina por igual a apocalípticos e integrados. Francisco Umbral fue el cronista certero de ese desencanto precoz, de ese largo vivir sin ideales, de ese rechazo a los sueños propio de toda una generación. Como tal, sus columnas informarán a quienes nacieron más tarde de lo ocurrido en un momento de la historia de España en el que una revolución pareció posible, pero no fue. Y acabó donde empezara: en el ruido y la furia del enfrentamiento ritual entre banderías que suplantó al verdadero, y nonato, cambio sociopolítico.

Umbral, como otros antaño ‘progre’ y luego desilusionado, acabó en política convertido en algo cercano a un ‘neocon’ clásico: reivindicando los valores y las ideas del liberalismo, pero en la práctica defendiendo un conservadurismo típico con la pasión del converso y su brillante retórica. Lo peor de las técnicas de lucha intestina de la izquierda al servicio de las peores ideas de la derecha, todo ello camuflado bajo el disfraz de la libertad. Su mordacidad, su ojo para el detalle chocante y el contrapunto deslumbrante, terminaron al servicio de odios originados en rencillas industriales, y de razonamientos basados en la falta de fe en la Humanidad. El desencanto hizo a Umbral viejo antes de hora, como a muchos otros de su tiempo, y es por eso que su figura concita virulencias que quizá su obra sola no fuera capaz de agitar. Se recordarán sus crónicas más que sus libros, siquiera como rutilantes espejos de un momento y unas gentes claves, como literario reflejo de un desencanto largo y atroz. Ese desencanto que ya es hora de ir dejando atrás.

Operación Otoño

Si acabas de licenciarte en periodismo y te interesa el mundo digital, tienes una oportunidad de empezar tu carrera profesional con ventaja. La Escuela de Periodismo Digital de 20 minutos convoca su primer curso, con comienzo a mediados del próximo septiembre. Se trata de una inmersión intensiva de un mes en el mundo digital de la mano de algunos de los mejores conocedores de la teoría y la práctica del periodismo digital, tras la cual la mayoría de los supervivientes tendrán un puesto de trabajo en la mano. Si te interesa y vales, puedes. Infórmate, y ven.

Agosto

Durante los próximos días Retiario, como casi todos los gladiadores, se toma un descanso, y lo mismo hacen los comentarios en el blog. Las personas interesadas en el periodismo digital, sin embargo, harán bien en consultar este espacio de cuando en cuando… en breve habrá alguna sorpresa.