Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de abril, 2008

El doble mensaje de los chiles

En la continua guerra entre animales y plantas ambos bandos utilizan al otro en su propio interés. Es lo que tiene la coevolución, que hace que dos seres vivos con diferentes (y enfrentados) intereses terminen tan engarzados que parece que cooperan por interés mutuo; cuando nada hay más lejos de la realidad. La primera regla de las relaciones entre animales y plantas se deriva de sus principales características: las plantas capturan energía del sol y la convierten en energía química, cosa que los animales no pueden hacer; los animales se mueven, cosa que las plantas no hacen. Así que los animales comen plantas, lo cual a éstas no les gusta ni lo más mínimo. Muchos grupos vegetales han evolucionado todo tipo de estrategias de defensa contra sus predadores, los herbívoros, que incluyen desde espinas que parecen dagas asesinas a cristales de sílice en las células, que destruyen los dientes de quienes se las comen. Una de las estrategias más interesantes, que nos proporciona a los humanos buena parte de nuestra gastronomía, es la del veneno: multitud de plantas fabrican y acumulan sustancias que van desde lo desagradable a lo mortífero, y los animales disponen de receptores de sabor y olor específicos para detectar y evitar estas trampas. El sabor amargo, por ejemplo, está asociado a los alcaloides que convierten ciertas plantas en poco saludables, y por eso el amargor nos resulta desagradable. Una de las sustancias más perniciosas que las plantas han creado es la capsaicina, la molécula que hace picantes a los chiles. Hasta tal punto es potente a la hora de provocar rechazo que los humanos la usamos como arma, aunque sólo la policía; es demasiado cruel para usarla en la guerra. La capsaicina actúa hiperestimulando ciertos receptores de la piel, lo que provoca una fuerte sensación de ardor, irritación, lagrimeo y otros síntomas bien conocidos por las víctimas de la cocina picante. Como muchos seres vivos venenosos, los pimientos picantes suelen señalizar su disuasión química con fuertes colores (amarillo o rojo, por ejemplo), que actúan como señales de ‘Peligro, No Comer’.

Y sin embargo este tipo de colores son utilizados por otras plantas como reclamo. Algunos vegetales han descubierto que los animales pueden ser cooptados para que transporten las semillas a lugares distantes, ampliando el área de colonización de la planta. El mecanismo es sencillo: se incluyen las semillas en una fruta sabrosa y colorida que atraiga la atención, y se espera a que algún animal la devore; las semillas atraviesan su tubo digestivo y salen de nuevo al exterior, casi siempre a gran distancia de la planta madre. Así actúan los frutos rojos (bayas, moras y similares), el café, el chocolate, las fresas, y las variantes silvestres de casi todas nuestras frutas y verduras cultivadas. En algunos casos la adaptación llega a tal extremo que las semillas son incapaces de germinar sin su correspondiente paso por un tubo digestivo. Típicamente, las plantas que usan esta treta crean frutas cargadas de azúcares, que gustan a los herbívoros, y muy coloreadas. Pero entonces, ¿cuál es el juego de los chiles, con su color rojo intenso, sus jugosas carnes y su carga de intenso repelente de animales?

La clave está en un detalle de la fisiología comparada: las aves tienen visión de color como los mamíferos, pero carecen del receptor sensible a la capsaicina, por lo que son inmunes a sus efectos. Los chiles se han convertido así en maestros del transporte selectivo, y su color rojo es una doble señal: para los mamíferos significa ‘peligro, no morder’, mientras que para las aves es un reclamo (‘comida gratis’). La doble estrategia les sirve para seleccionar el animal que esparce sus semillas, e impedir que otros las estropeen; en efecto, la poderosa digestión de los mamíferos destruye las semillas de estos pimientos, mientras que la suave digestión aviar las activa. Los humanos somos el único mamífero que gusta de la abrasadora sensación de la capsaicina, quizá porque resulta tan intensa que provoca como reacción la liberación de endorfinas en el cerebro, y con ellas un cierto placer. Algún fallo tenía que tener este precioso ejemplo de coevolución… y el fallo somos nosotros, el único mamífero masoquista.

¿Son suficientes 1.000 fans?

Andy Warhol se equivocó; en Internet no tenemos 15 minutos de fama, sino que somos famosos para 15 personas. Kevin Kelly, director de Wired, piensa que con que un artista obtenga 1.000 Verdaderos Fans podrá ganar para vivir, definiendo Verdadero Fan como aquel que viaja horas para ir a tu concierto o ver tu exposición, compra la edición especial del disco o la camiseta conmemorativa; en suma, compra todo lo que produces. 1.000 fans deberían bastar para que cualquier cantante, pintor, ilustrador, animador, videoartista o ‘performer’ se gane la vida, gracias a la Larga Cola; porque si uno tiene 1.000 Verdaderos Fans, tendrá muchos más compradores ocasionales. La idea encaja con los postulados básicos de la Economía de la Atención y con la desaparición de los intermediarios de la cultura gracias a Internet, ya que el dinero pasa directamente del comprador al artista. Algunos artistas que ya utilizan la Red de esta forma discuten los números de Kelly; quizá 1.000 no basten y el mínimo para no morirse de hambre sea más alto (¿5.000 quizá?). Lo que pocos atacan es el principio básico; en el futuro los artistas prescindirán de la intermediación y podrán vivir de su trabajo con unos pocos seguidores fieles. Se acabó el superventas; llega la era de la variación y el microhit, y todos ganamos. Excepto los intermediarios.

10.000 wikipedias al año

Hablamos de que Internet representa el triunfo de la ‘Economía de la Atención‘, del inmenso y creciente valor de esta nueva y preciosa materia prima que es atraer miradas, pero no nos preguntamos de dónde sale la atención; dónde están las minas que la producen. A esta pregunta se ha enfrentado Clay Shirky con su característico ingenio y una respuesta contundente: el más generoso productor de atención para Internet es la televisión, que ha tenido y tiene acaparadas ingentes cantidades de este valioso producto. Unos cuantos cálculos muy a ojo de buen cubero le permiten crear una nueva unidad de medida de atención, la wikipedia, que mide la cantidad de atención necesaria para crear la enciclopedia más democrática; Shirky estima su valor en el equivalente de 100 millones de horas de pensamiento humano. Según esta medida es perfectamente factible un desplazamiento de 10.000 wikipedias desde la televisión a Internet en el inmediato futuro: una enorme cantidad de atención y pensamiento. Se trata de una estimación baja, ya que anualmente la gente con acceso a Internet ve en total al menos un billón de horas de televisión al año; un simple 1% del tiempo de televisión traspasado a Internet y se obtiene esa ingente cifra. ¿Y qué puede hacer la Humanidad con 10.000 wikipedias anuales?

Naturalmente, no se trata de que vayamos a tener ese número de proyectos equivalentes, sino que el producto mental necesario para construirlos se va a derramar cada año en la Red, y Shirky no puede por menos que preguntarse qué podremos hacer con semejante cantidad de pensamiento. Pensándolo bien, en realidad se trata de un retorno a nuestras raíces evolutivas, del regreso a una etapa anterior al neolítico, a la era de los cazadores recolectores. Las tribus que cambiaban de paisaje con las estaciones y las migraciones de los animales disponían, curiosamente, de mucho tiempo libre para la artesanía, los cuentos y otras actividades culturales de gran importancia que el duro trabajo agrícola, y más tarde el industrial, nos han arrebatado. Cuando las condiciones de vida mejoraron y ese tesoro de pensamiento estuvo a punto de volcarse en la lectura, llegó la televisión y se encargó de absorberlo. Hoy las cifras de horas de televisión por persona aterran, cuando se piensa en todo lo que podría hacerse con ese tiempo pasado ante la ‘caja tonta’. Y con lo que se está haciendo ya con sólo una fracción. Viendo lo que es la Wikipedia hoy, ¿hasta dónde podremos llegar con ese tesoro en atención y cerebro? ¿Y qué le pasará a las industrias que venden esa atención hoy, como la propia televisión, cuando pierdan su principal producto?

Gracias, BoingBoing. Corregida una errata el 2/5/2008; gracias, JuanPi.

La prueba de la astrología

No se podía pedir un mejor diseño experimental para comprobar la tesis central de la astrología, que dice que la influencia de los astros sobre nosotros en el momento de nuestro nacimiento determina nuestras futuras capacidades, intereses y hechos. Más de 2.000 bebés británicos nacidos a principios de marzo de 1958 en hospitales de Londres, muchos de ellos con diferencias de minutos tan sólo en sus edades, han sido seguidos por médicos durante años. El objetivo del seguimiento era comprobar de qué manera afectan a largo plazo a la salud cuestiones relacionadas con las costumbres, como la dieta, pero incidentalmente la inmensa masa de datos acumulada sobre este grupo a lo largo de los años ha servido para demostrar que la astrología no funciona. A pesar de lo que pudieran opinar en el pasado ilustres practicantes como Kepler o Newton.

Según el estudio ha sido imposible encontrar ningún tipo de sesgo, preferencia o desvío en alguna dirección preferente entre los 2.000 ‘gemelos del tiempo’, como les denomina el artículo. Si la tesis central de la astrología fuese cierta la influencia de las esferas tendría que ser común a todos ellos, o muy similar, ya que nacieron casi a la vez y casi en el mismo lugar. Tendrían que tener alguna característica o querencia parecida. Pero las completas estadísticas sobre su estado de salud y psicológico que se han acumulado durante todos estos años no muestran ninguna; si hubiese alguna desviación estaría por debajo del umbral de detección estadística. Lo cual no es extraño, porque uno de los signos de la pseudociencia es precisamente ése: postular efectos que están cerca de, o dentro, del umbral de error de medición. En este caso, el experimento es concluyente: la influencia de los astros en el momento de nuestro nacimiento sobre nuestra vida posterior es inexistente. No esperen, sin embargo, que este resultado provoque la quiebra de demasiados astrólogos, o la desaparición de los horóscopos de los periódicos (incluyendo, ay, 20 minutos). ¿Desde cuándo los aficionados a lo oculto han dejado que la realidad les estropee una buena creencia?

Grabado Flammarion coloreado; imagen obtenida de Wikipedia Commons, cedida por Hugo Heikenwaelder.

Cuando la Internet reviente

Las compañías telefónicas están preocupadas por el futuro de Internet. Temen que el desmesurado crecimiento de aplicaciones hambrientas de capacidad como YouTube provoque en pocos años una avalancha salvaje que arrase con una Red incapaz de sobrevivir a la inundación. Un ejecutivo de AT&T incluso ha puesto fecha: sin un fuerte esfuerzo inversor, Internet reventará por las costuras en 2010. Es una predicción curiosa, sobre todo cuando viene de parte de una empresa y de una industria que jamás han mostrado gran interés por la Red, que son los responsables de esa falta de inversiones en infraestructura que denuncian, que están solicitando subvenciones y, lo más interesante, que quieren convencer al gobierno EE UU de que les permita cobrar dos veces por proporcionar el mismo servicio. Todo para resolver un problema que no está claro que exista, puesto que la tasa de crecimiento del uso de capacidad en la Red está disminuyendo: el reventón de Internet se aleja en el tiempo. Pero no hay como exagerar el riesgo cuando se trata de pedir.

Terminator, el retorno

Como el personaje de Schwarzenegger, regresa la posibilidad de que se autorice una biotecnología propagandísticamente conocida como ‘terminator’ rechazada hace unos años tras una feroz campaña en contra. La idea consiste en añadir a semillas genéticamente modificadas un nuevo rasgo: la esterilidad. Y aunque hoy vivimos en un mundo muy diferente, en el que preocupa sobremanera el despegue brutal de los precios de los alimentos y claramente hace falta nueva tecnología de producción capaz de multiplicar el rendimiento agrícola, ‘terminator’ vuelve a encontrarse con una contundente campaña publicitaria en contra. Contundente, y en buena parte falaz: para ‘cargarse’ definitivamente una tecnología políticamente dañina para su causa, algunos sectores están enfrentando el humanitarismo (la lucha contra el hambre) contra el ecologismo. En este caso, a favor de una forma radical de ecologismo que poco tiene en cuenta a los más desfavorecidos. Para salvar a la tierra, parecen dispuestos a dejar morir de hambre a millones.

Los argumentos contra ‘terminator’ son falsos y contradictorios. Por un lado se acusa a la tecnología de estar diseñada para explotar al campesinado obligándoles a comprar semillas cada año, lo cual es falso. Por otro lado se dice que como cualquier modificación genética ‘terminator’ corre el riesgo de provocar una contaminación genética de las poblaciones naturales, lo cual es absurdo: el objetivo de la tecnología es precisamente impedir la contaminación genética; pese a lo que algunos digan, es totalmente imposible que una esterilidad genética se propague, precisamente porque las plantas son estériles. ‘Terminator’ evita el riesgo de contaminación genética del ecosistema, y tal vez por eso es tan atacada. La acusación de que obliga a los campesinos a comprar semillas [pdf] es, por supuesto, cierta, pero las implicaciones son también falaces: los campesinos (del Primer y del Tercer mundo) llevan décadas utilizando en gran número semillas híbridas, que son estériles. Nadie les obliga a ello; disponen todavía de sus ‘stocks’ de semillas locales autóctonas. Utilizan los híbridos, los responsables de la llamada ‘Revolución Verde‘ que tanto ha hecho por reducir el hambre en el mundo, porque tienen mayor rendimiento: porque producen más. Son más caros, más delicados y más difíciles de cultivar, y no permiten utilizar las semillas de un año para otro, pero esas desventajas se compensan por su mucha mayor productividad, algo muy importante cuando se vive en el umbral del hambre. ‘Terminator’ no es diferente en eso de las semillas híbridas que ya utilizan hoy muchos campesinos, y sin embargo proporciona un grado de seguridad biológica mucho mayor, al impedir que cualquier modificación genética que tengan las plantas de cultivo para aumentar la producción se extienda por las poblaciones naturales. No perjudica a los agricultores y protege al medio ambiente: una aberración.

Políticamente, ésta es la clave: ‘terminator’ elimina una objeción válida contra las cosechas genéticamente alteradas y, por tanto, facilita su introducción. El mundo necesita imperiosamente aumentar la producción de alimentos, o reducir la población; si no hacemos nada tan sólo crecerá el hambre. Las técnicas de ingeniería genética proporcionan cosechas que producen más, al limitar el uso de insecticidas (maíz Bt) o mejorar la capacidad de las plantas para sobrevivir en climas áridos o en terrenos salobres. También pueden mejorar la alimentación de millones al incorporar vitaminas no presentes en los cereales naturales. Las nuevas semillas no son conceptualmente diferentes a las modificaciones de los cereales híbridos que utilizamos desde los años 40, pero los genes extra se incorporan por otro procedimiento. Y la posibilidad de que esos genes contaminen las poblaciones naturales y reduzcan la diversidad es real. Por eso ‘terminator’ es útil, como un seguro para el ecosistema. Y por eso desde los ámbitos más preocupados por salvar al planeta que a sus habitantes les encanta demonizar esta tecnología, con argumentos que a veces suenan más a prejuicio, síndrome de frankenstein y ludismo que a discusión honesta de política. Esta vez, como en la segunda película del mismo nombre, ‘terminator’ viene para salvarnos.

PD: Aclaro que no estoy ni he estado jamás a sueldo de ninguna multinacional biotecnológica; mejor argumentamos y nos ahorramos los epítetos: son aburridos.

Infecciosa locura

Tenemos una relación complicada con los habitantes más importantes del planeta, los microorganismos. A lo largo de miles de millones de años hemos luchado contra ellos, hemos integrado a algunos en la esencia misma de nuestras células y hemos servido de hogar a incontables variedades de ellos, dentro y fuera de nuestros cuerpos, hasta tal punto que privados de nuestra flora bacteriana seríamos incapaces de digerir los alimentos y moriríamos. Sirviendo así de fertilizante a otras bacterias. Desde el principio de los tiempos nos han aniquilado por millones, en plagas terribles y en incidentes cotidianos: un simple corte o arañazo puede acabar con nosotros si es colonizado por la bacteria indebida. Son resistentes, implacables, e incluso físicamente fuertes. Hace muy poco aprendimos a utilizar antibióticos para mantenerlas a raya, y otras enfermedades pasaron a preocuparnos más, aunque las infecciones siguen matando a millones de nosotros cada año. Lo que estamos descubriendo es que quizá maten a muchos más de los que creemos, porque determinadas enfermedades que pensábamos provocadas por la dieta, el desgaste o defectos del desarrollo tal vez sean infecciosas. Por ejemplo, la locura.

Algunas evidencias apuntan a que determinadas enfermedades mentales, como la esquizofrenia, podrían ser producto de infecciones, quizá prenatales, tal vez al provocar una exagerada respuesta inmunitaria. Al mismo tiempo, un mapa del metabolismo mundial sugiere importantes diferencias en el funcionamiento bioquímico de distintas poblaciones humanas; diferencias que están relacionadas con la incidencia de enfermedades cardiovasculares y que podrían deberse a la dieta o a variaciones por áreas geográficas de nuestras bacterias intestinales. Si se confirma que la ateroesclerosis es producto de una infección, como piensan algunos científicos, podríamos concluir que las bacterias y virus son imprescindibles para nosotros, pero al mismo tiempo nos enloquecen, nos rompen el corazón y, si nos descuidamos, nos matan. ¿Quiénes son los parásitos en esta relación, cabe preguntar?

Hamburguesas sin vaca

A veces una innovación tecnológica es capaz de reubicar todo un debate sociológico e incluso moral. A esta categoría pertenecen los objetivos del Vitro Meat Consortium, que se reunió la semana pasada en Noruega y aprovechó para hacer un anuncio: en cinco años tendremos en el mercado carne procedente de cultivo de tejidos, es decir, carne que jamás habrá conocido vaca, cordero o pollo alguno. Según el consorcio ‘de la carne in vitro’, los proteínicos productos se cultivarán en tinas llenas de los adecuados fluidos nutrientes, donde serán capaces de crecer, y no hará falta el sacrificio de animal alguno para ponerlos en marcha (basta una minúscula muestra de tejido). La carne pasará a ser similar en su cultivo a la cerveza o los champiñones; una cuestión puramente industrial sin sufrimiento de animal alguno. En principio caben pocas objeciones desde el punto de vista ético o ecológico, ya que es probable que los cultivos sean más eficientes que las vacas completas a la hora de aprovechar recursos escasos. Habrá damnificados, sobre todo la industria cárnica tradicional, que con toda probabilidad tratarán de mantener su negocio espantando a los consumidores (¿prefiere una frankenburguer o un jugoso filete de ternera?). Pero si el negocio prospera y es económica y ecológicamente viable, puede ser una solución al enorme problema que supone la entrada de millones de indios y chinos en la clase media, lo que está conllevando que coman más carne, e indirectamente que suban los precios del cereal en todo el mundo. Si una tecnología resuelve varios problemas de un solo golpe, parece que debe ser considerada positiva para la humanidad. Ahora bien, ¿qué ocurrirá con el vegetarianismo cuando para comer carne ya no haga falta matar animales? ¿Se reconvertirá en ‘antiproteinanimalismo‘?

¿A quién pertenece Harry Potter?

La clave del pleito en el que la escritora británica J.K. Rowling pretende detener la publicación de una enciclopedia recopilatoria sobre el universo de Harry Potter no son los complejos argumentos legales. Tampoco la cuestión de la autoría o el mérito de crear el complejo mundo de ficciones que es la serie; nadie pone en duda ni que Rowling sea la creadora ni que se merezca la (abultada) recompensa que ha obtenido por ello. No: la verdadera pregunta es ¿a quién pertenecen las creaciones artísticas que impactan a millones de personas? Rowling, como la SGAE y otros defensores de la ‘propiedad’ intelectual dura, piensan que una obra pertenece en exclusiva y eternamente de su autor. Pero cabe preguntarse si también tienen alguna participación en el fenómeno Harry Potter las millones de personas que sueñan con el, lo adoran y sufren con sus aventuras y las de sus amigos y sus enemigos. ¿Es que los fans que hacen grande una creación no tienen derecho ninguno sobre ella? ¿Es que el autor no es propietario tan sólo de su creación, sino también del pedazo de la mente (y el corazón) de sus fans que ocupa esa creación? Y, por último, ¿es que la sociedad que ha producido los mitos culturales en los que se basa Harry Potter carece de derecho alguno sobre esa obra?

El mundo ha cambiado. La creación ha dejado de ser (en realidad jamás fue) un empeño unidireccional. Las obras que recordamos, las que atraviesan la historia y sobreviven al tiempo, lo hacen porque dejan su marca en millones de personas. Hasta ahora esa apreciación, esa pasión, eran individuales porque los usuarios (lectores, oyentes, cinéfilos) estaban solos. Pero vivimos en la Era de Internet; hoy los usuarios pueden hablar, y escuchar. Y lo hacen; no sólo comentando, revisitando y aprendiendo, sino también rellenando huecos, extendiendo, imaginando; creando en suma. Lo que hacen los fans de Harry Potter sobrepasa la estima y el disfrute; es participación que se acerca, en millones de casos, a la pasión. Fans que reunen información y exploran detalles oscuros; fans que traducen cooperativamente para abrir la puerta a otros fans; fans que viven en el mundo mágico creado por Rowling. Nadie quiere quitarle a esta escritora excepcional lo que es suyo: es ella la que quiere arrebatarles a sus fans algo que les pertenece a ellos: una participación en la creación de su universo, que todos (autora y lectores) comparten.

Lo quiera o no J.K. Rowling, Harry Potter no es de su exclusiva propiedad. Porque los mitos no pertenecen en exclusiva a nadie, ni siquiera a su creador. Los abogados de la ‘propiedad’ intelectual dura, quienes han convencido a los autores de que son los propietarios exclusivos y eternos de sus creaciones les han hecho un flaco favor al venderles que su interés pasa por expulsar a sus mejores seguidores; por controlar con absolutismo hasta el último detalle. Es como si una madre quisiera controlar para siempre jamás la vida de un hijo; un empeño comprensible pero fútil e incluso maligno que limitaría para siempre la capacidad de madurez del pobre vástago afectado. Por supuesto que Harry Potter está íntima y personalmente ligado a la vida de J.K. Rowling; pero si eso confiere derechos sobre la obra, el niño mago también está dentro de la vida y las emociones de muchos millones de lectores de sus novelas, que deberían tener algo que decir. Lo justo sería dejar que el mito crezca y madure por sí mismo, sin que la ley le de poderes a su controladora madre para impedirlo.

Cuando la memoria es infinita

IBM prepara un nuevo tipo de memoria de ordenador llamada ‘racetrack’, que promete mucha mayor capacidad por unidad de volumen y mucho menor consumo de electricidad que las actuales memorias ‘flash’ de estado sólido. Eso significa que pronto tendremos reproductores MP3 con 100 veces la memoria de un iPod; cada vez está más cerca el viejo sueño de un aparato portátil que contenga toda la creación artística de la humanidad. Esta tecnología, o su descendiente, pondrá toda la música, toda la literatura, todas las películas en un único paquete a nuestra disposición. Y entonces, ¿qué ocurrirá? Cuando el almacenamiento de información es infinito, cabe todo, y la creación deja de ser escasa. Lo escaso pasa a ser el tiempo del oyente/televidente/usuario. Cuando la información sobra, lo que es escaso (y valioso) es la atención. Ese futuro aparato contendrá todas las canciones del mundo, que de nada servirán hasta que alguien las escuche. Si uno es autor soñará con conseguir que su creación tenga audiencia. Y los modelos de negocio basados en la escasez, en la venta de trozos de información (canciones, libros, películas) estarán muertos, porque ¿quién va a pagar por añadir una gota más al océano?