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Alcanzar el cielo (empatar a China)

Cualquier día a partir del próximo miércoles, fecha prevista para la vuelta a la Tierra de la lanzadera espacial Atlantis, un crucero AEGIS estadounidense clase Ticonderoga disparará un misil Standard Missile-3 (SM-3) modificado desde alguna parte del mundo (quizá el atlántico). El misil ascenderá hasta unos 250 kilómetros de altura soltando varias etapas vacías por el camino, y dejando allí una cabeza de combate relativamente pequeña equipada con telescopios de infrarrojos y varias toberas, que buscará contra el frío del espacio una marca cálida. Una vez localizado, la cabeza maniobrará para colocarse en curso de colisión [pdf] con un satélite espía, también estadounidense, conocido como USA-193, contra el que chocará a una velocidad de miles de kilómetros por hora, destruyéndolo por completo. A esas velocidades no hacen falta explosivos. Aún no está claro dónde sucederá, y mucho menos por qué, aunque la explicación más plausible es simple: para demostrar quién manda aquí. En especial, a los chinos.

USA-193 es posible que tenga un aspecto similar a la reconstrucción de GlobalSecurity (arriba), aunque no es seguro, porque se trata de uno de lo secretos mejor guardados de los EE UU. Se trata de un satélite espía equipado con radar, vital para observar desde el más elevado de los puntos de vista los movimientos de tropas, aviones y buques de guerra de los enemigos de los EE UU en todo el mundo. Lanzado hace dos años, NROL-21 (nombre oficioso de USA-193) falló tras su lanzamiento y ha sido un perfectamente inútil amasijo de alta tecnología en órbita desde entonces. De hecho se está viniendo abajo por sí solo, y su reentrada en la atmósfera (e incineración) son inminentes. De ahí la sorpresa de propios y extraños ante la anunciada intención de echarlo abajo (poco) antes de tiempo. ¿A qué ese empeño en matar a quien se muere a chorros?

Se han barajado muchas razones. Que si el satélite lleva combustible de maniobra, llamado hidracina, y piezas de berilio que podrían contaminar la zona donde caigan los restos (pero arderán en la reentrada); que si es una ocasión de perlas para probar gratis el cacareado sistema antimisiles balísticos que tan caro ha salido (y tan dudosa efectividad [pdf] ha mostrado en pruebas más formales); que si el satélite podría estar equipado con una fuente de energía radiactiva (insinúan los rusos); que si mejor evitar que ningún pedazo de esta chatarra de altísima tecnología caiga en manos ajenas (aunque poco quedará tras la reentrada). También hay serias razones en contra. El porqué más lógico parece ser el deseo de emular a la futura archirrival militar de los EE UU, China, que hace pocos meses hizo lo propio derribando uno de sus propios satélites meteorológicos obsoletos, sólo para demostrar que podía. El enérgico desmentido del gobierno estadounidense así parece confirmarlo. Y es que al final demasiadas veces los países se enzarzan en competencias a ver quién la tiene más grande. El arma antisatélites, claro está.

Nuevos datos indican que el lanzamiento del misil se hará desde el Pacífico, cerca de Hawaii, y la interceptación se producirá en mitad del océano; la nube de restos pasará por encima del norte de Canadá. Añadido un enlace sobre las pruebas del sistema antimisiles balísticos el 20/2/2008. Añadida una simulación realista del derribo y sus consecuencias el 21/2/2008.

China contra los satélites

La noticia de que China ha adquirido la capacidad de derribar satélites en órbita baja era mala. Pero los detalles que están saliendo a la luz son peores aún. La destrucción del obsoleto satélite meteorológico FY-1C lo ha llevado a cabo China mediante un interceptor directo, un cohete que se ha dirigido al blanco desde la superficie terrestre. Esto tiene varias preocupantes implicaciones, pero sobre todo dos: es un método bastante imparable, ya que no hay tiempo material para contramedidas. E implica que la tecnología china es muy superior a lo estimado, ya que encontrar un blanco en órbita a esas distancias y velocidades es realmente complicado. Hasta tal punto que los sistemas antisatélite que desarrollaron durante la Guerra Fría soviéticos y estadounidenses evitaron este procedimiento en favor de otros (satélites asesinos e interceptores lanzados desde el aire, respectivamente) más sencillos. Esa sorprendente precisión puede aplicarse también a otros campos, como la puntería de misiles balísticos o antiaéreos, con lo que los militares estadounidenses deberán reevaluar las capacidades de China. La prueba pondrá muy nervioso al Pentágono por bastante tiempo, y marca una nueva etapa en la presencia internacional de China. Hay un chico nuevo en el barrio. Habrá tensión.

La guerra en las galaxias

Los satélites, de reconocimiento, localización o comunicaciones, son vitales para el esfuerzo bélico presente y futuro de la única superpotencia actual: los EE UU. Esta dependencia puede ser considerada como un talón de aquiles, una debilidad de la maquinaria bélica estadounidense. Un antiguo y difunto rival, la URSS, explotó esta debilidad desplegando en tiempos una serie de armas antisatélite (que también tuvo EE UU, incluso nucleares). Una superpotencia emergente, China, parece estar en ello. Según las informaciones que circulan en los estamentos defensivos de Washington, China habría probado con éxito un sistema antisatélite, haciendo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos en órbita baja (tal vez el FY1 de la imagen).

Aparte de generar una enorme cantidad de basura espacial, el ensayo va a provocar sin duda estremecimientos en el Pentágono, preocupado desde hace años por las emergentes capacidades militares chinas. En efecto, China está aprovechando la bonanza económica de que disfruta para rearmarse con vigor, lo que tiene más que nerviosos a los habitantes de Taiwan y a los militares estadounidenses, que garantizan en última instancia su defensa. Si se unen armas antisatélite a los nuevos sistemas navales (de desembarco y de altura), los misiles y la mejora cualitativa de su fuerza aérea, China podría convertirse con el tiempo en un rival: algo que la actual doctrina de los EE UU impone taxativamente evitar.

Claro que por otra parte ambas economías están muy entrelazadas. EE UU y China han sido ya enemigos (en Corea), y el ‘Peligro Amarillo’ es un clásico del nacionalismo estadounidense más patriotero . Por último, el Pentágono juega con la amenaza militar china desde el colapso de la Unión Soviética. O sea, que quizá no sea para tanto. Pero un sistema antisatélite pondría muy nerviosos a los EE UU. Y con razón. Podemos ver el inminente inicio de una verdadera guerra espacial. Y eso no es una buena cosa.

Corregido, eliminando dudas tras la publicación de la noticia en Aviation Week & Space Technology, el 18/1/2007.