Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Una Internet a su medida

La SGAE, y en general el lobby de la ‘propiedad intelectual’ dura son como los Borg de Star Trek: No sólo no se dan por satisfechos con nada (¿sólo 120 millones de euros anuales? una miseria, dicen), sino que quieren convertirnos a los demás en algo similar a ellos. Como a los ciborgs más mecanicos de la galaxia, no les basta con que nos rindamos: quieren la asimilación. Porque la única manera de proporcionarles lo que piden sería tirar Internet y hacerla de nuevo, esta vez a su medida. Lo cual incluiría que todos los intenautas nos convirtiésemos en lo que ellos son. Sólo de esta forma obtendrían lo que desean: el control total sobre los contenidos de la Red, y la capacidad de decidir quién es autor y quién no. Si tan interesados estaban en las redes de ordenadores, que las hubiesen construido ellos en lugar de poner todos los palos en las ruedas que han podido. Pero además sus absurdas pretensiones se basan en un modelo retrógado, carente de lógica y falaz. Su propio modelo: el autor mercenario.

Teddy Bautista, horror, tiene razón cuando afirma que Internet es grande gracias a sus contenidos. Pero no dice la verdad cuando afirma que esos contenidos hay que pagarlos. Y su frase insinúa algo ridículo; que Internet es grande gracias a ‘sus’ contenidos, los de él y gente como él con el carné de ‘verdadero autor’ expedido por su institución. Internet es grande por sus contenidos, pero la inmensa mayoría de ellos no han sido creados por autores con carné ni con el objetivo de ganar dinero con ellos, sino que se han hecho por amor. Amor a la polémica, a escuchar la propia voz, a demostrar la superioridad, a la fama, a la justicia, a los animales, a la ciencia ficción o a la verdad. Los centenares de millones de blogs que se publican en el mundo no se hacen por dinero. Wikipedia no se hace por dinero. Los millones de vídeos de YouTube no se hacen por dinero. Amor a muchas cosas diferentes, una para cada autor, pero amor en fin. Los contenidos creados por autores ‘profesionales’, el tipo de autor que Teddy Bautista tiene en la cabeza, tan sólo son una parte mínima de lo que hace grande a Internet. Y los verdaderos responsables de su grandeza no quieren dinero por ella, sino otras cosas. Sobre todo, amor.

Es normal que Teddy Bautista y quienes son como él no entiendan ese curioso concepto de crear textos, imágenes, músicas o vídeos por amor, ya que al parecer ellos sólo conciben hacerlo por dinero. Y está bien que quieran seguir haciéndolo, mientras puedan. Lo que es inaceptable es que no sólo nos metan mano en la cartera, sino que además intenten convertirnos a todos en lo que ellos son. Y mucho más inaceptable aún es que nos exijan a todos los demás, a quienes de verdad hacemos grande la Red, que les construyamos para ello una Internet a su medida. Su tiempo ya ha pasado, tanto el de las fonográficas como el de las asociaciones gremiales de autores profesionales y editores predatorios. Son un puñado y su negocio se extingue, en buena parte porque no han sabido conservar la única moneda que de verdad vale en la Red, y que ellos tuvieron en abundancia y desperdiciaron: el amor del público. No vamos a rehacer Internet a medida del sector que menos ha hecho por la Red, que más ha maltratado y calumniado a los internautas, y que más méritos ha hecho para ganarse el olvido. Ojalá que les vaya bonito, pero parafraseando a Rumsfeld, tendrán que hacer la guerra con la Internet que tienen, y no con la que quisieran tener. Es lo que hay: no seremos asimilados.

¿Quién teme al lobo feroz?

La tremebunda campaña de propaganda y legislación de las industrias fonográfica y cinematográfica contra sus clientes siempre ha sido un tanto surrealista. Esas apocalípticas acusaciones de relación entre la ‘piratería’ y el terrorismo, la drogadicción y la trata de blancas y menores; esos torturantes anuncios de las penas del infierno y la penitenciaría que anteceden sin remisión a las películas que ya les hemos comprado (las ‘pirateadas’, me dicen, eliminan esos avisos); esas lacrimógenas invocaciones a los cantantes y músicos que se mueren de hambre por las esquinas y a la inminencia de la desaparición del arte, la literatura y cualquier otra forma de cultura que distinga a la Humanidad de los animales inferiores… hay que reconocer que los argumentos que emplean para defender su negocio puede que no sean muy convincentes, pero entretenidos sí que lo son. Aunque lo ocurrido en los últimos días supera cualquier antecedente, desde la defenestración de Napster a las demandas masivas por intercambiar ficheros.

En efecto; en esta semana han perdido, como es su costumbre, un juicio clave que deja agonizante su peculiar interpretación de las leyes que afirma que el P2P es delito. Además, alguacil alguacilado, han pillado a la feroz exaltadora de las más draconianas leyes Sony BMG defendiendo su ‘propiedad intelectual’ mediante la violación y el ‘pirateo’ de obras ajenas. Su nuevo plan para conseguir un canon a través de las líneas de acceso a Internet ha sido recibido con general rechifla y oposición. Y por si fuera poco, la industria ha conseguido lo que ni siguiera las temibles amenazas de unos cuantos miles de activistas islamistas enfurecidos habían sido capaces de obtener: que el diputado holandés de ultraderecha Geert Wilders elimine imágenes de su polémica película antiislamista ‘Fitna’. Porque una cosa es provocar a fanáticos con intenciones asesinas y muchas ganas de entrar en su paraíso llevándose a quien sea por delante, y muy otra es irritar a alguien realmente peligroso. La libertad de expresión tiene sus límites, y estos no están en la barrera del buen gusto, ni siquiera en el respeto a miles de millones de musulmanes o la provocación de unos cuantos fanáticos: están en el derecho de copia. Puede que resulten algo patéticos, pero al menos tienen muy claritas sus prioridades, oh sí.

Desliz freudiano

Cuando uno realiza una acción o dice una palabra que sin querer revela lo que se piensa de modo inconsciente, se habla de ‘Desliz freudiano o parapraxis. Justo esto es lo que le ha pasado a la industria fonográfica estadounidense, que con una simple propuesta ha traicionado lo que en el fondo le gustaría que ocurriese en el futuro. Que es simple: quieren que todos les paguemos un impuesto, a través de los proveedores de acceso a Internet. Según este esquema, su telefónica le cobraría a usted unos euros al mes que luego le entregaría a las fonográficas, y a cambio tendría derecho a toda la música que quisiera escuchar. O que no quisiera, porque todo el mundo pagaría la tasa en cuestión. Si a alguien le suena esta idea, es por algo: es una traslación estadounidense del canon digital español, pero a favor de las empresas fonográficas y no de los artistas. Así que habría que ir apilando nuevos impuestos para satisfacer a todos los escalones de implicados en una industria agonizante. Si la idea se concreta, luego habría que ir preparando un canon para compensar a los fabricantes de agua embotellada por el agua corriente en las casas. Y después para los bares de oxígeno, y que todo ese aire gratis no les arruine el negocio. La industria fonográfica lo que quiere es un impuesto privado, como todos. Bueno, como todo el que tiene mucho morro.

Palabras y obras

Mariano Rajoy dice que quiere cargarse el canon digital. Sus palabras son contundentes, pero no sintonizan con sus obras. Y no sólo porque omite aclarar de qué forma piensa hacerlo, sino por las compañías de las que se rodea. El portavoz de la SGAE Pedro Farré, padre de ocurrencias como el carné de conducir internauta y reiterado lanzador de ideas torticeras sobre el ‘copyleft’, ha presidido la mesa de Propiedad Intelectual y Contenidos en la Sociedad de la Información del cacareado Diálogo Digital Popular. El diálogo ha sido organizado por Javier Cremades, abogado especializado en la defensa del derecho de autor y presidente del FIPI (Foro Iberoamericano de la Propiedad Intelectual) y que también profesa opiniones curiosas sobre el ‘Software Libre’. La presencia de estos adalides profesionales de la Propiedad Intelectual draconiana no augura nada nuevo, y muy poco bueno, sobre las desconocidas ofertas del PP para proteger a los autores eliminando a la vez el canon. Quizá las palabras de Rajoy sobre el ‘desarrollo tecnológico’ resolviendo el problema tengan que ver con candados digitales y marcas de agua, mecanismos queridos por la SGAE y las fonográficas. De ser así, podemos acabar echando de menos el canon, por atender a las palabras, y no a las obras.

El eslabón más débil

La cadena de valor de la industria cultural, que va de los autores a los consumidores pasando por los editores, se está rompiendo. Y a pesar de los grandes conflictos de los últimos años no lo está haciendo por donde todos pensábamos, entre los intermediarios culturales y sus clientes (nosotros). No: como demuestran la huelga de guionistas de televisión y cine y los reiterados enfrentamientos entre músicos y fonográficas, esa cadena tiene un eslabón que es todavía más débil que la ‘piratería’: la relación entre los autores y sus editores. En efecto, si hasta ahora creadores e intermediarios culturales han sido una piña, (la SGAE cambió su nombre de Sociedad General de Autores de España a Sociedad General de Autores y Editores), las nuevas tecnologías imponen la divergencia de sus intereses. Porque si los intermediarios de la cultura han podido oprimir hasta ahora tanto a sus clientes como a sus autores era porque ellos eran la única alternativa. Pero ahora sí que la hay: Internet. Y al igual que los consumidores optan por contraatacar usando el P2P, los autores se están rebelando.

Las regalías por las imágenes en Internet y DVDs han sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de directores y guionistas. Las productoras no querían pagarles un duro por la redistribución de las imágenes a través de Internet, alegando que no generaba ingresos; que la Red no es más que promoción. Simultáneamente, esas mismas productoras hacían valer la distribución digital como futura fuente de ingresos multimillonaria. Una vez más, las empresas estaban determinadas a sacar la mayor tajada posible, cobrando lo máximo por un lado y pagando lo mínimo por el otro. Pero esta vez se han encontrado con una sorpresa: esta vez los creadores tienen un arma. Porque Internet les permite cortocircuitar a la industria y entrar en contacto directo con los usuarios. Con nosotros. Pactando sin intermediarios autores y consumidores ganan.

La huelga de los guionistas, que tiene paralizadas las producciones de cine y televisión desde noviembre y corre el riesgo de acabar antes de tiempo con series como Battlestar Galactica o The Wire, continúa. Los directores, sin embargo, han llegado a un acuerdo justo cuando cumplía su contrato, evitando así la huelga. Y obteniendo el reconocimiento de derechos económicos sobre la futura explotación de su trabajo en la Red y otros medios de difusión, es decir, obligando a la industria del cine a reconocer que sí, Internet es (o será) una fuente de ingresos. Habrá más de este tipo de contratos, conforme los autores (músicos, escritores, periodistas, etc.) se den cuenta de que el eslabón más débil de la cadena de valor son hoy los intermediarios, sobre todo los más abusivos, porque existe una alternativa real. ¿Qué ocurrirá cuando los creadores se rebelen contra sus antiguos socios, que les han estado oprimiendo? ¿Qué le pasará a la SGAE cuando hasta sus propias siglas estén enfrentadas entre sí?

Objetos de la mente

Algunos autores querrían abolir cualquier diferencia entre la ‘propiedad’ intelectual y la propiedad a secas. La obra de un escritor o un pintor sería, para ellos, como una casa, un automóvil o un coche: algo sobre lo que el propietario tiene absoluto y perpetuo control, y que puede incluso dejarse en herencia. Algo, en suma, no diferente de una parcela. La cultura debería así tratarse como si fuese una rama de la economía inmobiliaria. Lo que ocurre es que hay notables diferencias entre una propiedad hecha de átomos y otra fabricada con bites. Los objetos físicos, desgraciadamente, no pueden copiarse a voluntad y a coste casi cero. Los objetos de la mente, en cambio, se reproducen con facilidad, lo que hace mucho más costoso protegerlos. Además las creaciones culturales surgen de la mente de sus creadores, que están repletas de obras anteriores: ninguna novela, cuadro o canción emerge de la nada plenamente formada. Todas ellas provienen de una tradición, que está compuesta por obras de artistas anteriores; si toda la cultura tuviese un propietario, producir nueva cultura sería imposible. Es por eso que los objetos de la mente no pueden regirse (y no lo hacen) por las mismas leyes que los objetos materiales. Porque sería el caos.

Antes muerta que de todos

Se decía de los soviets que siempre discutían bajo el principio de que lo suyo era suyo, y lo de los demás, negociable, pero los hay peores. El lobby estadounidense de la ‘propiedad intelectual’ draconiana comienza el año bajo otro principio: lo suyo es suyo, y lo de los demás, también. Según un estudio recién publicado los esfuerzos por ‘proteger’ su ‘propiedad’ por parte de estas empresas no sólo reivindican lo que les pertenece, sino que ya de paso arramblan con todo lo demás: lo que no es suyo, las creaciones de terceros, lo que es de otros. El asunto es especialmente sangriento en lugares como YouTube y MySpace, que rebosan de vídeos, textos y músicas creadas por sus propios participantes con la explícita intención de que otros participantes las disfruten, gratis. Algunas empresas interpretan la defensa de su modelo de negocio como una licencia para rapiñar las creaciones ajenas, lo cual puede suponer un efectivo tapón al crecimiento de una vigorosa creatividad en Internet. En suma: para defender su manera de ejercer, y beneficiarse de, la cultura, están dispuestos a estrangular su crecimiento y democratización. Y se llaman a sí mismos defensores de la industria cultural… Arranca bien el 2008.

Creative Commons: Cinco años ya

Si Lucifer, en su infinita maldad, hubiese construido deliberadamente una máquina diseñada para destrozar a cada paso las leyes de protección de la propiedad intelectual, no habría sido capaz de crear nada mejor que Internet. La Red intercambia información entre ordenadores haciendo copias; cada vez que pinchamos un enlace o enviamos un correo estamos haciendo centenares, miles de copias de la información transmitida. Sin copias no hay red de redes. Por su parte la actual legislación de propiedad intelectual se basa en declarar ilegal cualquier copia de una obra protegida (y todas las obras, de entrada, lo están). En efecto: la anglosajona legislación basada en el ‘copyright’ y la ‘humanista’ del continente, basada en el Derecho de Autor, tienen las mismas raíces: cualquier copia está prohibida en ausencia de un permiso explícito. La esencia misma de la Propiedad Intelectual consiste en ilegalizar la copia.

Esto coloca ambos conceptos en curso directo de colisión, porque los dos a la vez no pueden sobrevivir: o Internet o la Propiedad Intelectual entendida como prohibición de copiar deben desaparecer. Dado que los beneficios económicos y sociales de Internet son demasiados como para eliminarla a estas alturas, habrá que inventar una nueva manera de compensar la creación que no pase por prohibir de entrada toda copia.

Creative Commons es el primer intento en este sentido. Su filosofía consiste en hackear las leyes actuales de propiedad intelectual para usarlas de otra forma sin tener que modificarlas, un proceso largo y complejo (o sea, político). Las licencias Creative Commons sencillamente permiten a los autores conceder permiso de copia a cualquiera que cumpla ciertas condiciones. Y conceder este permiso de modo legal, irrevocable y estándar, para facilitar al máximo el uso de sus obras en los contextos que ellos mismos definan.

El uso de una licencia Creative Commons no significa que la obra se pueda piratear; las protecciones normales de la ley actual se levantan selectivamente, de tal modo que algunas permanecen activas a gusto del autor. Esto permite experimentar con nuevos tipos de contenidos y explorar modelos de negocio que no se basan sólo en la prohibición absoluta de copiar. Nuevos modos de creación, como la cultura ‘mashup’, dependen de que exista un modo efectivo de conceder permisos de copia [pdf] a gran escala.

Sucede que además este tipo de creación está particularmente bien adaptado a las realidades de Internet. En un entorno de sobreabundancia de información la remezcla, la localización y la cita pueden convertirse en productos culturales de enorme valor, siempre que las leyes permitan su desarrollo. Los artistas están explorando ya las múltiples posibilidades que se abren ante ellos.

Las leyes que nos han servido durante un par de siglos tendrán que cambiarse. La lógica misma de la actual Propiedad Intelectual está averiada, y deberá adaptarse a las nuevas realidades. Porque la propiedad intelectual es diferente a la propiedad material, y tratarlas por igual es un peligro, y una falacia. Pero mientras tanto el ‘copyleft’ y soluciones intermedias como Creative Commons nos servirán para avanzar. Por eso hay que felicitarse de que este proyecto cumpla un lustro ya. Y por eso hay que desearle una larga y fructífera vida, mientras desarrollamos un nuevo concepto de la protección a la autoría que haga obsoletas ideas como las Creative Commons. Porque el día que esto ocurra, todos habremos ganado.

Quitar el canon no es suficiente

Timeo danaos et dona ferentes (temo a los griegos aunque traigan regalos), decía en una obra de Virgilio el sacerdote troyano Laoconte para intentar que sus conciudadanos dejaran fuera de las murallas al gigantesco caballo que habría de ser su perdición. El latinajo viene a cuento ante la sorprendente noticia de que el Partido Popular, tras peculiar discusión intestina al respecto y llevado de la necesidad imperiosa de meter el dedo en el ojo al gobierno, puede decidirse a contribuir a acabar con el llamado canon digital. Lo cual debería ser una buena noticia sin paliativos, de no ser porque puede no ser suficiente. Es más; podría meternos a todos en un lío todavía peor que el actual.

Nadie duda de que el canon digital español, tal y como está planteado, es una aberración. Su aplicación penaliza la extensión de la sociedad de la información en un país ya atrasado en su adopción, y anima además un tipo de compensación sesgada, injusta y contraproducente a los autores de obras culturales, reforzando a los intermediarios en detrimento de los verdaderos creadores. Pero muchas de las cosas que se están diciendo sobre el canon son sencillamente erróneas. Y la simple eliminación del canon no basta, porque esta compensación es la encarnación de una estructura de la propiedad intelectual equivocada y corrupta. Eliminar el canon no es suficiente: hace falta rehacer toda la estructura, o la cura puede ser peor que la enfermedad.

Si el canon se elimina, los intermediarios culturales solicitarán sin duda que se elimine su causa. Que no es la piratería, sino el Derecho de Copia Privada: un error común pero letal que el letrado Rajoy y sus asesores no deberían cometer tan a la ligera. La legislación española reconoce al comprador de una grabación o libro el derecho de copiarla para su propio uso; es esta copia la que el canon compensa. Si el canon desaparece, el Derecho de Copia Privada podría desaparecer también. Esto eliminaría cualquier restricción al uso de ‘candados tecnológicos’ en las grabaciones, razón por la cual hace tiempo lo solicitaron algunos intermediarios culturales (apoyados entonces, por cierto, por el PP). Quitar el canon sin una amplia reformulación del sistema de protección a la Propiedad Intelectual es pura demagogia, que puede causar más mal que bien. Cuando los dioses quieren castigarnos, decía el personaje de Memorias de África, atienden nuestras plegarias. Teniendo en cuenta de las manos que viene este regalo, igual esta vez es mejor dejar el caballo fuera.

3 mil millones de euros al año

Tres mil millones de euros defrauda un navegante normal si se aplica de modo estricto la legislación de propiedad intelectual. El cálculo lo ha realizado el profesor de derecho John Tehranian [pdf], con la intención de subrayar el absurdo de esas leyes, y ha sido destacado por el blog BoingBoing. Tehranian calcula que sin utilizar redes de intercambio de ficheros entre iguales (P2P) una persona que utilice la web de modo normal violaría derechos de propiedad intelectual que le harían acreedor a 8,5 millones de euros de multas, cada día. Es cierto que la legislación estadounidense de propiedad intelectual es muy diferente a la europea, aunque últimamente se aproximan cada vez más. Pero está claro que una ley que convierte a millones de personas en potenciales criminales por valor de millones de euros al día está mal hecha y no puede sobrevivir sin provocar graves problemas a la sociedad que la padece. Es hora de buscar modelos alternativos, antes de que la ley que nos hemos dado acabe con nosotros.

Corregida la cifra en 3 ceros (de billones a mil millones) el 20/11/2007. Porque no basta con conocer la diferencia entre el billion anglosajón y el billón castellano; además hay que recordar que en EE UU el punto no indica millares, sino que equivale a una coma; la cifra citada en BoingBoing son 4.544 billions en inglés, que son 4,544 mil millones, no 4.544: ahí estaban agazapados los tres ceros. Craso y vergonzante error por el que pido disculpas. Gracias por el soplo, Alvy.