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Elefantes blancos voladores

¿Cuánto son 810 millones de euros? En dólares, casi 1.200 millones; en pesetas, casi 135.000 millones. En rentas personales, la fortuna calculada de J. K. Rowling despuésd e vender millones de ejemplares de sus novelas de Harry Potter; en actividad económica, las ventas anuales de toda la industria textil andaluza o las ayudas europeas que se esperan en el periodo 2007-2013 para Extremadura. En material militar, una fragata como las F100 españolas (con un 20% de propina rumbosa). Y en términos de chatarra, un único B-2 ‘Spirit’ desparramado en una base aérea de Guam, EE UU. Porque ése es el precio estimado (con el Pentágono nunca es seguro) del bombardero furtivo que se estrelló el otro día al despegar. Uno de los 21 B-2 que existían. Uno de los más espectaculares casos de elefante blanco volador de la historia.

Los B-2 fueron diseñados hacia los años 80 con una misión muy clara y peligrosa en mente: penetrar la densa pantalla radar de la Unión Soviética y sus formidables defensas antiaéreas a gran velocidad y bajísima altura, con el fin de lanzar armas nucleares. Diseñar un avión capaz de volar muy deprisa y muy bajo, y difícil de detectar por un radar, era muy complejo. Pero también era la única manera de mantener en activo los bombarderos nucleares, una de las tres patas de la llamada ‘tríada estratégica’ (bombarderos, misiles con base en tierra y submarinos de misiles) que aseguraba la capacidad de destrucción mutua, la doctrina que evitó el holocausto nuclear en la Guerra Fría. Tras un largo proceso de diseño y construcción, el primer vuelo público del B2 se produjo en 1989: justo el año que cayó el Telón de Acero y comenzó el colapso de la Unión Soviética, dejando sin misión al formidable aparato. Por eso sólo se construyeron 21, y por eso el precio por unidad se disparó hasta los 810 millones de euros por unidad. Que hoy yacen desparramados por una pìsta en Guam. Sus 20 compañeros seguirán actuando como carísimos ‘camiones de bombas’ para misiones en Afganistán o Irak, donde sus sofisticados sistemas antirradar son perfectamente inútiles. Es lo que tienen los elefantes blancos.

Violando las leyes

Y no las de los abogados, sino las de la física; al menos en apariencia. Este cazabombardero ruso Sukhoi Su-30 utiliza su configuración ‘canard’ (las pequeñas alas delante de las alas principales) y la tecnología de vectorización de empuje 2D (orientación del empuje de los reactores) para realizar piruetas que deberían estar prohibidas. No se supone que un reactor pueda volar marcha atrás… pero éste lo hace. Y muchas más maniobras desafiando la lógica que dejan en mantillas a su ya legendaria ‘Cobra de Pugachev‘ (vuelo horizontal sin cambiar de altura con el morro apuntando hacia arriba). Un avión o misil que lo persiguiera lo tendría mal. Quien lo mire, en cambio, tiene para disfrutar.

Gracias, Warren Ellis.

No sin mi código fuente

Se llama F-35, familiarmente Lightning (relámpago) II, y es un modernísimo cazabombardero monomotor de diseño estadounidense y ansias de exportación universales que ha contado en su desarrollo con empresas, dinero y conocimiento de Gran Bretaña. La marina británica está interesada en la versión F-35B del Lightning II, diseñada para aterrizar y despegar en vertical, con el fin de sustituir a los veteranos Harrier. Sin embargo es posible que al final el Reino Unido prefiera una versión navalizada del multinacional Eurofighter Typhoon para equipar sus futuros portaaviones, lo que supondría cancelar el pedido ya efectuado. ¿La razón fundamental? Estados Unidos se niega en redondo a facilitar el código fuente del avión, los programas que utilizan sus ordenadores de a bordo: no se fían de que esta vital información pueda acabar en malas manos. Gran Bretaña se niega a adquirir un avión sin saber cómo vuela. Y tiene toda la razón del mundo.

En el mundo de los contratos militares de armamento ocurre ya lo mismo que en el de los servicios secretos, y cada vez más el de la informática empresarial: nadie quiere comprar una caja negra, un programa que no se sabe qué hace ni cómo. Por eso el CNI español quiere conocer las tripas de Office, y por eso cada vez más empresas quieren ‘software’ libre, o abierto: para estar seguros de que no hay sorpresas escondidas ni funciones ocultas. Cierto es que en un avión como el F-35, que literalmente es incapaz de volar sin sus ordenadores de a bordo (como la mayoría de los cazas modernos), saber qué hacen o dejan de hacer esos programas es importantísimo. Pero el razonamiento es el mismo para un banco, o una aseguradora: ¿cómo estar seguro de que el programa no hace trampas sin conocer su código fuente? Todo lo cual apunta en una sola dirección: a la larga el imperio de Microsoft, basado en el código cerrado, está en peligro.

Nota: Nueva información ha salido a la luz el día 13/12/2006; los EE UU y el Reino Unido han llegado a un acuerdo para que continúe el desarrollo del F-35. El acuerdo incluye la garantía de acceso a los programas del avión por los británicos, con el fin de garantizar su independencia operativa y la posibilidad de realizar cambios y mejoras futuras al avión sin tener que contar con los estadounidenses.