Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Los bien expulsados

Los creacionistas estadounidenses se quejan de que sus opiniones ‘científicas’ no son respetadas por las universidades de aquel país. Lo cual viene a ser como quejarse de que el Vaticano no te cede sus púlpitos para extender la Teoría de la Evolución por Selección Natural, o exigir a grandes voces igualdad de trato en las cátedras de Matemáticas para la idea de que Pí es igual a tres. El hecho de que su versión descafeinada del creacionismo bíblico conocida como ‘Diseño Inteligente’ no sea una teoría científica en absoluto no les detiene, sino que traiciona su intencionalidad política: el verdadero objetivo es introducir ideas de origen religioso en las clases de ciencias. En cualquier caso, y para denunciar que el ‘aparato’ cientifista les discrimina, un grupo de defensores del ‘Diseño Inteligente’ han rodado una película titulada ‘Expelled!‘ (expulsado), en el que detallan la presunta discriminación contra sus ideas. Y para reforzar sus denuncias de que ‘la ciencia’ no les permite hablar, lo estrenan impidiendo la entrada al estreno a un conocido ‘blogger’ por el pecado… de oponerse a sus ideas.

Es decir, que en el estreno de un documental que trata contra la discriminación por razón de opinión, se discrimina por razón de opinión. La ironía es más que evidente; y no es divertida. Porque hablamos de un rasgo esencial de este movimiento, algo que está en su misma raíz: para obtener sus objetivos políticos, que consideran paradigma de bondad, vale cualquier cosa. Retorcer citas, negar la evidencia, argumentar torticeramente, acusar en falso, practicar lo contrario de lo que se predica. Todo vale, porque son creyentes en guerra por su religión, no científicos en búsqueda de la verdad. Lo cual demuestra que los productores de ‘Expelled!’ no tienen razón: su exclusión es más que merecida, y no se debe a la impopularidad de sus opiniones, sino a que lo suyo no es ni pretende ser ciencia. Su lugar está en las parroquias, dando catequesis, y no en las clases de biología. No se trata de censura, sino de mala clasificación: la religión no pertenece a los cursos de ciencias. Así de simple.

Corregidas algunas erratas el 26/3/2008; gracias, Heli.

A través de la Gran Muralla

En tiempos era fácil llevar una dictadura. Bastaba con definir unas frontera, guardarlas con celo y violencia, y asegurarte de que nada ni nadie pudiera cruzarlas sin control; personas, bienes o ideas. Lo que después hicieras dentro de esas fronteras quedaba en casa; podías amenazar, ejercer violencia, aplastar el pensamiento disidente o incluso asesinar a millares, o a millones con total impunidad. Total, ¿quién se iba a enterar? Los de dentro, seguro, pero ésos estaban a tu merced… Los gobiernos totalitarios valoran tanto su intimidad que hacen grandes inversiones para mantenerla. Por ejemplo el Telón de Acero que antaño dividía Europa costó un dineral, como en su momento la Gran Muralla China. Hoy el gobierno chino intenta cuadrar un círculo con Internet: permitir y fomentar su uso para desarrollar la economía, pero sin que se instaure el libertinaje electrónico. En Tíbet les está saliendo fatal: gracias a la Red y los teléfonos móviles los incidentes en esta región se están dando a conocer en todo el mundo, a pesar del carísimo sistema de censura conocido como la ‘Gran Muralla electrónica’. Y es que Internet interpreta la censura como daño; la información siempre encuentra el modo de cruzar cualquier Gran Muralla. Gracias a eso, todos somos más libres.

Murallas de la mente

La antigua y venerable Gran Muralla China y su actual y postmoderna descendiente en Internet parecen compartir muchas características. Han sido construidas con gran gasto y no poca polémica para proteger a los gobernantes del momento de cualquier amenaza que pudiera venir del exterior. Su concepción y construcción son monumentales y alcanzan los límites de la tecnología del momento. Y son murallas del pensamiento, porque en la práctica son incapaces de detener a los invasores.

La antigua Gran Muralla no pudo parar a los enemigos cuando estos estuvieron adecuadamente pertrechados y decididos a conquistar el Reino Medio. Los mongoles, contra los que se construyó en primer lugar, la cruzaron en numerosas ‘razzias’, y más tarde los Manchúes la atravesaron con ayuda de un general sobornado y conquistaron el imperio chino, instalando su dinastía. Paralelamente la llamada ‘gran muralla de Internet’, el elaborado sistema de censura y control del discurso construido por las autoridades chinas, parece en la práctica mucho menos eficaz de lo que esas autoridades pretenden hacer creer. De hecho los términos prohibidos lo cruzan con facilidad, si uno se lo propone.

Lo cual no quiere decir que la Gran Muralla de piedra y ladrillos, o la actual de ‘routers’, sean inefectivas por completo. Su poder estriba en convencer al mundo de que funcionan, porque si todos creemos que son operativas, en la práctica lo son. No sabemos cuántas invasiones de las provincias chinas fueron detenidas por el temor de los putativos asaltantes a ser incapaces de cruzar las míticas fortificaciones de la frontera. Y no podemos saber cuántos pensamientos, comentarios o ideas han quedado detenidos en mentes chinas ante el temor de que una mítica policía omnipresente fuera a bloquearlos, a localizar a sus autores, a detenerlos. Así de insidiosa es la censura, que de ser externa e impuesta se acaba por interiorizar y convertirse en un hábito de pensamiento. Y así de retorcida: quienes denuncian la censura del gobierno chino con estridencia en el fondo contribuyen, sin querer, a aumentar su poder, al exagerar su capacidad. Es por eso que hay que luchar con decisión contra cualquier manifestación de censura, por incipiente que sea o por benevolentes que parezcan sus intenciones. Porque las murallas de la mente, una vez erigidas, son imposibles de erradicar.

Imagen de Hao Wei, tomada de Wikipedia Commons.

Leyes peores que malas

Sólo hay algo peor que una ley totalitaria que codifica la tiranía; y es una ley estúpida que fuerza el absurdo. El culebrón del secuestro de la revista satírica española ‘El Jueves’ por supuestas injurias al sucesor de la Corona subraya un importante principio legal: no se debe legislar el buen gusto. Todos los intentos de hacerlo acaban en conflictos inútiles, ya que la definición de lo que es o no es ‘de mal gusto’ es individual. Imponer por ley el buen gusto es un primer paso en un camino que debe evitar una sociedad democrática. Con todo, no es esto lo peor de esta absurda serpiente de verano. Lo peor es que deja al desnudo la flagrante estulticia de la presente ley.

La figura jurídica del secuestro de una publicación se basa en un presupuesto básico: que el flujo de información se puede controlar, que las fuentes de datos se pueden cegar y las ideas consideradas perniciosas pueden ser detenidas antes de que se difundan por la sociedad. Es una idea que proviene de otras épocas, cuando los editores, distribuidores y vendedores de productos culturales eran pocos y eran profesionales, y por tanto estaban sujetos a las leyes de la economía y la política convencionales. Hoy frenar la difusión de información es peor que indeseable: es imposible. Cuando todos escribimos y todos publicamos detener el flujo de una idea controvertida es en la práctica inviable. Incluso cuando toda la sociedad está de acuerdo, como en los casos de pedofilia, las dificultades técnicas son casi insuperables; cuando una parte del público comulga con lo que se quiere censurar la tarea se convierte en utópica y la información que se quiere parar se extiende al infinito. Hay que buscar otras maneras de solucionar este tipo de conflictos, porque la censura no hace más que dejarle a uno en ridículo por intentarlo siquiera.

Las leyes van siempre por detrás de la sociedad, pero no conviene a nadie que se atrasen tanto como para resultar risibles. Ya va siendo hora de que la legislación comience a pensar en adaptarse a las nuevas realidades y haga desaparecer de los códigos los remedios ineficaces. O la Justicia acabará cayendo en la melancolía a la que conduce todo esfuerzo inútil. Se puede sobrevivir al error, pero sería muy malo para todos que el poder de la justicia sucumbiera ante el ridículo y la mofa y befa del respetable.