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Algunas palabras sobre Naturaleza muerta de Emilio Bueso (Ediciones B, 2024)

Emilio Bueso lleva mucho tiempo apagando hasta la última de las luces del pasillo. Lo dicen Javier Calvo y lo dice Mariana Enríquez. Ante eso, solo queda agarrar la linterna con las pilas más gastadas y descender las escaleras roídas que llevan al sótano. ¿Lo notas? Es el agua que se filtra desde la albufera. Naturaleza muerta es la nueva novela de Emilio Bueso publicada por Ediciones B.

Antes de empezar, unos cuantos datos históricos: De Vermis Mysteriis, un libro, un grimorio, del que solamente existen cinco ejemplares catalogados, está escrito por un nigromante Ludwig Prinn, que tras participar en la Novena Cruzada y ser capturado por los árabes, es iniciado en cultos perversos durante su encierro. Será en Bruselas donde el abominable texto es redactado, conteniendo un compendio de prácticas heréticas como la de permitir el paso a través de dimensiones de una criatura invisible que se alimenta de sangre humana.

«Recordar que en 1789. Un descendiente del predicador James Boon(que había guiado en 1710 a los miembros de una secta escindida del puritanismo a la fundación del enclave que llevará por nombre Jerusalem’s Lot), Philip Boone lleva a la aldea el libro De Vermis Mysteriis. En 1935. El grimorio De Vermis Mysteriis (Los misterios del gusano), vuelve a aparecer en manos de Robert Blake en Providence (estado de Rhode Island). En 1989, un antiguo pastor reconvertido en feriante, Charles Jacobs, parece poseer uno de los pocos ejemplares que quedan en circulación de De Vermis Mysteriis y su uso parece estar relacionado con misteriosas curaciones de las personas que acuden a su espectáculo de feria».

Comienzo de la década de los 20, del SXXI, Valencia (España). Estamos en la Albufera de Valencia. Llevamos varias novelas en los últimos meses que acercan a los misterios del Levante y al resultado del fenómeno ocurrido en Tunguska. Pero solo es casualidad. Como siempre. Arroz y aguas oscuras, sin fondo, alimentadas por el compostaje más nutritivo: carne, sangre y vino. O vida. Una mujer, superando su gusto por las sustancias con receta, escapando de enfermedades, dolores y pasado, se instala en una casa alejada de la urbe, en los recovecos que se niegan a ser mar. Solo el hermano, Alexa, la radio, son voces en su cabeza que la mantienen cuerda o la acercan algo más a la locura. La seguridad del teléfono móvil, el 4G, desaparece. Otra voz, la de MAO, gato y protector, mezcla maldad y auspicio. Recuerdas que hablé de Valencia como lugar de locura, como foco irradiador… sí, claro, solo hace unas líneas. Perdón. El agua encharcada es la mayor de mis fobias. Fermín y los cuadros que deja, esas estampas de cacería y desgarro. Siempre pasa, son siniestras pinturas negras, como si el plomo del agua de boca fuera el bebedizo favorito de los artistas. Saturnismo. Dice Alexa: “Que no te voy a pasar con la vigilante de seguridad, lunática de mierda, púdrete”. Pienso en el fondo, en lo profundo, en tierra hueca, desecha de barro, de carbonato cálcico, recuerdo los habitantes del subsuelo de la última novela de Iván Ledesma.

Pienso, claro, en mis años de ingeniería química, en el metano, el propano, el etano, todos los enlaces covalentes del carbono que traen la vida, pero también el fuego y las explosiones. Gusanos y manta de agua. ¿Recuerdas el último cuento del último libro de Mariana Enríquez? YO Sí. La manta de agua, el sexo con la anguila, los híbridos que salen de noche, caminando, palmeando, con su naturaleza anfibia. Seres de Providence en las cálidas aguas del Mediterráneo. Aquel tebeo de Alan Moore en el que todo se explicaba, quítate las lentillas, las bacterias del agua te pueden producir una infección terrible. Emilio Bueso es el penúltimo integrante del Círculo Lovecraft. Escríbeme una carta, dime cómo puedo entrar, ya sé que no podré salir. Es lo que todos deseamos ser.

El siluro, en las aguas atrapadas del Ebro, un poco más al norte, Amposta, donde íbamos los representantes de la papelera en busca de la materia prima: pasta de papel, reciclada y mezclada con el agua densa, tibia y marrón del delta. El Siluro, de dientes afilados y carne que no es carne. Porque no es pescado, es pez, que dicen los que saben de esto. Un estanque de caza (porque no es pesca, es caza), en el Ebro.

«Busco la frase, espero transcribirla bien “Chawdde-M´ell” y pienso en «Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn». Le doy vueltas al gas natural que hay bajo los pies y vuelvo a la ecuación fundamental: PV=nRT. La constante universal de los gases perfectos. Pero todo es imperfecto en las páginas del libro. Tierra hueca, ya lo he comentado antes, como en la serie de Monarch y como en el final de la AIDP de Mike Mignola».

La novela pierde algo de fuerza hacia el final, como si hubiera sido un cuento corto perfecto y los personajes se estiran, algo esquemáticos, cuando tenían espacio para poder ser desarrollados con más profundidad, pero esto es una Naturaleza Muerta, con angulosas locuras, pecando, quizá, de encajar todo con demasiada facilidad. Patas de gallina con un ojo de más, como una bruja rusa del folklore (Baba Yagá, claro), sopas de tubérculo picante, esas distancias medidas de manera no euclídea, geometría propia, sí, otra vez, del maestro H.P Lovecraft. Pero los sueños son un recurso, pero en el aislamiento uno encuentra paz y señales en ello: espantapájaros y marismas, el pánico frente al agua encharcada (ya he dicho lo que me produce). Despertar, qué imagen, cubierta de sanguijuelas. Pensar que hace unos cientos de año hubiera sido una manera de solucionar sus problemas mentales…

Y uno de los padres, el más importante, el mudo que no para de hablar: “Este pantano se te tragará, se te llevará contigo cuando llamemos al gusano”. Y recuerdo aquel proyecto con amigos, spoken word pánico y apocalíptico, Tunguska Experience. “La explosión podría haber sido…” Larvas, brujo, fragmentos apócrifos, rusos, muchos rusos, un apicultor que aparece y no ofrece su jalea. Una novela notable, nutricia para los amantes del terror español… para los que hemos leído a Bueso, nos deja con ganas de más. Porque el planteamiento, la idea, la localización es pura, magnífica… Pero, queremos saber más, queremos que las huevas crezcan, que la semilla que dejó la albufera eclosione en nuestro interior y nos devore con más fuerza.