Algunas palabras sobre Más Birras, del barrio a la leyenda de Jorge Martínez (Editorial Doce Robles)

El poeta y compositor Jorge Martínez es uno de los seguidores y estudiosos de la obra de Más Birras más importante de Aragón. Su pasión queda plasmada en cada una de las hojas de esta biografía editada por Doce Robles, un texto imprescindible, no solo por lo referido a la banda de Mauricio y compañía, también por la capacidad de establecer un contexto fundamental y nutritivo de la escena musical del cambio de década, tanto en Aragón como en el resto de España, además de las distintas realidades en aspectos como los tebeos, la contracultura o la relación del rock de las capitales con el medio rural.

Uno pasó varios años en la facultad de químicas de Zaragoza, haciendo lo que entonces se llamaba el Trabajo Fin de Carrera y, allí, en el bar, atento a todo, con su tupé y su sapiencia, estaba la piedra fundadora: el mítico Robbie. A la guitarra y la voz de los Golden Zippers. Mil veces le pregunté y mil me negó que fuera él. Y yo con mi fanzine y mis cafés con hielo. Cuando Santi Rex (que se encarga del epílogo) me regaló el sencillo de Golden Zippers pasados los años, pensé en acercarme a que me lo negara en la cara. Un sencillo, que sin ser Interferencias, ya era sello Interferencias y que, sin ser Más Birras, ya tenía mucho de la banda.

Es fundamental el análisis y la documentación aportada en la primera parte del libro, en todas las formaciones seminales que llevaron a la definición definitiva de Más Birras. El contexto de una Zaragoza que se movía entre los fanzines, la resaca de la I Muestra de pop y rock y otros rollos, la llegada de las noticias de una explosión cultural en la capital… todo es un crisol de periodistas, escritores y dibujantes sin los que no se entendería la repercusión posterior de la obra de los zaragozanos. Jorge indaga y da voz y voto a Javier Losilla, con esa oferta audiovisual única desde la sede de Televisión Española en Aragón en el Canal Imperial. También Gonzalo de la Figuera o incluso, claro, una aparición del grandísimo Mariano Gistaín. Esas voces, esa parte de investigación, son oro puro. Personajes como el ínclito Chema Fernández, siempre dando la cara, siempre dispuesto. El parchís de Jorge Gascón, toda la saga de los hermanos Auserón, desde Tere hasta Goyo, estos desde la calle Las Armas. Y Santiago (e imagino que Luis), haciendo zapadas con los Más Birras cuando los Radio Futura volvían a casa por Navidad.

Están los Proscritos y los Mestizos, que abrieron el camino, con arreglos diferentes, con geografías diferentes, pero pegados a las guitarras y los beatniks los primeros y a Los Coyotes y lo urbano los segundos (baile y más baile, por Peret, que diría el rey del bugalú, Juanjo). Además de compartir primeras referencias en forma de recopilaciones o VVAA como Sangre Española o Los Chicos de provincias somos así.

Está Ferrobós y está Gabriel Sopeña, con su hermano Mauricio, dándole el toque final a las composiciones. La pasión recogida por Jorge en la redacción del texto son muy precisas. En los noventa están los rockeros, están los del pop (ya asoma las primeras encarnaciones de Sergio Algora y compañía), está Viriato, el tecnopop de Luxury Beat, está la Trinidad (Novias, Niños del Brasil y Héroes) y está la periferia (guiño, guiño) desde Alagón (Los Furtivos), Huesca (Willy Giménez por rumba), Ejea (con Tako), Acolla, etc. Está el punk y el heavy, pero en el Motel Margot nos cuesta más entrar en esas habitaciones. Los anuncios de contratación de los grupos de la época incluían un teléfono de contacto y un caché. Pero el número al que llamabas, si te descuidabas, era el de la madre de Sopeña, de la de Bunbury o la de Santi Rex. Sin 976 delante, claro. La triste muerte de Charly Sebastián, la entrada de Mariano Ballesteros, Aragón tierra de saxofonistas (como cuando se encuentran con el mítico Justo Bagüeste unos años más tarde en Madrid).

Está claro que la primera piedra de toque, la grabación de Al este del Moncayo, no es solo cronológicamente fundamental, también define una manera de hacer las cosas que será el sello de la banda: el sello Interferencias, que funciona como aglutinador del talento (y, no sé si me repito, pero en Aragón, en Zaragoza, lo importante, lo divertido, la ruptura, no llega en los ochenta, es en los noventa). Me gusta mucho en el libro la fuerza que tiene la descripción de los lugares, de los garitos. Zaragoza siempre ha sido un lugar resistente al cambio, pero, como cualquier urbe grande, es mutante en su naturaleza: el Canal Imperial de Aragón, el Stadium Casablanca, el Tubo y sus billares, Torrero, el Parque Palomar, el Parque Tío Jorge, el Parque Grande, con El Rincón de Goya, el pabellón de San José… y, claro los garitos, el Paradís, el Escaparato, la mítica M-tro y los que todavía pudimos ver abiertos (algunos todavía lo están, como la Ley Seca), el Centra o la sala En Bruto.

Los fanzines, claro, el Jotabilly del Ebro, aquel “Country de Monegros” que usaba como definición en mis años de radio. Pero aquí no se engaña a nadie, unas fotocopias y unas grapas y un fondo ideológico somarda y humorístico que dura desde las primeras maquetas hasta la grabación de Otra Ronda. Eso demuestra varias cosas, por otro lado, que si hay risas todo va bien, que los dibujantes de tebeos (Alberto Calvo y Calpurnio especialmente) son fundamentales como núcleo artístico de la propuesta aragonesa y que el pop (de popular) también puede ser ciclista. Porque el primer fanzine es de 1984, un año después de que Marino Lejarreta ganara a Bernard Hinault en los Lagos de Enol de la Vuelta a España.

Otra Ronda es la definición de segundo disco. Todavía hay buenas canciones y, encima, salvan todos los muebles con Cass. Aquí está la poesía. Aquí está el poema de José Luis Rodríguez García, profesor de Gabriel Sopeña, que pone música al poema inspirado en un relato de Bukowsky . El cuento será una especie de hilo de oro de la contracultura, llegando hasta el otro lado del charco e inspirando una segunda canción, como es Polaroid de Locura Ordinaria, de Fito Páez, parte de su disco Ey! De 1988). Toda una casualidad.

La salida hacia Madrid, con el sello Pasión, demuestra que se tiene que engrasar la máquina con algo más de profesionalidad. Y se consigue con dos discos muy notables. Sobre todo por cuatro o cinco temas muy potentes. La última traición de 1990, con “Hay una cruz en el saso” o “Perla Criolla” tienen un potencial que sigue siendo poderoso. Retomando el tema del contacto con Santiago Auserón, podemos volver al enésimo interrogante, cruzar fechas, que no lo haremos ya lo advierto aquí, sobre el paso del arty neoyorquino, de Talking Heads y algo de Londres que trae Radio Futura en “De un país en llamas” al otro barrio neoyorquino con Rubén Blades en “La canción de Juan Perro”. Entre medio las visitas a Zaragoza. Aunque Víctor Coyote se enfade. De todos modos podríamos seguir cruzando fechas y acabaríamos en el Rey del Bugalú… que también hemos nombrado antes.

Recuerdo las declaraciones de Loquillo hace unos meses que provocaron burla. Las que decía que no era latino, que era europeo. No van demasiado desencaminadas, sin que sirva de precedente, porque la sensación que uno tiene, sobre todo en los últimos dos discos, es que Más Birras, en concreto Mauricio Aznar, apostaba por esa idea de rock europeo, de cantautor electrificado, de Pedro Abrunhosa, el Francis Cabrel de Sarbacane o los discos de final de siglo de Adriano Celentano, Io non so parlar d’amore y Esco di rado e parlo ancora meno (escuchar la versión original de Io Sono Un Uomo Libero por Ivano Fossati).

No se puede quedar fuera la reflexión sobre el destino estilístico de la banda, es evidente. Si la escena rockabilly, en la que está claro, por parte del autor, que existe un tira y afloja dentro de la banda, más de aflojar que de tirar, para evitar el purismo absoluto. A pesar de que eso serviría para tener un público fiel que hubiera sido una base para salir de Aragón y tener una respuesta en las grandes capitales. Sobre todo en Barcelona, donde velan las primeras armas. Al final Barcelona se muestra más abierta para los grupos fundacionales del rock aragonés: los Proscritos desde Binéfar por la parte ilerdense de Primavera Negra de Javier Baró y que acaban en Barcelona con los Mestizos, que desde Huesca, se dejan llevar por la pasión rumbera de la calle de La Cera. Era, claro, una Barcelona más abierta.

Y claro, Madrid, donde se captura la efervescencia de los ochenta. Es el final de la movida, es el tiempo de Malasaña con su parte de garaje y el rollo aguja de Josele y los Pleasure Fuckers. Es también el recuerdo de San Sebastián y toda la zona del País Vasco. Las historias de Miqui Puig por Hernani y Rentería, con algunos aragoneses a su lado, incluyendo a los de El Frente y los Birras. Así, en la mezcla, encuentran el placer y el gusto. Pero también un estado de desorientación. Y eso se ve en la siguiente grabación.

El cuarto disco, Tierra quemada, es mi favorito. Aquí Jorge pasa un poco por encima por las dificultades que tuvo la banda para completarlo. Esa prudencia (y esa manera de tratar los temas espinosos, sin obviarlos pero con mucho tacto) merece admiración y reconocimiento literario, pues sobrevuela el final del libro y evita los extremos: el pastiche trágico y la versión endulcorada. Pero Tierra quemada es un disco maravilloso. Un disco que surge del dolor y el abismo, un disco donde la presencia como compositor y arreglista de Gabriel Sopeña es muy importante. Fundamental, diría yo.

Me gusta que Más Birras tocara en Ateca. Me gusta que Jorge se encargue de destacar todo aquello. Porque si hemos hablado de la ciudad, el libro nos ofrece una minuciosa lista de lugares, pueblos y pueblecillos donde los Más Birras tocaron. Allí, donde el dinero que sacaban les permitía vivir la vida de artistas y es que Más Birras está claro que fue durante mucho tiempo una banda de cerveza, pitillo, longaniza y colchón. Y para eso no hace falta mucho parné.

Me gusta que se detenga en Josu García, el niño que se incorpora con los ojos muy abiertos y las guitarras llenas de pájaros para impregnar del sonido Mick Taylor a la banda. Me gusta que Josu ahora sea uno de los exponentes más importantes de la música española y que velara sus primeras armas con los Mas Birras.

Me gusta que se vea que ser artista cuesta y que la euforia socialista (“el dinero público no es de nadie”) creó una burbuja que provocó la debacle y separación de muchos interesantes proyectos a principios de los noventa. Como reflexión, si se hubiera aprovechado ese momento de bonanza económica para generar un circuito de lugares pequeños, medianos o grandes, pero de carácter privado, que permitieran un recorrido regular… quizá Más Birras hubiera tenido otro destino. O quizá no. En realidad a mediados de los noventa las nuevas bandas aragonesas como El Niño Gusano o El Regalo de Silvia, seguían con los mismos problemas.

Estuve con en el Petit Coin, con Petit y Fernando Sanmartín. Sigo teniendo el ejemplar de “Poesía en el rock” que me regaló Reyes Guillén. Por eso pienso en las grabaciones piratas del Interferencias, con temas de los Beatles de Iñaki Fernández y de Neil Young de Sopeña o de Mauricio, cara a cara con el destino, haciendo un bolero cargado de amor y desesperación. La agonía del cantor, tóxica o no, acaba elevando al mito. Pero este no es un libro sobre historia del pop, ni un largo panegírico del hombre que buscó la Estrella Azul. Es una obra magnífica, llena de información, guiños, cariño y de una narrativa ágil con la que Jorge Martínez se reivindica en su pasión pero también en su habilidad con el teclado (de la olivetti).

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