Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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ETA-11-M: 4 a 1 en El Mundo y 0 a 4 en El País

Mi gozo en un pozo. El Mundo sigue erre que erre con su teoría conspiratoria sobre ETA en el 11-M, aunque en tono cada vez menor.

Hoy dedica una columnita a dar voz a «El Egipcio» en el juicio del 11-M y cuatro columnas -no sabemos por qué- al candidato líder de la derecha francesa (¡y con foto de relleno!) donde viene a decir, más o menos, que ETA es muy mala.

ETA/11-M: 4 columnas a 1 en El Mundo.

El País le dedica sus cuatro columnas al juicio del 11-M con un titular que «desbarata la tesis de la conspiración» y cero columnas a ETA.

ETA/11-M: 0 columnas a 4 en El País.

Navarra y la violencia

JOSEP RAMONEDA en El País

27/02/2007

Si Arnaldo Otegi fuera el líder de un movimiento civil con autoridad sobre ETA, a la vista de sus declaraciones a La Vanguardia diríamos que el proceso de fin de la violencia en Euskadi puede pasar por momentos difíciles pero es irreversible -«no tiene alternativa»-, que la izquierda abertzale se va preparando para un futuro en el marco de la legalidad democrática -«de un tablero de la confrontación a un tablero de la seducción»- y que Batasuna es consciente de los límites del proceso -«el Estado no tiene que pagar ningún precio político a ETA, ni tampoco a nosotros»-. Pero demasiadas veces hemos asistido al mismo rito: Otegi propone y ETA dispone. Demasiadas veces los gestos significativos de incorporación a las reglas del juego por parte de Batasuna -«el proyecto independentista necesita la adhesión de la mayoría»- han sido inmediatamente desautorizados por la autoridad militar.

Por tanto, prudencia. Y, en este sentido, sorprende la prisa del presidente del Gobierno en salir inmediatamente a aplaudir a Otegi. El presidente no puede transmitir la sensación de que está pegado al transistor a la espera de cualquier signo de validación del proceso por parte de la izquierda abertzale. Zapatero no puede poner en evidencia su ansiedad corriendo al quite de unos gestos que son por definición equívocos.

Sin embargo, una de las virtudes del mensaje de Otegi es que deja muy claros los puntos clave del proceso: Navarra y la violencia. Dos cuestiones para que ETA pueda, de alguna manera, justificar su miserable historia. Vayamos por partes. Después de afirmar que el Estado no tiene que pagar precio político, Otegi deja claro que el punto central de todo el proceso es Navarra. O si se quiere decir al revés: «El espacio a cuatro territorios», utilizando la expresión del propio Otegi. Otegi sabe que la Comunidad Foral de Navarra puede rechazar la fusión con los tres territorios vascos y sabe perfectamente que un Parlamento a cuatro sería mucho menos soberanista que el Parlamento vasco actual. Y, a pesar de ello, la cuestión de Navarra es para él la prioridad absoluta, la clave del desenlace del proceso. ¿A qué pueden aspirar ETA y Batasuna? Simplemente, a que se ponga sobre la mesa. A lo sumo a que un día se vote en referéndum si Navarra quiere incorporarse a la comunidad vasca. Un referéndum en que todo el mundo sabe que la respuesta será «no».

¿Por qué entonces tanta insistencia en este punto? Por una cuestión simbólica: ETA necesita, para justificar su historia, demostrar que ha hecho cambiar algo. Y este algo sería poner la cuestión de Navarra sobre la mesa. Es simplemente escenificar por unos días el mapa de Euskal Herria. Después el referéndum diría: «No». Y quedaría el mapa. Una referencia simbólica. Los nacionalistas son así. Es el único filón que les queda a los etarras para disimular su fracaso. ¿Es esto un precio político? ¿Es una concesión excesiva a cambio del fin de la violencia?

La segunda cuestión es la de la violencia. Una vez más Arnaldo Otegi acude a los circunloquios para evitar la condena de la violencia: «¿Por qué no condenamos la violencia?», se autopregunta. Y no responde. Sin embargo, añade: «Hay una cosa que hay que aclarar. La ley de Partidos no exige la condena de la violencia. Es más, dice que la no condena de atentados no es suficiente para ilegalizar un partido». Otegi no condena la violencia porque la autoridad militar competente no se lo perdonaría. Por una razón muy sencilla: ETA y la violencia son la misma cosa. La fuerza de ETA es la intimidación, la capacidad de activar el operativo de la violencia.

Condenar la violencia equivale a negar a ETA. Y este es un paso que Otegi nunca podrá permitirse. Este nuevo rechazo a condenar la violencia de un modo explícito confirma que Otegi y Batasuna no tienen la menor intención de salirse de la sombra de ETA. Lo cual puede parecernos mal, pero es seguramente, al mismo tiempo, una condición necesaria para llevar a ETA hasta su propio final.

La resistencia de Otegi a condenar la violencia plantea una cuestión. ¿Es necesaria esta condena para que el proceso de fin de la violencia sea posible? Lo que es necesario es el cese de la violencia, no la condena de la violencia. Y el matiz no es menor. Condenar la violencia es negar a ETA su razón de ser, que es lo que los abertzales tienen prohibido. Es deconstruirla automáticamente, para decirlo a lo cursi. Dejar la violencia es una decisión de ETA. Es ella misma la que decide renunciar a su propia naturaleza y desaparecer, porque sin violencia ETA desaparece automáticamente. Y ésta es la decisión realmente importante.

La obsesión en conseguir la condena de la violencia -es decir, de ETA- por parte de la izquierda abertzale no debe convertirse en algo más importante que el cese de la violencia, que es el objetivo del proceso. Y hay determinados discursos, especialmente desde la derecha, que parecen más interesados en la condena de la violencia que en su final. Naturalmente, las declaraciones de Otegi no pueden leerse fuera de su contexto. Y el contexto es la inminencia de las elecciones municipales en las que Batasuna se juega parte de su futuro. La ruptura de la tregua ha dejado a Batasuna sin pista en la que aterrizar para incorporarse a la campaña electoral. Y Otegi está tratando de construirla a marchas forzadas.

Si Otegi y Batasuna no pueden condenar la violencia de ETA, porque equivale a despedirla antes de que ella haya dicho su última palabra, hay una sola manera de que la pista esté despejada y Otegi y los suyos puedan entrar en la carrera: que ETA anuncie que el atentado de la T-4 fue el último de su historia. O sea que las declaraciones de Otegi resumen la aporética situación en la que se encuentra Batasuna: si condena la violencia, ETA le desautorizará a bombazos, y si no lo hace, necesita que ETA dé por terminada la violencia, cosa que parece imposible con la premura de tiempos que marca el calendario. Y, al mismo tiempo, seguir esperando la decisión de ETA confirma la principal razón de la ilegalización de Batasuna: su vinculación con la organización terrorista.

Otegi ha roto algún tabú y ha acercado el discurso abertzale al marco institucional. Pero falta todavía algún paso más para que la izquierda abertzale se pueda incorporar a las elecciones. Y estos pasos, en parte, dependen de la voluntad de ETA de la que Otegi, al negarse a condenar la violencia, sigue siendo deudor.

Es positivo, sin embargo, que Otegi dibuje un escenario de futuro con un partido abertzale luchando por la independencia por la vía de la seducción democrática y no de la confrontación violenta, al modo, por ejemplo, de Esquerra Republicana en Cataluña. Éste es el punto de llegada del proceso en el que está de acuerdo una amplia mayoría de ciudadanos. A Otegi corresponde conseguir que ETA dé el único paso que falta para que esto sea posible. A cada cual sus responsabilidades.

FIN

¿Presunto cerebro o supuesto «cerebro»?

De todas las frases que he leído y oído estos días sobre el juicio del 11-M me ha llamado poderosamente la atención una pronunciada por Pilar Manjón, presidenta de la Asociación de Víctimas del 11-M.

Con la entereza, la convicción y la nobleza que la caracterizan, Pilar Manjón ha dicho:

«El acusado (El Egipcio) no ha mirado en ningún momento a la fiscal porque es una mujer»

Las dos portadas de hoy abren por fuerza con el mismo asunto pero cada una, como es habitual, con matices.

No me chirría la diferencia que hay entre presunto cerebro (portada de El País) y supuesto «cerebro» (portada de El Mundo) tanto como la utilización abusiva, por innecesaria, de las comillas.

El diccionario de la RAE establece ciertos matices entre presunto y supuesto, que buscaré luego. Al cabo de año y medio de comparar titulares en este blog, ya sabemos de sobra que ninguna palabra es gratis o inocua, y menos en primera página.

Sin embargo, las comillas innecesarias, cuanod no obedecen a cita textual o a pobreza de vocabulario, suenan a recochineo. Es como si le unieramos a la palabra entrecomillada ( en este caso: «cerebro») un ¡je, je! a cada lado.

Y no está el horno para bollos. Estamos hablando del asesinato de 191 personas por un atentado terrorista y de las mentiras masivas de quienes gobernaban España cuando ocurrió esta tragedia.

Al menos, en la portada de hoy, Pedro Jota ha escrito una vez la palabra islamistas en su letra pequeña. Y -!noticia!- hoy no cita a ETA para nada. Aquí pasa algo.

Ya lo tengo:

La Real Academia Española, que limpia, fija y da esplendor a nuestra lengua, introduce algunos ligeros matices entre supuesto y presunto cuando estamos hablando de delitos.

presunto, ta.

(Del lat. praesumptus, part. pas. de praesumĕre).

1. adj. supuesto.

2. adj. Der. Se dice de aquel a quien se considera posible autor de un delito antes de ser juzgado. U. t. c. s.

supuesto

(Del part. irreg. de suponer; lat. supposĭtus).

1. m. Objeto y materia que no se expresa en la proposición, pero es aquello de que depende, o en que consiste o se funda, la verdad de ella.

2. m. Suposición, hipótesis.

Por cierto, siguiendo la costumbre de los intereses corporativos de cada medio, El País concede hoy el privilegio de sujeto principal de su portada a «Fiscal y acusaciones«, mientras que El Mundo concede este dudoso honor a «El supuesto «cerebro» del 11-M».

¿Por qué será?

En los comentarios editoriales que voy a pegar a continuación hay bastante claves.

Quién ha sido

BASILIO BALTASAR en El País

16/02/2007

El saludable escepticismo de los tiempos modernos ha moderado las aspiraciones heroicas de la condición humana y mediante un informado ejercicio de buen humor ha conseguido sosegar la ansiedad de los hombres inclinados a sentir la llamada del destino.

Pero del mismo modo que formas vegetales arcaicas perduran gracias a casi extinguidos sistemas de fecundación, subsisten en nuestras sociedades individuos dispuestos a resucitar caducas maneras de conducir a los hombres.

El anhelo que distingue a los héroes imbuidos por este furtivo instinto de predestinación suele ser un irreprochable fervor altruista, pues la ambición de poner un poco de orden en la sociedad es la única que alienta sus generosos desvelos.

Thomas Carlyle creyó que un solo hombre puede enderezar el rumbo del mundo y dedicó a este héroe su elegía: «Al capitán, al superior, al que asume el mando, al que está por encima de los demás hombres; aquél a cuya voluntad se someten los otros, a éste debe considerársele como el más importante entre los grandes hombres».

No hace falta indagar en las profundidades psicológicas del personaje para comprender la influencia que esta escuela de pensamiento político ha tenido en la formación de José María Aznar. Ya en el congreso de Sevilla, cuando en 1990 conquistó la jefatura del Partido Popular, Aznar se presentó como portador de las cualidades que adornan al héroe: «Abnegación, entrega, hombría de bien y sufrimiento».

Muchos de sus colaboradores creyeron seguir al actor de los discursos que allanan el camino de La Moncloa, pero poco a poco hasta los más incautos adivinaron lo que estaba sucediendo: Aznar se precipitaba a fundir en una única figura su imaginación y su identidad.

La modesta y tímida incubación del espíritu providencial fue dando sus frutos y procurándole la elocuencia que tronaría más allá de nuestras fronteras: «los débiles gobiernos de las democracias occidentales cederán al chantaje de los cuerpos mutilados y sus frágiles sociedades terminarán derrumbándose como naipes».

Los gestos autoritarios y las declaraciones intempestivas podían parecer consecuencia del satisfecho mandato alcanzado en dos citas electorales, pero en realidad pertenecían a un género más elevado de impaciencia. Su mímica delataba sin cesar esa irritación que distingue a los grandes hombres conscientes de estar perdiendo el tiempo. «Hacen falta», decía en Jerusalén, «líderes fuertes y firmes con un claro sentido de su misión».

Sólo un combativo altruismo transmuta el sacrificio personal en la más duradera fuente de placer. Pero comprender la figura heroica de Aznar requiere además saber cómo se propuso pasar a la Historia.

No era suficiente haber salido ileso de un atentado ni entrar en guerra contra Irak. Para dotarse con los rasgos de una personalidad admirable, Aznar debía escenificar la envergadura mítica de su gallardía y mostrarnos el camino que toma un hombre destinado a convertirse en héroe: la renuncia al poder.

Ya en 1996 especulaba sobre sí mismo indirectamente preguntándose en público: «¿Cómo será España cuando la deje dentro de ocho años?».

Con la singular determinación de abandonar el poder, Aznar no sólo quiso asombrar a una población resignada al duradero empecinamiento de los políticos profesionales, sino elevarse por encima de sus colegas y avergonzar a sus adversarios con una grandilocuente lección moral.

Que la ingeniería financiera del Partido Popular garantizara este atajo a la gloria sin cerrar la puerta de su retorno triunfal, no empañaba el lustre que su figura paseó por medio mundo.

En declaraciones al diario francés Le Monde, hechas poco antes de las elecciones de 2004, José María Aznar citaba las dos grandes figuras históricas a las que puede compararse un gobernante sin apego al poder: el emperador romano Cincinnatus y el emperador Carlos V.

Teniendo como antepasados tan ilustres precedentes, es fácil caer en la angustiada desazón, la perturbada confusión y el inquieto desánimo que sufrirá el hombre empujado a ser de nuevo un simple mortal. Pero el acontecimiento que desmoronó la heroica complacencia de su figura, tan disciplinadamente tallada, no fue la bomba de los integristas en Atocha ni la catástrofe electoral del 14-M.

El carisma de la figura a la que Aznar había conseguido insuflar vida propia no provenía tan solo de la abnegada renuncia al mando sino del constante alarde de una rara cualidad: el valor de la palabra dada.

En un mundo sometido a la frivolidad de los charlatanes, hete aquí que surge con orgullo el que habiendo dicho «me voy», añade: «El arte de gobernar no es sólo tomar decisiones y saber mantenerse en el timón cuando soplan vientos huracanados en contra, sino también saber dejarlo».

Cetro diamantino de la misión trascendente que aceptó cumplir, la palabra del presidente Aznar fue la más temible amenaza que podía dirigir contra sus enemigos y el más fiable de los pendones ofrecidos a sus partidarios. ¿No era acaso esta palabra dada y cumplida un motivo de temor y reverencia?

Pero la voluble fortuna altera con crueldad los sueños de los hombres. Explotó la bomba en Atocha, murieron los ciudadanos de Madrid y el temor a perder el poder que había prometido entregar a su sucesor -«para no aprovechar las tendencias caudillistas de España»- le obligó a empeñar su palabra de honor ante los más fidedignos testigos de su confidencia. Durante los tensos momentos posteriores a las explosiones del 11-M, el presidente Aznar telefoneó a los directores de los principales periódicos españoles para hacerles partícipes de su documentada convicción: ha sido ETA, vino a decir.

Temeraria declaración, como comprobaron luego los que no quisieron desconfiar de la palabra de honor dada por un presidente en tan aciagas circunstancias.

Fue suficiente un dramático encontronazo con el destino adverso para que Aznar perdiera el temple propio de los héroes.

Pocas horas después, el presidente en funciones entraba con su esposa en el colegio electoral de Nuestra Señora del Buen Consejo de Madrid y frunciendo el ceño atravesó el tumulto ciudadano reunido para abuchearle. Quién ha sido, quién ha sido, gritaba igualmente furiosa la muchedumbre.

Ahora da comienzo el juicio que sentenciará la autoría de los brutales atentados de Atocha. Después de meses de descabellada polémica, el Partido Popular redoblará sus esfuerzos de agitación, será insistente el despliegue de sus periódicos y vocinglero el oratorio radiofónico contra los jueces y policías responsables de la investigación.

Pero una más completa comprensión del proceso judicial nos exigirá no perder de vista el origen de esta infatigable campaña de sospechas, bagatelas y clamores: el arrojo que un héroe caído puso en rehabilitar su fama.

FIN