La primera vez que intuyes la magia que puede encerrar un beso

Me entero por twitter y gracias al tema de los besos legendarios de series que ha elaborado Víctor González para Gonzoo de que hoy es el International Kissing Day, aunque parece que hay cierta discusión sobre si es el 20 de junio o a comienzos de julio.

Se puede vivir perfectamente sin esa información, sin saber que existe un día internacional del beso, pero ya que me he topado con ella me apetecía escribir sobre los primeros besos que vimos siendo niños (con trece o catorce años se sigue siendo niño) y que nos marcaron, se nos quedaron grabados por uno u otro motivo, hicieron que empezáramos a plantearnos que aquello de juntar los labios con otra persona tal vez tenía una magia que no habíamos sospechado.

Tal vez sea un tema su escape un poco a la temática del blog, pero la vida no debería ser siempre ortodoxa y las reglas y costumbres están a veces ahí para resquebrajarlas.

No sé cual sería el beso que vosotros destacaríais, pero el que mejor recuerdo yo es el de Eric Stolz y Mary Stuart Masterson en Una maravilla con clase, película de adolescentes escrita por John Hughes, que las hacía como churros a finales de los ochenta y arranque de los noventa. Mi favorita de Hughes es sin duda El club de los cinco, y si hubiera tenido a Eric Stolz seguro que aún me sabría los diálogos de memoria.

Ese primer beso con inocente conato empotrador (término que hace más de veinte años no se estilaba pero que cualquiera hubiera entendido), fue el primero que recuerdo que me puso nerviosa. Pero nerviosa de verdad.

No fui nunca muy mitómana, probablemente porque soy muy práctica para según qué cosas y siempre me pareció bastante absurdo suspirar por tipos inalcanzables teniendo otros a mano, pero nadie es ajeno al bullir hormonal de la adolescencia, y si me hubierais preguntado por los actores o cantantes que me parecían más guapos a mis quince años, habría ignorado a los que entonces llenaban la Superpop (Kirk Cameron, Val Kilmer, Glenn Medeiros, Rob Lowe… Algo más tarde Alejandro Sanz, New Kids in the Block…) y os habría dicho sin duda que Paul Newman, a cualquier edad y en cualquier película. Y lo seguiría diciendo; si no le habéis visto en Éxodo, El largo y cálido verano (que también tiene un beso memorable con la que sería luego su mujer, la maravillosa y envidiada Joanne Woodward, lo tenéis a los 40 segundos del vídeo que he puesto al final) o en La gata sobre el tejado de zinc no sabéis el regalo para la vista que os estáis perdiendo. Pero en segundo lugar es probable que hubiera mencionado a Eric Stolz, al que siempre he echado internamente la culpa de mi debilidad por los pelirrojos.

Por cierto, que hay una abundancia de pelirrojos (hombres y mujeres) en libros, cine y televisión que no se corresponde con la vida real, así que no debo ser caso único.

Volviendo a Eric, su carrera no llegó a arrancar del todo. Tal vez si hubiera sido el protagonista de Regreso al futuro en lugar de Michael J. Fox (creo que soy de las pocas que lo hubiera preferido) hubiera sido otra cosa, pero bien está que fuera Michael.

Intentaré no olvidar lo que sentía y pensaba siendo niña, mi ligera obsesión por este hombre (que acabó de comprobar que no se conserva mal, por cierto), cuando mi hija llegue a esa edad en la que cantantes y actores despierten su interés, un interés que tal vez me parezca desmedido pero que es perfectamente comprensible.

Es cierto eso que dicen de que el tiempo pasa muy deprisa, no queda tanto para tener que cambiar el título de este blog a ‘Madre de adolescentes’.

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