De repente, se acabó la pendiente. Había hierba y, más lejos, el gran lecho seco de un río que sólo llevaba entre las arenas un hilillo de agua que corría perezosamente de charco en charco.
Pompón echó a correr seguido por Tritus y empezó a beber a grandes tragos.
Al oír el chasquear de la lengua, Tritus se dijo que allí había algo bueno y acercó el morro a la superficie del agua. Aquello no olía a nada, no tenía aspecto de nada; sobre todo, no se parecía en nada a la leche, tan buena, de su madre. Aspiró por la nariz y retrocedió.
Pompón comprendió que el cachorro nunca había bebido todavía agua. Entonces le pasó varias veces por el morro su lengua húmeda. El perrillo, extrañado al principio, se lamió finalmente el borde del hocico; sintió que estaba seco y su cuerpecito sediento se estremeció de placer. Intentó entonces mamar en la superficie líquida, pero el agua entró por las narices. Estornudó.
Pompón se echó a reír.
-¡Así no, hijo, así no…! Mira, así…
Le enseñó cómo hacerlo y el cachorro le imitó.
Después de beber agua hasta hartarse, se dirigieron hacia el pueblo, al que rodearon en busca de alimento.
Guiado por su olfato, Pompón se dirigió a una calle desierta de la que aún no habían retirado la basura. Desgraciadamente, los cubos colgaban de unos ganchos, fuera de su alcance.
Finalmente, un poco más lejos, vieron dos o tres cubos sobre la acera. Pero ya otro perro andaba rebuscando por allí: un cocker marrón de pelo largo, que había desparramado el contenido de uno de los cubos y lo estaba revolviendo tan alegremente.
-¡Hola! –dijo el cocker moviendo amistosamente su pequeño trocito de rabo-. Acercaos sin miedo. Donde come uno, comen tres. Además, si estoy revolviendo los cubos de basura no es porque tenga hambre, sino porque me divierte, y porque está prohibido, y porque me gusta mucho hacer lo que está prohibido.
Se retiró un poco, e invitó a Pompón a servirse de un papelón lleno de cortezas de queso, de recortes de carne, de huesos de pollo y mendrugos de pan.
-¡Hale, amigo, cosa fina!
Fue a rebuscar un poco más lejos y volvió haciendo rodar, con su hocico largo y fino, una lata abierta de leche condensada, hasta donde estaba Tritus.
-¡Venga, pequeño, disfruta! Cuando acabes con ésta, hay más latas.
Pompón y Tritus no se lo hicieron repetir dos veces. Arremetieron el uno contra los restos, el otro contra la lata de leche condensada, y pronto quedaron hartos. El cocker jugueteaba junto a ellos, encantado de verlos comer con tanta satisfacción.
Cuando hubieron acabado, se miraron los tres.
Iba Pompón a dar las gracias al cocker cuando se oyó el ruido de una puerta que se abría:
-¡Mis cubos de basura! –gritó una estridente voz de mujer.
Los tres perros echaron a correr al mismo tiempo, en medio de una nube de polvo.
Uno de los libros que más me gustó de niña fue Gran lobo salvaje. Tanto me gustó que mi primer perro, un mestizo asturiano, oscuro y pequeño, se llamó Tritus en su honor. Y tal vez en honor del perro del cuento, Tritus se perdió y jamás le encontramos. Espero que al final tuviera la misma suerte que el cachorro literario.
En el arranque del libro el pequeño Tritus es abandonado cruelmente, arrancado de los brazos del niño que lo llevó a su casa y depositado al pie de la carretera. A partir de ahí en cada capítulo va encontrando diferentes perros con diferentes historias: el viejo perro que le adopta, el cocker mimado que quiere ver mundo, un perrazo que fue la mano derecha de un pastor y sobrevive asilvestrado, otra perrilla mestiza que viaja con él, la bóxer perdida enamorada de sus dueños y loca por volver con ellos y el perro guardián encadenado.
Está escrito con delicadeza, con tino, por alguien que se nota que sabe mucho de los perros y sabe transmitirlo. Y transmite muchísimos valores, no solo de respeto a la vida animal, sino de compañerismo, resolución de conflictos personales, compromiso…
Una maravilla, os lo aseguro. Si tenéis niños cerca, no dudéis en regalarles este libro. A partir de los cuatro años sé lo podéis leer vosotros y lo entenderán perfectamente y los pequeños lectores seguro que lo disfrutarán solos. Realmente merece ser leído a cualquier edad.
Su autor es René Escudié (Clermont-Ferrand, 1941) un escritor y dramaturgo que vive en un pequeño pueblo cerca de Montpellier, Cournonsec. Escritor de novela infantil y juvenil traducido a varios idiomas es también traductor, ha dado talleres de escritura y formado a maestros.
Por cierto, para adultos está la opción de regalar Galatea, la novela de ciencia ficción, la mitad de los beneficios que genere irán destinados a ANAA, allí adopté hace más de diez años, con leishmania, el cuerpo plagado de perdigones y en los huesos, a la abuelita que ahora tengo en casa.