En ocasiones me preguntan cómo es el perro ideal para una persona mayor, igual que me suelen preguntar cómo es el compañero canino recomendable para un niño.
Pues depende. Hay niños suaves en el trato y tranquilos que disfrutarán dispensando mimos a perros como Dora, que ilustra hoy este post. Y hay otros que lo que quieren es perros con los que jugar de forma incansable y a los que tirar la pelota. Igual sucede con las personas mayores. En el club de atletismo al que voy hay un hombre que ya no cumple los setenta y corre maratones como un gamo, que bien podría tener un podenco y hacer canicross; hay personas mayores que, sin correr así, pasean muchísimo todos los días. También las hay que a a lo que aspiran es a paseos cortitos y a tener perros cariñosos que les hagan compañía sin dar mucha guerra.
Lo que siempre recomiendo es que nunca se trate de cachorros. Troya, mi perra, está a punto de que la haga cumplir diecisiete años. La adopté teniendo unos cinco un puente de mayo de hace doce años. Si un perro bien cuidado puede llegar a esa edad, imaginad lo que supone entregar a un cachorro a una persona de setenta años. Es bastante probable que llegue el momento en el que el dueño falte o no pueda hacerse cargo de él. Y ojalá las familias siempre obrarán como es de ley y procurarán un buen hogar al que fue compañero de su familiar. Por desgracia la experiencia dice que no es así ni mucho menos en demasiadas cosas. El abuelo ha muerto o no se vale y el perro acaba abandonado o en una perrera sin entender qué ha pasado.
Eso sin contar con que a un cachorro hay que educarle, rompe, ensucia y su carácter no está asegurado.
Por eso lo que sí recomiendo es que sea un perro adulto, a partir de los cinco o seis años. Preferiblemente ya educado, con buen carácter y tranquilo que no requiera mucho ejercicio (a menos que sea para un abuelo maratoniano).
Exactamente lo mismo se puede aplicar a los gatos.
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