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Tú y yo somos el cactus que baila en el desierto

Estas fotografías de Louis Fleckenstein me recuerdan que tú y yo aún somos salvajes.

Cualquier día o noche podemos dejarlo todo y largarnos al desierto, y buscar un cactus loco y bailar con él. Necesitaremos una cantimplora llena de incertidumbre, 20 gramos de esperanza mascada, y mucho swing.

 

Dancing Master, 1930. Louis Fleckenstein.

Dancing Master, 1930. Louis Fleckenstein.

Carta de despedida:

¡Eh, Mamá! Gracias por todo, pero yo me piro al desierto, donde fundaron las religiones, donde cristo fue tentado y los locos comprenden las sutilezas del espejismo. Me diste el mundo y la educación, y me dijiste que sembrara pues luego recogería, pero nada me susurraste sobre labrar en el desierto, donde poco nace, y el sudor es infértil. Huyo antes de encontrarme con la decadencia, antes de que la decadencia me agarre por el pescuezo y me convierta en una sombra, prefiero el desierto real al falso, prefiero las piedras a los teléfonos.

Tras despedirme del mundo, tú y yo huimos hacia el desierto y en ese momento –polvo, sed, desorientación, arrepentimiento– recordamos, como ocurre en las fotografías de Fleckenstein, que el cactus es nuestro reflejo.

“No venimos del mono”, gritas, “sino del sagrado San Pedro”.

Tú, yo y el cactus nos reconocemos rápido: compartimos linaje, somos una forma del agua con muchas espinas. Seres resilientes que soportan las tormentas y los disparos de los cowboys.

Asideros de pájaros, refugio de hormigas: solo tienes que sincronizar los brazos y las piernas con él… ¡swing!

 

Apache Dance, 1930. Louis Fleckenstein.

Apache Dance, 1930. Louis Fleckenstein.

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Un documental narra la vida de un refugiado climático en Madrid

Hay países donde el desierto ocupa casi la totalidad, y esta nada informe, devoradora de viajeros, cementerio sin nombre de emigrantes y necesitados, sigue creciendo. El cambio climático mantiene su curso como la gangrena que va desvelando su ruta desde los pies a la cabeza, la mancha ascendente de una catástrofe planetaria.

Si ves morir a tus animales, como lo hizo Usman, un exiliado mauritano; si pierdes los árboles que te cobijan, o sientes la sed como un alambre que juguetea en tu vacío, sabrás que son signos de mal agüero, presagios. Constituyen una señal del peor futuro y una fuerza suficiente que obliga a los desesperados a caminar por la tierra sin descanso.

 

Fotograma del documental El huerto de Usman, de Raquel Diniz

Fotograma del documental ‘El huerto de Usman’, de Raquel Diniz

Tenemos en esos países azotados por el viento, mientras lees estas líneas en el aparente confort, a personas que necesitan una salida urgente, los primeros refugiados climáticos de esta era. Son jóvenes, o familias, incluso poblaciones enteras. A pesar de haberse adaptado durante generaciones a espacios duros o inhóspitos, se están topando con el punto de no retorno.

Esta condición, la del exiliado climático o ambiental, no está reconocida en la legislación internacional. Se ignora la causa y sobre todo el dolor, la ansiedad que mueve sus pies, a pesar de que organizaciones como ACNUR anuncian que en los próximos 50 años entre 250 y 1.000 millones de personas se verán obligadas a abandonar sus hogares por este motivo.

Nuestros gobernantes actúan como si estas personas fueran unos locos del running, como si padecieran una enfermedad que podrían llamar en su característico cinismo la “manía obsesiva atlética”, y que consistiría en masas de seres humanos que sin razón aparente se ponen a caminar miles de kilómetros dejando atrás todo cuanto quieren y necesitan.

Estos gobernantes parecen ciegos y son las sombras más amenazadoras en el extenso desierto. Nadie deja su vida atrás sin una causa; a veces es la ignorancia, pero casi siempre los mueve la perturbación de no poder enfrentarse al día a día. Los seres humanos no se juegan el pellejo solo por incordiar. Los primeros refugiados climáticos ya han empezado a caminar y muchas de sus huellas las borra ahora el mar o la arena en un siniestro recorrido que terminará enfermando a las almas del Occidente (el ascenso del fascismo es solo un síntoma de este mal y no es el peor de todos).

El corto documental El Huerto de Usman, de la realizadora brasileña Raquel Diniz, explica una de estas pequeñas historias cuyo contenido trágico es universal, y por tanto, también nuestro. Usman es un joven mauritano que se ha visto obligado a dejar su país por el avance inexorable de la nada.

 

El Huerto de Usman from Raquel Diniz on Vimeo.

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El tuareg Bombino firma el mejor disco en lo que va de 2013

"Nomad" - Bambino

«Nomad» – Bambino

El mejor disco editado en lo que va de 2013 es, en mi opinión, Nomad, del músico tuareg Bombino.

No era ningún secreto la potencia lírica y la valentía de estilos del compositor, guitarrista y cantante de Agadez (Níger), que toca con valentía y ardor roquistas, sin miedo a los planeos psicodélicos y las aventuras, pero también es capaz de sondear en la melancolía de su pueblo, un colectivo de 1,2 millones de personas condenadas a sufrir la imposición de fronteras e intereses sobre la patria sin divisiones reales del desierto del norte y el centro de África.

Estamos ante una persona que habla —en idioma tasmasheq, una de las lenguas tuareg— en nombre de muchas y con conocimiento de causa: Bombino ha vivido en el exilio durante años por su condición racial y dos de sus músicos fueron fusilados por los militares nigerianos durante la última de las rebeliones tuareg, cuando la posesión de guitarras eléctricas fue decretada como delito castigado con la pena de muerte por la vinculación de los instrumentos con las demandas de voz y libertad de los hombres del desierto.

Bombino

Bombino

Nacido en 1980 en un campamento tuareg, Bombino asomó al mundo en 2007 cuando el cineasta Hisham Mayet grabó una de sus actuaciones durante los festejos de una boda taureg. El documental subsiguiente, Agadez the Music and the Rebellion, muestra el poder de un músico de una intuición sobrecogedora, condensador de muchos estilos y, al mismo tiempo, hijo de ninguno.

Técnicamente impecable, en su forma de tocar la guitarra hay ecos de sus ídolos Jimi Hendrix y Jimmy Page, de los que no paraba de ver videoclips cuando era niño y vivía en el exilio de Argelia y Libia. Pero, al contrario que estos guitarristas distorsionados, no estamos ante un estilista de turbulencias: la guitarra de Bombino es seca, sin efectos, como él, una hija del desierto.

Mientras el otro gran colectrivo de la música tuareg, Tinariwen, parece haber entrado en un declive creativo, Bombino da la impresión de tener un futuro inmenso por delante.

Nomad, editado por la discográfica independiente estadounidense Nonesuch, está producido por el hiperactivo guitarrista de los Black Keys, Dan Auerbach —que el año pasado también apadrinó uno de los mejores discos de la temporada, Locked Down, de Dr. John—. Es un disco abrasador que deja en evidencia la inmensa tontería de buena parte de la música europea y estadounidense.

Dejo abajo el primer videoclip del álbum, la afiebrada y festiva Azamane Tiliade y una grabación desenchufada e improvisada de Bombino. Ambas componen las dos facetas de este músico pasmoso, eléctrico y sin complejos, poético y puro.

Ánxel Grove