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Fotomontaje viral de las muertes de 2016

La versión 2016 de 'Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band' - Christhebarker

La versión 2016 de ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ – Christhebarker

En torno al bombo, en el puesto de honor de John Lennon, Ringo Starr, Paul McCartney y George Harrison están Gene Wilder, Lemmy Kilmister, Prince y David Bowie. Aunque enfocada al público británico y con una licencia creativa en el caso de Lemmy (fallecido el 28 de diciembre de 2015),  la imagen es fácilmente identificable como una esquela gráfica del 2016, año de abundantes muertes notables.

Peter Blake y Jan Haworth diseñaron la portada original del LP de los Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) según un primer dibujo de McCartney. El grupo posaba con extravagantes uniformes eduardianos. Detrás, un elenco de personajes escogidos por cada Beatle: 57 fotos y nueve figuras de cera componen la foto de familia en la que hay deportistas, actores, gurús, escritores, líderes políticos… Según el musicólogo Ian Inglis, es «una guía de la topografía cultural de la década» que demostraba cómo la frontera entre alta y baja cultura era cada vez más borrosa.

Con el mismo sentido de guía (en este caso de anuario), el montaje que emula la portada mil veces versionada y parodiada del LP es un crudo repaso funerario con imágenes de más de 40 notables fallecidos, algunos de modo tan doloroso y sin sentido como la diputada británica del Partido Laborista Jo Cox. A parte de las muertes, la imagen hace referencia a catarsis como el Brexit —escrito con flores rojas en lugar del nombre del grupo— o la victoria de Donald Trump, representada con una gorra de visera roja con el eslógan de la campaña electoral del ahora presidente electo de los EE UU.

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Ya hemos devuelto a Cervantes al cautiverio de Argel

Grabado de Érik Desmazières - Dominio público

Grabado de Érik Desmazières – Dominio público

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera (…) El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza (…) También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos… Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

La mareante idea de la biblioteca universal de hexágonos infinitos soñada por el ciego Borges en un cuento que transita entre las ideas del Paraíso y el Infierno en forma de inacabable masa de libros: todos los posibles, en cualquier combinación o permutación de signos, lenguas, alfabetos o espacios en blanco, es una utopía en la que sólo creen en las lejanas y muy seguras oficinas bajo tierra de las empresas de Silicon Valley donde guardan cada una de nuestras palabras en el e-mundo. Los demás leemos el relato como el genial desatino de un exbibliotecario.

«Los demás leemos», he escrito con toda la intención. ¿Leemos?

Hace unos días, durante las celebraciones dedicadas a Cervantes y el Día del Libro, el clamor era máximo y la multitud salió a la calle con rosas, camisetas alusivas, ganas de cotejar ediciones y fanatismo de hooligans del papel impreso, pero el aluvión sobre el manco y su Quijote ha ido dejando hueco a virales que incendian la red, instrucciones para reducir el estrés comiendo, un especial culos —no pregunten, yo tampoco sé— y las andanzas con poca ropa de unos seres con los improbables nombres de Kaley Cuoco y Karl Cook

Cervantes se ha acomodado de nuevo en un limbo de aroma a cautiverio argelino, conviviendo con, digamos, los gadgets deportivos para ir a la última.

El libro, como el cáncer, el medio ambiente, la malaria y los perros sin dueño, son cosa de un día. Marcamos el calendario, salimos a la calle (aprovechamos para unas cañas, claro) y hemos cumplido.

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