Solo un capítulo más Solo un capítulo más

Siempre busco la manera de acabar una serie cuanto antes... para ponerme a ver otra.

Archivo de agosto, 2014

Six Feet Under: la televisión como terapia

Durante el mes de agosto voy a estar de vacaciones, tras un intenso año de trabajo. Pero eso no quiere decir que el blog descanse. Para aunar mis días de asueto y que ésto continúe funcionando, he pedido a varios amigos y amigas que os cuenten cuáles son sus series preferidas y por qué. Así, de paso, le damos otro aire a lo que se suele leer aquí. Que lo disfrutéis.

Este texto es de Jaime Domínguez

 

En la plenitud de la vida estamos muertos.1

Atrás quedan aquellos tiempos en los que las series de televisión eran puro entretenimiento. Cuando simplemente contaban historias de mundos tan diferentes que nos trasladaban a un nuevo universo, o tan cotidianas que conectaban fácilmente con nuestra propia rutina. No obstante, la televisión ha evolucionado tanto y tan rápido en la última década que no nos sorprende ni una cosa ni la otra. De hecho, son aquellas series que dan un paso más allá y se alejan del mero pasatiempo las que pasan a la historia como verdaderas proezas televisivas y son recordadas no solo por lo que cuentan o cómo lo hacen, sino por lo que han acabado significando para todos aquellos que hemos caído en sus redes.

Six Feet Under (2001-2005) entra por definición en ese grupo. No es casualidad que fuera emitida dentro de la programación de la Edad de Oro de la HBO (o de la televisión en general, para muchos), donde nunca encajó del todo pero sirvió como contrapunto perfecto a sus grandes dramas policiacos e históricos. Alan Ball, su creador, se desvivió con este proyecto, que siguió a American Beauty y precedió a esa monstruo informe en el que se convirtió True Blood. Su idea: una gran disertación sobre la vida y la muerte a través de la historia de una familia que no tenía nada más peculiar que su propia humanidad.

3Six Feet Under desarrolla magistralmente su arte sobre un lienzo basado en el concepto más dramático del carpe diem. En un mundo en el que la muerte o se rechaza o se glorifica, la serie de Alan Ball se recrea en esta despedida como un estado natural inherente y consecuente a la propia vida, donde los muertos tienen nombres y apellidos, un pasado y una historia. Todo ello acaban en la funeraria de los Fisher, la familia a la que seguimos los pasos durante cinco temporadas.

Es precisamente la muerte el punto de inicio de esta historia. El fallecimiento del patriarca Nathaniel Fisher trae profundas consecuencias al resto de familiares: la estirada y deprimida madre Ruth, el perdido Nate, el encorsetado David y la rebelde Claire. Los Fisher y los que les rodean, como Brenda, Keith o Rico, continúan sus vidas a partir de este punto, con la muerte pisándoles los talones pero dejando espacio para que cuenten sus propias historias, tomen sus decisiones y vivan lo que tengan que vivir.2

Es ahí donde Six Feet Under obra su magia: relatando la propia naturaleza humana y las complejidades a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestra existencia a través de un conjunto de personajes realmente creíble (y un reparto excepcional) y sus conflictos más personales, que comulgan literalmente con lo que como individuos tenemos que vivir: la búsqueda de la felicidad, la soledad, el miedo… La vida, en otras palabras.

4Dura, realista y ajena a estereotipos, Six Feet Under se convertía así no solo en un gran drama familiar, sino en todo un estudio acerca de la humanidad; una terapia forzosa y altamente disfrutable de 63 episodios que logran, además de entretener, abrir la mente del espectador y ofrecer otra perspectiva acerca de la vida y de la muerte. Ésta última es también el final de esta historia, pero ese epílogo no merece ser leído, sino disfrutado, sufrido y asimilado.

Jaime Domínguez es editor de TV Spoiler Alert

La pecera de Eva, una serie adictiva y maltratada

Durante el mes de agosto voy a estar de vacaciones, tras un intenso año de trabajo. Pero eso no quiere decir que el blog descanse. Para aunar mis días de asueto y que ésto continúe funcionando, he pedido a varios amigos y amigas que os cuenten cuáles son sus series preferidas y por qué. Así, de paso, le damos otro aire a lo que se suele leer aquí. Que lo disfrutéis.

El texto es de Cintia H.

1Cuando me propusieron escribir un post para este blog pensé que debía hacerlo sobre alguna serie española que me hubiera gustado, para contrastar con las críticas habituales que aquí se vierten. Y como de Cuéntame ya se había hablado en varias ocasiones, opté por una serie con un formato diferente al habitual, y muy refrescante. En resumen, la típica que verías estando de vacaciones. Sí, sé que muchos de vosotros debéis estar pensando que los términos «serie española» y «formato diferente» son un oxímoron, pero si habéis visto esta, aunque sea un poco, sabréis a lo que me refiero. Se trata de La pecera de Eva.

La serie está ambientada en la consulta de Eva (Alexandra Jiménez), una psicóloga alocada y contradictoria en su vida personal capaz de disimular todos sus fallos de cara a los pacientes, que llega para trabajar en un instituto de barrio. En éste podremos encontrar todo tipo de inquietudes adolescentes: complejos, embarazos, timidez, traumas, homosexualidad, etc. A lo largo de la serie, y mediante capítulos de menos de media hora, vamos conociendo más a fondo cada uno de los casos, combinando las consultas en la «pecera de Eva» – nombre que se da a la consulta de la psicóloga, dada su afición por estos acuáticos animales- con flashbacks sobre la vida de los adolescentes, que nos ayudan a comprender mejor sus problemas. También aparecerán nuevos psicólogos (Pep y César), cada uno con su peculiar carácter y con sus propios métodos, no siempre compartidos por Eva.2

La mano izquierda de Eva con sus pacientes, los buenos hilos argumentales, y la espontaneidad del elenco de actores (la mayoría poco o nada conocidos), hacen que puedas pasarte tardes de verano devorando capítulos uno tras otro. Dicha espontaneidad no es casualidad, sino que forma parte de ese formato diferente del que hablaba antes: La pecera de Eva es una serie que tiene buena parte de improvisación, ya que a los actores no se les proporcionaban diálogos escritos, arriesgando todo a un simple hilo argumental. Esto provoca que en ciertos momentos se noten titubeos o repeticiones que hacen más realista la serie. ¿O es que acaso los diálogos que tenemos en la vida real son tan perfectos como en muchas ficciones se nos hace ver?

4No soy psicóloga, pero si alguno de vosotros lo es, seguramente será capaz de encontrar un montón de defectos a las terapias de Eva. Aquí lo importante es que la vida de estos adolescentes y de la propia psicóloga no se pinta como un camino de rosas. Es todo un reto conseguir que el espectador sea capaz de odiar a algún personaje. Y que a los pocos capítulos, tras conocer su vida personal, podamos sentir compasión y hasta paternalismo.

Hablando de compasión, precisamente eso es lo que siento ante el maltrato de Mediaset hacia esta serie: tras emitirse en Telecinco con buenos datos de audiencia, se trasladó a La Siete, donde cambió horario. De ahí pasó a emitirse a Factoría de Ficción, tras los rumores que aseguraban que se emitiría en Cuatro. Además, hubo momentos en los que se emitían 3 capítulos seguidos. Si alguien ha sido capaz de seguir esta serie por televisión, sin duda merece un premio. Yo misma me perdí y tuve que verla por internet, y he de decir que esto también fue un calvario (la plataforma Mitele suele funcionar a pedales).3

Da la sensación de que Mediaset se quiso quitar la serie de en medio, algo incomprensible con un producto que de primeras había tenido buena acogida. Estos vaivenes se notan en el final de la serie, ya que está como la Sagrada Familia: a medias.

Parece que ciertas cadenas apuestan por la telebasura, y para una vez que ofrecen algo de calidad, deciden maltratarlo hasta que acabe en el olvido. Tanto es así, que si decidís ver la serie ahora mismo, en Mitele solo podréis acceder a la última temporada, y encima os la spoilearán. La única opción es recurrir a webs de enlaces.

Cintia H. es economista

Deadwood o el nacimiento del Estado

Durante el mes de agosto voy a estar de vacaciones, tras un intenso año de trabajo. Pero eso no quiere decir que el blog descanse. Para aunar mis días de asueto y que ésto continúe funcionando, he pedido a varios amigos y amigas que os cuenten cuáles son sus series preferidas y por qué. Así, de paso, le damos otro aire a lo que se suele leer aquí. Que lo disfrutéis.

El texto de hoy es de Nacho Segurado

Mi paciencia para acabar las series es inversamente proporcional a la obsesión por no dejar un libro a medias, por malo que sea. Así que no sé bien lo que hago aquí, infiel admirador de tramas. Miento, sí lo sé: acepté la invitación de Jesús —¡él sabrá cómo prefiere arruinarse!— para escribir «algo, lo que quieras» sobre su negociado. Ya le advertí: de acuerdo, muy bien, pero te endosaré algo del pleistoceno de las series; una década en el mundillo es casi una era geológica.2

Pretender, con eones de retraso, sentar cátedra sobre la sublime Deadwood sería una gimnasia estéril y pretenciosa. Pero no pienso dejar pasar esta oportuna diligencia. Llevo años rumiando pacientemente las impresiones sobre la serie que redimió el alicaído género del western, popularizó el adjetivo shakespeariano en el lenguaje televisivo y contribuyó a alimentar el prestigio de la HBO como cadena de culto.

¿Os suena aquello —ya tan gastado— de que hoy el mejor cine se rueda para televisión? Pues Deadwood casi, casi lo inauguró. Interpretaciones portentosas, repletas de majestuosa teatralidad, diálogos literariamente engarzados hasta alcanzar cotas de profundidad deliciosas y, para envolver tantos tesoros (sin Sierra Madre), decorados, vestuario y movimientos de cámara que para sí quisiera más de una superproducción. Otra virtud que quizá también nos suene, paladares —ay— demasiado mimados, a lugar común.

1Según la muy previsible División Internacional de las Letras, Borges es un escritor para escritores, mientras que Benedetti lo es para lectores. Por supuesto, no estoy de acuerdo con esto (simplificar es mentir), pero la trivialidad me sirve para trazar una brecha similar en cuanto a las series, mi propia simplificación. Mientras The Wire sería lo más parecido a un minucioso ensayo sociológico, Deadwood es algo así como un extenso poema épico (inacabado) sobre los orígenes del Estado.

Porque Deadwood —un embrión de poblado de frontera, de la Frontera Americana como la describiera en el siglo XIX el gran Frederick Jackson Turner: la de la simplicidad primitiva y el individualismo feroz— es una empresa colectiva donde las fuerzas hobbesianas se desencadenan con siniestra precisión, con una crudeza despiadada… con una profusión de insultos sin igual en la historia de las series. Y si no me creéis, escuchad.

La violencia pura del desgobierno; o mejor: de donde aún no ha llegado el gobierno. El sucio imperio en construcción del ‘virrey’ de turno –en la serie es el esquinado y proteico Al Swearengen, que ya para siempre será el rostro curtido de Ian McShane— y el territorio inhóspito del héroe, Seth Bullock, el varón colmado de virtudes que a todos incomodan, porque en el estado de barbarie cualquier avance moral es puesto bajo sospecha.4

De fondo, entre cerdos que descuartizan rivales, la depravación de los amores violentos y los discursos luditas, la sombra civilizatoria de la metrópoli avanza imparable con su mezcla inoportuna de anhelo de progreso y exaltación de las leyes complejas que rigen los destinos humanos. De la galería de seres que habitan Deadwood, me sigo emocionando al recordar a la encomiable, dipsómana y sin embargo humanísima Calamity Jane; al médico del pueblo, Amos Cochran, atormentado y lúcido matasanos; o a la prostituta Joanie Stubbs, la gran heroína de la serie, por encima de la ñoña Alma Garrett.

3Como en toda obra de arte, en Deadwood hay una predisposición quizá involuntaria a lo sublime, a embellecer la miseria de lo cotidiano. Resulta obvio que el Deadwood real —que existió, como la mayoría de los personajes de la serie— debió de ser un territorio incómodo para la vida, donde los vicios y las virtudes tendrían un componente desagradable y prosaico. Pero en el Deadwood imaginado por David Milch no hay espacio para lo vulgar. Hasta la sangre del último cocksucker refulge.

 

 Nacho Segurado es periodista e historiador. Trabaja en 20minutos y edita Europa Inquieta

Y tú, ¿entiendes The Leftovers?

Para poder considerarla tal, una serie debe contar con dos rasgos irrenunciables: una idea principal, que sirva para situarnos en la historia, y un fin u objetivo, que ha de contar con los recursos suficientes de desarrollo para llegar al mismo. Ambas características deben ser inseparables, ya que una sin la otra es como si hablamos de un helado sin frío. Kevin arrives on foot and has a discussion with Mayor Lucy

The Leftovers, la nueva serie de HBO creada por Damon Lindelof y que en España emite Canal + tiene una idea: el 2% de la población mundial desaparece del planeta sin razón aparente, sin que nadie sepa qué ha sido de ellos. Pero no tiene un horizonte. Su ambición es contar qué le pasa a los que han sobrevivido a la tragedia sobrenatural pero sin ir a ninguna parte. No hay un atractivo en forma de «descubriremos qué pasó», tal y como admitió el propio Lindelof. Entonces, ¿qué sentido tiene la serie?

Boyfriend confronts Laurie and Gladys outside restaurantLos que habíamos leído el libro de Tom Perrotta en el que está basado la serie, traducido como Ascensión, sabíamos todo esto. El autor traza la vida de los que no se han ido después de que hayan perdido a sus seres queridos. La trama discurre con el día a día de Kevin Garvey y sus hijos tras lo ocurrido, con la evolución de la secta a la que se ha unido su esposa, o exponiendo todo el dolor de Nora Durst tras perder a toda su familia. Y ya está. No hay investigaciones sobre por qué millones de personas se han volatilizado, eludiendo la resolución del misterio.

A pesar de todo, The Leftovers ha conseguido llamar mi atención por su narrativa. La adaptación tiene poco que ver con el libro, pero está muy conseguida. Los roles de cada personaje son distintos, hasta las relaciones entre ellos cambian con respecto a lo escrito, y nada de ésto chirría. Las piezas encajan, sus interacciones son creíbles y nada parece estar hecho al azar. En resumen, está muy bien hecha, lo que ya es un logro al estar detrás el creador de LostMeg is now resolved and working hard to chop down the tree

¿Cuál es su problema? Pues que no se entiende (o así pensamos unos cuantos). Como he podido comprobar leyendo a otra gente y hablando con los que la han visto, la reflexión es común: no acabamos de pillar lo que pretende relatarnos The Leftovers. Los personajes son singulares y por sí solos tienen experiencias para ofrecer un capítulo entero, vale. Pero, ¿por qué les pasan esas cosas? ¿Va a tener consecuencias en el devenir de la historia? ¿O se trata simplemente de contarnos los porqués de cada uno?

We meet Aimee & Frost Twins who talk Jill into attending Dorfman's partyEn el libro, Perrotta expone con precisión el antes y el después de la tragedia para sus protagonistas. Su novela no es intrigante, y tampoco es de las que enganchan. Es una historia de personajes, un cuento coral sobre cómo afrontan una situación inexplicable mientras viven en un pequeño pueblo de EEUU, y en la que explora cómo llegaron hasta ese punto clave. Esto a Lindelof se le da muy bien, como demostró en LostPero al contrario que en esta última, aquí el asunto no va a ninguna parte.

The Leftovers es llamativa, capaz de sorprender y gustar, y además cuenta con un buen elenco de actores con Liv Tyler y Justin Theroux a la cabeza. Pero es que la idea principal no cuenta con un fin de futuro que la acompañe. Me cuesta decir que es una serie. Tampoco sé en qué género encuadrarla. Lo dejaremos en «locura para desconectar». Hasta que nos aburramos.

Utopia, la conspiración necesaria

Siempre le reclamamos a las series que tengan argumentos que puedan corresponderse a una posible realidad. Que aquello que veamos sea plausible, y encaje en una dimensión de la que podamos formar parte. Es decir, que hagan arte, al conseguir que un posible mundo sea creíble. Cosa muy distinta es creer en este, dado que eso queda en el ámbito de la religión. Estas reflexiones Utopia Year 2sobre arte y religión, que son del escritor Lawrence Wright, pueden servir para estas ficciones que nos presentan dimensiones ficticias para convencernos de que podemos vernos inmersos en ellas. Aunque su argumento suene a conspiración extraña sacada de El código da Vinci.

La última que se sumó a la lista de este género fue Utopia, de la cadena británica Channel 4 y emitida en España por Canal +. Su frescura, argumento y fotografía, con colores fuertes en todos los escenarios que aparecen en los episodios con la idea de que sea aún más visual y llamativa, la convirtieron en uno de los mejores estrenos de 2013. Tras año y medio fuera de pantalla, ha regresado con una segunda temporada muy esperada, pero que a la vez contaba con la dificultad del listón puesto por la primera entrega. Y aunque no lo ha superado, su calidad se ha mantenido.

3No era fácil continuar una historia que reveló tanto de la trama tras partir de cero en su primer episodio: el cómic, el manuscrito de Utopia, The Network, Mr. Rabbit, Jessica Hyde, Philip Carvel, Janus… Todo esto y mucho más formaba parte del plan de una gran organización que afectaría a toda la humanidad, y que les llevaría a cometer todo tipo de abusos. La doctrina de Maquiavelo aplicada hasta el paroxismo, con auténticas matanzas que justifican con su objetivo final.

Porque otra de las características perentorias de Utopia es su violencia, potenciada por los colores vivos de los escenarios y ciertos objetos o sustancias que aparecen en la serie. La que más en estas últimas es la sangre, dotada de un rojo chillón que permite que veamos como se esparce hasta la última gota de los cientos de cabezas que han sido disparadas en los solo 10 capítulos emitidos entre este año y el anterior. Y es que hasta en esto ha resultado ser transgresora, al atreverse a incluir un salvaje tiroteo en un episodio emitido pocas semanas después de la masacre de la escuela estadounidense de Newtown. En Reino Unido fliparon, y en EEUU se indignaron. Nada que sorprenda.2

Más allá de sus polémicas y la sangre colorida, Utopia es muy buena. Fue la serie más original de 2013 junto a Dates, y su idea principal es de las que ha contado con un desarrollo transparente desde el inicio y está acompañada de un objetivo o final que se identifica fácilmente: unos quieres llevar a cabo el plan que afectará a todo el planeta, y otros quieren detenerlo por las consecuencias nefastas que provocaría entre la población. Los actores contribuyen a que no podamos dejar de mirar. Amén de lo bien que lo hace Fiona O’Shaughnessy, el que pasa por encima de todos es el brutal Neil Maskell en su papel de Arby. Jamás un villano fue tan enigmático y entrañable. Y Maskell está aporreando la puerta del cine con esas actuaciones sobresalientes.

UTOPIA IIToda esta calidad podría haberse visto diezmada si los nuevos capítulos hubiesen sido mucho peores que los del pasado curso. El comienzo no puso ser más esperanzador: el primero de la segunda temporada, que relataba cómo surgió Janus y la historia de Philip Carvel, y que contó con Rose Leslie (Juego de Tronos) como estrella, ha sido el mejor de la serie. Los otros tres emitidos no han sido mejores que sus predecesores, pero tampoco desmerecen nada. Y ya os aseguro que vuelven a surgir nuevas incógnitas sobre qué pasará con los planes de The Network y Mr. Rabbit.

Utopia es una serie que debería ver todo el mundo para descubrir que aún existen esas ficciones que no se parecen en nada a lo que se está emitiendo. Es violenta, sí, pero aunque seas muy sensible puedes disfrutarla. Y es capaz de sorprender a cada episodio con nuevas tramas. Y aunque dé la sensación de que va perdiendo fuerza con el paso de los episodios, analizándola en frío se vislumbra que no es así. Porque la historia no deja de crecer, y mantener viva la llama del interés es lo que importa.