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Siempre busco la manera de acabar una serie cuanto antes... para ponerme a ver otra.

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El niño que creció con Chespirito y El Chavo del 8

Llegaba la tarde y siempre ponías La 2. Daba todo igual a la hora que estaba previsto que comenzase. Las preocupaciones del cole pasaban a segundo plano y los deberes, hechos antes o no, dejaban de importar. Los que vivían contigo eran conscientes de todo lo anterior, y no interferían en ello. Salvo que te castigasen, que era lo peor que te podía pasar. Aunque en la mayoría de ocasiones siempre te perdonaban la trastada un minuto antes de que empezase a sonar esa sintonía que te ponía aún más contento. Ya estabas listo para ver El Chavo del 8. Espera, sitúate. Mejor lee con esto de fondo.

1Cuando eras un crío estabas convencido de que El Chavo (no te paraste a pensar en qué significaba «chavo») y Quico eran niños como tú. Ni se te pasaba por la cabeza que fuesen actores muy mayores que interpretaban a chavales que, como tú, jugaban, reían, tenían preocupaciones pueriles (aunque ni supieses qué significaba esto) y hasta se peleasen. Sí, la Chilindrina también tenía muchos más años que tú. Pero lo que sí sabías es que Don Ramón y Doña Florinda existían a tu alrededor. Podían ser un vecino, un tío o los padres de un amigo. Estaban ahí fuera, y tú huías de ellos. No querías llevarte un coscorrón.

Tampoco te podías imaginar que lo que veías todos los días se había rodado casi 20 años antes de que tú pudieses disfrutarlo. Y ahí estabas, pensando incluso que era en directo. De todas maneras, ¿qué importaba eso entonces? ¡Encima estabas viendo historia de la televisión! Aunque esto tampoco lo sabías. Por cierto, ¿sabías entonces que esa probablemente era la primera serie que seguías que no era de dibujos?2

La inocencia te impidió conocer los detalles y la realidad de tu serie preferida. Ni lo sabías, ni tenías por que saberlo. A esa hora, en esos minutos, lo único que te interesaba era que el barril estuviese en su sitio y que El Chavo apareciese asomando la cabeza en el momento justo. Que después hablase con Quico para después pelearse. Cuando esto ocurría, ya esperabas que apareciese Don Ramón para regañarles a los dos, y que al Chavo le levantase la solapa de ese gorro tan tonto que llevaba para soltarle un meco. Entonces, entre tus risas, El Chavo debía volver entre lloros a su sitio. El colofón era que, entre las quejas de Quico, apareciese Doña Florinda para abofetear a Don Ramón.

Sin lo anterior, el episodio del día no estaba completo. Lo que ocurriese aparte no te afectaba tanto, aunque lo agradecías. Por ejemplo, cuando la Chilindrina se metía entre Quico y El Chavo. Por supuesto, te alegrabas con las locuras de Doña Clotilde, la bruja del 71. Del profesor Jirafales y el Señor Barriga te acuerdas menos. No les viste tanto. Los que dejaron huella fueron los protagonistas. Es normal: ocupaban la mayoría de escenas.

3De lo que tampoco te cercioraste, porque no eras lo suficiente mayor para ello, era de la magnífica crítica al clasismo que había en El Chavo del 8. Ni de que estaba pensada para un público adulto. Su creador quería que la viesen tus padres. Si la veías tú, mejor, pero no era su objetivo. Seguro que tampoco te enteraste de que la criticaban por ser vulgar y hasta grosera. Que hubo hasta quejas por los golpes que recibían El Chavo o Quico. Y a ti todo te parecía normal. Por algo sería.

Un día, El Chavo se fue. Todos sus amigos y vecinos se fueron. Para sustituirle, llegó un personaje del cual te sonaba su cara. Quizá ahí descubriste qué eran los actores y cuál es su trabajo. Se llamaba El Chapulín Colorado, y no causó el mismo efecto que su predecesora. A unos les gustaba, y a otros no tanto. Quizá no te interesó tanto. Te acordabas mucho del Chavo. Al fin y al cabo, eras un niño al que no le gusta que le cambien lo que le gusta.3

Ese niño que nació en los 80 y que creció con ‘Chespirito’, aunque no sabías que se llamaba así, eras tú. Soy yo. Aunque hubiese Power Rangers, Bola de Dragón, Oliver y Benji Azuki, nunca te podías perder El Chavo del 8. Como te ocurría con lo que veías a la hora de comer, esa serie en la que aparecía gente con un acento distinto al tuyo era tu principal entretenimiento de la tarde. Era tu forma de vida. Para lo que corrías al hacer los deberes (si es que no los posponías por sentarte ante La 2).

4Chespirito’ murió ayer a los 85 años. En España apenas se le conoce por su nombre artístico. Menos aún por Roberto Gómez Bolaños. Pocos sabían que era mexicano. A pesar de esto, ha conseguido ser inmortal. Y todo gracias a la magia que llevó a la televisión.

Ahora, aunque ya no eres un niño, quizá te pongas a ver escenas de su trabajo. Quizá no te parezcan tan buenas como entonces. Pero es probable que te emociones. Recordarás cuando la veías solo o con alguien de tu familia. O cuando lo hacías con ese amigo de la infancia. El mismo con el que ya no tienes contacto. Las reminiscencias te asaltarán, y caerás en lo bien que lo pasasteis juntos en aquellos años, tirados en el suelo mientras la tele os gobernaba. Unos momentos maravillosos de los que solo es responsable Roberto Gómez Bolaños, ‘Chespirito’.