La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Los alemanes, el camarero y la paloma

En el hotel de Tarudant, en el que recientemente estuve alojado, presencié una situación que no me resisto a contarles.

Eran las 8,30 de la mañana, más o menos, y el sol caía ya con fuerza ya sobre la terraza del jardín interior, en la que se habían habilitado varias mesas para que los clientes tomasen el desayuno. Una pareja de alemanes, con dos niños, que se habían perdido por allí desde “su oasis” particular de Agadir (a unos 60 km), se disponía a desayunar en una de esas mesas; la única que en este momento estaba a pleno sol; ¡algo que les agradaba sobremanera!, supongo.

En la mesa de formica, sin mantel, todo había sido dispuesto para que empezasen a paladear los manjares: pan fresco en abundancia; un jarra con café humeante y otra con leche; dos tarrinas con mermelada de albaricoque y de cerezas; una más con mantequilla; un plato con bollería recién hecha… Y los correspondientes cuatro servicios, por supuesto: plato y taza de café, cucharilla, cuchillo y tenedor, servilleta de papel…

En esto… no se sabe cómo, una paloma descendió entre las palmeras que rodeaban la piscina y revoloteó sobre la mesa dejándoles “su saludo”. Los alemanes se miraron, sonrieron, levantaron ligeramente la mano y, muy discretamente, solicitaron la presencia del camarero que estaba por allí, que acudió poco después. No entiendo el alemán, pero, por los gestos, deduje que, más o menos, debieron decirle algo así: “Por favor, ¿puede usted limpiarnos esto?”

El camarero pareció no entender… Los alemanes señalaron con el dedo. Él alargó entonces el brazo, sin pensárselo, tomó una servilleta de las que había sobre la mesa en un servilletero auxiliar y procedió a “levantar” de la mesa el regalo de la paloma… Luego lustró, como pudo, la formica. Y se retiró sin más. Los alemanes se miraron, sonrieron, y siguieron desayunando.

Tafraute, el corazón del Antiatlas

Tafraute, no sé sabe por qué, tiene cierto halo de misterio para los extranjeros; hasta aquí llegan algunos, regularmente, durante todo el año en una especie de peregrinación. Lo hacen, supongo, buscando tranquilidad y silencio; o bien con el ánimo de descubrir las montañas que rodean a este pueblo (el pico más alto, el Jebel al-Kest, tiene 2.359 m.) También, con la idea de adentrarse desde aquí en el desierto, siempre hacia el sur.

Tafraute, situado a 1.200 metros de altitud en el mismo corazón de un circo glacial, está rodeado de rocas graníticas rojizas que hacen que las puestas de sol un espectáculo. Es el pueblo de referencia en el Antiatlas; una región desértica, poco poblada y muy pobre. En cambio, el paisaje subyuga; los oasis y las palmeras, las aldeas al abrigo de las paredes rocosas, confundiéndose con ellas; los kilómetros y kilómetros de almendros en flor en el mes de febrero… Hoy el espectáculo es ese verde intenso de las hojas y el fruto apenas formado, del trigo y de la cebada en los bancales que bordean a las torrenteras… Y el desierto, ese mundo de nada que cabalga hasta perderse en el horizonte sobre mesetas y lomas peladas…

De Tafraute a Tarudant (unos 200 Km) se puede ir por varios caminos, pero acabo de descubrir uno nuevo, el que va por Igherm, un pueblo minero en la ruta hacia Tata. Este recorrido, de unos 120 km de soledad hasta Igherm, discurre sobre unas mesetas inhóspitas en torno a los 1.800 metros de altitud, donde, todavía sigo preguntándome, como pueden vivir, y de qué, las pequeñas aldeas que siempre sorprenden al viajero a su paso, escondidas en alguna vaguada entre las piedras.

Luego, desde Igherm, la carretera (estrecha, pero en buen estado) va descendiendo de meseta en meseta, por un paisaje de rocas y arganes, hasta llegar al fértil valle del Sus, el río que separa al macizo que hemos dejado atrás del Alto Atlas. La entrada a Tarudant se hace entre huertas feraces en las que se cultiva de todo durante todo el año: naranjos, olivos, cereales, toda clase de hortalizas… Aquí el clima es estable (muy caluroso) y el agua abundante. Al fondo, mirando hacia el noreste, las grandes crestas nevadas del Atlas invitan a subir hasta allí, aunque antes hay que hacer una parada en Taroudant, la ciudad (para mi) de la brujería y las especias… y de las bicicletas.