La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Tafraute, el corazón del Antiatlas

Tafraute, no sé sabe por qué, tiene cierto halo de misterio para los extranjeros; hasta aquí llegan algunos, regularmente, durante todo el año en una especie de peregrinación. Lo hacen, supongo, buscando tranquilidad y silencio; o bien con el ánimo de descubrir las montañas que rodean a este pueblo (el pico más alto, el Jebel al-Kest, tiene 2.359 m.) También, con la idea de adentrarse desde aquí en el desierto, siempre hacia el sur.

Tafraute, situado a 1.200 metros de altitud en el mismo corazón de un circo glacial, está rodeado de rocas graníticas rojizas que hacen que las puestas de sol un espectáculo. Es el pueblo de referencia en el Antiatlas; una región desértica, poco poblada y muy pobre. En cambio, el paisaje subyuga; los oasis y las palmeras, las aldeas al abrigo de las paredes rocosas, confundiéndose con ellas; los kilómetros y kilómetros de almendros en flor en el mes de febrero… Hoy el espectáculo es ese verde intenso de las hojas y el fruto apenas formado, del trigo y de la cebada en los bancales que bordean a las torrenteras… Y el desierto, ese mundo de nada que cabalga hasta perderse en el horizonte sobre mesetas y lomas peladas…

De Tafraute a Tarudant (unos 200 Km) se puede ir por varios caminos, pero acabo de descubrir uno nuevo, el que va por Igherm, un pueblo minero en la ruta hacia Tata. Este recorrido, de unos 120 km de soledad hasta Igherm, discurre sobre unas mesetas inhóspitas en torno a los 1.800 metros de altitud, donde, todavía sigo preguntándome, como pueden vivir, y de qué, las pequeñas aldeas que siempre sorprenden al viajero a su paso, escondidas en alguna vaguada entre las piedras.

Luego, desde Igherm, la carretera (estrecha, pero en buen estado) va descendiendo de meseta en meseta, por un paisaje de rocas y arganes, hasta llegar al fértil valle del Sus, el río que separa al macizo que hemos dejado atrás del Alto Atlas. La entrada a Tarudant se hace entre huertas feraces en las que se cultiva de todo durante todo el año: naranjos, olivos, cereales, toda clase de hortalizas… Aquí el clima es estable (muy caluroso) y el agua abundante. Al fondo, mirando hacia el noreste, las grandes crestas nevadas del Atlas invitan a subir hasta allí, aunque antes hay que hacer una parada en Taroudant, la ciudad (para mi) de la brujería y las especias… y de las bicicletas.