La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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En la frontera más desigual del mundo

El espectáculo que se vive a diario en la frontera de El Tarajal (Ceuta) es angustioso. Cientos y cientos de mujeres de todas las edades (alguna ancianas), vencidas por fardos que abultan más que ellas, se amontonan, se pisan, se retuercen mientras intentan avanzar por un corredor limitado por alambradas de más de dos metros de altura, hasta desembocar delante de la policía marroquí. Allí, algunos policías las empujan, zarandean, a veces las insultan, mientras, despectivos y hoscos, las acorralan con desprecio. Sólo cuando les dan bajo cuerda la correspondiente propina se compadecen de ellas.

Esta es la frontera de El Tarajal, la más desigual del mundo; una línea extraña que separa a un país de otro que le supera, ¡hasta en 15 veces!, en su Producto Interior Bruto.

Entre tanto, el paisaje es desolador. De uno y otro lado se suceden las rejas, las alambradas, las puertas que nunca se abren, los muros de hormigón, los fosos y trampas para que nadie pueda moverse con libertad… El paso de Ceuta / Marruecos es un laberinto en el que cada día miles de personas (las estadísticas hablan de más de 20.000) transportan mercancías, casi siempre de ínfima calidad, desde la ciudad ceutí al país magrebí para sobrevivir simplemente o a cambio de una paga extra…

Marruecos no reconoce a este paso como una frontera propiamente dicha; no hay control aduanero por tanto. Todo se deja al azar y al trapicheo. Así, todo va a depender en cada momento de la voluntad o el humor de quienes representan la autoridad marroquí.

Hace unos días estuve una hora haciendo cola para pasar a Ceuta y otra para volver a Marruecos. Una vez más constaté lo absurdo y kafkiano de la situación. El caos, el desprecio y maltrato a las personas, el tiempo que se pierde sin saber por qué, la contaminación provocada por cientos y cientos de automóviles parados, con el motor en marcha, sin poder avanzar… Todo se antoja un disparate.

En la docena de años que llevo pasando con cierta frecuencia por El Tarajal, creo que he visto de todo; pero, lo más importante es lo que he aprendido: he aprendido a ser paciente y a entender que el mundo es como es, no cómo uno desearía que fuese. ¿De qué sirve quejarse? Al fin y al cabo es una frontera, me digo; una frontera que, además, comunica dos mundos a los que separa un abismo. Y encima, como he dicho antes, no es una frontera “reconocida” ni aceptada. De modo que lo que en ella ocurre a diario, casi siempre es imprevisible. Todo se controla a ojo de buen cubero y los “impuestos” que se pagan se acuerdan según lo que sean capaces de negociar entre unos y otros, entre los policías de turno y los sufridos (sobre todo sufridas) matuteros.

La salud de los españoles residentes en Marruecos, en peligro

Mientras España se jacta de atender cada año a miles de extranjeros gratuitamente en sus centros públicos de salud (entre ellos a muchos marroquíes sin papeles), los españoles residentes en Marruecos (en Tetuán, Tánger, etc.) no pueden acudir a los centros de salud de Ceuta, por ejemplo, porque, según dicen, un convenio bilateral firmado entre Marruecos y España les obliga a acudir a la sanidad pública marroquí. Y en Ceuta les confirman este hecho y se niegan a atenderlos.

Pero, ¿alguien se ha vuelto loco? O sea, que los extranjeros sí y los españoles no. Porque, de todos es sabido la cantidad de marroquíes que pasan a España haciendo uso de amistades, influencias y otras triquiñuelas, al objeto de operarse o de hacer una consulta médica en un centro de salud público a costa del erario español.

En los centros de salud de la provincia de Cádiz, Málaga o Sevilla pueden dar fe de este hecho.

Pero ahora resulta que los antiguos españoles residentes en Marruecos, los empleados españoles de las empresas, los funcionarios del Estado español o los religiosos y religiosas que hay por aquí, los cooperantes de ONGs… tienen que acudir a una sanidad, la pública marroquí, de la que los propios marroquíes huyen como el gato escaldado del agua.

En fin; sobran las palabras, creo. No me extraña que estén desesperados. ¿Pero es que nadie va a corregir este disparate?

NOTA, NOTA, NOTA, NOTA, NOTA, NOTA, NOTA… A los lectores de este blog. ¡Se acabó! He resistido cuatro meses y medio al insulto gratuito de los que algunos llaman trolls y otros, sencillamente, terroristas. He resistido en aras de la libertad; de esa libertad en la que creo, que, en esencia, para mí, no es más que respetar que cada cual se exprese libremente. Pero las decenas de personas que me están haciendo saber que la situación creada ya es irrespirable, me lleva a tomar esta decisión: evitaré que aparezcan los comentarios ofensivos. Discrepancias, todas; ofensas a personas, ninguna.

A esos que sólo aportan odio, muchos de mis lectores les llaman indeseables y, no pocos, proponen que se les aplique la ley. Yo diría que calificarlos de imbéciles es tratarlos bien; sencillamente no tienen cerebro. Les estamos dando la oportunidad de pensar, de crecer como seres humanos, de debatir sobre una situación sociopolítica que nos preocupa a todos… y lo único que se les ocurre es ladrar. Puestos a pensar, uno se los imagina fuera de la civilización, perdidos entre animales (como esos individuos que vimos el otro día en la televisión intentando romper un camión de bomberos con la cabeza…)

A partir de hoy, pues, no les tendremos en cuenta; cuando entendamos que ofenden e insultan gratuitamente, les borraremos del blog. Este blog tiene varios miles de lectores y la mayoría está por la labor de debatir sobre las relaciones y conflictos que ahora se nos plantean a cristianos y musulmanes.

Ya digo que no importan las discrepancias. Lo que aquí no aceptamos es el odio o la violencia verbal. Y lo que les deseo siempre: ¡Salud!

¿Por qué un hombre no acude a una cita?

Hace unos días tenía concertada una cita con un marroquí a la que mi interlocutor no acudió. Y, una vez más, me puse a reflexionar sobre ello; no es la primera vez que me ocurre. La primera fue en Ceuta, con un ceutí cristiano, precisamente. Me sorprendió aquel plantón porque había ido expresamente de Tetuán a Ceuta (a 60 kilómetros y una frontera por medio) para reunirme con él. Y no sólo no me avisó que no podía acudir a la reunión, sino que ni siquiera se disculpó, ni me dio una explicación posterior. Esto mismo me ha sucedido en Marruecos alguna que otra vez. Y la pregunta siempre surge. ¿Por qué la gente no avisa que no va a ir a una cita, o, si no va sin más, por qué no se disculpa? ¿Es una cuestión cultural? ¿O es una cuestión de responsabilidad? Quizá es problema de madurez…

Una amiga europea que está trabajando en la Universidad marroquí me dice que a ella lo que le ocurre con mucha frecuencia es que profesores con los que intenta trabajar “le dan largas y largas” hasta terminar por aburrirla. Según ella, cuando algo no les interesa a los hombres de aquí, en vez de decir abiertamente que no, ¡no!, «se escaquean y ya está…» Puede que en España ocurra también esto, aunque me atrevo a decir que con menos frecuencia.

Así que, la conclusión no debe ir por ser musulmán o cristiano, “occidental” u “oriental”, sino por ese compromiso personal que cada cual ha de tener con la vida, con las responsabilidades que asume o debe asumir… Escaquearse, como vulgarmente se dice, es simplemente infantil. Y cierto es que aquí “hay mucho hombre inmaduro”, según he escuchado de labios de muchas mujeres y de no pocos hombres marroquíes.