La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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El Aaiún, entre la realidad y el deseo

A El Aaiún llega el viajero confundido por un espejismo… Pero, ¿no estábamos en el desierto? Pues sí. Pero resulta que aquí hay atascos en las calles, contaminación, ruido y terrazas en las que la gente se sienta a tomar un café; edificios en obras por todas partes… Una población que crece sin cesar, que se acerca deprisa al medio millón de habitantes. Y una presencia militar y policial acusada, claro, que no deja moverse ni a una mosca. Los coches todo-terreno, blancos, con las letras UN en negro, enormes, (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental), forman parte del paisaje de esta ciudad ya; van y vienen de acá para allá sin cesar desde hace dos largas décadas… Se supone que garantizan la paz. Y su personal ocupa los mejores hoteles. En fin, El Aaiún es un ejercicio de voluntarismo político permanente con un futuro incierto todavía…

La población autóctona saharaui se distingue perfectamente de la marroquí emigrada del norte; no sólo por su fisonomía (más espigados), también por sus costumbres y hábitos o por la forma que tienen de vestir (la melhfa las mujeres y el darâa los hombres).

Pero lo que más se nota en la antigua capital española del Sahara occidental es el esfuerzo que está haciendo el Gobierno de Marruecos para dotar a El Aaiún de infraestructuras y servicios. El puerto y la playa de Foum el-oued, a 25 km, son dos claros ejemplos en ese sentido; el primero es un centro industrial desde el que se exportan los fosfatos de Bukrá, extraídos 120 km más lejos, mientras la segunda, la playa, dispone de cierta infraestructura hotelera para acoger a los veraneantes que quieran acudir. Puerto y playa están unidos ya a la ciudad por una moderna autovía.

Un español que lleva por aquí medio siglo, uno de esa veintena que aún no se ha ido, nos contaba que aquí, sin embargo, sólo cabe la desesperanza… Nuestro amigo español, que prefiere el anonimato, se confiesa vencido por el pesimismo. “El 100% de la juventud quiere irse a España… Aquí no hay esperanza para nadie; ni para los saharauis, ni para la población en general… ¿Qué van a hacer si no hay trabajo? Las mujeres no salen de casa… Se dedican a engordar y a tener hijos —la obesidad es el canon de belleza de aquí, precisa— [la diabetes tipo dos, aquí, es endémica]. Y las pocas empresas españolas o europeas que se atreven a intentar un negocio… terminan marchándose. En fin…”

Desde luego turismo no hemos visto; en dos días apenas nos hemos topado a media docena de europeos. Y, a parte de las gasolineras y algún que otro almacén y una fábrica de pescado, lo que rodea a El Aaiún son las dunas; las interminables dunas, la planicie infinita desértica… Y el viento.

Tarfaya, el pueblo perdido… El Aaiún

De Tan-Tan a El Aaiún hay 304 km de nada. La Nada. La carretera discurre por una meseta pedregosa, asomada a un acantilado uniforme, repetido, que se sucede durante decenas de kilómetros. Al mismo borde de la roca, hombres solitarios se han fabricado casetas rudimentarias con piedras y plásticos donde se refugian cuando se hartan de pescar, después de estar horas y horas sosteniendo la caña para arrebatarle al mar algún valioso pescado que luego venden al borde de la carretera. A veces, la meseta se rompe y la carretera baja hasta un río seco que ha abierto una brecha profunda en la roca, formando lagunas que se adentran en la planicie varios kilómetros. Otras veces es la policía la que interrumpe esta marcha monótona hacia el oeste: además de pedir el pasaporte quieren saber dónde vamos, de dónde venimos, a qué nos dedicamos, cómo se llaman nuestros progenitores y antepasados… Recogen información, eso es todo. En general, son amables. Hay que tener paciencia.

Unos 100 km al sur de Tan-Tan está el pueblo de Sidi Akhfennir, que es como una aparición entre tanta soledad. Con él termina, de momento, el acantilado y el mar se hace visible en la playa. Aquí se solicita el permiso para visitar el Parque Natural de Khenifiss, a 30 km; se trata de unas lagunas, al mismo borde del mar, donde hibernan flamencos y toda clase de aves. Las lagunas están rodeadas de dunas enormes; espectaculares. La visita merece la pena. Un paseo en barca durante algunas horas será suficiente. Antes, a la salida del pueblo, hemos dejado atrás La courbine d´Argent, un pequeño hotel de 10 habitaciones (40 € la noche) que regenta Paul Italiano, un francés que organiza jornadas de pesca para sus huéspedes si lo desean.

Desde aquí a Tarfaya… piedras y arena, indistintamente. Y otra vez los pescadores solitarios (en la más absoluta miseria) que, 50 kilómetros antes de llegar a este pueblo pesquero que fuera español hasta 1958, vuelven a aparecer diseminados siguiendo la línea del acantilado que ha vuelto a surgir… Tarfaya es como un pueblo fantasma. La carretera de acceso está parcialmente cubierta de dunas; algunas calles también. El puerto medio derruido y en obras… Y cuatro edificios oficiales, la guarnición militar, una oficina bancaria, correos, algunos cafetines… Eso es todo. Bueno, y un pequeño pedestal en el arenal del paseo de la playa, sobre el que hace equilibrio una avioneta, casi de juguete, que recuerda que Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito, hacía escala aquí cuando trabajaba en el servicio de correos francés y cubría la ruta entre Toulouse y Dakar. Por la calle apenas hay vida y, mires dónde mires, la arena acecha siempre.

Para enfilar a El Aaiún, la carretera gira hacia el sur dejando a la izquierda el cabo Juby. Los 99 kilómetros que faltan para llegar hasta la que fuera capital del Sahara español, El Aaiún, son pura monotonía: algún lago salado seco y el pueblo de Tah, antigua frontera de esta provincia española con Marruecos. Una veintena de casas, un puesto de policía, la gasolinera y el monumento que recuerda que desde aquí iniciaron 350.000 marroquíes la Marcha Verde, es todo lo que ofrece el lugar. Luego ya no queda más que esperar que pasen los kilómetros hasta que la presencia de una laguna, los cuarteles y los controles policiales anuncian que hemos llegado a El Aaiún.