Bajar, bajar… hasta Dakhla, la antigua Villa Cisneros, son 503 km más; a los que hay que añadir otros 327 hasta la frontera mauritana. Pero el objetivo de este viaje era llegar a El Aaiún y darse la vuelta. No obstante, para los interesados, puedo contarles en unas pocas líneas más que, hasta Dakhla, la monotonía del paisaje se repite como el eco. Eso sí, la vieja Villa Cisneros, asentada en una lengua de tierra que se adentra en el mar 40 km —que conozco por otros viajes—, merece una visita. Todavía se respira en ella el aire español de aquellos años 60 y 70 anteriores a la descolonización. La iglesia, algún restaurante, el hotel-parador, alguna que otra villa…
Y dicho esto, nos damos la vuelta por donde hemos venido; es decir, dejamos El Aaiún para llegar a Tiznit (539 km) que, que aunque parece una barbaridad la distancia, no resulta pesado hacerla pues la carretera es recta y despejada, está en buen estado, y apenas tiene circulación. Así que, sin prisas, a media tarde avistamos la ciudad de la filigrana en la plata. No sin antes haber disfrutado de una sorprendente borrasca, 90 km antes de llegar a Guelmim, con agua a raudales… ¡En el desierto! En Tiznit hay hoteles de todos los precios para pasar la noche. Por la mañana, dado que estamos de vuelta, alguien comentan que les gustaría llevarse un recuerdo; de todos modos, merece la pena una visita pausada al zoco de los plateros… Pulseras de plata (desde 6 euros), anillos, collares, prendedores y adornos... La vista se ahoga de tanto mirar; los escaparates son, a la postre, la repetición de la monotonía. Observo que hay mucho “barbudo integrista” regentando el negocio de la platería, algo que nunca había visto hasta ahora por aquí.
Pero, para los que la plata no tiene mayor interés, lo mejor es sentarse en la Plaza al-Machouar, en cualquier café, en el Au bon accueil por ejemplo, y disponerse a observar tranquilamente a los parroquianos que llegan, que entran y salen sin cesar mientras discuten o shablan pausado en cirnculoquio… Observar a los campesinos que llegan y piden el desayuno tradicional de por aquí: café, un platito con aceite y abundante pan…Y una botella de agua de manantial para ayudarse, supongo, a bajar tanta miga. Aquí podría uno pasarse el día entero mirando. Más hay que irse ya porque nuevas sorpresas aguardan.