La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Tarfaya, el pueblo perdido… El Aaiún

De Tan-Tan a El Aaiún hay 304 km de nada. La Nada. La carretera discurre por una meseta pedregosa, asomada a un acantilado uniforme, repetido, que se sucede durante decenas de kilómetros. Al mismo borde de la roca, hombres solitarios se han fabricado casetas rudimentarias con piedras y plásticos donde se refugian cuando se hartan de pescar, después de estar horas y horas sosteniendo la caña para arrebatarle al mar algún valioso pescado que luego venden al borde de la carretera. A veces, la meseta se rompe y la carretera baja hasta un río seco que ha abierto una brecha profunda en la roca, formando lagunas que se adentran en la planicie varios kilómetros. Otras veces es la policía la que interrumpe esta marcha monótona hacia el oeste: además de pedir el pasaporte quieren saber dónde vamos, de dónde venimos, a qué nos dedicamos, cómo se llaman nuestros progenitores y antepasados… Recogen información, eso es todo. En general, son amables. Hay que tener paciencia.

Unos 100 km al sur de Tan-Tan está el pueblo de Sidi Akhfennir, que es como una aparición entre tanta soledad. Con él termina, de momento, el acantilado y el mar se hace visible en la playa. Aquí se solicita el permiso para visitar el Parque Natural de Khenifiss, a 30 km; se trata de unas lagunas, al mismo borde del mar, donde hibernan flamencos y toda clase de aves. Las lagunas están rodeadas de dunas enormes; espectaculares. La visita merece la pena. Un paseo en barca durante algunas horas será suficiente. Antes, a la salida del pueblo, hemos dejado atrás La courbine d´Argent, un pequeño hotel de 10 habitaciones (40 € la noche) que regenta Paul Italiano, un francés que organiza jornadas de pesca para sus huéspedes si lo desean.

Desde aquí a Tarfaya… piedras y arena, indistintamente. Y otra vez los pescadores solitarios (en la más absoluta miseria) que, 50 kilómetros antes de llegar a este pueblo pesquero que fuera español hasta 1958, vuelven a aparecer diseminados siguiendo la línea del acantilado que ha vuelto a surgir… Tarfaya es como un pueblo fantasma. La carretera de acceso está parcialmente cubierta de dunas; algunas calles también. El puerto medio derruido y en obras… Y cuatro edificios oficiales, la guarnición militar, una oficina bancaria, correos, algunos cafetines… Eso es todo. Bueno, y un pequeño pedestal en el arenal del paseo de la playa, sobre el que hace equilibrio una avioneta, casi de juguete, que recuerda que Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito, hacía escala aquí cuando trabajaba en el servicio de correos francés y cubría la ruta entre Toulouse y Dakar. Por la calle apenas hay vida y, mires dónde mires, la arena acecha siempre.

Para enfilar a El Aaiún, la carretera gira hacia el sur dejando a la izquierda el cabo Juby. Los 99 kilómetros que faltan para llegar hasta la que fuera capital del Sahara español, El Aaiún, son pura monotonía: algún lago salado seco y el pueblo de Tah, antigua frontera de esta provincia española con Marruecos. Una veintena de casas, un puesto de policía, la gasolinera y el monumento que recuerda que desde aquí iniciaron 350.000 marroquíes la Marcha Verde, es todo lo que ofrece el lugar. Luego ya no queda más que esperar que pasen los kilómetros hasta que la presencia de una laguna, los cuarteles y los controles policiales anuncian que hemos llegado a El Aaiún.