La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

El método Mohamed, o cómo vivir bien

Hace 15 años Mohamed era el portero del piso en el que vivíamos en Tetuán; casado con Fatima, tenía cuatro hijos: tres niñas y un niño. Cuando le conocí ya se sentaba relajado a la entrada del portal a ver pasar las niñas y los niños que salían de un colegio cercano. Así durante horas. Hasta que una mañana amaneció el avispado Mohamed con una caja de cartón que puso boca abajo —de ésas que se usan para la fruta—, y sobre ella desparramó unos caramelos que un amigo suyo le había traído de Ceuta. Días después, ya había bolsas de pipas sobre la caja, regaliz, chicles, chupa-chups… Todo “importado” de Ceuta. Y al cabo de un mes más, la caja de cartón era de madera… ¡Y con compartimentos! Y, en vez de apoyarla en el suelo, la apoyaba en un taburete. Aquello prometía.

No se había cumplido medio año de la apertura del negocio, cuando el imaginativo portero ya tenía una especie de armario con ruedas y, sobre él, a modo de mostrador, la caja renovada con nuevos y añadidos habítáculos. El negocio lo atendía, de momento, cuando podía… Cuando entraban o salían los niños del colegio y poco más. Pero, como descubrió su beneficio, pronto colocó en él a su hijo de 8 años; el niño le sustituía a ratos perdidos… Luego ya hacía turnos… Y terminó siendo, Mohamed Junior, el vendedor más joven del barrio, siempre que no estaba en la escuela. Entre tanto, el padre, orgulloso, se iba al cafetín a descansar.

Aquel armario/carro, con ruedas y dos puertas (y con varias baldas dentro), era como un pozo sin fondo. De él podía haber salido hasta un conejo… Y sobre el mostrador —que ya era de dos pisos—, se ofrecía de todo: desde cigarrillos a 2 dirhams la pieza, hasta refrescos. Por supuesto se vendían caramelos de todos los tamaños y colores, pastelitos de vainilla, frutos secos o tarta de garbanzos y chocolate.

El bueno de Mohamed se sentaba en su silla al cabo del portal y miraba embobado al hijo… Luego seguía cavilando. Hasta que un día apareció empujando una carretilla. A la puerta del inmueble descargó algunos ladrillos, arena, cemento…

Hoy Mohamed vive tranquilo y deshogado; tiene ya su bakalito. Un negocio éste que atienden su mujer y las hijas. El hijo se fue a España. Y el sigue deleitándose, sentado y de mirón, con los niños del colegio alborotando en su tienda.

1 comentario

  1. Dice ser ¿islam? no, gracias

    es la historia de un «listo»… y de un explotador de menores.

    13 marzo 2008 | 9:45

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