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De lo que se habla no se olvida de LõBISON (Autoeditado,2024)

El disco de este mes es De lo que se habla no se olvida de LõBISON. La voz quebrada por noches de aguardiente, con una instrumentación que pivota entre las bandas de acompañamiento de los crooner más oscuros, en ese modo Tindersticks, y la música tradicional perversa española, que nos acercan al espíritu de Rafa Berrio o la afonía vital que transmite “Imposible soy”. Es una manera de hacer canciones que emociona, aunque deja temblando, porque recuerda que existen esquinas oscuras a la vuelta de nuestra cálida existencia, y la guía es el bajo con el que se sostiene “Antagonista”. Poesía de Gerardo Diego, sin miedo, de hormigón y plazuela dejada a la mano de Dios o el demonio, el que susurraba a Silvio, Luzbel o Barra libre, solo hay que escuchar la intensa “Difícilmente yo” para entenderlo.

Sigo adentrándome en el callejón, pisando charcos, guiándome por la escasa luz que desprende la luna tras las nubes nocturnas, hasta que se abre hacia las guitarras más trepidantes de “No me quiero morir”, donde hay algo de éxtasis elegante, como las noches de la Orquesta Triste Diablo o mis amados Leone, todos entre las pastillas y el Leonard Cohen más animado. Es un momento para pensar en aquel proyecto porteño, de teatro y oscuridad, que cantaba sobre más allá del mar, Pequeña Orquesta Reincidentes, Joselito, el tercer Joselito, entre la rítmica de psicokiller en “Entrampada” y el microhit “Milagrera”, que es una explosión de acidez en disco de calma, paganismo y agua de Lourdes llena de benzoacepinas. Cenizas de Iggy Pop en una botella para Polansky y el ardor. LõBISON me han dejado KO, es difícil elegir un tema, porque las sustancias van cambiando, nos dejan narcotizados para ofrecernos velocidad más adelante, así que terminamos con “Show, show fantasma” más Cramps.

Nos dejan con ganas de demoler, demoler, demoler. De lo mejor de este año