Algunas palabras sobre EL ESTILO DE LOS ELEMENTOS de Rodrigo Fresán (Random House,2024) cuarta parte

Cuando el parque se convierte en un gran salón de fiestas, siente que son como muñequitos recortables buscando una base. Parte de un diorama, figuras de acción baratas, de un plástico malo, de una remesa trucha. Han cambiado de década, han cambiado de droga, cambiarán de país, de dictadura a democracia. Y entonces la yerba, que contenía el tiempo, se ha convertido en merca, que lo adelanta, lo libera, lo azuza. La transformación de la vida se aleja, hay nombres que evitan ser verbalizados, nombres por los que únicamente se bebe: el Himno nacional grabado de madrugada por Charly. Llegarán los zombis, cada sustancia ofrece especímenes distintos y Moira Müm que no sustituye a ella (pero que en un salto cualitativo, se ha pasado de frenada, pero esta historia, esta historia, ya la he escuchado/leído yo antes). Ella, mi derrota, su derrota, la derrota de LAND, se aleja como una NEBULOSA TÓXICA (aquí, por hacerlo más sencillo, utilizo sus propias palabras): «Son los riesgos de confundir a un espejo con un alma gemela y de que ese espejo se haya roto».

Con el cambio de década también se enferman de virus nuevos, que no son más que la variación para los humanos de todos aquellos que han circulado por redes informáticas y ordenadores. Volvemos a encontrarnos ante la necesidad de formatear, de resetear, de volver a encender, sintiéndonos completamente inútiles, asumiendo que la llegada del Gran Apagón digital es una forma de Diluvio Universal. Hemos confiado todas nuestras habilidades y recuerdos a un puñado de memorias ajenas y externas. Así que solo nos queda decidir qué es lo que salvamos. Qué pareja de USB o discos portátiles.

Busco el esperanto como un recuerdo de las tierras baldías. Pido a mi madre que me envíe fotos de las revistas de El libro Gordo de Petete. En su interior, dentro de sus páginas, deslizaban vocabulario variado en los idiomas más importantes del mundo. El único lugar donde el esperanto se hizo presente en mi vida. Infantil, esponja que atrapa todo lo que lo rodea, incluido cualquier virus de guardería, niñez con fiebre y anginas, antibiótico y demás: en la piscina, todo se contiene, canción Final Caja Negra, anfetaminas, Gainsbourg ayudando a Gustavo a escribir todas las letras de Signos en una única noche. En el fondo, la muchacha se hunde, se ahoga, desaparece, se convierte en un mito, es La velocidad de las cosas. El agua es la tumba favorita de las jóvenes en los noventa.

Volvemos a los Colosos de la Lucha. Volvemos a Pipo. La mujer de Pipo, desde la ventana, los gemelos de Pipo. Hay quien llegó a echar la culpa de la decadencia de la literatura a la expansión incontrolada de la autoficción. No me atrevo a tanto. Menos con mis escritos básicamente guiados por esa fractura, la de buscarse a uno mismo. Son importantes los recuerdos, claro. El mal funcionamiento en la mecánica cuántica produce una ligera apertura, una brecha entre esta realidad y la otra: ¿quién es la oficial y quién es la alternativa? La ciencia clásica habla de la inmunidad del protagonista en el movimiento, para él todo se mueve, para los demás, él está completamente detenido. La realidad, la otra, vamos a concederle, vamos, más bien, a obligarle a ser la otra, la realidad alternativa y, a cambio, permitirle que comience un sistemático borrado de la nuestra, empezando por los recuerdos. Nuestro mundo resistirá a base de post-it gigantes sobre las paredes, los muros, de los últimos centros de población. Quizá lo mejor sea que usemos nuestros propios cuerpos, que se conviertan en los centros de contención de datos. Cada mañana. Don´t forget about me.

LAND grabó en una casete. Una BIG VAINA, flexible, cromada, viva y dorada, sudoroso LAND adolescente. LAND se sintió por un instante el señor de la fortaleza, el LAND del Castillo y pensó en gritar al mundo: «Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos», antes de darse cuenta de que todavía nadie había escrito la biografía de aquel vivo/muerto, cuántico y terrenal, siguió con el ajedrez, soñando, pensando, calculando a su otro yo, su gemelo, un espín invertido, vibrando en otra dimensión, ocupando el mismo espacio y el mismo tiempo, atrapado en el vientre de su madre, como le pasó primero al gemelo de ELVIS Nome y, más tarde, al de Charles Xavier (aunque ese/esa acabaría apareciendo y reclamando su lugar en el mundo, en este mundo). Baja al parque, lo cruza, deja la grabadora (en vez de dejar la cinta, como si la grabadora SOLO tuviera ese objetivo en la vida, en SU vida al menos) y duerme. Sueña, como he escrito antes, con el otro, con el gemelo atrapado, renacido, con el otro boleto de lotería, el premiado, el que le otorgará el amor eterno (o puntual, pero puntual es mejor que nada) de ella. Al dormir LAND sí que puede oír palabras sueltas en el idioma internacional de los sueños (compilado por el escritor ciego y mejorado por el escritor inglés, el hombre de Gail), idioma que no es otra cosa que un dialecto del idioma internacional de los muertos.

Y llegamos al Movimiento Tercero. Una prueba. Cada uno de los apuntes más básicos, ¿Cómo escribir?, así, sin más. La cámara de Diego Trelles sobre una ciudad cuarta o quinta, con nombre de fruta rica en vitamina C, quién es el personaje, quién el narrador, ¿son necesarios? Infancia y adolescencia registradas en formato analógico. Darse cuenta de que una menor cantidad de información (analógica) aumenta el valor frente a la cantidad masiva de información digital con la que registro, yo mismo, para no engañar a nadie, la infancia y la adolescencia de mi hijo.

De pronto ella, y a ella, y no es solo ella, es una mundo en minúsculas, ELLA vs ella. En la Gran Ciudad III encuentras naturaleza y jabalíes. Cambiás el usted/tú/vos. En Gran Ciudad III el tianguis es un rastro o un mercado de San Antonio, que suena menos a pop y más a revistas viejas, tebeos y cromos de fútbol de temporadas pasadas. Y libros antiguos, más viejos que antiguos, excesivos, de tiradas monstruosas, de cajas de ahorros, de círculos de lectores, de diputaciones provinciales, de colecciones de bolsillo. El Ghost-Writer se siente en su salsa, es feliz, muchos de esos volúmenes que se venden saldados, primero por unas pocas pesetas y, después, por uno o dos euros, tienen su impronta o la de alguno de los que llevaron antes que él la máscara de Ghost-Writer, como esos superhéroes que llevan después de su nombre un número romano, identificando las distintas encarnaciones de la misma entidad, con diferentes identidades.

Ghost-Writers, escritor que reescribe, que es la parte de atrás de la tienda, donde se negocia el encargo, un ventrílocuo de sí mismo, un Mago de Oz de las autobiografías, famosos, vedetes, futbolistas: «Los estudios de la cultura sumeria se refieren a ellos como pseudo-biografías a esas primeras vidas de unos redactadas por otros (vidas, por lo general de dioses imperiosos o de Reyes divinos), con escritura cuneiforme que recuerda a las huellas de las aves en la arena». Pienso en los «Nuevos dioses» de Jack Kirby o en su ciclo de «Los eternos«, son tiempos inciertos, son tiempos tanto más cercanos a un constante borrador que a una versión definitiva. La autobiografía redactada por un FAN-PIRO, contracción de fan y vampiro, una autobiografía, una novela que confirme que uno ha tenido una vida merecedora de ser sacralizada por un libro. DIGNA.

Biógrafo y autobiógrafo, una casa en llamas en la que uno tiene que enterar para rescatar al único habitante que se quedó dormido con un cigarrillo encendido o el gusta puesto. «Ya estaba en llamas cuando me acosté». Gracias a las vidas que me han dado tanto. O a las memory cards que me han permitido conservarlas.

LAND asegura en su huida hacia delante, en su negación del oficio, de la vida del escritor: «por más que fuese yo quien las ponía por escrito, no era escribir, sino leer». Se leía a otro, se lo editaba, se lo pasaba a mala voz, a buena letra. No se escribía, ya lo hemos dicho, se reescribía, mentiras, patrón, donde manda, el marinero, Andrés. El parásito no es el autobiógrafo, es el autobiografiado. El que separa los cuerpos tras un accidente. Faulkner, amanece que no es poco, el lector desconocido, el estudiante aburrido, seducido poco a poco. Otro escritor muerto, cada vez morirán más y más seguido, sin alcanzar la edad en la que uno, al enterarse de algún muerto conocido ya no pegunta de qué murió, qué enfermedad tenía, cómo puede ser un entierro frío con una cremación por el medio. Avisos fúnebres, leer el periódico desde atrás: la guía de la televisión, los anuncios de muerte, las convocatorias de concursos de relatos, las noticias culturales, el deporte.

De pronto, un poco de ambiente de los setenta, retro, Moria Mün sabe que bajo las lámparas del Studio 54, sean de verdad o imitación, su piel arrugada luce mejor. Los contratos leoninos en los escritores significaban algo de beneficio, no como hoy, que hay correos confirmando edición y suerte si te dejan mandar un puñado de ejemplares de promoción. Eso sí, qué puedo hacer para ganar algo de plata: ¿merchandising de escritor? El futuro es esto: grupos que hacen conciertos y venden camisetas. Y, si hay suerte, te compra una marca de moda rápida y barata los derechos para estampar su logo en la colección de primavera. JAJAJA. Es como colaborar con nazis. Todo es fascismo. Todos nazis, todos truchos, zurdos y perdidos. Ojalá poder venderme a una editorial grande. Ojalá que me hiciera caso una editorial pequeña. Ojalá ganar y gastar. Separarme para volverme a juntar. Creer en Drácula, rezar a la Pacha Mama. Acabar dándose cuenta de que nada de esto funciona.

Morir digitalmente. Qué muertos quedan con cuentas de Facebook abiertas. Qué poca elegancia. No dejarnos abandonar el barco. Que nuestro nombre siga en la puerta del despacho: «Todos asumimos el gesto de cerrar sus cuentas en redes sociales, como una forma electrónica e incorpórea. Pero igual de trascendente y trágica, aunque revisable de lo que alguna vez fue». Todos fantaseando con la idea de escribir algo sobre sus padres o hijos, para, de manera transitiva, acabar escribiendo algo sobre sí mismos, que perdure, asegurarse que tu verdad o mentira queden reflejados, atrapados en un formato, sobre ser hijos de sus padres o padres de sus hijos o sobre no tener padres o hijos. Escribir sobre lo que fue, lo que no fue, lo que podría haber sido. Escribir y aburrir al lector. Escribir para sí. Recibir las mismas burlas que han recibido durante años los intérpretes de jazz.

«Por eso (ahora hablo yo, Motel Margot&Octavio) escribo de eso, soy un mal escritor, un tipo que abusa de la ciencia ficción, de la literatura de otros, de su manual de estilo, de los giros sorpresa, el terror, los muertos vivientes y las ideas copiadas de los tebeos, citas de canciones pop y libros, libros sobre todo de Rodrigo Fresán. Mi hijo como un Flash Gordon, como un Eternatura, ahora sí, que recorre distintas líneas temporales buscando salvar mi propia vida. Me doy cuenta de que me he ido, mejor vuelvo».

Pensemos en el olvido como una reescritura de los recuerdos, volvemos a la misma expresión, concretamente cantemos la frase: Don´t you forget about me (que, cantada por Simple Minds no está compuesta por ellos ni, por supuesto, está interpretada por Billy Idol, que, incluso la ha incorporado a su repertorio desde hace años). Así que, recordemos El club de los cinco, el meme de las tribus urbanas, el paralelismo con La matanza de Texas (tema este que se ha tratado en este Motel Margot).

Los libros como objetos valiosos para lectores elitistas y elementales: «Y se supo que la memoria era, de pronto, la intangible pero más poderosa moneda». La cerca de los compradores, vendedores borradores de los recuerdos, con pastillas, como gomas de borrar, lijas sobre el papel, bolis arrancados… volvemos, una vez más, al Ray Loriga de Tokio ya no nos quiere: «Se pagaba y se cobraba por recuerdos, falsos y auténticos«. El número no deja de sonra, un número oficial del cine, con prefijos claros, 555, muchos cincos. El autor de un libro, de una autobiografía no reconocida por el personaje, una especie de Alan Smithee de la literatura.

Los libros, la narrativa contenida en ella, allí son donde los sueños se utilizan en la ficción, como elemento facilón, poco recomendable, pero permiten sucedáneos de escenas, avance y sugerencias en la historia. Un político, un fan que lo asesina, el último día de las elecciones, con el Mesías, con Joey Ramone, con John Wayne (con bisoñé), la lotería de la autobiografía: ¿Es Rodrigo LAND Nome o Lome el mismo autor o el mismo protagonista de Mantra, el fundador de Canciones Tristes o, simplemente el asesino necesario para avanzar en la historia?

«Lunch Boxes, cajas de almuerzo, con la cara de Elvis o con la de Ludwing Wittgenstein, comprada en un tianguis, con óxido y con recuerdos, qué nada tenía hasta entonces, ni en Ciudad I ni en Ciudad III, que nadie tenía hasta que todos tienen: César X. Drill, de pronto, en algún momento del libro mastodóntico, o más LAND, no más RF, ¿Quién está hablando? (Y yo, al oír a LAND contándoselo a ella). Miro en Wallapop precios de reproductores de VHS, vídeos, caseteras, prometo solo comprar cintas de terror y ciencia ficción, entre 1985 y 1995 (o, quizá, de la década anterior, 75-85) y verlas, única y exclusivamente junto a mi hijo».

Cubos de acrílico donde se conservan, en unos plásticos de portada, prometedoras ideas para nuevas historias, nuevos cuentos, relatos que sirvan de alimento para el único amigo escritor. El mismo amigo murió: «Si los vivos no devuelven los libros, entonces los muertos los devuelven aún menos». Los muertos no devuelven libros, pero los escritores, todos, inevitablemente, acaban por escribirlos.

Cerrar, quemar, el fuego de los libros exhala historias, una agonía… al acabarse el combustible, la puerta cerrada, el incendio sin llama, solo calor y fundición: ¿desaparecer? ¿El último hombre que ha leído este libro es el que decidirá qué quería contar/vender/transmitir? ¿Y el último hombre que conoció al último lector de este libro y escuchó, sin atender demasiado, sobre las excelencias, venturas o fallos del mismo, sin saber que, de alguna manera, conservaba una reliquia única? Arte puro, arte Nome, Nome Hopper, entre la posibilidad de Gran Ciudad IV aka Sad Songs aka Canciones Tristes. Pollock dibujando, a mano alzada, un plano/mapa que une las tres grandes ciudades con la cuarta. Sexualidad, números, tres. La paz en las matemáticas, la maquetación primitiva: ella está muy cerca de él, ella lo lleva al lugar que quiere (con sus mixtapes, sus grabadores de cd-r, recortando, pegando, grapando), donde tendrá la vida que quiere o la que no pueda esquivar. Terminó Napster, terminó el Zona de Obras, abrimos un camino hacia la palabra, la palabra, en dos colores, se hizo familia y la familia se quebró.

Ahora, qué queda: un hijo que va hacia atrás para explicar su historia con la excusa de sus padres y un hijo que va hacia delante con la excusa de explicar su historia con la promesa de una conversión/transformación/evolución de hijo a padre. Y como padre tendrá un hijo. Y la vida será un experimento de retrocontinuidad, donde lo que no pasó sí que sucedió, donde el pasado se explica desde hoy, donde levantamos las persianas y miramos bajo los muebles para encontrar un recuerdo que no tenemos porque nunca estuvo allí.

No hasta que llegó él, el escritor, y lo colocó, como un chispazo, como un implante de ciencia ficción. Eso es la literatura: conservar lo que puede perderse, reconstruir lo que ya ha sucedido, pedir a las sirenas un poco más de tiempo.

CARTA A A.S
Rodrigo Fresán reescribe constantemente (hay ediciones de Historia Argentina o Mantra que son reescrituras, ediciones ampliadas, las tengo por supuesto), y hace un ejercicio más propio de los cómics que de la literatura formal, la retrocontinuidad. Incluir personajes (Sea Monkeys), ciudades inventadas (hay un icono, «Canciones tristes», una ciudad que tiene de todo, que esta vez no aparece….) de su propio universo. Eso le lleva a una literatura circular, insistente, salvaje, exagerada…. la influencia de Bob Dylan y su manera de frasear, de cantar casi en letanía, de volver sobre el mismo tema… en este libro vuelve a eso. Hay críticos que no les ha gustado, a mí me encanta, es menos formal pero más Fresán (el que se enamoró de él por La velocidad de las cosas o Mantra, disfrutamos muuuucho)

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