La tercera parte de esta obra magna del autor norteamericano (aquí revisamos las dos primeras en Motel Margot) ha llegado a los estantes de las librerías españolas. Con su estilo pulp, colorista, de minimalismo pop, recupera el hilo de la historia presentado en los volúmenes anteriores: amor enfermizo, reducción social y un toque de ciencia-ficción hipnótica. Serie Z, cintas caseras, la naturaleza como escenario para la fantasía disfrazada de locura o la sociopatía de introspección. Es difícil distinguir una cosa de la otra.
El choque entre la realidad y el delirio, el sexo intoxicado, los paisajes esquemáticos que son marca de la casa y que dotan a la narración un lustre tan onírico que descartamos lo tangible en todas sus formas. Los colores completos, planos, un escenario donde se repite la espera y la planificación, donde la furgoneta muta en kilómetros de furgoneta. Situado en tiempo de elipsis, los protagonistas deambulan entre el miedo y la monstruosidad, Burns para el relato y nos hace dudar: ¿está detenido en el tiempo lo que leemos? Esta inquietud constante sobre si la historia/realidad lleva parada desde las primeras páginas y lo que leemos es una simulación, una construcción mental del protagonista.
«¿Cómo se puede alcanzar la maestría? Así, como hacer Burns, dejándonos con la duda, ¿estamos adentrándonos en la historia o en la construcción psicótica del protagonista?»
Abiertos a la naturaleza, los personajes esquemáticos solo se desbordan por los sentimientos más primitivos: sexo, salvajismo, alcohol, reacciones violentas… cuchilla que abre las tripas de un pescado. Convertir lo bucólico en una estampa de vísceras. Saber cubrir la soledad con sexo, sexo y sexo. Ruptura e intoxicación. “Laberintos III” de Burns es parte de una trilogía sin sinopsis, no hay respuesta a la pregunta más básica, ¿de qué trata “Laberintos”? Nadie podría hacer un resumen o cada lector podría hacer su propio resume y eso es lo mágico, la maestría de la obra.
La imagen en Super 8, la película sin cortar, deliberadamente brutal, en el silencio que grita de terror, mostrando el impacto entre lo dramático y lo cotidiano. Expulsión y deformación. El monstruo dentro del monstruo. Lógicamente podemos encontrar referencias transitivas a temas como la ciencia-ficción clásica, la de los 50 y 60, la primera versión de “Los ladrones de cuerpos”, las vainas sin sentimientos que sustituyen a los humanos sembrando la felicidad en la ausencia de emociones, pero abruma la imagen de la mórula, como un incentivo para seguir: la oscuridad de la proyección, las manos que se rozan. ¿Hay lugar para la felicidad en la obra de Charles Burns? ¿Es el final de la historia o no hemos salido siquiera del primer acto?