Algunas palabras sobre Vida de Horacio de Mercedes Halfon (Las afueras, 2024)

Dejé de escribir para alargar la vida de mi padre. Leo Algunas palabras sobre Vida de Horacio de Mercedes Halfon editado por Las Afueras. Pruebo una vez más. No abro el documento. En vez de acabar la novela, la novela que habla de mi padre y de mí, leo a Mercedes. Y allí me encuentro con ella y con su padre. Un tiempo distinto. Un lugar diferente. Pero la misma conexión vital. Un padre maestro, los guardapolvos blancos, aún recuerdo a mi padre haciendo copias de los exámenes de septiembre con su bata blanca, con la tinta del ciclostil, a final de los años ochenta, la tinta saltaba, las preguntas manuscritas, con la letra de maestro de mi padre, bella y perfecta. Recuerdo el final del verano, unos días iba al colegio de mi madre y otras al de mi padre. El suyo estaba muy lejos, al final de la ciudad, era enorme, majestuoso… el de mi madre se ocultaba en un barrio obrero, era estrecho, angosto, tenía algo carcelario.

Leo a Mercedes y entiendo que la palabra afiche lo resume todo. La letra de su padre y la letra del mío. Su firma, de letras apretadas y picudas, pero legible. La mía, de tanto ordenador y teclado, infantil, una firma de niño, sin personalidad. Pienso en los tiempos en los que estuvimos a punto de montar una revista que se iba a llamar Afiche (y en los que íbamos a montar otra que se llamaba Santos con sombrero) y que nunca salió, que se quedó olvidada en los cajones digitales que son las carpetas en los portátiles viejos. Una letra que no se pueda imitar. Un hijo. Soy padre. Él es abuelo. Mi hijo me ayuda a dormir con el orfidal y su abrazo. Porque mi padre pasa demasiado tiempo enfermo, en el hospital o avisando de su recaída y su mujer, mi madre, agotada, maestra también, me recuerda que su escuela era más chiquita, pero fue allí donde me enseñaron a escribir, a sumar, a restar llevando, hasta que me fui a un colegio de curas. A los pies de la escalera esperaba a mi madre, que bajaba hablando con su compañera, mi maestra. Yo lloraba porque no había obtenido la máxima calificación en caligrafía y ella, mi madre, ya lo sabía. Una cruz, me faltaba una cruz en la letra.

«Mercedes escribe y yo escribo. Mercedes lo hace con más gracia y profesionalidad. Con pasión y gusto. Es de una belleza extrema. Yo escribo sobre su novela y tomo notas para mi propia historia. Por eso estas reseñas parecen ombliguistas, pero son lo mejor que puedo ofrecer, porque prefiero estar con ella, con su novela, que con la mía. Qué reseña es esta, me pregunta Mercedes (no lo hace porque le escribo por IG y no me contesta, normal), yo solo quería mandarte un abrazo, decir lo que me ha emocionado. Ya te harán frías reseñas, cartas monótonas en diarios importantes, los otros funcionarios de la crítica».

Mi padre hacía reír a sus cuñados y a sus hermanos. Y ellos a él. Siempre había risa. Ahora hay menos, mucho menos, porque mis tíos no están. Mis tíos murieron y, por eso, y por la enfermedad de mi padre, me cuesta mucho más abrir el documento. Mi padre llevó bigote. Llevo más años bigote de los que no lo llevó. Por lo menos desde que yo tengo imágenes de mi padre… tu padre también, claro, un bigote negro, muy negro, poblado y auténtico. Luego se lo afeitó, antes de que se volviera blanco o, peor, amarillo por la nicotina. Dejó el tabaco por el miedo a morir. Y sigue vivo, quizá por eso. Si bigote, pero vivo. Mi padre me ponía cintas de la Credence Clearwater Revival en un coche Renault 12 verde cuando íbamos camino de la playa. Tú, tu padre, la playa, incluso el mes. Son distintos y, a la vez, paralelos. La nafta y la gasolina, tu playa en mi invierno, mi playa en tu invierno. Y los mares, los océanos, los ríos, todos distintos. Seguro que nuestras playas, cuando los turistas se van, se parecen mucho más entre ellas. Escuchaba la canción Have you ever seen the rain? Y las versiones, yo no sabía que eran versiones: I put a spell on you y Susie Q. Lo más cerca que estaré nunca de un pantano. Sabes, años más tarde, cuando escribía en periódicos y revistas musicales, cuando tenía programas en la radio donde me pagaban por hablar de música y entraba gratis en los conciertos, mi padre fue mi más 1 en un recital en la Casa del Loco. Una banda que hacía covers de la CCR.

Ella sabía que la democracia estaba cerca. Entre 1975 y 1976 acabó una y empezó otra. El año que yo nací Serú Girán lanzaban su primer LP, compuesto en Brasil, huyendo del «PROCESO». Escribo en el Heraldo de Aragón desde 2009. Hace tiempo que no me pagan. Pero lo sigo haciendo porque a mi padre le hace feliz leerme cada mes, cada 22. Le S decirle a la gente que su hijo es columnista del Heraldo de Aragón. Mi hijo nació el 23 de diciembre. Los primeros meses de vida preparaba la celebración justo después de mandar la columna. El primer infarto fue el 21 de diciembre de 2023. El día de antes de la columna del Heraldo, dos días antes del cumpleaños de mi hijo. Tú estabas en la playa, porque en Buenos Aires se escapan a la costa en diciembre, el champán del año nuevo en bermudas y musculosa, con el calor, mientras en la tele pasan películas americanas con una Navidad blanca.

Mi padre dice que me enseñó a montar en bicicleta en el parque cuando era chico. Yo no recuerdo aquello. Dice que corrió detrás de mí hasta que agarraba bastante velocidad y, entonces, me soltaba, correr y correr, varias tardes en el parque. No solo he olvidado montar en bicicleta, lo que es peor, he olvidado que fue él quien me enseñó. El parque, el parque estaba al lado de casa. Le han cambiado el nombre tantas veces que yo prefiero quedarme con la parte más funcional de «Parque Grande». Llegó la democracia y le cambiaron el nombre. Yo sé poco de historia, pero la confusión es tendenciosa. Pero hablamos de tu libro, otra vez, que me estoy yendo. No era un hijo, era un padre, que es de lo que va esta reseña y de lo que va tu novela.

Hablas de socialismo y CGT, pero hablas, sobre todo, de un padre de familia y de un docente. De alguien que era capaz de ofrecerse, hacia el interior y hacia el exterior. Con pasiones distintas pero igual de intensas. Camino dando vueltas a la manzana. Pienso en que suena mejor manzana que cuadra. Esta vez gano yo. Con autobús y colectivo consigues el empate (y superas con guardapolvo y bata). Me agarra el brazo, mi padre, al caminar. Él que recorría la ciudad dos y tres veces en una mañana. Que despejaba sus arterias, las suyas y las de la ciudad, ahora me agarra. Sé que no siente vergüenza cuando doblamos la esquina. Tu padre tenía una voz firme en el año 1956. Su padre habla con voz más firme cuando se trata de hablar del pasado. No hago más que leer sobre la vuelta de Perón, en Ezeiza, lo he leído en «El estilo de los elementos» de Rodrigo Fresán y lo he intuido en «Nosotros dos en la tormenta» de Eduardo Sacheri. Luego hablaré del Brujo López Rega y el comisario Lescano. Y de la subversión. No puede ser.

A mí me salvó la vida la mecanografía. Si tienes mala caligrafía y te gusta escribir, pocas opciones te quedan. En el verano del 92 o del 93, en tu invierno del 92 o del 93. Me mandaron a una academia. Hacía mucho calor. Mi ciudad es, era más bien, una ciudad de estío infinito, siempre extrañando el mar, con un río que la recorre sin dar respiro. Pero ahí, escribí y escribí, hasta que pude manejarme, pude teclear con fuerza. Y rapidez. Y ya no hubo más queja de las maestras.

Mi padre creyó en el socialismo hasta poco después del 1982. Veinte años después yo caminaba por Buenos Aires con un libro de Leopoldo Lugones en el bolsillo y trataba de convertir el etanol en combustible en la UBA, sin nitrógeno, sin etanol, sin nada. Pero me dio tiempo a ver «La casa de Bernarda Alba» de Federico García Lorca con acento porteño en un teatro de la calle Corrientes. Guardo la entrada, guardo los afiches. El 21 de diciembre de 2023 mientras leía cómo moría Sam Shepard mi padre tuvo un infarto y le pusieron dos stent. Como a tu padre. Ya te he hablado de Rodrigo Fresán y de su último libro, cómo fabula con la llegada a Ezeiza del «Primer trabajador», de Juan Domingo Perón y cómo el Falcón, todo lo sabíamos, era el modelo de la secreta, la de los milicos, un buen vehículo con un pasado terrible. Mientras el «Matador» Kempes marcaba el gol de la victoria y el campo se cubría de confetti los detenidos podías escuchar los gritos de los aficionados y Passarella le daba a vueltas a la longitud aceptable que debía tener el corte de pelo de un buen futbolista de la selección.

Tu padre te llevaba a conducir, el mío también. Yo era muy torpe. Soy muy torpe manejando. Íbamos los domingos por la mañana al aparcamiento del Centro Politécnico Superior, el CPS, en Zaragoza. No había nadie, los estudiantes en sus casas, los investigadores y los profesores descansando. Dábamos vueltas y vueltas, cambiando la marcha, con el embrague y el giro… un desastre. Solo fuimos una vez, quizá dos. Giraste en círculos, giramos en círculos. Volver a Ezeiza, nos movemos en la línea del tiempo, entre el 72 y el 73. Tus padres, los de Fresán, las facciones de Montoneros, los que se echaron al monte, los tiros fratricidas, el final del sueño. Perón que viene de la España de Franco para morir en la Argentina de la subversión y el ruido de sables. ¿Qué podría salir mal? La historia de España y Argentina se entrecruza, como la espiral de dos amantes: entre la última y frágil democracia argentina, los últimos estertores de la dictadura española, la triple A con la caída de «El brujo» e Isabelita, aquella frase que le dicen al comisario Lescano: «Nosotros lo vamos a hacer bien, no como ustedes». Los vuelos a España de la familia Roth, o Rotenberg o la de los Stivel, o la de los Birabent, Moris y Antonio. Muere Franco en el 75 y llega la Constitución en 1978. En 1983, después del Mundial de España, llega Alfonsín y Felipe González. Y cada uno elige. Mientras tanto, cómo puede un padre de familia, uno como el tuyo, preso de una política de la que trata de huir, responsable último únicamente de su mujer, de sus hijos. Testigos de la masacre de Ezeiza, agarraba el colectivo desde la residencia camino de la UBA y pasaba por lugares como un parque de atracciones de inspiración bíblica.

¿Qué corbata llevaba tu padre para recibir a Perón en Ezeiza? Grabaciones, casetes, padre e hijo para siempre, padre e hija, unos lienzos sólidos, magnéticos, que quedarán atrapados para siempre. La grabación con tu hijo, la grabación de mis padres que me piden hablar de los colores. Ahora, cuando grabo a mi hijo con el móvil me doy cuenta de que todo son ceros y unos, que no tiene validez, toda esa información que sube y baja, que es inocua. Se perderá, lo sé, con una descarga electromagnética, la misma que mantendrá las cintas TDK. Mi amigo Sergio Algora, que no tocaba ningún instrumento, ni sabía de música, pero era muy bueno con las melodías, cuando se le ocurría alguna llamaba al número de su hermana desde una cabina. Ella era de esas pocas personas en Zaragoza que tenía contestador automático y dejaba grabada en la lista la melodía, tarareada, que acabaría convirtiéndose en la melodía de una canción de su banda, El Niño Gusano. Las verdaderas demos, las únicas y auténticas «Lost tapes».

Tu abuela en tu casa, mi abuelo en la mía. Escuchaba su bastón por el pasillo, se acercaba a mi habitación, quería que le acompaña a cortarse el pelo. En la peluquería solo dejaba que se le acercaba un hombre, no le gustaban las peluqueras. Yo pasaba mucha vergüenza con aquella. Embarazada, en Cemento, en Prix D´Ami: aquel boliche debió ser fascinante. Era la canción de Fito Páez, en la época de Napster, cuando nos llegaron los primeros discos de rock argentino a España. Esa canción «Fue amor». Y los piratas de Charly en el Prix d´Ami o los conciertos de Calamaro cuando volvía a Buenos Aires entre disco y disco de los Rodríguez.

Cemento, un pirata de Los Redondos, quizá era en el Palladium, en el 86, con los temas de Gulp! O los de Oktubre, no lo sé. Me gustaban aquellos primeros discos, la versión de Sr. Tomate, cuando alguien entona «La Bestia Pop». Recuerdo que, cuando llegué a Buenos Aires, los Redondos no se habían separado, pero que sí que corría la voz de todos aquellos recitales ciclópeos que se tenían que hacer en el Gran Buenos Aires o más allá, en estadios de equipos de fútbol, en canchas que se llenaban de devotos, cubiertos de barro, agotados, residuales. Y las historias de las cargas, de la lluvia, de los jóvenes que iban y nunca volvían. Y los trenes, viejos trenes que habían sobrevivido a la privatización de Ménem, cacharros que se movían demasiado despacio a la ida y al ritmo del cansancio en la vuelta. En Luján, donde la Virgen, aún se escucha el Ji ji ji!

«Los primeros poemas, tus primeros poemas, ente Callao y Corrientes, donde compré tantos libros que tuve que pagar una maleta extra a la vuelta. Haedo en el tema de Invisible, Caballito en el de Fito Páez, Belgrano con Spinetta y Calamaro, Villa Urquiza con Adriana Varela (que ya tiene su tiempo), Palermo (el Hollywood de Charly García, Palermo Bagdad y García sacado vestido de jeque árabe) en una de Leiva. Saldrán más, seguro que hay una lista por ahí, pero yo solo lo hago de memoria. Como el vino de Resero de Luca, caminando por el Abasto. El Once con los comercios de los judíos, Oliverio Girondo en «El lado oscuro del corazón» y, en la banda sonora, «Ciudad de pobres corazones» de Fito Páez».

Una abuela que muere durante los años de la facultad y los padres que todavía bailan, ¿Qué importancia tiene rendir para un examen? Hijo y nieto con sus padres, con mis padres, mi hijo los adora, no resulta forzado. Hablan una generación de hombres, mi abuelo, que limó muchas de sus asperezas cuando nací yo, mi padre, por otro lado, no le hizo falta, ya era cariñoso. A mi madre le cuesta un poco más. Tengo una sensación extraña, de lejanía con mis padres, de su afabilidad en la distancia y su cortante sequedad en la cercanía. Ellos, que fueron tan pacientes en mis peores años, los años truchos, de tomar y vomitar, de no saber qué hacer, apátrida en mi propia existencia y hoy, centrado, funcionario, un hombre que cierra los grifos, apaga las luces, cocina y limpia los baños, que los trae y lleva en coches, que paso la mano para eliminar los restos de crema después de lavarme los dientes. No produzco satisfacción completa, como un prurito, un desagrado, una molestia generacional.

«¿Quién es la gente de las fotografías? Una foto de mi hijo rubio, una foto de un niño con el pelo claro y los ojos azules. Tener que sacar una foto color sepia de mí a su edad, con el mismo aspecto. Nadie diría que el futuro traería un pelo castaño alborotado, una barba con canas, unos pequeños ojos miopes tras unas gafas enormes. Y los ojos marrones, vulgares. Llego Cámpora y Éber Ludueña fue feliz ese día. Pudo comprarse un calentador de agua. Yo lo banco a Éber».

La locura de las facciones en la izquierda revolucionaria, los montoneros, los anarquistas, trotskistas, subversivos, vuelvo a la novela de Eduardo Sacheri, Mercedes. Empieza el pueblo a escuchar la palabra democracia, con los generales alcoholizados y el delirio de Malvinas. Hoy escucho algunos argentinos, escucho a uno que estuvo con Luca en SUMO, hablando de que había sangre en las calles, miedo, antes del comienzo de El Proceso. Y pienso en la Barcelona republicana, durante la Guerra Civil, los comunistas contra los trotskistas, las ejecuciones que fueron más numerosas que cuando entraron los sublevados. A veces si le das a un zurdo un piolet y una habitación llena de camaradas y no sabes qué puede suceder se los dejas encerrados unas horas, unos días, ¿qué puede salir de allí?

Mercedes me doy cuenta de que acabo de comenzar la segunda parte. Y que tus padres se conocieron mientras estudiaban historia y los míos mientras eran maestros en España, yendo de un pueblo a otro. En la España de los sesenta había pocos maestros, muchos habían sido purgados, muertos, inhabilitados por su afección a las ideas de la República. Y mis padres y otros padres ocuparon sus lugares. Todos guardaban en su corazón una pequeña flor de libertad en aquellos pueblos minúsculos, lejos de todo, llenos de niños. Estudios de estadística y probabilidad, yo tengo libros y más libros de Gauss y Binomial, de coeficientes de Pearson y demás. Al final, Laplace mediante, la vida avanza sin tener en cuenta los números o las posibilidades. Se conocieron mis padres, ¿Alguna vez los conoceré yo de verdad, del todo? El otro día mientras paseaba con mi padre, él agarrado de mi brazo, con la muerte y el corazón anudados, me contó una historia que no conocía, una historia sobre su adolescencia tardana, una zapatería que ya no existe y una colección de libros picantes en francés. El síndrome de tu padre, Mercedes, el síndrome de nuestros padres, interinos, de un lugar a otro, una zona distinta cada vez, mil colegios por delante, un millón de aulas, trillones de alumnos, de nombres que se olvidan, que son importantes durante un breve tiempo. Comunistas, rojos, curas, políticos, dinosaurios de la burocracia, fantasmas de la detección y el asesinato.

En el léxico familiar, mientras tú lees a Natalia Ginzurg y yo la leo también, Todas las expresiones que oímos una vez, algunas de zonas distintas, otras producto de un anecdotario vital, de los años dorados de nuestras familias. Yo también, con mis padres jóvenes, con los hijos niños, con los abuelos robustos. Esos tiempos no van a volver, solo nos queda salvar durante un poco más aquellas frases, aquellos giros. Ser la última que se acuesta y la primera que se levanta, Mercedes. Cuando escucho el silencio del pueblo y recuerdo el combustible que me regalaba el ronroneo de la ciudad. Y los pitillos, los que ya no fumo, lo que extraño. Escribes cuando tu hijo ya se ha dormido. Yo lo hago a días alternos. La noche que me toca dormirlo me acabo quedando allí, junto a él, agotado, incapaz de levantarme y ponerme frente al teclado, cubierto de libros infantiles y cuentos, relajado, más allá del valium o del orfidal. Pienso: «Mañana nos levantamos pronto, a las siete, a las ocho, no pasa nada si duermo un poco más ahora». Y se escapa otra sesión de escritura. Y te leo a trozos, Mercedes, y te envidio por esos cigarrillos con la ventana abierta. Y los días que es mi mujer la que lo mete en la cama trato de recuperar el pulso. Y leo sobre Villa Geser y sobre el Brujo y sobre el final del tiempo intermedio. Y era un 24 de diciembre y un 25 de diciembre y mi hijo había nacido el 23 de diciembre, el día antes de Navidad, y pasamos aquella Nochebuena en el hospital, mi hijo, mi padre, tu padre, tu hijo, los cardinales, los ordinales, qué estúpido suena ahora todo eso.

«El viejo se va. No va más. Se nos va»: Cese y persecución. Y todo va cuesta abajo. De interino a apestado. Y acaba firmando Jorge Salvador Videla, unas horas antes o unas horas después de la victoria en el Mundial. Y eso por lo menos, como dices en el libro en boca de tu padre: «Nos acordamos de vos para rajarte, pero no para liquidarte». Yo nací en 1978. Ya te he hablado de los vídeos de VHS con lo mejor de los mundiales y que estuve en Valencia hace unos días y, fuera, en el estadio de Mestalla, hay unas lonas enormes con la imagen de Mario Alberto Kempes vestido del blanco del Valencia FC.

Y el confetti y que en Buenos Aires mi director del proyecto me enseñó la Plaza de Mayo, donde las golondrinas de la canción de Spinetta, y los bajos donde estuvo detenido, él y su mujer. Y ellos, como tu padre, acabaron recibiendo el obsequio, el apoyo, de sus verdaderos amigos, con agotadoras horas de clase en lugares discretos que los permitieran mantener a su familia. Afiches, el tango del Polaco Goyeneche, el cedé que me compré, uno suyo y otro de Julio Sosa. Peso, correr, perder peso, tu padre es un fondista. El mío nadaba, caminaba, montaba en bici estática, soltó el pucho a los cuarenta. Y hoy su corazón no quiere responder. El payaso Plim Plim, en los libros, en los vídeos, en las canciones infantiles. Toda la vida pensando qué significa «No importa porque llevo torta», hasta que descubrí en Buenos Aires que una torta es una tarta y unas masitas unos bollos dulces: ¿Cuál es la razón de preguntar sobre y a tu padre? La misma de siempre, la que tenemos todos, Mercedes: conservarlo.

Mercedes, quizá estés cansada de esta carta, porque esta reseña es más una carta que una reseña, pero, si no te lo he dicho antes, te lo digo ahora: las reseñas planas cuelgan de los diarios y los blogs de lectura, esto es cultura pop, vida y casualidades. Como que todo el rock bueno llegue en 1983, con Alfonsín, con su bigote, que le valía al zurdo y al fascio. En la primaria, tu padre y el mío. Y tu padre llora: «Yo había pasado épocas horribles y venía con la democracia de vuelta la justicia» Te cuesta abrir el documento del libro. Desde el día del último internamiento, el 21 de diciembre, ya te lo he contado, tengo cerrado el documento donde se esconden las doscientas páginas de la novela. Se llamará Interino. Maldita autoficción que no responde a los tiempos de la fantasía, que solo aprende de la realidad. Yo nací, ya te lo he dicho, en 1978, podría ser un poco tu hermano menor, pero soy el hermano mayor de mi hermana. Y por eso tengo que sacar la cara en los momentos difíciles, en las malas noticias. Santiago. Motorizado. Se acaba esto.

Ahí está tu padre. Ahí está el mío. Al menos mientras escribo a mano esto. Al menos mientras lo paso al ordenador. ¿Al menos hasta que lo maquete? ¿Y cuando lo publique?

Escribe aquí tu comentario





    Normas para comentar en 20minutos.es

    • Antes de enviar su comentario lee atentamente las normas para comentar en 20minutos.es.
    • Esta es la opinión de los internautas, no la de 20minutos.es.
    • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
    • Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
    • Por favor, céntrate en el tema.
    • Algunos blogs tienen moderación previa, ten paciencia si no ves tu comentario.

    Información sobre el tratamiento de sus datos personales

    En cumplimiento de lo dispuesto en el Reglamento (UE) 2016/679 del Parlamento Europeo y del Consejo de 27 de abril de 2016 relativo a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de datos personales y a la libre circulación de estos datos, y Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales le informamos que los datos de carácter personal que nos facilite en este formulario de contacto serán tratados de forma confidencial y quedarán incorporados a la correspondiente actividad de tratamiento titularidad de 20 MINUTOS EDITORA, S.L, con la única finalidad de gestionar los comentarios aportados al blog por Ud. Asimismo, de prestar su consentimiento le enviaremos comunicaciones comerciales electrónicas de productos y servicios propios o de terceros.

    No está permitido escribir comentarios por menores de 14 años. Si detectamos el envío de comentario de un usuario menor de esta edad será suprimido, así como sus datos personales.

    Algunos datos personales pueden ser objeto de tratamiento a través de la instalación de cookies y de tecnologías de tracking, así como a través de su acceso a esta web desde sus canales en redes sociales. Le rogamos consulte para una más detallada información nuestra Política de Privacidad y nuestra Política de Cookies.

    Los datos personales se conservarán indefinidamente hasta que solicite su supresión.

    Puede ejercer sus derechos de acceso, rectificación, supresión y portabilidad de sus datos, de limitación y oposición a su tratamiento, así como a no ser objeto de decisiones basadas únicamente en el tratamiento automatizado de sus datos, cuando procedan, ante el responsable citado en la dirección dpo@henneo.com

    Le informamos igualmente que puede presentar una reclamación ante la Agencia Española de Protección de Datos, si no está satisfecho con en el ejercicio de sus derechos.