Algunas palabras sobre El desierto blanco de Luis López Carrasco (Anagrama, 2023)

El último premio Herralde de novela es un texto donde la narrativa, las voces y los nombres se mezclan, juegan y discuten, haciendo dudar de la pura estructura novelesca. Personajes que se entremezclan, géneros que son una mezcolanza de estilos, donde el autor se mueve en una especie de inmensa enciclopedia, de manual… ausente la cinematografía para sorpresa del que, como yo, identificaba al autor con la realización audiovisual, me encuentro con una obra que pone el foco en lo literario, más sugerente que lineal, más distópico que retratista.

Porque si es 2011 el año donde todo comienza a terminar (y perdonen la expresión, tan difícil de masticar), qué nos queda: una cámara, un zoom, una relación. Quizá mejor vamos a 1997, cuando todos empezábamos la facultad o acabábamos la adolescencia, estirada como un chicle escaso de sabor y amenazante, superado su punto de resistencia madurativa. Aquellas dinámicas de grupo en las entrevistas de trabajo, en el máster de prevención de riesgos laborales, en la Luna, en mitad del mar. Siempre lleva agua. Y ropa interior limpia. El periodismo y el cine, la corte de la televisión, la pareja de provincias en el Madrid de las letras… ¿Qué discos había entonces? ¿Quién mandaba? John Boy u Ornamento y Delito. Las dos me valen. La creación es la Gran Mentira. Hoy, finales de enero de 2024, el vídeo de una periodista sin trabajo se ha viralizado. Yo también quería escribir y he acabado dando clases de matemáticas. No es tu historia la que nos interesa, Octavio, esto es una reseña sobre una novela. La novela de otro. La novela de todos. O de algunos. Más bien la novela de los que leen novelas. Radios locales, ilusión, oferta y demanda, el amor como trance, matrimonio, hijos, corte de pelo. Lo primero que desaparezca será el periodismo. En cualquier estructura política: si gana el estado o si es devorado. Socialismo o liberalismo. Da igual, serán teletipos. Por eso socialdemocracia y un presidente de derecha moderada al que poder criticar. Política de bloques. Nos salvó de un segundo mundial de Maradona un polémico gol de Andreas Brehme. O de la victoria de Bilardo. Y de la derecha.

Jimena, nombre bellísimo, de rosa de Lima, vive un episodio de Perdidos. Pero es 2011. En aquella época andábamos cortos de redes sociales. Lo dijo Berto Romero en un pódcast de «La pija y la quinqui»: había que ir a los foros después de los capítulos para el onanismo teórico. ¿Qué fue de aquel pie de estatua ciclópeo? El rescate es hoy, entonces, mañana, tan sencillo que hace que Julio Verne, que Robinson Crusoe, suenen todavía más antiguos. Está el GPS, tranquilas, les digo a mis alumnas, asustadas por coger un vuelo a Canarias para el viaje fin de curso. Y también, hoy, enero de 2024, vuelve la historia de los Andes. La pureza es peligrosa, aunque sea natural. Así que no deis de comer a los animales. No son dibujos animados de Disney. En una selva: ¿Si no hubiera un médico? ¿Qué prefieres, fentanilo o un veterinario? ¿Si eres vegano, morir de hambre o comida para perros? La cobertura, cuando vuelve, es un enjambre de cigarras que despiertan de pronto. Jimena todavía tuvo tiempo de presentar su ponencia. El Wifi es lo más cercano al Espíritu Santo que tenemos.

Un pueblo. No recuerdo esa parte. Quizá estaba dormido en el sofá, justo al lado de la cama del hospital. Podría ser un capítulo extra. Salgo de lector a presencia. Solo la abuela. Sí, la que nos enseña que no hay buenos y malos en las guerras. La abuela de los grises, los hijos en el escenario distópico. Fue gracioso hasta que sucedió, hasta que llegó el virus todo era Philip K. Dick. O Ballard. Y ahora, las películas, los secretos, qué eres, qué compras. El año nuevo. La cocaína, el tabaco. En 2011 todavía se fumaba. Parejas que se rompen. Parejas que nunca se forman. Pacheco en el maletero de un coche. Llego a casa de mis padres y le bajo a mi padre una de Quim Gutiérrez con sobres para amigos muertos. Peter y sus amigos. Llegó y era una mujer. ¿Es ETA? ¿ETA? ¿ETA? Catán, un juego como un laboratorio de la infancia. La TDT y mi obsesión por los canales y los programas que se quedaron atrapados al final de la ronda del mando a distancia, en su panel analógico. Perdidos, perdidos, claro. El síndrome de ir corriendo de un lado a otro. Perdidos que aparece en mitad de una peli de amigos, con cuota LGTB+ pero sin la parte étnica. Esto todavía tiene algo de localización familiar. Los amigos que marchan a Berlín sabiendo solo inglés. Esos, los conozco, los conoces. Se marcharon a Berlín. Se pensaron que eran David Bowie.

«Aguantar hasta el final, el instante en el que cambiaba la programación del Telexto. Un nuevo día. Veía una peli de terror y, de pronto, corte y el primer matutino. Ya llegó la luz, anuncios, traductores, periodistas, hacer un Erasmus para acabar jugando al asesino con tus colegas. Todos los discos, los cedés que publicaron las discográficas independientes llenando los puntos limpios de las ciudades dormitorio: crees que no me acuerdo del Atari y de los cartuchos de ET… ¿Por quién me tomas?»

El final, la línea del horizonte, es un cierre o una manera de dejar abierto el libro. Es un final cremallera. Exigente, un final que te deja con dudas: videojuegos y revistas, ámbar barato, canicas, qué son esas sagas, qué juego es el Wonder Boy, tren, vistas, ¿oculto o presente? La misma estructura de la muerte de Brian Jones, contratistas que se aprovechan de la remodelación de la piscina. Dinamarca, marchar al norte, los cortes de luz son frecuentes. Agotar el paisaje, borrar, los personajes nos devuelve esos videojuegos que se podían recorrer por completo, nada de sandbox, nada de mundos abiertos: un bug y el actor principal repite el movimiento como si estuviera con el baile de San Vito. He acabado tu mundo, he recogido todas las monedas, el movimiento de la cámara me demuestra que el programa está corrupto. La vida es un bug. Desaparecer la contaminación lumínica. ¿Qué es el final? ¿Es el momento del silencio? Dudas, ya lo he dicho. Inquietud e insatisfacción. El verdín, la desaparición de la ciudad, todas las colecciones de ciencia ficción. La casa es un personaje o el personaje es la distorsión de la realidad. Dame una pista más, dame una vida extra. Seguro que ocultas algún huevo de Pascua entre las páginas y me lo he perdido.

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