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José Antonio Gurriarán: «Si Erdogan reconociera el genocidio armenio, no duraba ni media hora en el poder»

image1Habla en susurro de su pasado de reportero, de su atentado y de su obsesión: una periodística y hasta poética desviación del síndrome de Estocolmo. José Antonio Gurriarán (Orense, 1939) no sabía absolutamente nada del genocidio armenio cuando una tarde de diciembre de 1980 una bomba, colocada por la banda terrorista armenia ASALA en el centro de Madrid, casi acaba con su vida.

Se recuperó, y con la curiosidad espoleada se propuso saberlo todo sobre Armenia. «Si me hubiera enfrascado en el odio lo hubiera pasado muy mal», reconoce. Gurriarán encontró una causa casi ignota y la magnificó. El resultado: tres décadas dedicadas a la investigación y a hacer pedagogía del genocidio: «Gracias a él me salvé mentalmente». (El testimonio de su salvación es La bomba, el libro autobiográfico en el que relata el atentado, y que acabó regalando en mano a sus verdugos).

Gurriarán me recibe en su chalet de Valdemorillo, en Madrid. La primavera desborda de lilas la terraza y un mastín patrulla en silencio por el jardín. Pelo blanco, cascos para amplificar la voz cansada, ropa cómoda de jubilado, curiosidad de adolescente avispado. «Los medios de comunicación no le han dado a lo del papa la importancia que merece», se lamenta. Hace unos días Francisco dijo ge-no-ci-dio, con todas las letras, en público. Un hito. «Un momento importantísimo», dice Gurriarán, de natural escéptico a fantasear con que algún día Turquía reconozca el genocidio. «Si lo hiciera, Erdogan no duraría ni media hora en el poder», vaticina.

Hará más de diez años Gurriarán escribió un libro, hoy tristemente descatalogado: Armenios, el genocidio olvidado. Aquella obra, trufada de testimonios de una plasticidad y hondura encomiables, le convirtió en referencia para los armenios de la diáspora y para los armenios del interior. «Con las dos comunidades armenias, la del interior y la del exterior», explica, «pasaba como con el PSOE en nuestra Transición, que no se entendían: estaban en momentos diferentes». «Hoy en cambio», explica, «el antiguo Consejo Nacional Armenio es irrelevante políticamente». No tiene el poder ni la iniciativa ni el dinero necesarios para mantener el vigor de la causa. Y algo más importante: Armenia es desde hace dos décadas un país independiente, y la lucha por el reconocimiento del genocidio es un monopolio suyo.

Gurriarán, en el monumento al genocidio en Ereván, capital de Armenia.

Gurriarán salta de un asunto a otro con cadencia de ciclista veterano. A cada vez, pregunta con una timidez reconfortante si lo que dice de verdad interesa. Lo mismo recuerda el papel de la Iglesia armenia en la configuración del Estado democrático que carga contra el histórico desdén judío aunque no de todos los judíos hacia la reivindicación armenia («una contradicción y una pena», se lamenta). Gurriarán lo sabe todo, y aplica la paciencia de entomólogo a la causa. Repite una y otra vez los apellidos armenios para que el interlocutor se entere. «Me han propuesto escribir otro libro», dice, «pero eso es algo que requiere mucho tiempo y otro enfoque». De momento ha dicho no. Él mismo está reeditando con Amazon los libros sobre los que ha recuperado los derechos. Y escribiendo, pero sobre otras latitudes.

Gurriarán, inmóvil a la fuerza, tiene en Internet una «ventana». Abre Facebook y enseña con orgullo la cantidad de armenios que le siguen como a un padre, que comentan sus artículos y le piden docta opinión en estos días agitados, intensos, de la conmemoración oficial del centenario. Presentar una película, perfilar una conferencia, rematar un artículo. Tiene un verano intenso de trabajo en el que su mujer Helena, fotógrafa portuguesa a la que conoció en la prehistoria de su corresponsalía en Lisboa, estará a su lado. Gurriarán parece tan frágil como la causa que defiende. Pero igual de terco y entusiasta.

Gurriarán, regalando el libro que escribió sobre el atentado a los terroristas que lo perpetraron.

Gurriarán, regalando el libro del atentado a los terroristas que lo perpetraron.

 

El ‘milagro polaco’: europeísmo en máximos, una economía boyante y el apoyo de EE UU

Polonia lleva todo el 2014 de aniversario, y todavía le quedan un par de ellos más por celebrar antes de que llegue diciembre: 25 años de las primeras elecciones libres tras la caída del comunismo, 20 de la incorporación a la OTAN y 10 de su adhesión a la Unión Europea… Hoy, el apoyo popular a la UE en Polonia es de los más altos del continente (casi un 90%) y, al contrario que en otros estados miembros, este ha crecido en vez de disminuir (aunque el porcentaje de voto en las últimas elecciones al PE ha sido muy bajo, el 22,7%).

Obama saluda al presidente polaco,  Bronislaw Komorowski (Foto: http://www.ibtimes.co.uk)

Obama saluda al presidente polaco, Bronislaw Komorowski (Foto: http://www.ibtimes.co.uk)

Por todo lo anterior, tenía desde hace ya tiempo muchas ganas de hablaros de Polonia. Hace unos meses asistí a una conferencia del embajador polaco en Madrid y de varios especialistas en asuntos de Europa del Este que hablaron sobre el «milagro polaco», que resumiré en una cifra: su PIB acumulado ha crecido un 48% desde la entrada en el club comunitario.

La excusa perfecta me ha venido con la visita de Barack Obama a Europa, de la que Polonia ha sido su primera parada. En Varsovia, el presidente de EE UU reafirmó el compromiso de su país con las naciones del Este (una alianza que «es sagrada») y anunció un programa de 1.000 millones de dólares en ayuda militar a la zona (en la frontera de la OTAN), territorios que experimentan desde hace meses fuertes tensiones por la situación en Ucrania y las ambiciones geoestratégicas rusas.

He pensado que la mejor forma de acercaros Polonia es hablar con alguien que conozca bien el país, y para ello he contado con la ayuda de Wojciech Golecki, un economista polaco que vive en Madrid y que ha tenido la amabilidad de contestarme a título personal a unas cuantas preguntas sobre su país. Así que este primer post habrá un segundo sobre cuestiones más concretas será básicamente un acercamiento a Polonia a través de su mirada.

Pregunta: ¿Cómo ha cambiado Polonia desde la entrada en la UE, hace 10 años?

Respuesta: Escribir sobre Polonia este año tiene una importancia particular. En cinco meses cumpliremos 75 años de la invasión de Hitler y Stalin, en cuatro, el 70 aniversario del levantamiento de Varsovia contra los nazis. Este año hemos podido celebrar además el 25 aniversario de las primeras elecciones libres, 20 años de la entrada en la OTAN y hace un mes la primera década en la Unión Europea. Hoy debemos tomar todas estas fechas y ver a Polonia dentro de su conjunto histórico para valorar los logros alcanzados en tan poco tiempo.

El mejor ejemplo de ello es mi pueblo. Nací en los Sudetes, terrenos que hasta hace 70 años pertenecían a Alemania. Mi familia proviene de tierras hoy pertenecientes a la Galicia ucraniana. Durante décadas las nuevas autoridades de la República Popular de Polonia ocultaron los acentos arquitectónicos germanos para intentar reducir el miedo que sentía el ciudadano medio de que en cualquier momento Alemania podría venir y querer recuperar las tierras cuyo reparto se decidió por encima de las cabezas de los países afectados.

Al principio, la entrada en la UE avivaba temores en la misma línea.Hoy, 10 años después, al llegar a mi pueblo, lo que veo es todas esas casas renovadas, convertidas en preciosos hoteles, con todos los detalles germanos expuestos y renovados tras décadas bajo el hormigón…todo ello además, con frecuencia cofinanciado con fondos europeos. En resumen, durante estos diez años el PIB del país ha crecido un 48% acumulado, solo durante la crisis en más de 20%. Hemos pasado de tener un PIB per cápita un 50% inferior a la media europea y hoy nos acercamos al 70%.

P: ¿Qué riesgos existen en el futuro para el país, sobre todo desde el punto de vista económico y geoestratégico?

R: Aunque muchos no lo perciban, Polonia comparte riesgos económicos y geostratégicos con la mayor parte de los Estados Miembros de la UE. A nivel económico, por supuesto, entramos en el desafío del trilema de la competitividad, sistema social y demografía. Competir no en costes sino en innovación, tener un sistema social sostenible y efectivo que no reste competitividad pero que tampoco pierda el adjetivo «social», todo ello en un contexto de envejecimiento de la población y creciente competencia global.

Además, el país debe hacer frente a la necesaria consolidación fiscal y a los problemas del mercado laboral que peca de una menor tasa de actividad por un lado y por otro, de un elevado desempleo estructural, sobre todo juvenil. Uno de cada diez estudiantes europeos es polaco, estamos hablando de alrededor de 2.500.000 de personas. Como debe haber salida para todos ellos y por tanto, no solo debemos flexibilizar el mercado laboral, agilizar la administración y buracracia, eliminar las trabas a la creación de empresas, sino además adecuar los perfiles de los estudiantes a las necesidades del mercado laboral. Un ejemplo de los desafíos en esto último es la cantidad de estudiantes de ciencias sociales y humanidades que había antes del 2000 (cerca de tres cuartas partes) y hoy (cerca de una tercera parte).

Entre la economía y la geoestrategia está por supuesto la energía. Por un lado, la energía es una de las claves de nuestra competitividad y hoy una empresa media alemana paga tres veces más por energía que una empresa media alemana. Y esto cuando el coste de la energía estadounidense tiende a la baja y la europea, al alza. El otro aspecto que debemos extraer sobre estas crisis recientes es que sin independencia energética no hay independencia política. Estas vertientes de la energía afectan tanto a Europa como a Polonia. Como también ocurre en el plano estratégico.

Preservar el sentimiento de seguridad de sus miembros no es un problema nacional o de la OTAN, sino debe ser la base incuestionable de la Unión Europea en sí misma. Los datos publicados la semana pasada por el Servicio Público de Estadística sobre la evolución del producto interior bruto (PIB) durante el convulso primer cuatrimestre del año alivian los temores sobre los efectos de la crisis ucraniana sobre la economía polaca. Frente a lo que ocurre en otros países de la región como Finlandia, la crisis ucraniana apenas se percibe. Sin embargo, la crisis ucraniana es mucho más importante que el PIB, es una cuestión de valores.

P: ¿El sentimiento europeísta en Polonia, a tenor de las encuestas (la última, la de Pew Research), está al alza, todo lo contrario que en otros estados miembro? ¿Qué ha hecho bien la UE allí y que ha hecho mal aquí (en España)?

R: Si tomamos los datos de la encuesta que se presentó recientemente y los comparamos con la participación electoral, podríamos tener dos impresiones totalmente contrarias sobre la valoración de los polacos de la UE. Por un lado tenemos el dato de que el 86% opina que la integración europea ha sido positiva, frente a solo un 13% que opina que ha sido neutral. Por otro lado tenemos el dato de participación en las recientes elecciones europeas, a las que solo fue un 23% de los capacitados a ello.

En primer lugar, debemos matizar estos datos, con otro dato. La participación en las últimas parlamentarias fue del 48%. En segundo lugar, estamos comparando un país que tuvo que llevar a cabo dolorosas reformas antes de la entrada en la UE, que ha crecido más de un 20% durante la crisis y que es un gran beneficiario de los fondos europeos desde hace relativamente poco, con un país en plena crisis que recibió asistencia financiera a cambio de llevar a cabo reformas a una escala y sensibilidad a las que la sociedad no estaba acostumbrada.

Recientemente el gobierno estimó que, de no formar parte de la UE, nuestro PIB hoy se encontraría a niveles de 2009. Eso sí se percibe. Se ven los fondos europeos, se ve a las autoridades naciones negociando asuntos con las autoridades de otros países, pero, al contrario que en España tras la crisis, aún no se ve a la UE como un ente político. Si algo han aprendido los españoles de esta crisis, es que es en Europa, en Bruselas o en Frankfurt donde está el terreno de juego, que es ahí, donde se decide parte de las decisiones que les afectan cada día. Esta lección no ha llegado a Polonia. Por ejemplo, Polonia se ha adherido a los nuevos marcos fiscales de la UE, obligatorios para la Zona Euro, de forma voluntaria. Su legislación ya era muy conservadora. Por último, por desgracia, en el caso de España la UE se ha utilizado con mucha frecuencia de chivo expiatorio para justificar reformas que se tendrían que acabar llevando a cabo.

P: ¿Cuál ha sido la actitud y el posicionamiento interncional de Polonia durante los años de crisis de la deuda en Europa, sobre todo en relación con los países del sur del continente?

R: Polonia, como todos los miembros de la UE, es altamente dependiente de la estabilidad de la Eurozona. En este sentido, primero la recesión de los países del euro y en segundo lugar, las dudas sobre la propia unión, perjudicaban a la economía polaca. Era preciso que se tomasen las riendas y se asegurase la estabilidad y crecimiento dentro de la Unión.

En este sentido, el Ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, posiblemente como el primer polaco de la historia, defendió en tierra germana que Alemania tomase la iniciativa y responsabilidad como la mayor economía de la región. Las palabras exactas fueron: «Temo menos al poder alemán que a la pasividad alemana».Por otro lado, como un país no perteneciente al euro, pero aspirante a ser un actor importante en la escena, ha ido adhiriéndose a los sucesivos acuerdos de la Eurozona como el pacto fiscal, para no quedarse demasiado alejada del resto.

La crisis del euro ha sido una lección para Polonia. No basta para entrar al euro con cumplir con los criterios de Maastricht. La renuncia del precio externo de la economía, del tipo de cambio, debe ir compensada con la flexibilización de los precios internos. Este aspecto, es decir, llevar a cabo una amplia reforma a nivel nacional va a retrasar el cambio de moneda de Polonia, que a día de hoy, además, no disfruta de mucha popularidad.