La otra lotería

Ayer 22 de diciembre el Gordo de Navidad caía íntegramente en Madrid, y era evidente que no iba a resultar agraciada con un solo décimo porque las probabilidades de que a una le vuelva a tocar la lotería en la vida son prácticamente inexistentes. De hecho -y aunque a mí bailarín y amigo de MQB, Pol, hace dos años le cayeran del cielo los 400.000 euros que todo ser humano que respira desea en estas fechas-, lo cierto es que se corre más riesgo en esta vida de parir cuatrillizos o de morir por ser un zurdo que abusa de los productos para diestros, que de que tengas la potra de que tu número surja de entre los bombos.

Y, en este sentido, sé que aunque los juegos de azar no están de mi parte, sí lo están los astros que hacen que cada mañana me levante pensando en la lotería que supone abrir los ojos junto a la persona con la que más batallas he librado entre las sábanas y conservar inalterada la ilusión de pasar un día más junto a un equipo que se deja la piel para que cada día gocéis de Hazte un Selfi News (de lunes a viernes, a las 19:30h, en Cuatro).

De pequeña pensaba que la tele sólo la hacían los presentadores y el cámara, pero hay un gran número de personas detrás velando por que todo vaya bien.

Desde nuestro pequeño gran dictador y director Alberto Pierres, todo ternura, que cada amanecer nos despierta con el dato y al que Uri Sabat y yo respondemos con gráficos emoticonos, a Zafra, responsable de guion y único culpable del comportamiento bipolar que gastamos ambos en plató.

Con nuestro guionista Zafra.

La vida es más amable cuando Alberto, Debo y producción está cerca mimándonos o deambula a nuestro lado Puchu, la regidora que más paz inspira pese a las tensiones que se viven a pie de pista.

Pero Hazte un Selfi no tendría el mismo ritmo sin nuestros intrépidos reporteros y la montaña rusa que supone estar en manos de nuestra veterano realizador Valentín, cuya visión artística de la jugada es una incógnita a despejar cada tarde y al que le gusta tenernos controlados a vista de pájaro, a través de Óscar, el hombre que pilotando desde una grúa sobrevuela con su cámara nuestras cabezas como si de un helicóptero se tratara, mientras se escuchan de fondo los ruidicos de Pulpo, el hombre de abrigo rojo encerrado en una garita cercana a plató, que remarca todas las collejas y zascas dirigidos a Uri y que tanto me gustan.

En mis pensamientos no pueden faltar David Cardona y Olga Cabanillas, ellos nos cuidan, nos aconsejan y evitan que nos metamos en líos, siempre con buenas caras y la mejor energía del mundo.

Los momentos que más unen al equipo son las lecturas de guion en las que jefes, colaboradores -Rober Bodegas, Sara Escudero, Sara Gil y Charly- y presentadores buscamos el tono y la intención de todo lo que va a suceder en directo, entre consejos, fluorescentes y selfis, alrededor de una frágil mesa de esas en las que si te subes te partes el alma, algo habitual en un programa de televisión, que siempre supone un extra de esfuerzo, trabajo e ilusión para que nos disfrutéis desde casa y seáis un poco más felices… la mitad, al menos, de lo que nosotros lo somos creando sonrisas para vosotros, aunque no sea Navidad.

Y ahora que sí lo es, pediré a los Reyes Magos que se repita mucho esta maravillosa rutina que me persigue desde hace unos meses, junto al presentador más atractivo de la pequeña pantalla y el más jefe de la radio.

Gracias a maquillaje, estilismo y sastrería por convertirme en una preciosa presentadora cada tarde. También a mis compañeros de redacción, edición, azafatas y a los técnicos que me ponéis el micro, por tan difíciles maniobras en ocasiones… (risas)

Con mi estilista Antonio

Peluquería hace magia con mi pelo.

Maquillaje me convierte en la más preciosa presentadora.

No puedo sentirme más dichosa de haberme embarcado en este proyecto de Cuatro.

Por muchos minutos a vuestro lado. Qué afortunada me siento.

Avec tout mon amour,

AA

Mi Navidad en Londres

Quienes perseguís el rastro de una Navidad mágica, acertaréis si subís en un vuelo en dirección a Londres, una de esas ciudades que en estas fechas engalanan sus fachadas con miles de luces de colores y que te hacen caminar sobre un Christmas con vida o derretirte entre desayunos de mantequilla y besos, si tienes la suerte de vivirlo en buena compañía.

Amanecer en Kensington Gardens y atravesar con lentas zancadas un escenario vegetal hacia Hyde Park, es de las experiencias más bonitas de mi vida, imperdible si vuestro hotel está cerca de allí.

La suerte de una densa niebla londinense hace que, a medida que avanzas, aparezca ante tus ojos un parque lleno de ardillas, dividido en dos por el lago Serpentine, en el que los cisnes asustan a los perros con bufidos cuando ven que se acercan al agua.

El tiempo se detiene allí, donde una estatua de Peter Pan se niega a crecer y una fuente en memoria de Diana de Gales la recuerda siempre joven, entre árboles centenarios y el olor a tierra mojada.

Más allá, un letrero ilumina Winter Wonderland, una feria en la que jugar a ser niños y en la que descubres un parque de atracciones tan irreal que da la sensación de que si soplas se desvanecen los puestos de madera con algodón dulce, el espectáculo circense, la bonita noria o las esculturas de hielo.

Con el Big Ben como emblema de cada bola de Navidad que se instala en las coquetas tiendas de Londres, una se siente en un cuento inagotable que es imposible descubrir en tan solo 48 horas, en la víspera de un primer aniversario de boda.

Tras grabar en la retina de una cámara de fotos las rojas cabinas de teléfonos, subirte a uno de sus particulares autobuses y enviar la ilusión de una carta a los Reyes Magos a través de sus buzones, admito que los cafés fuertes que sirven en la ciudad hacen que no duela tanto el cansancio de querer agotar Londres en tan poco tiempo y así engañar el cansancio que otorga la curiosidad de un turista, en la que Uber se convierte en un medio de transporte más que recomendable para moverse de manera económica por Reino Unido y practicar el inglés, mientras te abandonas a la sorpresa de una ventanilla.

En tan sólo un fin de semana he reído como una niña con la nariz roja del frío, sentido la decepción de un Camden Town que ha perdido su esencia, así como la necesidad de fotografiarme en la intersección de calles de Piccadilly Circus, vivir el encanto de Covent Garden, recorrer metros etílicos en el Soho, sumergirme en el mundo especiado de China Town, soñar con las casitas de ensueño de Nothing Hill o comer en StreetXO, el nuevo restaurante de Dabiz Muñoz, que se preocupó personalmente de darnos de comer originales y deliciosos platos gluten free.

Y aunque las minúsculas horas no nos permitieron acostarnos en la butaca de un teatro para disfrutar de los espectaculares musicales de Aladdin y Charlie and the Chocolate Factory, en el viaje de vuelta, agotada sobre el hombro de mi pareja y dejando atrás el Támesis, pensé en lo interminable de nuestro viaje, sin entender cómo habíamos condensado tanto en tan poco tiempo.

Tal vez la magia que regala Londres a los que viven la Navidad con ilusión haga posible todo eso.

¡Feliz Navidad!

Avec tout mon amour,

AA

Mi primer aniversario de boda

El día 18 de diciembre, en plena Navidad, saltaré de la cama del hotel de otra ciudad hacia la ducha antes de adornar, con besos y risas, nuestro primer año de casados mientras pienso que tal vez las cosas en la vida no sean casualidad, aunque a los 15 años optara por echar a cara o cruz si salir o no con la persona que despliega bostezos en mi cama cada amanecer, como castigo por haber tardado en decidirse.

En los últimos 365 días hemos improvisado cada gesto, cada caricia o cada contradicción. Y como me esperaba, nada ha cambiado y el matrimonio no nos ha convertido en otros que no fuésemos ya.

En mis Bodas de Papel me alegra saber que la parte institucional y pragmática que implica formar matrimonio no ha hecho mella en nuestra manera de mirarnos y le sigo gustando descalza y con el rímel corrido, aun cuando a mí me asuste cada día que pasa que él no reconozca en mí a la niña de la que se enamoró y yo misma trate de conservar ese recuerdo con cremas e ilusión en la mirada, al contrario que otras personas yermas de arraigos y a las que no les importa que desaparezcan los vestigios de una piel pasada y a la que has colmado de primeras caricias.

Para que un matrimonio prospere hay que enamorarse, supongo, muchas veces de la misma persona. Y no debe ser fácil, porque vivimos deprisa y con poco tiempo para los detalles y las relaciones humanas.

Y os confieso que a estas alturas de mi vida no hay nada que me guste más que Sergio me diga por la calle, agarrándome por la cintura: “eres más bonita que mi novia”, ante la atónita mirada de las mujeres que pasean cerca, con los ojos ausentes y la oreja muy cerca, mientras yo le aprieto la mano avergonzada, feliz y sin el agobio que supone la perspectiva de un “para siempre”.

Así que ojalá muchos diciembres pueda presumir de seguir al lado de ese adolescente rubio del que pensaba que mi presencia le resultaba indiferente y al que le hacía llegar cartas de amor en las que le hacía creer que el destinatario era otro.

El próximo año quiero recordarme este domingo mojando la almohada con mi cabello húmedo en una guerra de cosquillas, compartiendo un desayuno de los que duele la barriga, para matar dragones, y recorriendo las calles nubladas buscando despilfarrar bonitos recuerdos.

Este fin de semana voy a olvidar que hemos crecido y a soñar que volvemos a ser aquellos niños.

Volemos al Londres de Peter Pan.

Avec tout mon amour,

AA

Carta a mi hermana: «Hasta siempre, Frodo»

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Para quienes hayáis compartido vuestra vida con un animal, sabréis lo que se siente cuando éste se marcha y el silencio ocupa su lugar.

Frodo, has estado con la familia desde hace 12 años: saltando entre cojines desde cachorro, viviendo nuestras alegrías y tristezas, usurpando comida a escondidas, corriendo como un conejo en el jardín, ligando como un viejo verde aun cuando la próstata empezaba a fallar, echándonos de menos cuando te quedabas solo, muy feo recién mojado, suave al tacto, ciego tras zarandear tus tirantes coleteros, con cara de no haber roto un plato en tu vida -pese a haberlos roto todos-, o escayolado por ansiar jugar con perros más jóvenes que tú en la playa.

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Parte de nuestro día a día y nuestras conversaciones, el destino quiso este domingo que en un rutinario paseo mi hermana viese cómo se escapaba tu alegría lejos, muy lejos. Doce eternos minutos durante los cuales dos pastores alemanes te mordían sin compasión, hasta romperte el cuello y dejarte inmóvil, como un muñeco de trapo.

Por culpa de la negligencia de ese vecino al que no puedo dejar de odiar ya que pudo haber evitado que sus perros se escaparan de nuevo (el sábado atacaron a un caballo y anteriormente al ganado), ahora podríamos estar lamentando otro final si la víctima hubiera sido otra.

Rápidamente, mi hermana -que te ha querido y te querrá siempre- te trasladaba hasta el Hospital Veterinario C. donde, tras sedarte y hacerte las pruebas pertinentes, nos comunicaban que tenías la médula afectada y que no volverías a recuperar la sensibilidad de tu pequeño cuerpo de 10 kilos. Qué lástima no poder hacerte entender que era normal que ya no sintieras dolor, mientras buscabas con los ojos una caricia y no perdernos de vista, loco por incorporarte y recibirnos como habías hecho hasta entonces.

Finalmente, ayer lunes a las 5 de la tarde, tras una noche en la que todos te hemos llorado y no hemos dormido, nos dejabas y descansabas, por fin, acompañado y habiendo escuchado el nombre de todos nosotros una última vez en boca de mi hermana.

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Así pues, María, sé que te sientes liberada por haberle evitado con la inyección más sufrimiento, aunque muy triste por no poder volver a llamarlo por su nombre y que vuelva a tu lado, o sentir una vez más que te espera detrás de la puerta de casa, muy contento. Pero ha sido tremendamente feliz y, aunque esperábamos que un día se desplomara sin más por viejo, en tus sueños seguirá persiguiéndote tratando de devolverte, fiel y leal, todo el amor recibido.

No era capaz de decirte esto por teléfono sin que me temblara la voz.

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Incinerarlo junto a su peluche favorito y esparcir sus cenizas, donde tú y yo sabemos, le hará inmortal en tu corazón.

Nos queda el consuelo de saber que tal vez evitó males mayores. Piénsalo, ES UN HÉROE.

Hasta siempre, Frodo.

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Avec tout mon amour,

AA

Maluma, espero que mi firma, aunque de hembra, sirva para chingar tu último sencillo

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Maluma en los Grammy latinos, en 2015. (GTRES)

El reggaetón es calor, es baile, es atrevimiento, pero lo que es innegable también es que muchas de sus letras -al margen de lo obscenas y explícitas que resultan la gran mayoría-, son tremendamente machistas, por mucho que muevan tus piernas más rápido sobre una bici o hagan más divertido un atardecer en la playa con los amigos.

Maluma, el cantante colombiano de 22 años y más de 3 millones de seguidores en twitter, se ha atrevido a publicar Cuatro babys sin importarle la cosificación, humillación y degradación de la mujer que lleva implícita la misma, en la que nosotras somos unas mantenidas que nos limitamos a complacer sexualmente al macho alfa y donde la vulgaridad es la directriz.

Y, por mucho que ahora el chaval se dedique a proclamar su amor por su madre en las redes sociales y así parecer Bambi, no va a hacer que pensemos distinto de su single, una auténtica basura que debería retirarse.

Me gustaría saber con qué tipo de valores ha crecido el cantante para mandar esos mensajes al mundo y al público que le sigue, sobre todo chicas, qué ironía. Prefiero pensar que en lugar de un misógino se trata de una joven marioneta absurda que se limita a ejecutar lo que le dicen sin criterio alguno, con tal de vender y estar en boca de todos, de generar polémica, aun a costa de arrastrar a las hembras que se supone que somos, con las bragas abajo y la inteligencia y el corazón en ninguna parte.

Estrofas como “siempre me dan lo que quiero. Chingan cuando yo les digo. Ninguna me pone pero” se unen a otras como “La primera se desespera. Se encojona si se lo echo afuera. La segunda tiene la funda. Y me paga pa’ que se lo hunda. La tercera me quita el estrés. Polvos corridos siempre echamos tres. Me tienen bien confundío. Ya no sé ni con cuál quedarme. Y es que todas maman bien. Todas me los hacen bien. Todas quieren chingarme encima de billetes de cien”.

Para colmo, el intérprete se defendía de las críticas comparándose con Jesucristo. Modesto baja, que sube Maluma.

De esta manera, el género femenino, usado y descartado, aparece en cada estrofa de la canción de este ídolo de masas que entre todos y todas estamos consiguiendo que sea la más descargada de internet, aunque paralelamente a mí me haya faltado tiempo para entrar en Change.org y firmar para así conseguir la retirada de su último sencillo y defender que se nos trate con respeto.

Con este tipo de ejemplos dejamos patente que no está superado eso de la igualdad entre hombres y mujeres, porque si así fuera no sólo este videoclip jamás habría existido, sino que de haberlo hecho, nunca se habría publicado.

Vomitivo todo.

Avec tout mon amour,

AA

maluma

Comer ecológico

(GTRES)

(GTRES)

Este fin de semana estaba en la peluquería y empecé a sentir nauseas. Pensé en que quizá los efluvios de la decoloración estaban matándome por momentos, muy consciente de todas las porquerías que nos echamos en el pelo para sentirnos guapas.

Pero enseguida recordé la pantagruélica cena de la noche anterior, la anterior y la anterior, todas ellas deliciosas, y deduje -con un índice de error del 0.001- que era más que probable que ese fuera el motivo de mis arcadas.

Así que este sábado tomaba la decisión -esta vez creo que de manera definitiva-, de cuidarme y dar largas a mis amorosos amigos que están deseando boicotear mi proyecto de ser la Jesús Vázquez femenina cuando cumpla los 50, y no cesan en su empeño de sacarme de casa para endulzarme la vida, en el más estricto sentido de la palabra.

Los amigos engordan mucho más que ver la tele o las excusas, y aunque mi cuerpo por el momento tiene un techo récord de 62,7 kilos, con mi 1’76 metros de altura, unas cifras más que dignas, mi estómago se está rebelando más que un adolescente sin propina.

Todos los que me seguís, incluida mi lectora más entregada, o sea mi madre, estaríais orgullosos de mi compra de este sábado. La lista incluía deliciosos panes de trigo sarraceno y semillas de un obrador sin gluten cercano a mi casa, Sana Locura, y un sinfín de productos ecológicos y sanos de Bio C’est Bon, todo logísticamente muy cerquita de casa y con unos colores espectaculares, casi irreales. Son productos más caros, pero muy baratos si los comparamos con el dineral que me dejo en restaurantes a la semana o lo que muchos destinan a tabaco o alcohol. Comprar y consumir productos ecológicos no depende del dinero que haya en casa, depende de en qué lo quieras gastar. Es cuestión de prioridades.

(GTRES)

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Queso artesano (poquito que se me va la mano y el cuchillo), carne ecológica, pavo ecológico, huevos blancos y grandes de gallinas felices (los que empiezan por cero), té verde puro, kéfir de cabra, cereales de arroz integral con chocolate negro, jengibre para arreglar un cuerpo en apuros, miso para hacer caldos, espaguetis de arroz integral, calabacines, tomates y patatas que tienen diferentes tamaños y formas y saben a lo que son…

¡¡Qué rico todo!!

Y aunque la comida ecológica tiene sus detractores, como los que aseguran que en los productos etiquetados como tales existen menos controles sanitarios y encima son menos asequibles, lo cierto es que es este tipo de alimentación es la más respetuosa con los animales y el medio ambiente y en ella no se aceleran los ciclos de vida de unos y otros; de hecho, la ganadería ecológica es la que menos grasas saturadas aporta, ya que se sus animales se han criado con leche materna y productos sin aditivos ni harinas de origen animal. Y las verduras y frutas son superiores nutricionalmente hablando, además de mucho más sabrosas. Menuda diferencia.

(GTRES)

(GTRES)

Ya no recordaba lo que era comer de temporada, sin pesticidas, antibióticos, hormonas (quizá el secreto de mis escotes, para los pesadísimos que insisten en asegurar que me he operado, aunque lo haya desmentido cientos de veces) y demás delicatessen.

Ahora bien, que difícil es evangelizar sobre lo ecológico ahora que es Navidad.

¡¡Feliz semana, mi gente!!

cof

Avec tout mon amour,

AA

Ser sonámbulo

Escultura realista de un sonámbulo. Artista: Tony Matelli.

Escultura realista de un sonámbulo del artista Tony Matelli.

Anteayer me desperté de madrugada con el brazo de mi pareja agarrándome, las zapatillas puestas en mis pies desnudos, la sensación de haberme quedado a medias en una conversación que de repente ya no recordaba y el eco de unas risas que le dedicaba a alguien que ya no existía en aquella habitación.

Hacía mucho tiempo que no tenía un episodio sonámbulo y cuando me quise dar cuenta me latía el corazón a cien por hora, completamente desorientada.

Imagino que en el puzle de vuestra cabeza me habréis dibujado desde el primer párrafo como una zombie rubia con los brazos extendidos y los ojos abiertos caminando sola e intuyendo el pasillo de casa. Sin embargo, yo soy más de abrir ventanas o deambular hacia el salón para dormir en él, reconociéndolo con los ojos cerrados, espero.

Los sustos de mi vida se remontan a la tierna edad de 11 años, cuando una noche mis padres observaron atónitos cómo abría la ventana y suplicaba que me devolvieran mi pelota roja, después de haberla perdido aquella tarde en la piscina cuando jugaba a las palas con mi hermana. Tuve la suerte de una persiana bajada y unos padres vigilantes.

Supongo que seréis unos cuantos los que habéis sufrido ese estado tan extraño en el que el cerebro está lo suficientemente activo como para que uno se pueda mover, pero no tanto como para que uno se despierte.

He escuchado casos en los que las personas se ponen a limpiar, a cocinar, abandonan el hogar, orinan, se visten o conducen dormidos. Y, aunque pueda asustar, en general se trata de un fenómeno inofensivo, a no ser que los sonámbulos se amputen un dedo con un cuchillo, se quemen, consigan arrancar el coche o los vecinos les agredan con una sartén si intentan entrar en su casa sin avisar.

Hay casos increíbles en los que gente que está despierta no sabe coger un pincel y cuando está dormida crea obras maravillosas -como es el caso de Lee Hadwin-, asesina (“sonambulismo homicida”), o practica sexo (“sexomnia”) sin que luego recuerde nada.

En cuanto a despertar a un sonámbulo, lo más sensato para que no se haga daño es devolverle a la cama cuidadosamente, sin despertarle.

Y si dudáis de vuestros movimientos, a partir de ahora, cuando durmáis solos en casa, echad la llave con doble vuelta y escondedla lejos de vuestra cama, apartad los objetos punzantes que tengáis a mano y poned una cámara como las que utilizan algunos padres desconfiados con las nannies de sus hijos.

 

Avec tout mon amour,

AA

La decoración y el espíritu navideño de algunos a examen

GTRES

Tras el encendido navideño, las ciudades se hallan prematuramente engalanadas para niños y todos aquellos que no hemos dejado de serlo todavía y los colores rivalizan con el manto blanco de las calles más frías, que invitan a imaginar que paseas por un cuento navideño.

La iluminación y decoración, básica, desgastada y pobre en Madrid, como de verbena de pueblo, no convierte a la capital en un destino competitivo turísticamente en estas fechas comparado con otras ciudades como París, Londres, Nueva York, Medellín (Colombia) o Rovanieni, el pueblo del viejete gordinflón, en Laponia finlandesa, donde entre bosques nevados, ríos de hielo en los que hacer piruetas sobre cuchillas y preciosas auroras boreales, Santa Claus se deja notar, así como el buen gusto por vestir cada esquina de fantasía. Las ciudades que invierten en Navidad, lo recuperan sobradamente con los turistas.

GTRES

Personalmente la Navidad me gusta, cualquier excusa es buena para celebrar o forzar las cenas familiares, las risas detrás del más desacertado de los regalos o la ilusión de los más pequeños de la casa, aunque tengamos que soportar cada año el lacrimógeno anuncio de la Lotería, en el que con un poco de música nos cuelan cualquier cosa, como el año en el que un amargado y supuesto parado no se alegra de la felicidad de los demás hasta que se da cuenta de que le han guardado un décimo y él también ha sido bendecido por la diosa fortuna.

Sin duda, somos muchos los que estamos deseando perdernos estos días tras el estímulo de un café caliente, con los puños encerrados en un jersey de lana, saboreando deliciosos dulces de jengibre, turrones y así vivir de lleno la Navidad, aunque nos vendan una falsa felicidad de tarjetas de crédito y villancicos de amor.

Me asombra cuánto les gusta a algunos hacer el papel de Mr Scrooge, de la maravillosa novela de Charles Dickens, y mostrar constantemente su rechazo a estos encantadores y tradicionales días en los que no debería importar si jamás te toca un mísero euro en el bombo, no eres creyente, las uvas están prohibitivas, eres republicano y no soportas el discurso del Rey, engordas siempre, las expectativas de todo el mundo son muy altas y acaban tristes, odias endeudarte con compras innecesarias o detestas la demagogia y el estrés.

Aunque a algunos les moleste, este año volveré a colgar mi calcetín rojo en la puerta y buscaré, sosteniendo entre mis manos una roja taza de bebida caliente, los villancicos más bonitos en un lugar de película en el que celebrar mucho este año: una nueva Navidad con sonrisas y mi primer año de casada.

¡Por unos días de película!

Avec tout mon amour,

AA

GTRES

* Fotos: GTRES

Esa loca costumbre de madrugar para ir al gimnasio

trainDesde que leí que el cuerpo quema más cantidad de grasa si entrenas sin desayunar, con la intención de aprovechar ese momento en que las reservas de glucógeno están vacías para usar las grasas de reserva como combustible, no hay día que me acueste en la cama y no adelante el reloj un par de horas para acudir con legañas y sonidos abdominales al gimnasio y así evitar la tiranía de las zanahorias crudas de una que no pierde comba para lanzarse a la artillería pesada de lo que más le gusta a diario y que, con franqueza, últimamente no hace más sentadillas que las que ejecuta cualquier persona que acude al baño a hacerle un favor a sus riñones y se sostiene a pulso para no ensuciarse.

Macarrones con tomate, nachos con guacamole y queso fundido, jugosas tortillas de patata con cebolla, baguettes celíacas recién hechas con aceite de oliva y un buen ibérico, crujientes pizzas, chocolate con nueces, magdalenas expandiéndole en la leche… Siento orgasmos. Y retortijones, a partes iguales, a cuando tomo una insípida lechuga iceberg.

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Cada noche dejo apoyada en la puerta de entrada de mi casa una mochila con todo lo que necesito para empezar el día a tope de power. Con un outfit compuesto por un pantalón no demasiado ajustado, para no marcar demasiado -en mi vida personal aparento ser una monja de clausura decolorada-, una camiseta negra y unas cómodas deportivas.

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Y tampoco hay día que no suene el despertador y no vuelva a abrazar el almohadón y regrese a los brazos de Morfeo, sin remordimientos ni penas, hasta que piso Mediaset y el universo entero me restriega con la fuerza de un portazo las horas que han dedicado ya, en lo poco que lleva puesta la M30, a Pilates, boxeo, spinning, zumba y a hacer el pino puente. Estos amantísimos del deporte, cuando te sientes muy vaga, se reproducen más que el pulgón del repollo.

El gimnasio se me resiste; es una evidencia como que hay “lluvia” de helio en Saturno, que el ajo no propicia los besos o que los trolls de las redes sociales son como los matones cobardes del patio de un colegio.

Y es que antes los gimnasios molaban más, en los 80 se entrenaba con la música de Alaska o Europe, mallas de colores brillantes con tanga superpuesto y usaban las espalderas, los iniciados tomaban bicarbonato para las agujetas y todo estaba lleno de karatecas.

Sólo por ellos madrugaría. En calentadores y colores.

aa

Avec tout mon amour,

AA

La mala costumbre de acostumbrarse a lo bueno

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Acostumbrarse a lo bueno es peligroso, hace que valoremos menos las cosas y éstas pasen a ser corrientes.

Este fin de semana volaba por trabajo a Mallorca y el domingo, mi día libre, moría de ganas por bañarme en el mar. En mitad de un noviembre cargado de nubes, el agua estaba más cristalina que nunca y no había un alma de las que contemplan la isla todo el año. Moviéndonos de calle en calle y de historia en historia, unos amigos que viven allí me llevaron en coche hasta la Playa del Mago, una preciosa cala virgen nudista acuñada así porque en ella se rodó la película The Magician, con Anthony Quinn, Michael Caine y Candice Bergen como protagonistas.

Me sentí como una niña en una cama grande.

Ante la atónita mirada de mis amigos, calientes dentro de su anorak, dirigí mis pies descalzos hasta el agua turquesa -menos fría de lo que cabría esperar en estas fechas-, y con una sonrisa de oreja a oreja me sumergí entera en un mar solo mío en el que dejé atrás mi rímel y el cansancio acumulado de una frenética semana sobre unos tacones que siempre me han parecido excesivos. Una vez dentro, me di cuenta de que lejos de la orilla el mundo desaparece y no importa que llueva a cántaros o no sientas la piel. Me dejé sostener por el mar mirando al cielo, con los brazos en cruz, mientras mi vestido negro se hacía pesado y se pegaba a mi cuerpo, sin contacto con el suelo ni la realidad, más allá del paisaje. Fue entonces cuando cerré los ojos muy fuerte para grabar ese momento en mi mente y recuperarlo cuando tal vez lo necesite, como cuando todavía no sabía pelar una naranja sin ayuda de mis dedos y buscaba encontrar algún juguete perdido bajo el sofá, incapaz de dormir.

Y así me dejé arrastrar varios minutos, como una estatua de mármol, atrapada en la superficie, mojada, fría y atrapándole las manos al tiempo.

De regreso a la orilla, caminando muy lentamente en un desesperado intento por no dejar escapar la sal que me cubría y un adiós silencioso hasta no sé cuándo, pensé en que nos acostumbramos demasiado rápido a lo bello: al mar, a los besos de una misma persona, a la ciudad en la que vivimos y a la que deberíamos descubrir con los ojos de un turista…

A tantas y tantas sensaciones…

Entendí el motivo por el que no hay cuerpos flotando en el mar de otoño y envidié las ganas de esos viejecitos que se agarran a la vida sumergiéndose cada mañana en baños invernales, como si cada minuto fuera el último.

Nos cansamos de lo bueno y es una pena que no aprendamos a valorar lo que tenemos, antes de echarlo de menos… aun cuando cada amanecer disfrutemos de ello. Y aunque no hay nada como hacer las cosas por primera vez, cansarse oxida la vida, una en la que los deseos deberían madrugar más que los lamentos.

adriana

Avec tour mon amour,

AA