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¿Y por qué no un ‘Hungrexit’?

Sobre la Unión Europea planean dos retos estivales. Uno es económico y político y se llama Grecia; otro es político y civilizatorio y se llama Hungría. Grexit es un vocablo familiar. Hungrexit me lo acabo de inventar. El pulso griego a las instituciones (y viceversa) está a diario en los medios de comunicación por la magnitud de lo que podría llegar a ser, y no tanto por la tragedia de lo que ya es.

En cambio, y he aquí un ejemplo del monopolio de la economía en la interpretación de la realidad, las noticias sobre Hungría son testimoniales, casi de un exotismo etnográfico. ¡Como si Hungría no fuera un país centroeuropeo que lleva 11 años en la Unión y que es la mayor amenaza a la tradición democrática de la reciente historia continental!

Viktor Orban, en Estrasburgo, este pasado mayo (EFE)

Viktor Orban, en Estrasburgo, este pasado mayo (EFE)

La Hungría de barniz autoritario de Viktor Orban (líder del muy derechista Fidesz, el partido gobernante) lleva un lustro echando un pulso a las instituciones en pilares fundamentales para Bruselas como la libertad de prensa, la inmigración, la pena de muerte y las relaciones con Rusia. Pero, pese a pisotear un día sí y otro también el zeitgeist europeo (lo último ha sido la cuota de inmigrantes, lo penúltimo el deseo de construir un muro antiinmigración), nadie ha sugerido, ni siquiera como una posibilidad, que Hungría abandone la Unión Europea.

Entre bromas, recientemente, Jean Claude Juncker llamó «dictador» a Orban en una reunión de primeros ministros. Broma ambigua que destila un poso de verdad. La última vez que os hablé aquí de de Hungría, en la primavera de este año, fue con motivo de la entrada en el Parlamento de la ultraderecha de Jobbik (quizá el partido más abiertamente antisemita que ha logrado escaño en el hemiciclo de un país europeo). Un poco antes había escrito sobre el fascismo que venía. Y sobre cómo puede convulsionar las relaciones con la UE.

Hungría es uno de los socios más pobres de la UE. Dos pinceladas, según Eurostat: el salario mínimo es de 332 euros y el porcentaje de población en riesgo de pobreza del 31%. Hungría ha pasado, como apunta el blog Desde Hungría (un excelente fresco escrito por un estudiante español de medicina residente en el país), de ser cabeza del grupo de Visegrád (Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría: antiguos países de la órbita soviética que entraron en 2004 en la UE) a ser el último.

Pero con todo, lo peor para Europa, lo que pone a las instituciones en un aprieto (y a los países también: no hay que olvidar que Alemania, pese a las malas relaciones, sigue siendo el principal socio comercial de Hungría), es el progresivo alejamiento de Bruselas y el acercamiento a Putin. Su condena de las democracias occidentales y sus elogios a Rusia, Turquía y Azerbayán. Elogios no solo políticos, sino algo más: ha venido acompañados de acuerdos económicos que desde Europa se observan con temor.

Porque Hungría puede ser todo lo reaccionaria que quiera… mientras los negocios los haga con nosotros.

La ultraderecha húngara entra en el Parlamento y tiende lazos con su comunidad de ‘fieles’ en EE UU

En la protohistoria del blog ya os hablé un día de Jobbik, el partido de la extrema derecha húngara, y de su líder, el dinámico Gávor Vona, un histriónico siempre encorbatado. Demasiado preocupados por Grecia o Rusia, olvidamos que en la Hungría de Victor Orban llevan años hirviendo a fuego lento y ajenas a los focos de la prensa las actitudes más antidemocráticas de toda la UE. No es que Hungría quede lejos, sino que que queda al Este, y por mucho que hayamos avanzado, lo que sucede más allá de Alemania nos sigue resultando ajeno (y lejano).

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Esta semana Jobbik ha logrado su primer escaño en el Parlamento. Parte de los húngaros no han tenido suficiente con un presidente y un partido, el Fidesz de Orban, con peligrosos tics antisemitas, antieuropeos y cavernarios en lo relativo a la libertad de prensa y otras libertades fundamentales. Quieren más, y en la ciudad de Tapolca, nuevo bastión de Jobbik, lo han logrado. El partido ultra ha logrado el 35,3%, siendo la formación más votada en las legislativas parciales, como cuenta Vox Europ.

Especialistas en política local citados por medios húngaros dicen que el resultado se debe al «voto protesta», pero lo cierto es que en las últimas encuestas Jobbik ha recortado distancia con Fidesz en intención de voto. Proteccionismo, nacionalismo a ultranza, antisemitismo y antieuropeísmo son los argumentos del partido de Vona para convencer a los húngaros. Un país a la cola de casi todos los ránkings europeos:  los peores niveles de transparencia política y la peor regulación lobística; uno de los PIB más bajos de la zona euro y en lento proceso de salida de la crisis, según la OCDE.

Pero Jobbik no se contenta con ser ya la segunda fuerza en intención de voto. Esta misma semana, el número dos de la formación, István Szávay, ha visitado EE UU. Allí ha participado en un  congreso internacional abiertamente fascista, según Hungarian Free Press, en pleno Manhattan y junto a otros dirigentes húngaros asentados en este país y en Canadá. Al parecer y según este medio, Nueva York y otras ciudades de EE UU, se están convirtiendo en un foco emergente para la diáspora húngara cercana a la extrema derecha.

Hungría: el fascismo que hubo y el que viene

En una cándida página oficial dedicada a explicar la UE a los niños, se dice que Hungría es uno de los mejores lugares del mundo para observar las aves. También se explica qué es el gulasch y que Houdini y el cubo de Rubik son tan húngaros como el Danubio. Está muy bien, tampoco es necesario asustar a la infancia con el auge de la extrema derecha, el rebrote de antisemitismo y el cercenamiento de la libertad de prensa. Pero como este blog lo leen –¡si lo leen! – personas adultas, voy a encararme un poco con todo aquello.

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Se habla poco de Hungría. Tras las elecciones al Parlamento Europeo –en las que hubo casi un 80% de abstención y Jobbik se constituyó en la segunda fuerza política (ver este gran análisis en el blog Crónicas húngaras)– no he leído en los grandes medios muchas menciones a este país que, como Polonia, hace diez años que se incorporó en calidad de Estado miembro, pero cuya deriva populista, liberticida y desafiante con las normas básicas de la Unión, trae de cabeza a Bruselas. Como lo rebautizara hace un año El País en un ejemplar reportaje: Hungría, el hijo díscolo de la UE.

En los comienzos de este blog os referí, de pasada, la biografía de uno de los líderes de Jobbik, también denominado Movimiento por una Hungría mejor. Un partido racista, antisemita, cuya cabeza visible, Gábor Vona, es un joven atildado, instruido y provocador. Por aquel entonces, octubre de 2013, se cumplían diez años de la fundación del partido, que tiene a bien ensalzar sin pudor la obra de Miklós Horty, el militar que gobernó al modo fascista el país hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial.

En Hungría no gobierna Jobbik…. aunque casi no le hace falta. Lo hace un sucedáneo de partido de derechas nacionalista, el Fidesz. El primer ministro Viktor Orbán, un tipo popular, sofisticado, culto y que no tiene remilgos a la hora de desafiar los preceptos de la UE en temas tan sensibles como la libertad de prensa (en 2011 su Ejecutivo aprobó una ley mordaza bajo la mirada casi complaciente de Van Rompuy). Una ley mordaza que muchos, entre otros Reporteros sin Fronteras, denunciaron de forma vehemente, aunque sin demasiado éxito.

Pero tras las elecciones europeas, y ya antes, la situación política en el país está empeorando de forma imparable. Nuevos impuestos a la publicidad, destinados a asfixiar a los medios de comunicación, sobre todo a los críticos; sentencias difícilmente comprensibles, como el fallo de la Corte Suprema que da la razón a Jobbik: ya nadie podrá llamarles partido de extrema derecha; o nuevas leyes que impiden tomar fotografías a nadie sin consentimiento previo expreso.

Estas medidas no constituyen una política aislada, sino que forman parte de un todo –como el recorte de poderes al Tribunal Constitucional– destinado, en opinión de muchos observadores de la vida diaria del país, a socavar los principios de libertad así como a crear el caldo de cultivo apropiado para la emergencia de chivos expiatorios, como los gitanos o los judíos, dos de las minorías amenazadas por la retórica neofascista en un país cuya historia debería de servir como repelente de los odios presentes.