Letras y ciencias, uña y carne

Si hay alguna idea que subyace a la línea general de este blog, es la de que letras y ciencias son dos caras de la misma moneda; de ahí la cabecera de Ciencias Mixtas. Ni la vida ni la mente humana están para nadie exclusivamente constituidas por materias analíticas de las que suelen vincularse con la ciencia, o creativas de las que se atribuyen al campo de las humanidades.

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

De hecho, un peligroso y falso mito, popularmente extendido como tantos otros, es aquello de que existen personas más racionales o más emocionales según su mente esté dominada por un hemisferio cerebral u otro: son pamplinas (hoy no es el tema que vengo a tratar, pero si a alguien le intriga, podrá encontrar abundante información sobre ello en internet; por ejemplo, un comentario sobre un estudio reciente aquí y un repaso más general aquí; y pese a ello, continúan publicándose tonterías como esta).

Peligroso, porque ofrece una pancarta seudocientífica, convenientemente emperifollada de jerga (y de esto sí vengo a hablar hoy), para que muchos justifiquen la renuncia a toda una región del conocimiento humano amparándose en que no es su culpa, sino que es inútil batallar contra la naturaleza.

Desde el ámbito científico a menudo surgen reproches sobre la excesiva y temprana especialización en la educación de los niños que les aboca a abandonar una de las caras de la moneda para el resto de sus vidas, lo que resulta en una eterna guerra fría entre ciencias y letras. Los del primer bando se quejan de que la ciencia no se considere cultura, sobre todo en un país como este; mientras que los segundos a menudo abrazan posturas anticientíficas como amparo frente al miedo ante lo que no comprenden, porque se les ha negado el acceso a ello antes de que tuvieran la posibilidad de elegir.

Pero la solución no es sencilla, ya que el problema viene impuesto por la propia estructura del conocimiento. Imaginen que la ciencia es una escalera de ascenso; cada peldaño se asienta sobre el anterior. Los científicos y tecnólogos construyen nuevos peldaños sobre la estructura ya existente. Pero a medida que la escalera se prolonga más y más, a los futuros fabricantes de peldaños les llevará más tiempo completar el recorrido hasta el lugar en el que pueden empezar a construir. Y tanto la carga lectiva como la mente humana son limitadas, lo que obliga a que los alumnos comiencen antes ese viaje para que estén en disposición de aportar nuevos peldaños desde el momento en que comiencen su carrera investigadora.

Esta puede ser una visión simplista: imagino que los pedagogos, maestros y profesores dedicarán parte de su esfuerzo a encontrar maneras de ir saltando los peldaños de tres en tres. Pero si existen, esas maneras no parecen aplicarse, ya que la tendencia general ha sido la de anticipar la especialización.

En el Día del Libro, quiero hoy insistir en que una parte de esa obligación moral de formar nuestro conocimiento en los ámbitos que la educación no puede cubrirnos recae en nosotros mismos, en nuestro esfuerzo personal. Y esto depende de la lectura. Tanto las ciencias como las humanidades son nutrientes subterráneos que surgen a la superficie en forma de hierba, y como seres pensantes somos herbívoros que necesitamos pastar para alimentar nuestro cerebro con ideas.

De todo lo cual se concluye que si hay un elemento esencial que debemos cultivar, es el lenguaje, tan imprescindible para el arte como para las matemáticas. El lenguaje es nuestra arma primordial contra la ignorancia. Y para ilustrarlo, hoy traigo aquí dos estudios que hablan de ello.

El primero, publicado en noviembre de 2015, es curioso desde la primera línea: hasta donde recuerdo, es el primer estudio que he visto cuyo título incluye la palabra bullshit, que suele traducirse formalmente como «sandeces» o «chorradas», pero cuya contundencia en inglés aconsejaría más bien asemejarlo a «gilipolleces». Este es el título: Sobre la recepción y la detección de gilipolleces pseudo-profundas. Toma ya.

Los autores sometieron a un grupo de voluntarios, alumnos universitarios, a un test en el que debían valorar la profundidad de significado de varios grupos de frases. Algunas de ellas procedían de tuits del conocido gurú espiritual Deepak Chopra; por ejemplo, «nuestras mentes se extienden a través del espacio y el tiempo como olas en el océano de la mente única», o «la naturaleza es un ecosistema autorregulado de consciencia».

Otras simulaban este mismo estilo de sentencias, pero habían sido obtenidas de dos webs (Wisdom of Chopra y New Age Bullshit Generator) que las generan aleatoriamente a partir de palabras extraídas de la cuenta de Twitter de Chopra; por ejemplo, «el infinito nos está llamando a través de una superposición de posibilidades», o «la ciencia nos enseña que la esencia de la naturaleza es la felicidad». Por último, un tercer grupo incluía frases de carácter más mundano, como «a la mayoría de la gente le gusta al menos algún tipo de música».

Los participantes debían calificar estas frases en una escala del 1 (nada profunda) al 5 (muy profunda). Los resultados muestran que los pensamientos de Chopra fueron valorados con una profundidad media de 2,8 y los generados al azar con un 2,5, mientras que las frases mundanas se quedaron en el 1. Pero además, en su muy concienzudo estudio, los investigadores evaluaron ampliamente otros rasgos de los voluntarios con el fin de elaborar un perfil de receptividad a las «gilipolleces pseudo-profundas», y esta es su (polémica) conclusión:

Los más receptivos a las gilipolleces son menos reflexivos, tienen menor capacidad cognitiva (es decir, inteligencia verbal fluida y alfabetización numérica), son más propensos a confusiones ontológicas e ideas conspirativas, sostienen con más frecuencia creencias religiosas y paranormales, y respaldan medicinas alternativas y complementarias.

Con todo, los autores insisten en aclarar que no pretenden calificar como gilipolleces todos los pensamientos de Chopra. Pero la conclusión que me interesa destacar aquí es que el conocimiento, sea de la clase que sea, ciencias o humanidades, finalmente se cifra en las palabras. Su correcto manejo y comprensión es lo que nos sirve de guía en todos los ámbitos de la experiencia humana, lo que nos convierte en seres pensantes, y lo que evita que los magos de las palabras puedan tomarnos el pelo y manipularnos a su antojo.

El segundo estudio, publicado también en noviembre de 2015, es igualmente jugoso. En él se analiza el lenguaje empleado en 253 estudios científicos de biomedicina publicados entre 1973 y 2013 que fueron retractados, es decir, que eran falsos o defectuosos hasta el punto de invalidar sus resultados, y todo ello en comparación con otro grupo de trabajos similares genuinos. Los investigadores descubrieron que los estudios retractados incluían una cantidad considerablemente mayor de jerga que los auténticos; como media, unos 60 términos más. La tesis de los autores, en palabras de uno de ellos, David Markowitz, es la siguiente:

Creemos que la idea subyacente a la ofuscación es enturbiar la verdad. Los científicos que falsifican datos saben que están cometiendo una mala praxis y no quieren ser descubiertos. Así que una estrategia para evitarlo puede ser oscurecer partes del estudio. Sugerimos que el lenguaje puede ser una de las muchas variables que diferencian entre ciencia genuina y fraudulenta.

Como conclusión, las letras son esenciales para la ciencia, y por tanto una sólida formación en humanidades dota a cualquier persona de la herramienta fundamental para adentrarse en el conocimiento científico. El físico Richard Feynman, una de las mentes más lúcidas del siglo pasado, decía que lo que diferencia a una definición de una idea, es decir, a algo que simplemente se aprende de algo que realmente se comprende, es la posibilidad de reformular la primera eliminando la jerga: «Sin emplear la nueva palabra que has aprendido, trata de refrasear lo que acabas de aprender en tu propio lenguaje». Este es el puente entre ciencias y letras: la palabra.

2 comentarios

  1. Dice ser 25都市

    Eso dicen los de letras

    Los de letras, jamás seréis igual que los de ciencia.

    Aunque vuestro ídolo sea Einstein y digáis que tiene tropecientos de CI

    23 abril 2016 | 19:17

  2. Dice ser Rompecercas

    La palabra, entre otras cosas sirve para manipular la realidad. No solo se trata de jerga. El lenguaje científico es un estilo depurado para crear sensación de objetividad y autoridad. Otro estilo literario más.

    25 abril 2016 | 14:42

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