«Daniel: Regresa a World of Warcraft con 7 días gratis». Así de directo, así de imperativo era el título del correo electrónico que me envió ayer Blizzard. Se trata del mismo email que habrán recibido miles o quizá millones de jugadores de todo el mundo que han abandonado las ya antiguas tierras mitológicas de Kalimdor, Rasganorte o los Reinos del Este.
El motivo de este nuevo reclamo es el lanzamiento de la cuarta expansión del rey de los MMORPG, titulada Mists of Pandaria. La oferta de los siete días de juego gratis finaliza el 19 de septiembre y la citada ampliación sale a la venta el día 25. Por este motivo, la compañía me anima en su correo a actuar rápido, a no perder la oportunidad.
Cuando leí el mensaje sentí cierta congoja, primero por ese inicio tan agresivo y segundo por los sentimientos tan encontrados que me produce World of Warcraft. Yo fui un jugador muy activo del WoW durante varios años —con un par de grandes pausas en todo ese tiempo— y experimenté un poco de todo: me maravilló la vastedad de ese mundo, hice amigos, descubrí experiencias de juego que no había experimentado jamás antes, pero también perdí mucho el tiempo y descuidé cosas que no debería haber descuidado.
Nunca tuve grandes problemas por jugar a World of Warcraft, jamás llegó a írseme de las manos. De hecho, casi todo lo recuerdo con mucho cariño: las risas, el compañerismo, la sorpresa, la sensación de triunfo, las continuas quejas por todos y cada uno de los cambios en el juego («el WoW ya no es como antes» es una frase que ya era vieja cuando salió la versión del juego en español), mi hermandad, mis hermandades, algunos momentos mágicos e inolvidables (la primera vez que cayó tal boss, la obtención de un épico, la alianza espontánea y muda con un miembro de la Horda que te ayuda a cumplir una misión complicada, devolverle el favor y recibir un gesto de agradecimiento…)
¿Y por qué la inquietud al leer el correo?, ¿por qué los escalofríos? Pues porque, aunque esta nueva expansión es quizá la que menos me atrae de todas las que han salido, la tentación por volver a Azeroth siempre ha estado ahí, durmiendo latente en mi corazoncito de jugón. Volver es un peligro, y no lo digo en el sentido más tremendista de la expresión. Me refiero a que el WoW es un juego acaparador, que requiere todo nuestro tiempo y atención. Si ya me cuesta tan solo probar unos minutos todos los videojuegos que salen al mercado, volver a World of Warcraft significaría dejar las consolas acumulando polvo.
No creo que aproveche esta oferta de siete días gratuitos de juego, pero no descarto probar la expansión cuando vez la luz. Si dijera lo contrario, me estaría engañando. ¡A ver qué se cuenta Chulin!