Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Archivo de enero, 2021

A quien tenga o cuide niños, el sueldo más alto

Ante el invierno demográfico, el paro absoluto y el trabajo de las máquinas hay una alternativa elemental: aquellas personas que quieran ser padres o madres son remunerados por el Estado y/o la Unión Europea por este trabajo que garantiza la renovación generacional.

Lo mismo para inmigrantes, parados, etc. Cualquier persona, por el hecho de existir, recibe lo suficiente para vivir. Y los que tienen o cuidan niños, capitaes generales. No hay oficio más importante, ni mejor pagado.

El estado del bienestar, en la práctica.

La deuda pública ya se ha disparado desde hace años solo que se ha repartido dinero a una parte mínima de la población. Que no lo ha capilarizado. Así que ahora podría hacerse con todos. Y los robots que trabajen y espabilen.

La iA ya viene preparada de serie para condonarse a sí misma la deuda.

Muchos niños todos ingenieros y expertos. Niños felices y padres y madres contentos, sin miedo al futuro.

Si la IA está mal diseñada y nos mata, allá se apañe, pero mientras tanto mejor repartir los millones que se imprimen cada día.

Etc.

Luego, y al mismo tiempo (pero luego) el cambio climático, la pandemia sindemia, etc.

La sindemia es la mezcla destroy de varias pandemias, una de ellas la desigualdad absoluta e irresoluble. Otras, obesidad, malnutrición, desesperación -> populismos, fin de la democracia, etc.

Y China presionando.

Estamos entre Soylent Green (Cuando el destino nos alcance, Richard Fleischer, 1973) y Rollerball (Norman Jewison, 1975).

 

El doc definitivo en este momento sindémico es:

“¡Akagoro kototo molunda sindeio!” (¿De qué sirve tener riqueza si el vecino no tiene pan?).

Lo dice Ayub, en Historias lamentables, de Javier Fesser.

Mercibeaucoup pues.

 

 

 

 

 

Los Reyes Magos no pueden venir pero vendrán

Los Reyes Magos no vienen, han sido confinados por grupo de riesgo, o quizá no se han atrevido a salir, o tal vez les han impedido pasar las fronteras, muros, vallas. El espacio aéreo está bajo control, todo cerrado. O quizá es por un error sin determinar, como el que acaba con la humanidad en la peli de Clooney, ni se sabe.

Tampoco sabemos qué pasa con las vacunas, que están en los almacenes, o en las neveras. Lo que más ha revelado el coronavirus es que no hay forma de saber nada, las cifras bailotean como en una rave sicodélica, las cuentas van y vienen, los muertos cambian según quién los cuente.

Esta humildad de las cifras ignotas es la mayor afrenta a un mundo basado en ¡¡¡datos!!!

Quizá los Reyes Magos se han quedado atascados en la ola de frío y lluvias nieve vientos de cien kms hora…

Pero nunca hay que perder la esperanza, o si perdemos la esperanza, que también puede ser, hemos de conservar la ilusión.

La ilusión es el pan de la pandemia. La ilusión de los Reyes Magos es el último clavo para los adultos.

Los niños viven en TikTok, que es autosuficiente y no necesita nada más, es sostenible. En el mundo helado post George Clooney lo único que seguirá rulando es la cortina de tiktokers, el algoritmo feliz.

Así que aquí estamos (es un suponer), esperando la cabalgata que no llegará, los caramelos que no caerán y los regalos que sí que vendrán, pues los Reyes Magos, a diferencia de Papá Noel y otros personajes similares, los Tres Reyes Magos sí que existen y tienen auténtico poder para encarnarse, seguir la estrella y llegar a cada casa o calle o portal o descampado.

El Portal de Belén es hoy un cajero.

Me juego lo que quieras a que esta noche, puntualmente, llegan y traen sus regalos.

Como siempre ha sido y será.

(…)

Ah, ¿lo ves? ahí vienen ya….

Gracias

 

 

Eso sí:

hay que escribir la carta,

hay aue creer en Ellos,

y hay que jugar con lo que traigan.

(Y hay que hacer de Reyes para alguien, por si no ha cumplido alguna de estas condiciones).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

‘Cielo de medianoche’ y ‘Death to 2020’

El peligro de estos días, aparte de morirse de un susto o de covid, es ver un resumen y hacer una lista.

A veces es mejor morirse que hacer listas o ver resúmenes. A veces es al revés. Y a veces es mejor un mix.

El resumen del año Death to 2020, de Al Campbell y Alice Mathias, es entretenido, humorístico (humor contenido para no ofender y que no les lleven a juicio o les pongan una bomba).

Está ok pero solo trata de USA y Reino Unido. En un mundo que ya pasa de esos países o les presta atención por su pintoresquismo el enfoque resulta provinciano.

Hugh Grant hace un gran papel de historiador en el doc Death to 2020, un historiador que cree que las sagas de ficción son la historia real. El doc humorístico es de Netflix. También sale la reina de Inglaterra que defiende la versión de The Crown. La endogamia roza el delirio.

La peli de George Clooney, Cielo de medianoche, no tiene tensión pero se ve bien, quizá como una cosa rara, un semidocumental scifi o un subgénero híbrido. Un panfleto terminal, un aviso desde el año 2048. Se ve que a Clooney le da igual el guión, ya que la peli tiene una misión (ya imposible): salvar la tierra. Quizá es una peli profética, la barba de Clooney, que ya interpreta a un científico que en su día fue profético, así lo garantiza.

Sugerencias y emulsiones poéticas, imágenes ensoñativas, la ves sin darte cuenta, a ratos ni siquiera la miras (hay que tender, planchar, teletrabajar…), es una peli ideal para comités seudocientíficos semiociosos, es un poco la vida misma, semiconfinada y crepusculante. La peli es buena para comentar.

Se podría ver en una sesión después de Paterson (Jim Jarmush, 2016), y El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987), algo así.

Una pega de la peli de Clooney, tan sobria en todo lo demás, es la nave espacial, que parece un sonajero con sombrillas y adornos dando vueltas por esas galaxias. Mejor el motocarro de Cassen en Plácido (Berlanga, 1961).

A veces es mejor ver pelis y falsos docs sobre el fin del mundo que vivirlo. Aunque quizá el guión del auténtico sea más profesional (Manquiña en Airbag: «profesional, muy profesional»).

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo hicimos: hemos pasado de un año a otro, es Año Nuevo

Hemos cambiado de año sin ceremonia por lo tanto quizá no hemos cambiado de año.

Esto hay que pensarlo, no vayamos a quedarnos atrapados en el tránsito.

El ritual tiene un fundamento, por eso lo celebramos siempre porque es un rito de cambio de vida.

Muy racionales sin dejar de acatar el universo mágico, el misterio, lo que no acabamos de comprender.

Hacemos cosas primitivas, intuiciones, pulsiones de millones de años. El genoma manda, él sabrá cómo se manifiesta. Nos sentimos bien.

Nos sentimos bien después de atravesar esa puerta imaginaria del fin de año. A poco que nos dejemos llevar por la noche y una micra de emoción, un nanotubo se activa y corre el sodio. Hemos pasado.

Todo es igual o peor (por la entropía, aunque a veces no se nota) y sin embargo todo ha sido renovado.

En Año Nuevo estrenamos el mundo.

De ahí el concierto, los saltos de esquí, los rituales, el festejo del nuevo ciclo: la vida se reinicia.

Y eso es lo que hemos perdido este año covídeo, aunque quizá podamos sentir el mismo pálpito de siempre.

La puerta hay que atravesarla, aunque sea en la intimidad, en soledad, en binomio. Quizá lo hicimos, lo estamos haciendo.

Por eso hoy es fiesta y apetece fregar la cubierta.

Esquiar, ir a un concierto o darlo.

Apetece todo porque todo es nuevo.

Quizá sí hemos pasado. Eso debe ser la célebre adaptación: no importa nada, solo seguir, renacer… cada día es Año Auevo.