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Entradas etiquetadas como ‘impotencia’

Un mes sin saber nada de mi madre anciana ni siquiera por teléfono: ¿su vida pertenece a la residencia?

Por Ana Bravo

Todos somos conscientes de que el momento que estamos viviendo es el más difícil de las últimas décadas y que vamos campeando el temporal como podemos porque nadie nos ha preparado para esto.

Salimos a la ventana cada tarde para aplaudir la labor de todo el personal que tanto y tanto nos están dando, pero hoy y desde aquí quiero dar una sonora pitada a las residencias de ancianos, y por lo que me toca a la Adolfo Suárez de Madrid.

Entrada de la residencia de ancianos 'Adolfo Suárez' de Madrid

Entrada de la residencia de ancianos ‘Adolfo Suárez’ de Madrid (FOTO: JORGE PARIS)

Llevamos desde el 8 de marzo, cuando ya se nos impidió entrar a ver a mi madre, sin noticias. Todos los intentos de conseguir información son nulos. Nadie atiende, nadie da respuestas a nuestras preguntas: ¿en qué situación se encuentran los ancianos?, ¿cuánto personal está trabajando?, ¿cuántos casos hay de contagio?

Todo son incógnitas. El hermetismo es total y la sensibilidad del personal al cargo brilla por su ausencia. ¿Creéis que sus vidas os pertenecen? ¿No os creéis en la obligación de buscar algún canal de información para mantener a las familias lo más al día posible?

Nos sentimos completamente desamparados e impotentes ante esta situación, máxime cuando algunas informaciones hablan de cientos de fallecidos dentro de este tipo de instalaciones.

¿A quién acudir? ¿Qué hacer sino esperar en cualquier momento la temible llamada anunciando lo peor? ¿Qué está haciendo la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid para solucionar esta situación? El confinamiento es duro pero soportable, pero esta incertidumbre, lo siento pero no la acepto.

Si van contra AENA, perjudiquen a AENA, pero a nosotros déjennos volar

Por Carmen Blanes

Aeropuerto de Aena (Europa Press).

No somos nadie. Solo un grupo de personas que desde 2015 han destinado sus ahorros, trabajo e ilusión a un viaje del 17 al 23 de septiembre, para algunos, el primero (y probablemente último) de su vida. Ahora la huelga anunciada lo puede impedir, huelga cuyos motivos, no solo comprendemos, sino que también apoyamos.

Pues sabemos lo que son cocinas de chiringuitos a 48 grados, bares de horarios extenuantes donde las horas extra no se pagan, limpieza de hoteles y domicilios, servicios fraudulentos de “telefonía comercial”, actividades de 3 a 7 de la tarde durante los meses más duros del verano, todos en situaciones mucho más precarias que las de los trabajadores de AENA y sin la protección de un Sindicato ni convenio alguno.

Si el perjuicio económico es brutal, ya que no podremos recuperar el dinero invertido, el daño personal es incalculable, pues la impotencia y la frustración son imposibles de cuantificar, sobre todo entre la gente más joven del grupo que ve como el proyecto de su vida se hace humo.

Otros muchos viajarán por razones familiares, laborales, médicas, con problemas mucho más graves que los nuestros, ejerciendo el derecho fundamental y universal al libre movimiento. Incluso desde la empatía con la lucha obrera, no asumimos que debamos renunciar a él por un conflicto en el que nos sentimos rehenes sin tener ninguna responsabilidad.

El siglo XXI requiere métodos de reivindicación y presión acordes con unos tiempos en los que quienes trabajan y consumen, curan y enferman, sufren, disfrutan y viajan, mayoritariamente, y en distintos momentos, son, por suerte, los mismos.

Ojalá triunfe la capacidad negociadora y se reconsideren, llegado el caso, las inflexibles declaraciones sobre servicios mínimos de algunos representantes sindicales.

Y no enrarezcan el, ya muy amainado aunque aún resistente, viento social todavía favorable a los sindicatos de clase, cuyo papel en nuestra historia ha sido y es imprescindible.

Si van contra AENA, perjudiquen a AENA, pero a nosotros déjennos volar.

Pese a todo, suerte en sus reivindicaciones.

 

La pesadilla de vivir a 20 kilómetros de Barcelona

Por Marc Mestre

El Tibidabo De Barcelona, en la Sierra De Collserola (Europa Press).

El Tibidabo De Barcelona, en la Sierra De Collserola (Europa Press).

Una casa con jardín en un pueblo pequeño, verde y tranquilo. Este es el sueño de muchas familias que, cansadas del asfalto, el ruido y la contaminación de la gran ciudad deciden ir a vivir a una localidad pequeña pero cercana a Barcelona. Disfrutar de paz y tranquilidad sin renunciar a la cercanía de la ciudad, un sueño anhelado por muchos y no siempre fácil de cumplir.

Pero de las 7 a las 9 de la mañana este sueño se convierte en una auténtica pesadilla: nervios, estrés, impotencia… estos son algunos de los síntomas que provoca diariamente la entrada a Barcelona por las rondas a todos estos «privilegiados»que han podido hacer realidad su sueño. Largos ratos de colas, coches parados, conductores malhumorados, pequeños accidentes… todo un espectáculo más propio del tercer mundo que de una sociedad avanzada como se supone que es la nuestra.

Es difícil de entender cómo en el siglo XXI, en plena Era de la tecnología y la innovación, en la que inventamos dispositivos electrónicos capaces de hacer las tareas más complejas, no hemos sabido resolver un problema tan básico como poder llegar en nuestro puesto de trabajo en un tiempo razonable y sin tener que sufrir una auténtica odisea.

Hoy más que nunca se nos quiere inculcar la cultura del ahorro, ¿cómo es posible que diariamente malgastamos tanto tiempo y tanta energía y no seamos capaces de poner remedio? De la opción del transporte público más vale no hablar… esta más que una pesadilla, para aquellos que la eligen, es una auténtica tortura.

Mi madre ha muerto de forma indigna

Por María José Collado

Imagen de una ambulancia (EFE).

Imagen de una ambulancia (EFE).

Mi madre ha fallecido hace poco. Estaba recibiendo cuidados paliativos. Ante un evidente empeoramiento llamamos al 061, que tardó dos horas en llegar. Mi madre ya había fallecido.

Según el médico que acudió a mi domicilio, el aviso a la unidad médica se notificó una hora y cuarto después de nuestra primera llamada de auxilio. Llamamos tres veces.
Los cuidados paliativos procuran alivio ante el dolor, y proporcionan apoyo y compañía tranquilizadora. Tratan de evitar la sensación de abandono e impotencia, que elevan el umbral de percepción del dolor del paciente. Mi madre falleció sin sedación, en el más absoluto abandono y desamparo, cuando le podían haber procurado una muerte digna y tranquila.
Pero llegaron dos horas tarde. Ahora solo nos queda dolor, frustración e impotencia.