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¿Quién toca la batería en la letrina?

Paul McCartney, 1979

Paul McCartney, 1979 (foto: Linda McCartney)

De salida: de ser necesario vestir la camiseta de algún equipo, soy lennonista.

Lo que hizo John Lennon con los Beatles (Tomorrow Never Knows, Yer Blues, Come together…) le salva con creces de toda la melaza de sus años como artista (¿desde cuándo el rock and roll es arte?: es sólo sexo) y las vergonzantes proclamas de millonario diletante -con estrella maoísta y japonesa nerda colgada del brazo- que le soportamos en vida y post mortem.

Otra matización: me gustan los Beatles desde 1963 y gasté en ellos mis primeros y últimos ahorros. Fueron la felicidad solitaria, la única esperanza, el shock, mi luz, mi grieta… En su espejo los Rolling Stones irradiaban su verdadera esencia: pijos hip de escuela de arte y boutique.

Los Beatles son la anfetamina proletaria donde los Stones son la cocaína de los pijos.

Vamos a lo que vamos. Paul McCartney, ese hombre que tiende a salir en las fotos con cara de merecerse una bofetada, esa repelencia con piernas, ese mago de las finanzas, adicto a la toxina botulínica y socio de Steve Jobs (otro prenda de cuidado) en el negocio de sacarle cash flow a los muertos

¿McCartney, Sir de su graciosa majestad, héroe masivo de estadios y cuatro generaciones, uno de los músicos más celebrados sobre la faz de la tierra, en Top Secret, la sección sobre tesoros ocultos de este blog?

Es un contrasentido, sí, pero sólo hasta cierto punto. El buen Macca, el tipo que suele perder en todos los juicios sumarísimos contra su colega Lennon, merece el mismo trato que éste. Pese a que no ha sido tiroteado por un lunático y elevado al cielo de los rockeros muertos, donde el don de santidad se cotiza barato, es dueño de una obra que le redime de todas las tonterías que ha firmado, que son numerosas.

"McCartney" (1970)

"McCartney" (1970)

Se acaban de reeditar los dos primeros discos que publicó con su nombre (en el medio hubo otros, con el grupo Wings y con su mujer, Linda).

El primero, McCartney, es el de la incorrección y el adulterio: lo grabó (entre finales de 1969 y marzo de 1970) mientras los Beatles aún existían como grupo.  Les puso los cuernos a sus compañeros. Todos deseaban hacerlo, acabar con la pesadilla de la guerra termonuclear de egos mediante la consumación de un acto indecoroso de traición. No se atrevieron y le tocó a Macca cargar con acusaciones tan bellacas como sugerir que anunció la disolución de la banda, en abril de 1970, para conseguir aumentar las ventas del disco como solista.

"McCartney II" (1980)

"McCartney II" (1980)

El segundo, McCartney II, apareció diez años más tarde, en 1980. Es un disco electrónico, el Macca-Máquina.

Con ambos álbumes se ha cometido con frecuencia la injusticia de la lapidación.

Los fans integristas de Lennon que pueblan el planeta ni siquiera se tomaron la molestia de escuchar el primero, al que catalogaron sin más como un capricho de niño mimado. El segundo, editado en los febriles tiempos de la New Wave, ha sido ninguneado por la historia y pateado fuera de contexto.

No tiene mérito insistir en la intuición musical de McCartney: ahí están sus grandes canciones con los Beatles (Helter Skelter, Hey Jude, Lady Madonna…) para defenderse solas. Pero ya esta bien de quitarle la corona que compartía y dársela a Lennon en calidad de tribuno invicto y líder indiscutible.

Jugando con cintas

Jugando con cintas

Macca era el mejor músico del grupo (¡escuchen cómo toca el bajo en I’ve Got A Feeling!), el vocalista al que Lennon acudía cuando no podía llegar a las notas altas (en A Hard Day’s Nigth, por ejemplo) y el más rocker de los cuatro fabulosos (basta comparar su disco de oldies, el rabioso Снова в СССР, con la mayestática intentona de Lennon, Rock’n’Roll, un insulto a los padres fundadores)…

En el otro platillo de la balanza están su propensión a la balada tontorrona (Martha My Dear debe ser la peor canción del grupo, compartiendo trono con Revolution #9, del camarada Lennon), las pésimas letras que escribía (las de John no eran mejores: ninguno de los Beatles aprobaría el examen de admisión en un cursillo de literatura para principiantes), los tanteos vergonzantes con el cine (Magical Mistery Tour), sus muchos discos prescindibles (por citar uno, Back to the Egg, manténganse lejos), los negocios que tantas veces empañaron su inspiración (la de Lennon la empañaba el sentimiento de inferioridad que le hacía subirse a cuanto carro pasase por delante) y esa propensión de senectud a presentarse como un ángel siempre joven.

Estos días he escuchado con deleite McCartney y McCartney II. Insisto: han crecido con el tiempo. Me llevan a 1970, cuando la tristeza de la agria disolución de los Beatles, aquella combinación de química irrepetible donde 1+1+1+1 sumaba bastante más que cuatro, quedó mitigada por Maybe I’m amazed, la mejor canción de cualquier beatle en solitario, la balada soul que el grupo nunca fue capaz de componer o interpretar pese a los muchos intentos.

Macca cumple 70 años en 2012. El par de discos self made que reedita ahora (lo toca todo, incluida la caja de batería grabada sobre una letrina para obtener resonancia de cloaca) me reconcilian con su obra, la justifican según mi modesto punto de vista, y me llevan, debo repetirlo (la melancolía es la única religión en la que creo), a los tiempos de bautismo de fuego de la mejor de las décadas, los años setenta.

También me hacen recordar que alguna vez viví en un mundo de canciones cromadas y hambrientas. Esa tierra donde mandaba la vieja costumbre de sentir está quemada, pero algunas canciones son ignífugas. Macca ha compuesto suficientes como para respetarle.

Ánxel Grove

El blues roto, perdido y descentrado de un amigo del diablo

Robert Johnson (1911-1938)

Robert Johnson (1911-1938)

Ventisiete años sobre el mundo, veintinueve canciones, dos fotografías ciertas (en ambas aparece sonriendo), una presunta (en la que también sonríe), la certeza de que su guitarra era una Kalamazoo KG-14, un certificado de defunción con una nota caligráfica («no doctor») que parece un título de blues esperando desarrollo…

El legado de Robert Leroy Johnson se puede enunciar sin parar para tomar aire. Escueto como un acorde rápido, sí, pero intrincado como la tierra de fiebre del delta del Mississippi.

Hace tres días, el 8 de mayo, se cumplieron cien años del nacimiento de Robert Johnson, uno de los bluesmen menos prolíficos pero de huella más profunda.

Es el momento perfecto para presentar un grasiento, diabólico y embriagado Cotilleando a…

1. Nace en 1911 en un pueblucho, Hazlehurst, en el estado de Mississippi. Un cruce de caminos. También un lugar donde si eres negro pueden lincharte por mirar a una blanca a los ojos.

2. Décimo primer hijo de Julia Major Dodds. Ella estaba casada con un granjero que había tenido que poner pies en polvorosa (y cambiarse de nombre) porque sus tierras eran ambicionadas por los terratenientes blancos. Durante su ausencia, la mujer se lía con un tal Noah Johnson. De la aventura extra marital nace Robert, ilegítimo desde el primer momento.

3.De niño aprende a tocar la guitarra esencial, el diddley bow. También toca el birimbao. Entiende que el universo es vibratorio.

4. La anomia es un trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre. El joven Robert la ejerció contra sí mismo. Combinó motes: Little Robert Dusty, Robert Moore, Robert Spencer… Algunos sugieren que lo hacía para evitar a los maridos celosos. Otros aseguran que se trataba de simple desarraigo.

5. El gran maestro Son House le dejó tocar en el intermedio de un baile de sábado. Lo hacía tan mal que le sacó la guitarra de las manos. «No hagas eso, Robert. Estás volviendo loca a la gente. No sabes tocar nada».

6. Un año más tarde se repite la escena. Johnson, seguro de sí mismo, de punta en blanco, entra en el garito con la Kalamazoo colgada al hombro, se sube al escenario y empieza a tocar con tal destreza y a tanta velocidad que todos se quedan helados. Toca como si tuviese cuatro manos, veinte dedos.

"Me and the Devil Blues"

"Me and the Devil Blues"

7. Entre uno y otro momento, empiezan a decir, el bluesman hizo un pacto con el diablo. El rito es viejo, los yorubas lo practicaban con el dios-trickster Exu, que habita las encrucijadas. Debes estar en un cruce de caminos a medianoche, solo con tu guitarra, y tocar un tema. Un hombre negro, muy alto, vendrá a escucharte, cogerá tu guitarra, la afinará y tocará el mismo tema, pero mucho mejor, con más alma. Johnson, sostienen, aprendió del Maestro a tocar mejor que nadie.

8. Robert cultiva la imagen de cantante metido en asuntos con Satanás. Compone Hellhound on My Trail (Un perro del Infierno sigue mis pasos), Me and the Devil Blues (Blues del Diablo y yo), Crossroad Blues (El blues del cruce de caminos)… En la primera dice: «Derramaste pólvora caliente, en la puerta de tu padre / Eso hace que pierda la cabeza / En cualquier lugar al que yo». En la segunda: «Yo y el Diablo / Caminamos uno al lado del otro / Voy a pegarle a mi mujer / Hasta que me quede a gusto». En la tercera:»Fui al cruce de caminos / Y me arrodillé / Le pedí a mi Señor: ‘Ten piedad, salva al pobre Robert, por favor».

9. Desde 1932 hasta su muerte, en 1938, practica la itinerancia musical. Viaja con ansia, no puede quedarse quieto. Recorre todo el Delta del Mississippi y recala en cada pueblo, pero también llega a Chicago, Canadá, Nueva York y Texas. La estrategia es siempre la misma: se coloca en una esquina del centro y canta canciones comerciales a cambio de unas monedas. Por la noche va a los juke joints y canta blues a cambio de whisky. En cada ciudad duerme en casa de una mujer. Es irresistible en el juego de la seducción y hay muchos novios y maridos engañados que se la tienen jurada.

10. Un cazatalentos de la American Record Company le escucha cantar en 1936. La compañía envía a uno de sus ejecutivos para que grabe a Johnson. El hombre le da 45 centavos para el desayuno y le deja en un hotel. A las pocas horas, recibe una llamada del bluesman. «Estoy solo», le dice. «Claro que estás solo, ¿qué quieres decir?», pregunta el tipo. «Que estoy solo con una señora. Ella quiere cincuenta centavos. Me faltan cinco«, responde Johnson.

Dibujo de la cubierta de un disco de Johnson, inspirado en la grabación de San Antonio (Texas)

Dibujo de la cubierta de un disco de Johnson, inspirado en la grabación de San Antonio (Texas)

11. Las primeras sesiones de grabación duran tres días, a partir del el 23 de noviembre de 1936 en la habitación 414 del Hotel Gunter (ha sido despersonalizado por la cadena Sheraton), en San Antonio-Texas. Johnston interpreta 16 canciones. Le graban con un equipo portátil y un sólo micrófono. Canta en una esquina, de cara a la pared. No por timidez, sino para conseguir acrecentar los tonos medios de la guitarra. Al año siguiente graba otras 13 en los estudios Brunswick, en Dallas.

12. Entre 1937 y 1938 se editan y distribuyen 11 discos de Johnston, todos a 78 revoluciones por minutos. Se comercializan en circuitos locales y no alcanzan, entre todos, las tres mil unidades vendidas. Al músico le pagaron con un billete de tren y la estancia durante las sesiones de grabación. Cualquiera de esos discos vale hoy una pequeña fortuna.

13. El 16 de agosto de 1938, a los 27 años, Johnson muere cerca de Greenwood-Mississippi. Las circunstancias son tan opacas como las de la vida. Parece claro que un esposo celoso le envenó con whisky mezclado con estricnina. La agonía fue de dolor severo y convulsiones y duró tres días. Sus últimas palabras, según algunas fuentes, fueron: «Mi Redentor vendrá a llevarme a la tumba».

14. No se sabe dónde está enterrado. Tres lugares de las cercanías de Greenwood se disputan el mérito y lucen placas mortuorias. Cada año hay actividades en honor al bluesman. El centenario del nacimiento ha sido convertido este año por el pueblo en un acontecimiento turístico.

15. El primer álbum con canciones de Johnson no fue editado hasta 1961, King of the Delta Blues Singers. Una segunda parte apareció en 1970 y la discografía completa fue publicada en 1990 (29 canciones y 12 tomas alternativas de algunas). Este año han puesto a la venta una colección en vinilo que reproduce los discos originales.

16. Fascinó, sobre todo, a los bluesmen de piel clara del Reino Unido. Los Rolling Stones, Led Zeppelin y Eric Clapton han versionado a Johnson. Sin excepciones, salen perdiendo.

Robert Johnson

Robert Johnson

17. En 2004 los tribunales fallaron a favor de la demanda del camionero Claud Johnson, que se presentaba como hijo del músico. Ahora es multimillonario gracias a las regalías generadas por la obra de Robert Johnson, que murió con lo puesto.

18. El misterio sigue teniendo carácter mítico. Hay películas, documentales, novelas y ensayos sobre el personaje. Hace poco comenzó a circular un trozo de película muda en la que aparece alguien tocando una guitarra en un pueblo de Mississippi en los años treinta. Dicen que puede ser Johnson.

19. La mejor descripción en palabras de la forma de cantar y tocar de Johnson es del musicólogo Wilfrid Mellers: «Los aullidos y el falsetto no son sólo salvajes y grotescos, también están rotos, perdidos, descentrados. La excitación emocional lunática aumenta con las crudas disonancias de la guitarra, su punzante vibrato tocado con navaja o cuello de botella en reiteradas notas simples; no hay diálogo entre instrumento y voz, ambas se estimulan a través del frenesí».

20. Nadie es el mismo después de escuchar I Believe I’ll Dust My Broom, Ramblin’ On My Mind, Sweet Home Chicago, Stones in My Passway o Love in Vain Blues. Te dejan en jirones.

Ánxel Grove