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Cuando los Beatles interpretaron a Shakespeare

Los Beatles en el estudio

Los Beatles en el estudio

Haciendo canciones-cápsula de dos minutos no tenían rival, pero actuar no era lo suyo. Cuando los Beatles mantuvieron contacto con las artes visuales, actividad que ejercieron con frecuencia, dejaban de ser la máquinaria más perfecta de hacer pop para ofrecer versiones apayasadas de sí mismos.

Las películas A Hard Day’s Nigth (1964) y Help (1965) —ambas dirigidas por el eficaz mercenario Richard Lester— eran comedias que hacían un escaso favor al genio musical del grupo y convertían a los músicos en ridículos y acelerados mequetrefes y el proyecto Magical Mistery Tour (1967) —resultado de la petulancia de Paul McCartney, que se creyó suficientemente dotado como para ser director de cine— tuvo resultados aún más disparatados…

Otra cuestión es el documental Let It Be (Michael Lindsay-Hogg, 1970), la excepción a tanta birria, pero los herederos y herederas del imperio beatle no dan permiso para la reedición digital, conscientes de que es demasiado real y desmonta la idea de amigos para siempre con la que siguen haciendo medrar la fortuna.

Tampoco hay mucho mérito en la plana actuación de John Lennon en Cómo gané la guerra (Richard Lester, 1967), que rodó en Almería [este vídeo es un montaje de todas las escenas en las que interviene, unos ocho minutos en total y en este otro puede verse la película completa], ni en los cortos en cine que los Beatles lanzaron como apoyo promocional para algunas de sus canciones, por ejemplo Penny Lane —del que circula por Internet una mucho más divertida y menos pomposa versión literal—.

Pero los Beatles parecían capaces de todo y a todo se enfrentaban con las sonrisas bien puestas en la cara lavada de chicos buenos, naturales y encantadores. La caja registradora no admitía tiempos muertos ni negativas. Además de geniales como músicos, eran obedientes y carecían de autocrítica.

En abril de 1964, recién llegados al Reino Unido tras su primer viaje a los EE UU —el de la explosión de la beatlemanía con la actuación para todo el país en el Show de Ed Sullivan—, el grupo no le hizo ascos a interpretar un fragmento de William Shakespeare para televisión. Fue grabado en los Estudios Wembley de Londres y emitido el 6 de mayo por la cadena ITV en el especial de una hora Around The Beatles.

El fragmento que el grupo afronta con una envidiable desvergüenza pertenece a la comedia romántica A Midsummer Night’s Dream (El sueño de una noche de verano), que Shakespeare escribió en torno a 1595. La escena que los Beatles se encargan de convertir en una comparsa de carnaval es la primera del quinto acto, con Lennon interpretando el personaje femenino de Tisbe («elegí el personaje con el vestuario más estúpido, como siempre»), McCartney es su pretendiente Píramo, George Harrison hace de Moonshine y Ringo Starr de León. La historia de amor imposible de Tisbe y Píramo, robada por el dramaturgo inglés a Ovidio, fue la inspiración posterior de Shakespeare para Romeo y Julieta.

Pese a la necesaria benevolencia —han pasado casi 50 años—, la visión produce vergüenza ajena. Mucho más saludable, como compensación, es la versión shakesperiana de la letra beatle de la canción A Hard Day’s Nigth, desnudada para que quede constancia de su fruslería e interpretada por el actor Peter Sellers.

Ánxel Grove

¿Quién toca la batería en la letrina?

Paul McCartney, 1979

Paul McCartney, 1979 (foto: Linda McCartney)

De salida: de ser necesario vestir la camiseta de algún equipo, soy lennonista.

Lo que hizo John Lennon con los Beatles (Tomorrow Never Knows, Yer Blues, Come together…) le salva con creces de toda la melaza de sus años como artista (¿desde cuándo el rock and roll es arte?: es sólo sexo) y las vergonzantes proclamas de millonario diletante -con estrella maoísta y japonesa nerda colgada del brazo- que le soportamos en vida y post mortem.

Otra matización: me gustan los Beatles desde 1963 y gasté en ellos mis primeros y últimos ahorros. Fueron la felicidad solitaria, la única esperanza, el shock, mi luz, mi grieta… En su espejo los Rolling Stones irradiaban su verdadera esencia: pijos hip de escuela de arte y boutique.

Los Beatles son la anfetamina proletaria donde los Stones son la cocaína de los pijos.

Vamos a lo que vamos. Paul McCartney, ese hombre que tiende a salir en las fotos con cara de merecerse una bofetada, esa repelencia con piernas, ese mago de las finanzas, adicto a la toxina botulínica y socio de Steve Jobs (otro prenda de cuidado) en el negocio de sacarle cash flow a los muertos

¿McCartney, Sir de su graciosa majestad, héroe masivo de estadios y cuatro generaciones, uno de los músicos más celebrados sobre la faz de la tierra, en Top Secret, la sección sobre tesoros ocultos de este blog?

Es un contrasentido, sí, pero sólo hasta cierto punto. El buen Macca, el tipo que suele perder en todos los juicios sumarísimos contra su colega Lennon, merece el mismo trato que éste. Pese a que no ha sido tiroteado por un lunático y elevado al cielo de los rockeros muertos, donde el don de santidad se cotiza barato, es dueño de una obra que le redime de todas las tonterías que ha firmado, que son numerosas.

"McCartney" (1970)

"McCartney" (1970)

Se acaban de reeditar los dos primeros discos que publicó con su nombre (en el medio hubo otros, con el grupo Wings y con su mujer, Linda).

El primero, McCartney, es el de la incorrección y el adulterio: lo grabó (entre finales de 1969 y marzo de 1970) mientras los Beatles aún existían como grupo.  Les puso los cuernos a sus compañeros. Todos deseaban hacerlo, acabar con la pesadilla de la guerra termonuclear de egos mediante la consumación de un acto indecoroso de traición. No se atrevieron y le tocó a Macca cargar con acusaciones tan bellacas como sugerir que anunció la disolución de la banda, en abril de 1970, para conseguir aumentar las ventas del disco como solista.

"McCartney II" (1980)

"McCartney II" (1980)

El segundo, McCartney II, apareció diez años más tarde, en 1980. Es un disco electrónico, el Macca-Máquina.

Con ambos álbumes se ha cometido con frecuencia la injusticia de la lapidación.

Los fans integristas de Lennon que pueblan el planeta ni siquiera se tomaron la molestia de escuchar el primero, al que catalogaron sin más como un capricho de niño mimado. El segundo, editado en los febriles tiempos de la New Wave, ha sido ninguneado por la historia y pateado fuera de contexto.

No tiene mérito insistir en la intuición musical de McCartney: ahí están sus grandes canciones con los Beatles (Helter Skelter, Hey Jude, Lady Madonna…) para defenderse solas. Pero ya esta bien de quitarle la corona que compartía y dársela a Lennon en calidad de tribuno invicto y líder indiscutible.

Jugando con cintas

Jugando con cintas

Macca era el mejor músico del grupo (¡escuchen cómo toca el bajo en I’ve Got A Feeling!), el vocalista al que Lennon acudía cuando no podía llegar a las notas altas (en A Hard Day’s Nigth, por ejemplo) y el más rocker de los cuatro fabulosos (basta comparar su disco de oldies, el rabioso Снова в СССР, con la mayestática intentona de Lennon, Rock’n’Roll, un insulto a los padres fundadores)…

En el otro platillo de la balanza están su propensión a la balada tontorrona (Martha My Dear debe ser la peor canción del grupo, compartiendo trono con Revolution #9, del camarada Lennon), las pésimas letras que escribía (las de John no eran mejores: ninguno de los Beatles aprobaría el examen de admisión en un cursillo de literatura para principiantes), los tanteos vergonzantes con el cine (Magical Mistery Tour), sus muchos discos prescindibles (por citar uno, Back to the Egg, manténganse lejos), los negocios que tantas veces empañaron su inspiración (la de Lennon la empañaba el sentimiento de inferioridad que le hacía subirse a cuanto carro pasase por delante) y esa propensión de senectud a presentarse como un ángel siempre joven.

Estos días he escuchado con deleite McCartney y McCartney II. Insisto: han crecido con el tiempo. Me llevan a 1970, cuando la tristeza de la agria disolución de los Beatles, aquella combinación de química irrepetible donde 1+1+1+1 sumaba bastante más que cuatro, quedó mitigada por Maybe I’m amazed, la mejor canción de cualquier beatle en solitario, la balada soul que el grupo nunca fue capaz de componer o interpretar pese a los muchos intentos.

Macca cumple 70 años en 2012. El par de discos self made que reedita ahora (lo toca todo, incluida la caja de batería grabada sobre una letrina para obtener resonancia de cloaca) me reconcilian con su obra, la justifican según mi modesto punto de vista, y me llevan, debo repetirlo (la melancolía es la única religión en la que creo), a los tiempos de bautismo de fuego de la mejor de las décadas, los años setenta.

También me hacen recordar que alguna vez viví en un mundo de canciones cromadas y hambrientas. Esa tierra donde mandaba la vieja costumbre de sentir está quemada, pero algunas canciones son ignífugas. Macca ha compuesto suficientes como para respetarle.

Ánxel Grove