Escritores que quemaron sus obras o al menos lo intentaron

Algunos escritores (casi todos) son pirólatras, o adoradores del fuego (ahora lo sabes). Animalillos que azuzan la chimenea prendida y que en algún momento de sus vidas quisieron ordenarle a la noche, a sus amigos o amantes, que sus obras ardieran.

Son numerosos los casos de esta adicción a la catarsis (que viene del griego y significa purificación). La palabra actúa como la morfina: pica, engancha, rinde, hiere. Después es necesario el pertinaz rito de una desintoxicación destructiva.

¡Fuego!

Podríamos llamar al fuego, sin temor a equivocarnos, el mejor lector cuando llega la noche. Es el perrito del escribiente, el gato negro que acompaña al brujo de las palabras.

Tenemos sobrados ejemplos… Personas que odiaron las letras que amaban.

Retrato de Franz Kafka. Wikimedia,

Retrato de Franz Kafka. Wikimedia.

Kafka ordenó a su albacea que quemara todos sus escritos.

Stephen King lanzo a la pira las primeras páginas de su novela Carrie.

Emily Dickinson pidió a su hermana que su legado terminara en las brasas.

Mijaíl Bulgákov tiró al fuego la primera versión de El maestro y Margarita.

Nabokov ordenó en el esputo de una bronquitis mortal: «¡quema la novela!». Era El original de Laura.

Gógol abandonó en el tronco purificador la segunda parte de Almas Muertas, antes de dejar de comer y morir de inanición.

Virgilio le dijo al emperador que la Eneida debía arder como lo hizo Troya.

La mujer de Robert Louis Stevenson, Fanny, aseguró que el primer borrador de El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde merecía desaparecer y ya saben dónde…

El poeta victoriano Gerard Manley Hopkins destruyó parte de sus versos tras un achaque de puritanismo.

Joyce lanzó a la hoguera su novela Stephen el héroe y fue su mujer quien, arriesgando la piel, la salvó.

La esposa de Richard Francis Burton quemó parte de su obra.

A Stuart Mill se la prendió accidentalmente la criada.

Lord Byron decía que el placer de quemar sus palabras no era menos grande que el de imprimirlas. Sus memorias ardieron un mes antes de su muerte.

Y nada de esto puede compararse con la pérdida en el incendio de la Biblioteca de Alejandría -todo destruido- y en la Biblioteca Real de Asurbanipal, en la Nínive asiria, o con la quema de códices mayas ejecutada por Diego de Landa, obispo del Yucatán, y con el horror de las piras fascistas del III Reich.

Quema de libros por los nazis. Wikimedia.

Quema de libros por los nazis. Wikimedia.

A este fenómeno casi tan antiguo como el primer texto cuneiforme se lo conoce por biblioclastia: la destrucción de los libros y soportes de conocimiento. Una manía acultural humana. Escribimos para el fuego.

Umberto Eco dijo que el mayor enemigo del libro es siempre el hombre. Y dejó esta cita humeando para la historia:

Todos los poetas escriben mala poesía. Los malos poetas la publican, los buenos, la queman

Piroletrados: adoradores del fuego que se citan anualmente en la Feria del Libro creyendo que nadie sospecha de ellos.

El fuego es un gran lector, el último lector, mejor dicho; el más celoso y egoísta de todos los amantes que tiene la literatura. Nada sabe del bookcrossing, nada comparte. Me pregunto que harán hoy los escritores que piensan que han fracasado o que deliran en su enésima crisis. ¿Dónde quemarán sus obras? ¿Usarán el prosaico y mundanal mechero? ¿Se arriesgarán a que arda el edificio entero? ¿Esperarán a San Juan?

Los escritores modernos no disponen de chimenea ni de máquina de destrucción de secretos porque son pobres. Solo contenedores de reciclaje y el terror de que un mendigo lea sus textos.

Un día aparecerá publicado un libro reciclado con todas las palabras fracasadas del mundo, y el mendigo se hará de oro. Bonita novela que debería arder en el núcleo de la Tierra.

¡Mejor quemar que imprimir! ¡Mejor el fuego que la firma!

Es mentira…

¡Mejor publicar y ser leído! ¡Mejor comprar la casa sin chimenea!

Solo mecheros, muchos de ellos, por si acaso.

 

 

2 comentarios

  1. Dice ser Joaquin

    Bueno ellos mismos se torpedearon a sí mismos..

    26 octubre 2018 | 12:35

  2. Cada creador tiene el derecho de destruir su obra si lo desea, aunque esto suponga una pérdida cultural para la civilización.

    30 octubre 2018 | 11:50

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