Su hogar desde 1983 —la antigua casa de un granjero, construida en el siglo XIX— transmite elegancia en cada objeto que contiene: cada rincón es un ejemplo de buen gusto libre del esnobismo y de la artificiosidad hipster que aqueja en el presente a tantos pseudoamantes del buen diseño.
Irving Harper (1916-2015) murió el 4 de agosto a los 99 años en la exquisita vivienda campestre que habitaba, en Rye (Nueva York). Creador de muebles y objetos tan bellos como prácticos, era el último gran diseñador vivo de una generación que en los años cincuenta salía de la II Guerra Mundial estimulando a la clase media estadounidense con artículos de una belleza minimalista y limpia.
Tanto él como sus coetáneos (Charles y Ray Eames, George Nelson, George Mulhauser…) perpetuaban la filosofía seductora de los diseñadores nórdicos y de la Bauhaus alemana. Muchos de ellos eran exiliados europeos que llegaron a EE UU durante la II Guerra Mundial y juntaron sus ideas con el optimismo, el amor por el experimento y la despreocupación de los estadounidenses como Harper.
Durante 17 años fue uno de los diseñadores estrella de la empresa de Michigan Herman Miller, que deslumbraba entonces con sus colecciones de muebles modernos. Inventó el sofá Marshmallow —fabricado entre 1956 y 1961 y considerado uno de los más famosos sofás modernistas—, el Ball Clock (el reloj con esferas pinchadas en varas de metal que aún sigue copiándose sin tregua) e incluso es autor del logotipo de la compañía, con una M curvada y extrema como un tobogán afilado.
El director del equipo de diseñadores de Herman Miller era en aquellos años George Nelson, que, según era norma en la época, firmó muchas de las obras de Harper y de otros autores aunque no hubiera participado en ellas de modo directo. Así quedó empequeñecido por el anonimato, sus trabajos fueron erróneamente atribuidos a Nelson durante mucho tiempo, diluyendo su legado.
Aunque haya muerto a los 99, no era una gloria pasada que agotara su creatividad en la década de los cincuenta. Tras abandonar la gran compañía en 1963 fundó con un socio Harper+George una empresa de diseño, pero lo asombroso llegó cuando supuestamente se retiró en 1983: demasiado activo siempre como para adormecer el cerebro, se recicló en artista del papel.
Esculturas inspiradas en máscaras africanas, el arte de Oceanía, Picasso, jeroglíficos egipcios, los hayedos que abundaban cerca de su casa en Rye… lo que empezó como una actividad para «liberar estrés» se tornó una pasión de la que brotaban piezas cada vez más sofisticadas y perfectas. En 2013 un libro —Irving Harper Works in Paper, de la editorial estadounidense Rizzoli— popularizaba el tesoro artesanal de Harper, que confesaba no poder vender ninguna de las obras por querer tenerlas todas cerca. Llegó a exponer en su casa 300 y con los problemas de espacio que suponía atesorarlas tuvo que frenar la producción.
Helena Celdrán
Si fue hombre justo, Dios lo tendrá en su Gloria. En paz descanse.
23 agosto 2015 | 18:57