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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Puritanos de todo el mundo, uníos

Preparando un viaje al centro de promoción del cine francés en París me topo con dos escenas en sendas películas, por estrenar durante 2018, que serían impensables hoy en día en el cine norteamericano, protagonizadas por JulietteBinoche y Marion Cotillard. Primera imagen del filme Un sol interior, de la directora Claire Denis: primer plano de Juliette Binoche tumbada boca arriba en una cama. La composición del encuadre no escamotea la desnudez y permite ver los senos de la actriz, fotografía, por cierto, que Facebook hubiera censurado, por supuesto, como no cejaremos de denunciar hasta que el Gran Hermano cambie sus absurdas normas. El personaje de Binoche se encuentra, lo descubrimos segundos después, manteniendo una relación sexual con otro personaje, un banquero de aspecto físico poco estimulante, interpretado por Xavier Beauvois. El modo franco y honesto de presentar esta acción es el propio de unos artistas, la directora y los actores, que tratan como adulto al público adulto, ni papel couché, ni ridículas sábanas artificiosamente colocadas para cubrir la piel de los personajes.

En Los fantasmas de Ismael, dirigida por Arnaud Desplechin, Marion Cotillard, actriz tan consagrada como Binoche, multipremiada y ganadora como ella de un Oscar, se presenta ante su marido, un director de cine de nombre Ismael, el gran Mathieu Amalric, después de haber estado desaparecida 20 años. Marion porta una bata de baño que deja caer a sus pies y exhibe su magnífica, madura y sensual figura sin tapujos ante la cámara. No durante un fugaz instante visto y no visto, sino durante unos segundos. De nuevo, la puesta en escena de Desplechin es tan pura y limpia como la de Denis, sin juegos de exagerado recato. ¿Podríamos imaginar en semejantes tesituras a dos grandes divas del otro lado del Atlántico?

El contraste de ese puritanismo acendrado, característico del cine de Hollywood, con la libertad de espíritu que muestra el de nuestro vecino francés –y esto eran sólo dos ejemplos de ello- no sólo se manifiesta en la pantalla, en el modo de representar la vida erótica en la ficción. Estos días ha vuelto a quedar  evidenciado en un manifiesto hecho público el martes 9 de enero en la capital parisina, publicado inicialmente en una tribuna publicada en el diario Le Monde y replicado de inmediato, como un terremoto de muy alta magnitud en la escala de Richter, en los medios de comunicación de todo el mundo. Un movimiento de afirmación crítica frente a los excesos que pueden cometerse en defensa de la dignidad de la mujer, a partir del estallido del caso Weinstein y sus múltiples ramificaciones, y que a juicio de las firmantes, entre cuyos nombres se encuentran muy reconocidas personalidades culturales, como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann o la ilustradora Stéphanie Blake, suponen la irrupción de una “moral victoriana” agazapada en una especie de “fiebre por enviar a los cerdos al matadero”, que no se traduce más que en coartada para “los enemigos de la libertad sexual, como los extremistas religiosos”.

Catherine Deneuve. EFE

Me encanta la melodía del manifiesto, aunque, como cualquier persona capaz de pensar por sí solo, pudiera añadir o quitar comas, sustituir ésta u otra palabra, matizar tal o cual afirmación. Pero suscribo plenamente su espíritu y me regocijo enormemente por su aparición pública. Demuestra que la sociedad no está inerme frente a algunos síntomas evidentes de brutal regresión conservadora que se ha destapado en todos los órdenes y terrenos de la expresión artística, no sólo cinematográfica y política. En este humilde blog he intentado en repetidas ocasiones ponerlo de relieve al comentar las diferentes pieles adoptadas por la sibilina serpiente de la amenaza censora y el autoritarismo. El feminismo, filosofía y práctica política liberadoras que defiendo a ultranza, ha adoptado peligrosos perfiles que, como decía la escritora Abnousse Shalmani en una columna publicada en el semanario Marianne “se ha convertido en un estalinismo con todo su arsenal: acusación, ostracismo, condena” y es imprescindible fortalecerlo con un espíritu crítico despierto que se oponga a cualquiera de estas desviaciones.

El manifiesto en cuestión hace afirmaciones muy audaces, cuyo autor, de haber sido escrito por un hombre, hubiera sido apedreado en la plaza pública o fusilado al amanecer, reo del mayor de los desprecios, no sólo por mujeres encuadradas en el espectro más radical del feminismo, sino por gran parte de hombres, dirigentes políticos de la izquierda especialmente, que vienen sumándose a la confusión en la que nos hayamos, en cuanto a medios y objetivos, para conseguir la irrenunciable igualdad entre hombres y mujeres. Delimitar conceptos hilando fino no es práctica habitual cuando se defienden los derechos de las mujeres, lo que lleva por ejemplo a preconizar la prohibición de la prostitución en un inútil intento, condenado al fracaso, de acabar con las lacras que provoca la clandestinidad de esa actividad. Por eso, afirmar, como hacen las firmantes del manifiesto, que no es incompatible defender la dignidad y derechos de las mujeres y disfrutar siendo “objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado” me parece un alarde de suprema valentía en la descripción de la complejidades de la psique humana.

«Denuncia a tu cerdo» eslogan criticado en el manifiesto. Christophe Petit Tesson / EFE

Naturalmente la contrarreacción feminista no ha tardado en acudir con la manguera para apagar el fuego de la razón y hacerme rebajar el optimismo de mis primeros párrafos. También el puritanismo se enseñorea en la vieja Europa y establece vínculos con el del otro lado del Atlántico. Del calibre retrógrado de los argumentos publicados en France Info dan muestra la sutil terminología del título “Los cerdos y sus aliados tienen razones para inquietarse” y las acusaciones que esgrimen contra las disidentes a las que acusan nada menos que de «reincidentes» en la defensa de «pederastas» y “en la apología de la violación», enemigas de la mujer que aprovechan su notoriedad y presencia mediática para «banalizar la violencia sexual». El lenguaje delata la ceguera. Decir: «tenemos derecho a no ser insultadas, silbadas, agredidas ni violadas» equiparando esos términos sofoca cualquier intento de matización e insinúa que quienes con ellas discrepamos les negamos semejantes derechos. Y continúan: «¿Los cerdos y sus aliados están preocupados? Es normal. Su viejo mundo está desapareciendo. Muy lentamente, muy lentamente, pero inexorablemente”.

Calificar a Catherine Deneuve y demás firmantes como aliadas de los cerdos machistas y defensoras de pederastas y de la violación desvela su disparatada insensatez. Lamentablemente, no siguen el consejo de Marta Nebot, que con total lucidez abogaba por el entendimiento y pide “no más peleas de mujeres en el barro”. Ni son capaces de detectar la contradicción que muy certeramente señala Elvira Navarro: «el tipo de moralismo desde el que se equipara a un baboso que nos ha tocado la rodilla con un violador se parece a quien acusa a una chica violada de ir provocando con pantalones cortos. Es el mismo esquema de pensamiento: el del acusador que ve pecado por todas partes«.

La irresistible atracción de la crueldad

Nada más eficaz para sacarle a uno de esta borrachera consumista en la que nos sumen tan entrañables fechas como una dosis de caballo de realidad aplicada en vena cuando uno menos se lo espera, por ejemplo, yendo al cine. Que quieren ustedes olvidarse por un buen rato del tostón de los villancicos, de las multitudes en calles y tiendas y hasta del raca raca del procés y los siete enanitos, pues les recomiendo que se acerquen si lo tienen a mano a ver Demasiado cerca (Tesnota), la ópera prima de un joven ruso de 26 años de edad, Kantemir Balagov, criado a los pechos del conocido director Alexander Sokurov, estrenada el viernes pasado.

Darya Zhovner en Demasiado cerca (Tesnota). BTEAM Pictures

Balagov procede de la lejana y probablemente desconocida para ustedes (como lo era para mí) república autónoma rusa de Kabardia-Balkaria, encajada en el norte del Cáucaso, en las faldas de la montaña más alta de Europa, el monte Elbrús, de 5.642 metros de altitud, frontera natural con Asia. Los kabardinos formaron con los balkares (emparentados con los turcos, cuya lengua hablan) la comunidad que lleva el nombre de ambos desde 1936, a la que se sumó un importante número de judíos durante la invasión del Cáucaso por las tropas alemanas. Por suerte o por desgracia, más bien lo segundo, no andan lo suficientemente lejos de Chechenia como para no verse afectados por las recientes guerras de aquellas gentes.

En Nalchik, capital de la república, en 1998, se desarrolla la historia de una familia de judíos que tan pronto celebran la boda de un hijo menor como lamentan al día siguiente que el joven matrimonio haya sido secuestrado para pedir un rescate, algo frecuente por entonces en aquellas latitudes. Ilana, una muchacha de 24 años con mucho carácter y determinación que trabaja con su padre en un taller mecánico, se niega en redondo a pagar los platos rotos y rechaza un matrimonio de conveniencia para recaudar fondos con los que liberar a su hermano.

Si alguien hablaba de feminismo cuando se estrenó Wonder Woman, ¡Ja! Ahí tienen ustedes feminismo del de verdad, el que coloca en primer término a una mujer real y le dota de fuerte personalidad para enfrentarse a lo que haga falta con un par de ovarios: “¡Yo follo con quien quiero!” le dice a sus padres. Y no tiene superpoderes ni gaitas, ni luce piernas, escudo ni cabellera al viento. Me quito el sombrero cuando veo en la pantalla personajes femeninos como esta Ilana, por cierto, interpretado con garra por la debutante Darya Zhovner, de 25 años de edad, nacida en San Petersburgo, graduada en 2016 en la Art Theatre School de Moscú. Una actriz que no llegará al estrellato internacional porque su origen ruso es un grave hándicap para ello, aunque apunta excelentes condiciones.

Demasiado cerca (Tesnota) tiene el sabor áspero de las historias manchadas de barro y pobreza, ésas de las que no cabe esperar muchos chistes y si regalan alguno, seguro que cae en el estómago como un caramelo envenenado. Un ritmo lento, un formato en 1:33, casi cuadrado, y unos colores apagados encierran a la protagonista, junto a su familia y a la tribu a la que pertenece, en un ambiente opresivo del que por mucho que lo intente parece que no podrá escapar. Sin embargo, lo que se convierte en una soga a la que se aferra Ilana para no ahogarse y el espectador para encontrar un alivio a tanta miseria, es el despliegue de dignidad y fortaleza que emerge de ella como si manara de sus entrañas, un comportamiento ejemplar, visto desde cualquier óptica geográfica y cultural, que le proporciona un aura de modernidad que envidiarían millones de mujeres del mundo supuestamente civilizado.

Darya Zhovner en Demasiado cerca (Tesnota). BTEAM Pictures

En medio de todo lo reseñado una secuencia golpea al espectador, no así a los personajes, con una contundencia capaz de derribar a un elefante. Aviso a navegantes: no es apta para todos los públicos, ni siquiera para todos los adultos. A mí me dejó tan hecho polvo como no recordaba yo otra desde que Saló o los 120 días de Sodoma me sumió en un estado catatónico; el poeta asesinado P.P. Pasolini no se apiadaba de nadie al retratar la crueldad humana y aún se quedó corto, como demostraron sus asesinos. Es una secuencia que plantea serias preguntas acerca del límite de lo representable en una pantalla, preguntas a las que no me atrevo a responder con firmeza, tal es su naturaleza controvertida. Se trata de un vídeo que muestra una ejecución real de unos soldados rusos a manos de unos fanáticos terroristas chechenos. Si alguien duda sobre el adjetivo que acabo de aplicar a los criminales, por encontrarse sumidos en una guerra, debo decir que sean cuales sean sus razones políticas lo que se ve y se escucha en la imagen no admite otro calificativo.

El vídeo con la deficiente calidad que permite el soporte en VHS se ve en un monitor de televisión de tubo, muy viejo y cochambroso pero lo que no ven los ojos lo aporta la imaginación horrorizada; ni siquiera serían necesarios los rótulos que traducen las palabras tanto de los matarifes como de la desventurada víctima, cualquiera puede imaginar el significado de las súplicas y el desprecio de los verdugos, estén dichas en checheno, en ruso o en latín. El vídeo, lo advierto, es espantoso y espantosamente real y no estoy seguro de si Kantemir Balagov no se arrepentirá en el futuro de haberlo incluido tal cual en la película, cuando supere la perspectiva que le da su corta edad. Él lo explica de este modo:

«Es un vídeo que mis amigos y yo conseguimos cuando teníamos alrededor de doce, trece años. Lo recuerdo muy claramente porque era la primera vez que me enfrentaba a la muerte y vi a alguien morir lentamente. Estábamos como hechizados, pegados a esas imágenes filmadas en ese momento, en 1998 en un pueblo de Daguestán. No estábamos llenos de sentimientos anti-rusos, no disfrutamos de esas imágenes, pero no podíamos quitarles los ojos de encima… Las reacciones de los personajes cuando miran esta cinta se inspiran en las reacciones de mis amigos y mías, todas muy diferentes».

De izda. a dcha. Artem Tsypin, Darya Zhovner y Kantemir Balagov en el Festival de Cannes. Instagram

Hechizados, pegados a esas imágenes… En Funny Games, la primera obra magistral que conocí del director austríaco, Michael Haneke ataca frontalmente a la capacidad mixtificadora de las artes visuales, capaces de transformar en fascinante espectáculo el horror y el sufrimiento humanos. Cuando el más cruel y refinado de los dos jóvenes agresores vuelve la mirada y se dirige al espectador, directo y sarcástico, para preguntarle si desea que vayan más lejos con la sesión de torturas, el director insinúa complacencia en el ojo del voyeur y le sitúa ante un dilema: debe admitir la insoportable atracción o por el contrario debe rechazar de plano contemplar la representación del sadismo en la pantalla. Michael Haneke toma la decisión en su lugar: «que siga el espectáculo».

Con la secuencia del VHS Demasiado cerca (Tesnota) adquiere de repente un color mucho más sombrío, tan siniestro que ya es imposible de olvidar durante el resto de la película. Haneke hace en su cine una exhibición de brutal violencia psicológica para combatir la noción de violencia física como componente libremente utilizado en un espectáculo insano. Me pregunto si todo lo que los seres in-humanos son capaces de hacer puede ser representado aunque fuera con coartadas morales, aunque se pretendiera provocar el rechazo hacia ello, aunque intentara azuzar la conciencia adormecida de las audiencias. ¿Es legítimo utilizar un vídeo que exhibe la infinita crueldad de la que somos capaces?