La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

Tan-Tan y Norbert, el francés que huyó del ruido

¡A Tan-Tan! He aquí un nombre ciertamente sonoro que, sin embargo, representa una ciudad gris y sin a penas interés; a no ser porque en julio se reúnen en ella gran número de tribus del Sahara para celebrar un mussem (romería) en honor de Sidi Mohamed Lagdal, uno de sus patrones; también porque es paso obligado para ir a Tarfaya y a El Aaiún. Los más atrevidos, si quieren, y si disponen de un coche 4 x 4, pueden bajar desde Sidi Ifni por la pista que sigue la costa hasta la misma playa de Tan-Tan, 25 km al oeste de la ciudad. Este es otro viaje, desde luego; y, por supuesto, mayor la aventura; aunque de duración incierta. A mitad de esta ruta se halla la Playa Blanca, un lugar paradisiaco, perdido hasta hoy, pero que muy pronto, si alguien no lo remedia (que no creo) será pasto del turismo de masas pues en él está proyectado (y aprobado ya por el Gobierno marroquí) un complejo turístico con 8.000 plazas hoteleras.

Nosotros hemos remontado entre arganes, salvando un pequeño puerto, hasta Guelmim, la puerta del desierto, según el manual caravanero. Aquí, desde la más lejana antigüedad se han dado cita las caravanas que atravesaban el Sahara desde Níger, Mauritania o el Senegal. Durante 9 siglos, entre el XI y el XIX, los hombres azules, (hombres del desierto) comerciaron en esta ciudad con esclavos negros, oro, plata, sal, especias, telas y piedras preciosas. Hoy Guelmim es una capital administrativa y militar, sin duda importante, pero que nada tiene que ver con aquella de antaño. Aún así, los sábados se celebra en ella un importante mercado en el que se compra y se vende de todo, además de camellos.

De Guelmim a Tan-Tan hay 125 km sin a penas historia por la carretera nacional 1, a no ser que la imaginación se desborde y vuele sobre estos espacios sin límites, absolutamente desérticos. Las rectas que bordean antiguos lagos (hoy secos), los pedregales sin fin, las planicies inmensas salpicadas de dunas… llevan en volandas, en poco más de una hora, al viajero a Tan-Tan Playa, el pueblito costero donde otra vez la vista del mar aliviará los ojos del polvo del desierto.

En este lugar ha surgido un incipiente turismo estival marroquí, aunque el resto del año reina el silencio. Aún así, se mantiene una rudimentaria estructura turística: hoteles, un camping, restaurantes… Uno de éstos, el hotel/restaurante Villa Ocean (6 habitaciones / 250 euros por noche) pertenece a Norbert Coll, un francés de 57 años, de Toulouse, que, harto de madrugar y vender gasolina y seguros, decidió hace dos años cambiar de vida y aquí está… Decidido a quedarse… “Pero, ¡ojo!, esto no es fácil. Nunca ocurre nada. Apenas viene gente durante 10 meses al año. Sólo se resiste si se está dispuesto a escuchar el silencio y el mar. Para estar aquí hay que entender que vivir es también no hacer nada”, explica en un correcto español mientras mira hacia la playa solitaria, sentado a una de las mesas de su terraza. En frente: el mar, Fuerteventura a 80 km; a la espalda, el desierto: 5.000 kilómetros de desolación; al norte: la civilización. “Demasiado lejos ya”, dice. Y al sur: El Aaiún, Dahkla (la antigua Villa Cisneros), Mauritania… lo desconocido. A allá vamos.

1 comentario

  1. Dice ser Carlos

    Eso voy a tener que hacer yo, huir del ruido que me esta martirizando por dentro, y por fuera, y por un montón de laos. Un Sakudo.

    24 marzo 2008 | 20:19

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