De Ciudad 1 a Ciudad 2, la segunda ciudad envuelta en esa nube tóxica que dará lugar al envío por paquetería urgente de algunos monstruos, desde Tokyo hasta DF, en el avión, sale del baño, Martín. Aquellas villas, aquellos castillos, almenas y muros: único orden en una ciudad demente (habla de arquitectos importados de Europa, con ajenjo y absenta en sus maletas, adictos al opio, rompiendo las geometrías euclídeas para el diseño de Ciudad II) o (Ciudad 2 como un hongo que se expande, imparable, zombificado y zombificando las estructuras de la ciudad, como la lava de un volcán, como el resto de una noche con Malcon Lowry), volver al Tractatus. Una y otra vez. Salvajes palmeras, los límites/bordes/fronteras del barrio feliz. Una Ciudad II, una gran Ciudad II, nada que ver con Canciones Tristes, solo una canción de The Nome, de The Beatles. David Bowie convirtió al Mayor Tom en un yonqui, conecto Space Odditty con Ashes to ashes. Ha vuelto, pero está mucho peor que cuando se fue. A day en the life. Un parpadeo. Esa es la manera cualitativa del paso del tiempo, de niño a adolescente, sin avisar, dejando a los padres con la palabra en la boca.
En Argentina los muertos están vivos, son muertos cuánticos, porque ese es el desgraciado estadio de los Desaparecidos. O de los nombres que llegan pegados a los rumores. Piensa en Phantasma II o en Phantasma I o en la equivocación de la edición española que confundía a El hombre alto con el Misterio de Salem´s Lot. Podemos hablar, entonces, de doble vampirismo, un enfrentamiento entre Drácula (vampiro elegante) y Orlok (vampiro de la putrefacción). En 1924, por los problemas de derechos, se tuvo que evitar el nombre de Drácula y se rodó Nosferatu. Con Max Schreck en el papel del Conde Orlock. A cambio, según la película que se hizo sobre el rodaje de la película (doble doble doble), no pagar derechos permitió al director utilizar un verdadero vampiro como protagonista. Y salió más barato. En vez de cocaína (legal) y alcohol para la estrella, fue suficiente un suministro continuado de comadrejas, ratas y demás roedores. Me estoy yendo. Pero no me quiero marchar sin recordar que vivo en Salem´s Lot. Y que una de las series que Nome veía en la televisión de Ciudad II (en Ciudad I solo estaba atento a los dibujos animados), una serie sobre dos policías, policías rubios y morenos, policías «con sus propias normas», en esa serie aparecía, creo que era el rubio, el que sería protagonista de la adaptación de El misterio de Salem´s Lot, donde, doble vampirismo de nuevo, se produce una revolución, una revuelta, frente al texto original de Stephen King, con un vampiro elegante, Tobe Hooper impone el diseño de un vampiro Nosferatu… Salir del parque, escapar a la protección, que la madrugada os atrape fuera de los protectores muros de la riqueza. Todos los residentes de Homeland. Uno tras otro.
El parque es el alfa y es el omega, los juguetes de la ciudad, ya he hablado de ellos: muñequitos baratos, figuras de colección en cajas, construcciones, imitación de la vida. Es volver a lo de siempre: el poco éxito y la escasa calidad de la obra de los Beatles como solistas, en especial en los ochenta. Te ríes de mí, Octavio. Es difícil tener éxito en los ochenta si estás muertos. No estoy tan seguro, habla con Jim o como Jimmy. La música de los ochenta es un placer culpable, es necesaria, como el divorcio en las canciones de Dylan. Las mejores canciones de Bob son después de las separaciones. Es, en el fondo, humano. Es como Berlin durante los setenta. Empezando con Sad Songs en 1973 y siguiendo con los años de Bowie, Iggy y Eno. Pero los ochenta, los ochenta serán de los piratas o no serán. Resiste, mantente vivo, ella, marrones sobre su cuerpo, ladrones sobre su cuerpo. Los instantes de piel prolongada. Y la vida sigue. Sigue y uno se da cuenta de que lo hace porque, cada cierto tiempo, toca una nueva versión de Los ladrones de cuerpos. Guiños, cameo, erudición analógica. El grito sordo, el ulular final, el roce: ella, la niña, la adolescente, la mujer de LAND, lejana y perfecta en su distancia, proviene de una civilización superior, mucho más desarrollada.
Los chicos grandes de Gran Ciudad I y Gran Ciudad II: el primer trabajador frente al último que se marcha de la fiesta. Nome Atlas, 44 kg. El anuncio en el tebeo, junto al recortable para conseguir contrarrembolso unas gafas de rayos X (puedes ser Atlas o Ray Milland), Atlas, el Atlas antes del entrenamiento, al que lanzan arena de una patada, al que humillan frente a la chica que le gusta, escuchimizado, preparando su venganza. Entrenar para hacer daño. En las revistas españolas, en los tebeos de Vértice, en las contraportadas de las aventuras de los Cuatro fantásticos, junto a Tumbita. Puede ser Atlas, puede ser Arnold, puede hacer daño a los que le hicieron daño. Ya veníamos de otros lugares, de otros libros, arena y arena, más arena en la cara. En el rostro. Se acabó. La playa del Río de la Plata, la playa de México DF, la playa de Canciones Tristes.