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Algunas palabras sobre El amor, la vida y tú de Magdalena Lasala (Olifante, 2024)

Un nuevo libro de Magdalena Lasala El amor, la vida y tú llega de la mano de la editorial Olifante. Su siempre necesaria poesía vuelve para servir de guía nutricia a los que disfrutamos de su literatura. Un poemario de amor, pero de un amor no canónico, un amor que se desclasifica en cada verso hasta convertirse en el amor fundamental, el de la pareja eterna, el compendio completo de los amores no filiales. Amantes que se confunden y en la confusión se encuentran, en el final, en el lugar donde ya no queda nada, solo ellos, donde se confunde el mundo vacío y el mundo lo que los olvida y ellos se muestran cada vez más ignorantes de lo que los rodea. Magdalena Lasala, con un poemario rítmico y salvaje, de sensualidad completa, siempre libre, ofreciendo un libro de últimos y de despedidas.

“Iremos juntos a decir adiós, esa casa que nos supo dejará de ser para siempre nuestra casa”. La poeta no precisa de las formas, porque ha demostrado su habilidad tantas veces, que sus lectores fieles encontrarán una enorme y oscura melena suelta, como un vestido de verano, desbordante secreto rodeado de luz: “Quemaremos su hojarasca, los pétalos finales, sus pinos de aguja/ y nos cubrirá la humareda antes de elevarse a ese que cielo que no nos verá más”. Magdalena Lasala se transmuta, fundada como el metal más ardiente, construyendo una aleación definitiva con su amor-amante, personaje principal de estos textos desaforados, con la puntuación de la respiración agitada, de presencias abrumadoras: “Calmé al gigante con mi voz, quería marcharse en tu busca. El desierto de rocas acabó y presentí el azul”.

Viajes seleníticos, desiertos últimos de sueños, donde el final es el objetivo: “Más allá del mar me aguarda contigo el otro lado del cielo que debía cruzar”. Sobre lo mismo, sobre lo semejante: “Como si no hubieran sido años y ciudades, está tu olor entre mis dientes, en lo que respiro y respira mi deseo”. Cuando no es que se cruzan los caminos, es que el amor es un cruce de la vida, de las vidas. Difícil distinguir en las palabras el comienzo del uno y el final del otro. “Buscar palabras que se parezcan a tus silencios” o “Que sea otra vez el silencio y la hoja, nada más importa”. Mezcla, mixtura, silencio que sirve de pañuelo para las palabras empapadas. “La esencia, escuchar mi nombre en su voz sin miedo mordido por una sonrisa de su boca a la mía, sin miedo a que pase la vida como pasa en silencio la vida de verdad”. Aquel amor pasado, aquel tiempo antiguo, entrenamiento y definición, los cuerpos en el cubil del alfarero, moviéndose y alcanzando la perfección, el bronce pulido, la luz del deseo, amor cicatrizado que se queda para siempre como recuerdo.

En la parte llamada “VIDA” encontramos una transformación completa: “Travesías por ti, fui nota en partitura” o “Tejedor nigromante”; el camino, el tesoro, las ruinas inhóspitas que hacen todavía más preciado al amante, fruto final de cualquier movimiento. Vivir y morir, reina en su reino, no conforme, venera y busca: “Si corriera esa calle que yo sólo sé” o “Si supiera colarme en tu risa/y soñar en tu sueño con las palabras que todavía no has dicho”. La sed del ahora es una sed de sangre y carne, alimento y sensación caníbal.

«Con la llegada del crepúsculo, en la tarde, la poeta pide y ofrece: “La vida se va sin nosotros, la vida se va/con cada estación que no despertamos juntos”. Tiempo y espacio: un poco más, con el resto de la vida, los besos, repiten circunstancias y paisajes, cobran colores nuevos, no se desgastan. El poema expresa esa sensación, se agrieta lo que lo rodea: “Aquellas manos largas y fuertes”, como cultivadas para contener».

Cuarenta minutos: “Te desnudas, te miro sin ropa, sin la ropa del miedo, la ropa del peligro/ o lo prudente” Piel y corazón, los ojos del amante lo amenazan todo, los amantes son mitades, son una moneda partida, metal que encaja y alcanza su mayor valor con la rúbrica del tiempo: “Por dormir algo y soñar que dormimos juntos”. En la distancia no existe la distancia, el mar es infinito, pero el amor sobrepasas la distancia del mar y así: “Del mismo atardecer que veo en el espejo del tuyo/donde miras la primera voz del crepúsculo” Mirarse en el espejo de lo callado: “Te amo en tu amarte sin una palabra más que otra”.

Y llegamos a la parte “Tú” con una perfecta cita de Manual Francisco Reina. La idea de dos contra el mundo. “A solas dos extraños negando el óvalo que nos acoge. Somos dos extraños antes el mundo y sus preguntas”. El tiempo es constructor y destructor del amor. El amor es un viaje con paradas súbitas y hoteles baratos. El amor es “Historia de este viaje por el túnel que ha de parirnos al mundo, pero otro”. Extraños como esta canción. Juntos como esta otra.

 

Hay un comienzo y un término: “El cortinaje negro delata el fin del viaje, amo, era esta nuestra meta, llegar juntos, nacemos en el túnel negro, su laberinto es oscuro”. Vientre y música, los amantes que son dos antes de penetrar en el interior de los cuerpos para, salir, fundidos, simbiontes, convertidos en un solo: “Los pasos han ido acompañándome”

Es el amor el tema de estos versos, de este libro, amor al cubo, amor que mezcla el tiempo, la piel, amor en forma alícuota, pedernal y viajero, en un fogoso bosque de grietas y peligros. “Momento infinito, único inmortal secreto que es nuestro comienzo, gemelos eternos”.