Algunas palabras sobre La voz impresa de la Movida de Matías Uribe

El mito de la prensa musical española, Matías Uribe, recopila en un libro las entrevistas realizadas a los distintos grupos que pasaron por Zaragoza por los años de «La Movida». Una revisión ochentera de periodismo de trinchera, cuando las noches del músico y el plumilla se cruzaban, cuando no solo había reseñas, también existían las críticas y, muchas veces, provocaban la ira de los artistas. El crítico, el que tenía criterio, el que había escuchado todo. El libro solamente se puede conseguir en la principal plataforma de venta online y el texto que hoy presentamos en Motel Margot está sacado, en su mayor parte, de la edición impresa del suplemento Artes&Letras del Heraldo de Aragón.

Por supuesto no podía faltar la doble selección musical (éxitos y rarezas) de las bandas y solistas presentes en el libro: Primera parte y Segunda parte

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Algunas palabras sobre LOS RODRÍGUEZ Sin documentos de FOUCE, HÉCTOR / DEL VAL, FERNÁN (Sílex Ediciones,2023)-segunda parte-

aquí la primera parte

Seguimos en el camino, seguimos escuchando, saboreando, encontrando las claves básicas y las menos conocidas de la grabación de Sin documentos y el excelente libro que Sílex ha publicado sobre la obra, escrito por Héctor Fouce y Fernán del Val el año pasado. Dejamos en la primera parte a una banda acabando las canciones, una banda que tenía el éxito en varios temas y la eternidad en otros. Pero también una banda que se deshacía con el dinero y la fama golpeando en la puerta. Sigamos el camino. De Madrid a Buenos Aires y vuelta otra vez.

En las dedicatorias Miguel Abuelo. Miguel Ángel Peralta. Y Albert King. Y el primer Bob Dylan, el Dylan que comenzaba a fluir entre la juventud española, impregnando los libros… y también Guille Martín, el primer bajista, que se acabaría convirtiendo en la diestra de Andrés en sus años solistas (además del resto de bajistas: Daniel Zamora y Candy Caramelo). Y Alfonso Pérez, el tipo que fue capaz de darlo todo por ellos.

Después del lanzamiento: las reseñas

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Algunas palabras sobre LOS RODRÍGUEZ Sin documentos de FOUCE, HÉCTOR / DEL VAL, FERNÁN (Sílex Ediciones,2023)-primera parte-

Desde Sílex ediciones se lanzan a la aventura arqueológica, pop, necesaria, de recuperar la historia detrás (y delante y, sobre todo, dentro) del capital disco Sin Documentos de Los Rodríguez. Con la mano exquisita de Héctor Fouce y Fernán del Val, se analiza la situación histórica que provocó que la banda hispano-argentina redefiniera un cambio de siglo a base de multitud de electricidad especiada. Desde otra mirada, desde los ojos subjetivos de los distintos huéspedes del Motel Margot vamos a recordar qué pasaba en la piel, los pulmones, el corazón y, a veces, la nariz, de los duendes que poblaron el alma de aquellos genios y cómo influyó en su carrera posterior, tanto grupal como solista. Vengan con nosotros en este viaje, en este recuerdo.

Con un Calamaro dispuesto a volver a la Argentina. Con unas maquetas en cintas TDK. El horno todavía está caliente en Buenos Aires y, además, los tiempos de los apagones en los estudios Panda parecen haber terminado, Alfonsín ha sido sustituido por Ménem (una pequeña errata en el libro sitúa la fecha en 1999, cuando, evidentemente, son diez años antes) y estamos en los años de la paridad, la falsa sensación de euforia. Fito Páez, el tecladista de Charly, con una irregular carrera solista como la de Andrés ha vendido millones de discos con “El amor después del amor”. Andrés graba su parte vocal en “La rueda mágica”, con García al lado. Se da cuenta de que los solistas funcionaban, el Plan Austral moría, los dólares, las pesetas, el peso. Fito y Cecilia se gastaban cien mil pesetas en una tarde comprando ropa sin salir del hotel.

A Calamaro, tras los años en el rancho de Ariel en el mejor barrio de Madrid, comiendo pasta, ligando con muchachas de Malasaña, ejerciendo de Peter Pan castizos, le empezaba a cansar. Se daba cuenta de que en España no había estrellato. No había estrellas del rock. Y él quería trajes de Armani y quería Nueva York y Miami. Quería el sushi y el champán con el que calentaban Cerati y compañía antes de ponerse duros con la Merluza. En la valija, acabada la relación con Pasión (discográfica de la que hemos hablado mucho en Motel Margot, por su magnífico catálogo, desde Más Birras hasta Antonio Vega y con el olfato de publicar el primer LP de la banda, “Buena suerte”) buscan su sitio.

Como confiesa Andrés a Nathy Peluso: “Éramos demasiado viejos y demasiado yonquis” y ella se ríe, a lo que Calamaro añade la coda: “Cosa que era formalmente cierta”. En Pasión las adicciones estaban presentes, pero los noventa no entendía de confrontación puritana. Pero Alfonso Pérez, que había vendido DRO a Warner, pero seguía siendo el tipo que levantó GASA, que le hizo el aguante a Corcobado, que escribió letras para su mujer en Esclarecidos, que tenía a un miembro de Alphaville sentado junto a él en el despacho, recibe la cinta del mánager el día de antes de Navidad (ojo al guiño con la canción “Parte del aire” incluida en el disco “La, la, la” que grabaron conjuntamente Luis Alberto Spinetta y Fito Páez en 1986).

Todos conocen la historia, de Alfonso Pérez, la cinta, las compras, el contrato, el cara a cara con Warner, de aquí no me bajo. La mañana del 24 de diciembre. La valija de Andrés, Aerolíneas argentinas. La maqueta, la maqueta de “Algo se está rompiendo”. Una demo que ya suena a canción. Las Grabaciones Encontradas, el Hornero Amable. Y toda la mitología del disco, de la historia, tiene su momento cumbre en el encuentro de Ariel, Andrés y Alfonso en Café Gijón, donde Francisco Umbral protegía su perennemente irritada garganta mientras atravesaba Madrid, hambriento de cuchillo, manzanas y leche. Un disco gestado en el Café Gijón, un disco robado a Buenos Aires.

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Vida Stéreo de Álex Garber

La revolución calmada

Imagina el comienzo de “Yendo de la cama al living” de Charly García y, luego, unas guitarras acústicas nutritivas para la reflexión en un tema como “Diván”: el futuro solo se puede construir transitando en el pasado. Hay sintetizadores que saben como sabían en los ochenta, orgánicos y burbujeantes. Alex Garber viajó a la Vía Láctea siguiendo la estela de las melodías perfectas (Echo and the Bunnymen, The Smiths o Soda Stereo), ahora, de vuelta a la Tierra, emprende de nuevo el agreste camino del solista, bajo una producción que remite a David Sylvian y la manera en la que los colchones de pianos sustentaban con gusto la canción (solo hay que escuchar “Idealista”, donde la limpieza de sonido es una virtud para un amanuense pop como Alex Garber , mientras se eleva en estribillos marca de la casa). Pero siempre hay más, porque los bajos mancunianos y las guitarras afiladas de “Pequeña gigante” abre la lírica de los mejores Dorian y aquellos momentos mágicos cuando Barcelona era el lugar donde uno quería ver gente y quería ver luces. La idea de tú y yo contra el mundo es un referente que sigue siendo válido, y al escuchar los nuevos temas de Alex uno se pregunta qué puede pasar mañana que no haya ocurrido antes. Tradicionalismo pop con la fuerza del nuevo siglo, lo que demandamos los que seguimos creyendo en el panteón pagano que se rezaba entre las grietas de un vinilo. No hay más que escuchar “Plástico eterno” para encontrar que el neon no se ha apagado todavía y que nos cruzaremos con Alex Garber en el lado oscuro de la sustancia de la que están hechos los sueños.

Un sonido de melancolía acuosa como en “Un imán que atrae cuchillos”, como declaración de principios en el abismo de lo digital. Alex mezcla en estas nuevas canciones los sintes con las guitarras en un arabesco estilístico que enriquece su sonido. Es, con un solo de saxo incluido, una manera de lavar definitivamente el almidón del clasicismo bien entendido para entrar en una dimensión completamente distinta (solo hay que escuchar la producción de “Vine a perderme del todo” que suena a Tino Casal con todo lo bueno que eso significa en 2023).

«Alex guarda en funda de su guitarra la parte más saciante del rock argentino de los ochenta, la parte renovadora de la canción pop española de comienzos de siglo y algo de las nuevas olas que siempre terminaban devorando el océano».

Algunas palabras sobre El año del Desierto de Pedro Mairal

La enésima distopía porteña, el Buenos Aires del Eternauta antes de la crisis de 2008. La Argentina en crisis económica y social constante, una forma de vida, una enfermedad degenerativa, la fibromialgia social. El año del desierto de Pedro Mairal editado por Libros del Asteroide.

Mairal desbroza Buenos Aires, elimina Argentina, desde su centro, los barrios del lunfardo, el microcentro, Rivadavia, el Obelisco, las calles arrasadas en un mapa de Buenos Aires que se traza como sacado de una secuela de Mad Max. Buenos Aires llena de ambientadores extraños, una muchacha que acude a su trabajo en uno de los grandes edificios de oficinas donde el producto, el negocio, es la riqueza y la pobreza. La metáfora es Ménem y su pelo teñido, los teléfonos móviles, las vacaciones en Miami, la paridad. Poco a poco la electricidad falla y el trabajo sigue siendo etéreo, entre las casas más alejadas del centro se filtran los monstruos como en “Aterrados” de Demián Rugna. La protagonista, un muchacha, bella novia de un idealista, como lo son todos los extraños de las novelas argentinas, se ve arrastrada hacia la muerte de todos los punks. Hay sangre en los lugares más inverosímiles, sangre en el cuello, sangre en las habitaciones donde se ocultaba Oswaldo Lamborguini.

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SUAVE BRUTA de ËDA DÍAZ (Airfono, 2024)

La música sin fronteras es uno de los últimos elementos nutritivos que queda en este mundo. No es globalización, son fotocopias y aburrimientos, demasiada velocidad pero sin tiempo para paladear la belleza. Por eso hay que saber tomar un momento de respiro. Escuchar a Ëda Díaz, con todos sus matices y ritmos, es uno de esos compromisos, del oyente con el artista, del artista con su público.

El disco se abre con “Nenita”, puro folk, con esa mirada al cielo de Violeta, a la electrónica de raíz, a escritoras de belleza narrativa como Marina Closs o Liliana Colanzi. Y utilizo páginas y cuentos, porque el animismo en el sur se mezcla con una melodía que mezcla tradición y modernidad. En ese amasijo de belleza, la candidez acústica nos asalta con guitarra criolla y caja de ritmos retro en “Lo dudo”, más un piano y unos dedos, percusión orgánica de club de jazz. Veneno y ron. Y el bombo de “Por si las moscas” va acompañado con notas de zumbidos sintéticos, como un canto de trepidación que se vuelve aséptico en “Olvidemos mañana”, menos de dos minutos, gemidos de garganta y, de nuevo, la percusión que sale desde el mismo corazón de la Tierra. En “Tiemblas” hay baile y hay recitado, sin contradicción. Estamos en el territorio de la cumbia, que puede ser hipnótica y con mensaje. Se acabaron el encajonamiento de otros tiempos.

Es que hay trap, es que no tengo lugares comunes para el vallenato, para el dance… y en “Dulce de mar” viene la parte de Nina Simone, el bolero que agrieta almas, donde acabamos todos por volver, contrabajo de alegría bajo la lluvia, como Andrea Echeverri, que es un río del que todos deberíamos beber al menos una vez en la vida. En lo profundo de lo urbano llega “Sabana y banano”, macarra y juguetona, de pereza lúbrica, bases sobre las que bailar despacio, cosquillas en zonas que se esconden como el jaguar en la jungla. La delicadeza minimalista de “Brisa” recuerda a lo más calmado de Silvana Estrada, donde la rítmica de orfidal y lágrimas mastica las palabras, como si se escurrieran hacia “Al pelo”, electrónica cochambrosa, un poco de Bomba Estéreo mezclada con los mejores momentos de aquel proyecto maravilloso que fue Pastora. Se acerca el final, suben las revoluciones, avisa el bombo a negras y llega Tutandé, como el momento de Marisa Monte cuando estaba en Tribalistas y las voces sintéticas sueñan con pistas de baile virtuales. El final Déjà vu, un poco de sabor, de sintonías abstractas… la señora, la señorita, vuelve a la Bruni o, más bien, a Jane Birkin, nos ofrece un poco del Barrio Latino pasado por los platos de un sound system averiado bajo los plataneros de un bosque que duerme.

High Priestess de Sarah McCoy (2023)

Editado por Gold Leaf Productions el nuevo disco de Sarah McCoy es un catálogo de joyas ocultas, una degustación de lo mejor que puede ofrecer una garganta curtida, una compositora magnífica, un producto orgánico que recorre décadas de historia de la música del alma. Escuchar Weaponize me como un extracto de pura épica noventera, donde las calles no tienen nombre, curvas donde el destello de la electricidad marca un camino hacia un Berlín desconocido en el que camina el fantasma de Juleel Cruise. O el salvajismo de Nina Simone, encurtidos y sustancias, Go Blind, espectro de Elvis -un disco de fantasmas y espectros, de espiritismo respetuoso-, girando a su alrededor, jugando con las programaciones y las palancas, palabras que preguntan: ¿Qué botón detendrá el mundo? ¿qué botón lo pondrá en marcha de nuevo?

Un tema como Take it all nos hace preguntarnos qué habrá sido de los coyotes, los pianos, Natalia Merchant o la Harris, aquellos versos en las paredes de los cuartos de motel en el desierto. Sé que me escuchas, Aline Kominsky-Crumb, sé que sigues buscando los discos de piedra, 76 r.p.m, bebiendo de la sangre de las hijas de Odetta. Un oráculo, Oracle, son tiempos oscuros, hay que buscar un lugar donde uno pueda sentirse seguro, que la huida sea una canción de cuna: todas las calles parecen intersecciones donde uno puede convocar a su demonio favorito, pedir consejos a Anita Lane, a sus sicarios, a los tiempos de las malas semillas que atrapan tu alma.

La fenetre te recuerda cómo los lobos entraron en París, se colocaron barreras y maderas claveteadas en las puertas de los garitos del Barrio Latino para seguir dentro la fiesta, pero no es excusa, no es fuerza, llama a la Piaf, llama al programador que escapó a Nueva Orleans: está con el Doctor John y Willy Deville fumando opio en una esquina tranquila. En Sorry for you nos queda la sensación de que el trip-hop ha vuelto, con acidez y rodajas de lima, disculpa por hacerte esperar, no sabía qué garganta pensabas utilizar para deslumbrarme: usaré la de los momentos especiales. Y un cierre como You are not alone, como un cielo que aplasta, levantamos los brazos y sostenemos el azul, con violines y piano. Belleza completa. Palabras para el final, palabras para el alimento.

Escuchar aquí

Algunas palabras sobre ESE VICIO DELICIOSO de KID CONGO POWERS con CHRIS CAMPION (LIBURUAK,2023)

Cómo puedes definir una vida como la de KID CONGO POWERS, cómo puedes vivir toda la cultura pop, la contracultura, el punk, el glam, la escritura gonzo, las revistas pulp, el metro, Los Ángeles, los grupos de soul de los cincuenta, con esos metales como agujas, esos gritos como si fueran vudú, la heroína, Blondie, John Waters, un, dos, tres… los Ramones. Todos están muertos y los que no, son fantasmas en el espejo que nadie quiere mirar.

Comenzando como todos, con anfetaminas y un fanzine. Negándose a entender el final de los setenta como el comienzo de las cajas de ritmo. Sobrevive el pantano, sobrevive para que todavía quede sangre para la Santa Muerte. Narcóticos y fiestas. Antes de que los chicanos adoren a El Santo, el muchacho buscaba amor entre los pantalones ajustados, entre los dedos pringosos del último disco auténticos de los Stones. No los nombraremos más. No habrá baterías programadas, no habrá más que el eje entre Los Ángeles-Londres-Berlín-Australia.

The Gun Club, con un Jeffrey Lee Pierce que nación para ser un ángel hinchado por el alcohol y los pinchazos, dos o tres dedos, no hace falta más. Los castillos hechos de arena y el ritmo de Hendrix, el ritmo, sí, no la guitarra. Solo aprender una canción, con una de Bob Diddley es suficiente. El que diga lo contrario miente. Mezclar a los Ramones con Blondie. Estar en una playa donde no hay olas. Punk de nueva ola, rockabilly, post punk… el libro, este libro, es una mixtape infinita, puedes elegir las canciones que va nombrando y montar una banda solo con los tres acordes que se repiten. No es pasión, no son permutaciones, es la realidad.

 

Lees “Ese vicio delicioso” y te das cuenta de que Kid Congo Powers estuvo en todos los sitios donde había que estar desde el final de los setenta hasta mediados de los noventa. Escuchas la versión acústica de Deanna de los Bad Seeds y es un espiritual que podrías escuchar en una Iglesia prohibida por la mayor parte de los cultos oficiales. Hablamos de un tipo que fue parte de la encarnación más salvaje de The Cramps, la que tocaba en frenopáticos y grababa sus propios discos piratas, la que estaba en una ciudad solitaria, la que se miraba al espejo cada día y soñaba con las huevas de mosca saliendo de dentro de su cuerpo. Si un día te llamara Lux Interior, si un día te llamara Poison Ivy… ¿Qué les dirías? Lo más seguro es que te arrancaras trozos de la piel y las pusieras a secar para tener las mejores cuerdas de guitarra del mundo.

O dormir sobre el cuerpo incorrupto de Santa Lydia Lunch y sus jóvenes acólitos, inventando el spoken word, donde las palabras están cubiertas de pintadas, cerveza caliente y chutas utilizadas en una espiral. Por el amor de Ivy, por el amor de una píldora haría lo que fuera. Casetes y Quaaludes como si fueran caramelos. Salir de The Cramps y que te fichen las malas semillas de Nick Cave.

Llegar a tiempo para salir en “El cielo sobre Berlín”, hacerte una glencha en el baño con tu ángel de la guardia. La elegancia de las bandas Australianas, capaces de no sudar en Río de Janeiro, de no mojarse en Londres y de pasar hambre en Berlín. El rastro de Berlín, tan cerca del Muro, tan colgados, que ninguno se dio cuenta de que había caído. Anita Lane, la mujer fatal, el hada madrina, carmín y más heroína. Cucarachas enojadas y hoteles de cinco estrellas. Mientras en la televisión triunfan unos tipos vestidos de pirata, Kid Congo Powers va de banda en banda, de habitación en habitación, haciendo de la distorsión y el psicobilly su único credo.

 

Tropicalismo de terror, tener el dinero justo para sobrevivir en los ochenta, la ropa usada siempre queda bien si uno está delgado por el consumo de sustancias. Eso sí que es honesto, eso sí que es brutal y, mientras, sueñas con dormir una noche sobre el piano de Nina Simone. Descubrir grupos de punk en Francia, México como una clínica barata de desintoxicación, grabar en el Hansa Estudio, girar y girar por Europa, todos pasados, todos de vino barato.

Es Kid Congo Powers el manual de instrucciones para entender la contracultura occidental… yo digo sí, yo digo que montemos una última fiesta de cumpleaños, que le robemos a la abuela su caja de vailium, que pensemos si Sally podrá volver a bailar alguna vez. El bigote queer de Kid Congo Powers podría enamorar a Lee Hazlewood. Entre John Coltrane y los Cholitos, imagina una percusión así, imagina a Odetta curando el VIH a los chicos que pedían y daban en la puerta del Viper Room.

«Solo puedo decir: si tienes quince años aún estás a tiempo, si tienes cuarenta y cinco, por lo menos léelo para saber lo que te perdiste. O igual no. Igual te lo montaste a tu manera. Siempre hay un barco que sobrevive a la tempestad. Si no no nos hubiéramos enterado de que había sucedido».

Al Voivodato (2022)/Al estrellato (2020) de Jabato

Con los dos últimos EP´s de Jabato entre las manos puedo estar bailando toda la noche. No necesito sustancias ni amigos, no necesito espacio ni luz, solo un viejo tocadiscos alemán sin adaptador de 45 r.p.m. Los Jabato hace power pop de vieja escuela, como unos viajeros en el tiempo que cayeran sentados en un tugurio con Micky y le regalaran un pollo de plástico para que lo usaran de micrófono. Como si Patrullero Mancuso estuvieran todavía con ganas de juerga o Doctor Explosión no tuvieran tanta.


De su EP más reciente, Al Voivodato! se abre con el bajo enérgico con el que se sostiene Todo el mundo se entona como canto generacional, sin resentimiento, más aburrido que enfadado, con estribillo para tatuarse y seguir hacia Soy una máquina, con la batería los coros de Marta Shannon regalándonos luz y una melodía exotérmica que une al Aviador Dro con el macarrismo de Algete. En la cara B abrimos con “Algo grande”, que podría haber salido de la pluma de <Fernando Arbex en la primera ola de Los Brincos, con percusiones yeyé y juegos vocales excelsos. La guitarra twang en el puente, más las palmas me llenan el estómago de mariposas. Y el cierre con Carballo, la carretera infinita, cruzamos los dedos si solo toca un tramo de nacional. Allí, Madrid-Carballo, y una sonrisa, aunque este mundo sea cruel.

Hace dos años apareció Al estrellato. Este pedía 33 r.p.m. Pues haré lo que me pidan, faltaría más. Aquí con un poco de ritmo ska se abría Insatisfecho. Lugares de vida, noches que se despistan, medio pollo que se pierde, de nuevo juegos vocales donde empasta la sección rítmica con el vocalista principal César, un poco de solo de guitarra, no hay que abusar y seguimos hacia Fandangos. De lo mejor que he escuchado en los últimos meses. No recordaba lo bien que sonaba la guitarra del comienzo, la letra más poética, con un toque existencial. Funciona con intensidad guitarrera sin sonar pesadamente indie. La española le da un aire que nos vuelve a llevar al Fernando Arbex más lúcido, un genio a la altura de Joaquín Torres cuando invitaba a Camilo Sesto a hacer los coros de El Niño Gusano. La cara B con Yayo yeyé, letra del poeta Camilo de Ory, segoviano y ser incisivo y molar. Situacionismo pop, coros de manual y un poco de la casa de la bomba, como un cementerio de vinilos. El cierre Me gustas tú, pronóstico reservado, redoxón (como La Costa Brava), unas rimas en consonante para hablar de lo que hay que hablar, el amor. Lo demás es cuestión de alegría y de besos. De baterías sonando a tope, guitarras sórdidas, puños en alto, ojos cerrados. Más volumen, pibes.

Clarividencia de Nudozurdo (Sonido Muchacho,2024)

En un día que se mezcla con una noche, en la habitación de un hotel que usa la hache de hospital, escucho lo nuevo de Nudozurdo, lo escucho arrinconado por el bajo mancuniano, el milagro de la humedad que no se puede arreglar, pido permiso para elegir Soledad / Clarividencia y empezar a hablar. Eran tiempos de ley seca y de química con receta, de coros bien masticados, de lágrimas que tienen un invierno en el desierto para llegar a la levísima dulzura de Carta A Nina, abrigados por la tinta que se derrama como lo hace la cera de una vela cuando atraviesas un pasillo. Leo Mateos es capaz de agitar un océano como lo haría la lluvia, un hambriento Poseidón que se alimenta de las últimas manzanas Golden de la temporada. Teclados y percusión son tejidas de manera perezosa hasta que aparece la amenazante Elvira / Santuario Combate, onda fría, en la guarida del gusano blanco está tocando «La pureza en tu voz» y hay algo de palidez heredada de los Alphaville ochenteros y los primeros Niños Mutantes, aquellos que apuraban aguijones de avispas. Un disco de desarrollo calmado, como en Bisontes Albinos, donde las canciones no tienen prisa por comenzar. Philip K. Dick aparece sonriente, montado y, como dice la letra, dispuesto a «organizar su propio linchamiento». Casi siete minutos para estar esnifando los restos de las naves que quedan en los anillos de Saturno. La ballena que atraviesa la urbanización, sedienta como un mutante salido de las páginas de John Cheever, aquellos días de Deerhunter o el baile acuático de Rodrigo Fresán con Rachel Goswell (mientras toca la pandereta) en Lo Que Ocultan Las Arizónicas.

Masticamos y masticamos, sorbemos «La isla del diablo», allí donde la sonata es liviana, una guitarra que repite el acorde, un ritmo orgánico, un sonido de teclados, un poco de orquestación, experimentos en el cielo. Se acerca una tormenta y todos están asustados: «¿Dónde está mi reloj?» Éramos jóvenes y teníamos un casio. También padres, teníamos padres. Crevillente / La industria del Sueño es un chispazo, aletargado y mirón, imitador, un vampiro que no quiere vivir para siempre, mira el ritmo avanzar hacia el centro de la Tierra. No vuelvas a repetir que es plana, el niño es hijo de la Dama de Elche y tú tocas en una banda de versiones de Pavement en un poblado de Tartesos, mientras pides a la gente que te acompañen con las palmas.

El cedé sigue y salta hasta Angel Genetics, un sencillo injertado en una de las curvas finales del camino, con los sintetizadores en modo Editors, casi pidiendo pista de baile, de esas que había al principio de siglo, donde Dorian y los demás podrían susurrar y tú pensabas que eso era disco, disco music. Todo está maquinado para ser cruel e imperfecto. En el vinilo las cosas terminan con Cripto Mundi, una balada de piano y voz que podría firmar perfectamente John Cale soñando con ser piel roja en una bruma de opio en mitad de Ámsterdam.

Si sigues buscando acabarás encontrando una bruja. Pero yo no estaré junto a ti. Hoy no. Hoy solo estoy descontando. Estoy esperando.