Cero en conducta: Diario de un profesor de matemáticas

Profesor de matemáticas en proyecto busca empleo que le deje cerca de la vida que soñó escuchando las canciones: 8 de enero de 2013: Cero en conducta de Señor Chinarro, One en la versión de Damian Rice, Three, two, one de Los Canarios (así hago doblete), Los cuatro muleros de los Pekenikes, Five get over excited de Housemartins (o los cinco en la versión de nuestro amigo Pecker. Once y seis de Fito Páez…siete veces gato de Surfin Bichos o Seven nation army de los White Stripes, Eight days a week de los Beatles y Riot in cell block#9 que cantanban los Robins en la banda sonora de Pink Flamingos…

Invierno de 1994: aparece el primer disco de Sr. Chinarro. No era la primera referencia del sello Acuarela, que ya habían publicado anteriormente unos cuantos EP´s y singles en vinilo, pero sí que era el primer cedé, la primera colección de canciones.Félix Romeo publicaba Dibujos animados. En el disco de Sr. Chinarro aparecía una versión narcótica de Leave me alone de New Order. Aquel libro de Félix hablaba de Zaragoza, una Zaragoza codificada por líneas brumosas. Hablaba de estar solo mientras los demás también están solos. Chinarro podría haber sido un personaje de Dibujos Animados. Podría haber cantado la banda sonora del libro, sobre todo esa versión de New Order: «Déjame solo / Déjame solo / aunque solo sea estos últimos días».

Del 6 al 12 de mayo de 2006 estuve en Guadalajara. Leíamos poemas y pinchamos canciones en un sitio que se llamaba Chinaski. Nos trataron de maravilla. Sergio me regaló un EP de Peret con Lo mato. Dos años más tarde Sergio murió y me marché a Pirineos Sur a salvar el duelo. Peret empezó con Lo mato. Nos acostamos muy tarde aquella noche en Guadalajara. La mayor parte de la conversación giró en torno a cómo hay que cobrar los bolos (en metálico, en un sobre, al acabar la prueba de sonido) y en los naúticos que llevaba Antonio Luque antes de dejarse barba.

16 de diciembre de 2010: Vi a Morente en Pirineos Sur hace unos años, con esa intensidad arterial que surgía de su garganta como espuma de vida incontenible, como fuego que purifica el aguardiente de los días. Cantó “Sacerdotes”, su voz amasaba los versos: ¿Quién te escribirá canciones de amor?, como un extracto apócrifo de “El cantar de los cantares”, pagano en su particular leyenda. Las palmas y el toque mezclados como el aullido de una caverna que alarga las horas para no permitir que la noche llegara a su fin. Sus discos son como un manual de instrucciones para entender el arte de la España cósmica que se empapa de raíces para construir un presente cabizbajo: San Juan de la Cruz, Picasso o elSr.Chinarro, todo ello bajo la alargada sombra del granadino. Mortecinas las lámparas de aceite, el aguacero de almas se acerca, protejámonos con la gasa púrpura de tu recuerdo, gracias por todo.

En aquel año 2003 me compré El ventrílocuo de sí mismo, el último disco de Sr. Chinarro en Acuarela. Es un gran disco, como todos los de Chinarro. Más luminoso en sus formas que en su fondo. Luque había construido a su alrededor una leyenda de desaliño y dejadez de la que le iba a costar salir en los años siguientes. Grababa mucho y todo era muy bueno. Era tan bueno componiendo como sacando de quicio a público, promotores, compañeros de banda y discográfica. La leyenda decía que trabajaba haciendo donuts. En el tema Los carteles, Luque decía una y otra vez: «Zeta, zeta, zeta». En aquel año 2003 vi en directo a la Costa Brava haciendo una versión de NH3 Light de Sr. Chinarro. La canción hablaba de Santillana, el delantero centro del Real Madrid que solamente tenía un riñón y aparecía en un disco llamado Cobre cuanto antes que había aparecido en Acuarela en el año 2002.

Noviembre de 2010: Paseamos con Isabel Bono por Málaga. Nos enseña, en una clase de mitomanía acelerada los lugares que inspiraron las canciones de Antonio Luque: martes, 26 abril 2011. Octavio me entrega con mucho misterio una caja de cerillas. Dice que la abra cuando él se vaya. La abro con cuidado. Dentro hay un caballito verde de plástico de los soldaditos de los sobres sorpresa. Pienso que debe de ser un mensaje, pero no sé cuál. Recogemos piedras y pensamos en darles color. Palabras y más palabras. en una casa invadida por el caos, bebiendo café y fumando demasiado, hace frío, mucho y la calefacción eléctrica no da para más.

11 de junio de 2011: Augusto Algueró representa como nadie el talento pop en España, talento de traje elegante y martini bien servido, de una España que se desperezaba en plena eclosión del Desarrollismo. Pienso en Algueró y sus gafas negras y en Adolfo Santiesteban, quizá más ácido, frente al piano, postulándose a la presidencia de la buena vida mucho antes que Sr.Chinarro. Pienso en los grandes compositores que evitaban la contracultura para componer tonadas inmortales: Antonio Carlos Jobim cantándoles a las chicas de la playa de Ipanema en el Brasil, Burt Bacharach responsable de uno de los cancioneros más fabulosos del mundo anglosajón o incluso, y éste más maldito, Sergé Gainsbourg escribiendo tonadas lúbricas para todas las actrices de la nueva ola en el país vecino. O rebuscar entre los créditos de los vinilos de Adriano Celentano y encontrar esa dupla maravillosa Mogol/Bella. 

27 de septiembre de 2012: Ana y yo vamos en el coche. Esperamos unos cuantos minutos, pero al final empieza. Los dos miramos el futuro con ganas de contar historias, ella mucho más, por eso escribe: Esta noche, en la Lata de Bombillas, a las 21.30 h. un conciertazo. Del último disco de Sr. Chinarro, «Presidente» me quedo con esta canción maravillosa, histórica y onírica (que incluso me atreví a incluir en una clase de historia medieval de 2º E.S.O.): Babieca Muy pegadiza…me encanta. «Mi espada era Tizona…y mi caballo Babieca, mi espada era Tizona, tú eras Doña Jimena…Más Babieca que yo aquí no hay»

En el año 1997 Acuarela publicó El porqué de mis peinados (luego lo reeditaría en el año 2001), el tercer LP de Sr. Chinarro. Fue mi primer disco de Chinarro. En El porqué de mis peinados la voz de Antonio Luque se mezclaba con Sandra. Me imaginaba a Chinarro como un oscuro sucedáneo de Corcobado, vampírico y con barba, pero aquel disco y uno de los conciertos que dio en Radio 3 grabado en una TDK de 60 minutos, me volvió a poner del revés la cabeza. Había escuchado por primera vez a Sr. Chinarro en un tributo a la movida madrileña, Amigos de lo ajeno (Pussycats Records, 1997), en el que hacía una versión psicótica de Han caído los dos de Radio Futura. Vuelvo a escuchar cuando canta en A la luz de dos velas aquello de «Mirando las ventas se quema el colchón / Capitán Cavernícola» y vuelvo a Dibujos animados. También el sonido del teclado afónico de Tu casa o la mía, las rimas imposibles, Gómez de la Serna, los relojes de arena y el sample de Ritmo de la noche. Lavabos sucios, cuchillas de afeitar calientes.

30 de marzo de 2013: Éramos jóvenes y una tarde en el Fantasma de los Ojos Azules (el nuevo, no éramos tan jóvenes) hablaba con Sebas Puente de Remonto y del Señor Chinarro…hablábamos de Señor Chinarro con la esperanza de las minorías: hoy abre el disco con Campos de Marte y los guiños ya no me impiden cerrar los ojos, hay suficiente luz. Esa apertura ripiosa (con sonrisa) y abierta me recuerda al nuevo Luque, armado de fuego para apagar los incendios.

¿El final del diario? En el Porqué de mis peinados estaba Quiromántico y eso sigue poniéndome dura el alma. Imaginaba a Sr. Chinarro con las barbas del Capitán Cavernícola. En las imágenes de los conciertos de Radio 3 parecía más bien un empleado de banca. Un poco gordo, incluso. Hay una canción de El Porqué de mis peinados, se llama Diario de Pitágoras: «Unas cervezas, dos en el tren, tres en el coche, mira qué bien. / Decimos adiós a los guardias civiles que nos vigilan al salir de las Ventas». Me recuerda al viaje de Torosantos y Dalila Love por las carreteras de los Monegros en Discothèque de Félix Romeo tiene algo de realismo mágico baturro, es sórdido pero creíble, amoroso y apestoso, como si en la rima consonante uno encontrara la salvación.

Más adelante: Una reseña y una entrevista con Reality Show

Y Salem´s Lot.

Pombero de Marina Closs (Páginas de Espuma, 2023)

Los cuentos de Pombero de Marina Closs son intrigantes, mágicos, distantes. Historias de mujeres mágicas, de terruños alejados del mar, ahogados en lágrimas y tiempo. Los dos primeros cuentos son muy potentes, Si yo fuera alguien (Pombero) es un disparo al corazón del folklore, una mentira de sangre, una niñez de árbol, las marejadas que traen las pesadillas, el buen ladrón, el monstruo amable. ¿Quién es el que trae el terror? ¿El cazador o el cazado? Y el segundo No sería (Dunka), produce un estremecimiento, un extrañismo, algo para lo que no estás preparado. Una entidad, femenina y descubierta, que es un demiurgo entre la infancia fallida y la acelerante adolescencia, sacada a la fuerza, con la gasolina del placer, hacia un camino misterioso, donde la tradición es sexo y mestizaje.

En Esto (jabalís) los animales, los ñandús se reproducen sin almanaque y somos depositarios de una historia negra, leyenda mestiza, blancos y peste, desde Salta. La estrella azul, hacia el interior: frío y calor, fiebre y viruela. No vengan al hospital sin zapatos, les piden. Simplicidad neurótica de un adanismos que se aplana. El Evangelio como una tormenta sin ángeles, luz contra la penicilina, luna y entres diía solo quedará tierra, piedras y muerte. Di que sí, di que la misión anglicana será la solución. Ministerio del indio. Yo te bendigo. Nunca y tampoco (María das Luzes) marcha hacia Brasil donde le poder del cuerpo es más potente que cualquier campo magnético, donde la obsolescencia de la aguja hace que no se distinga con facilidad el Polo Norte del Polo Sur. Casarse. Pero antes, maestra. Y sí, un desliz más de la simiente. La docencia, los niños que se confunden en un sexo que es inocente pero sigue siendo sexo. Es una semilla que se pudre, una fertilidad antigua y promiscua. Un pelo de bruja delicado y ausente. Solo se salvará con la Macumba. Olvida los antibióticos o la psicología. Ni apretando con la bat macumba, con el tropicalismo, se podrá sujetar lo que mancha, no ha nacido otro muchacho que aquel que es ajeno.

Lo otro (Rosita uñas negras): la cara y el maquillaje, la máscara: «Dormir da la sensación de que se van a morir». Escribo con el corazón delicado de mi padre, que todo lo sobrevuela, a veces me salto páginas que pienso van a detener el tiempo, escribo dudando sobre cuándo va a llegar el momento. Los días los paso en su casa, las noches más bien, me levanto y escucho su respiración y duermo. Olvido mi muerte como si la enfermedad fuera detrás del olor más apetitoso. Mate, aspirina y tabaco. Mi padre pedía agua de colonia en la cama del hospital para peinarse los pocos cabellos que le quedan. Cáncer y tabaco. Que la muerte te sorprenda sola, que lo haga acompañado, voces y recuerdos, las miserias del descanso. Bajar los puentes, desciende la guardia, ella y su cuerpo. Si la muerte llegara: ¿sería con un disfraz o con la luz más intensa? Le pregunta a la madre. ¿Qué es lo que no hiciste? ¿Qué deudas estoy pagando ahora? El hombre que es mujer necesita comprar cabello y la muerte acecha, manda cáncer y manda cocheros a por pelucas. Mi Paquita. (Hacerle la peluca a un cáncer) Es muy poco narrativo: los asuntos se repiten, suceden en bloque, un mundo de trascendencia y olvidos, demasiadas cosas que solo se suponen. La familia, una vecina, un perro, leer a Jorge Edwards. Ese saber de tiempo detenido tan propio de Latinoamérica. ¿Por qué de Alfonso no te quedaste Alfonsina? Que cuando estaba acostada con otro varón en la cama se escuchaban, solapados, dos furiosos aullidos de hombres. Una se puede morir con la cabeza calva y se puede morir con pelucas, con los cigarrillos intactos o partidos uno a uno. Nada importa si, al final, acabas por morirte.

Quizá mejor (Suzumushi): salones vacíos, sabores de flores, fuera y dentro, la masajista japonesa perdida en mitad de insectos y plantas, como una amanuense de las amapolas y madrevíboras. El pasado es un sueño. Japón llega con su padre y su abuela. Cuando las agujas son sangre y son roce, acaba llegando la mano hasta el sexo y todo se mezcla. La soledad y el sueño. Un jardín, un chófer, una adivinanza, ¿Qué país es este? Casi nadie (La bella Marioka): la abuela, otra abuela, la soledad, la pared, todo se apaga, lo más básico de ser humano, la rueda, la abuela mide la belleza y la oculta, como si fuera un peligro o una mentira. Como en uno de esos cuentos del principio la autora captura el amor como si fuera un animal salvaje. Por sorpresa. Joven o viudo. ¿Qué importa? Vendrá el Rey de Polonia como en un cuento e, hipnotizado, se dejará llevar por la magia tras las vendas.

«Canciones Inexplicables 2001-2009» de Nacho Vegas (Limbo Starr, 2023)-segunda parte-

Y seguimos, en la cara B. O en la segunda parte. Veinte años o menos.

Seronda: el zumbido sintético. Ya avisaba, ya tenía algo de duermevela. Ya había algo de leyenda impregando la melodía. Os conté que tenía una vela puesta a Sergio Algora. En el primer disco. El disco que guardo, el disco que tengo. El disco que no recuerdo haber comprado. Reitero lo de la desesperación y disculpen la tristeza. No son los mejores días, como si esperases una tormenta de confetti y no cayeran mas que chuzos de estío del cielo. No miréis el cielo: si existen los milagros habrá pocos y si no hay seguro que no nos toca ninguno, no nos los merecemos. Tengo el primer disco de Nacho Vegas. Pero lo compré más tarde. Lo grabé. Pirata. Pirata como todos los de la época. Solo compraba EP´s y rarezas. Me alimentaba de golosinas. Y Nacho las repartía con gusto. En el silencio de una habitación llena, químicamente pura, escuché Actos Inexplicables. Nacho Vegas le daba lustre la canción de autor en España, llevándola al lado eléctrico y rockero que necesitaba, narcótico y tendencioso, en los lugares comunes de lo oscuro.

Ocho y medio: ¿Es ocho y medio el nombre de un bar? Nitsta en Barcelona y otras en Madrid. Me gustaba cuando hablaba Nacho, Nachete, de los años de telepollo. Comer techo. Pero es demasiado tranquilo. En abril de 2005 aparecía mis primeros libros de poemas. Y estaba atrapado en un laboratorio. ¿A qué le dabas, Octavio? No sé, no lo recuerdo. Quizá antidepresivos y cocaína. Ya habrían prohibido el katovit. Esos arpegios sencillos de guitarra, mínimos. Compré la edición en vinilo una década después. Colchones y techos. Anestesia y pereza. ¿Recuerdas a Jota con «Línea 1»? Sorprende la inclusión de este tema que termina entre miedo y unas armónicas.

Hablando de Marlén: una de esas caras B que Nacho Vegas regalaba, golosinas para la colección. En aquel EP en vinilo, que guardo en casa, que estuvo en la segunda casa de mi vida, no en la primera, ¿recuerdas la botella en el suelo? Sí. Recuerdo que se rompió. Asocio aquel vinilo a Félix Romeo. Porque la portada ponía bien claro: «Esto no es una salida». Septiembre y octubre de 2005. Sigo escribiendo poemas. Pero Félix me lo explica: el título tiene que ver con Bret Easton Ellis. El libro era «Lunar Park». No es de mis favoritos. ¿Eres experto en Bret Easton Ellis? Soy experto en Félix Romeo y en la generación que quiso entender la literatura de una manera distinta. Y el vinilo y la portada, y las noches dormido con orfidal, compartido con Sergio, con ganas de seguir. En aquel hotel de la portada había más Stephen King que Ellis, más, en realidad de Stanley Kubrick y Jack Nicholson. Mi padre ve «Doctor Sueño» mientras escribo este artículo. Todo está conectado. Compré «Lunar Park» porque me lo dijo Félix, porque mi padre, mi papá, no sé el porqué, apareció un día por casa, por su casa, cuando era nuestra casa, con un ejemplar de «Los confidentes». Compré el vinilo, el EP de Nacho, porque, al final, en aquella época, ya sabía que el coleccionismo es más grande que la vida. Pero hemos hablado mucho de todo aquello. Y mi padre, mi padre tuvo la misma enfermedad que mató a Sergio Algora. Y mi padre está viendo películas mientras lo cuido, noche tras noche. Hoy escribo. No sé qué pasará cuando este artículo esté en la red. No cambiaré ni una palabra. Porque sin mi padre no habría NADA.

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«Canciones Inexplicables 2001-2009» de Nacho Vegas (Limbo Starr, 2023)-primera parte-

No se puede medir el tiempo en canciones. Pero lo intentamos. Miro a mi alrededor. La química sigue. Es distinta. Los abrazos han envejecido, los abrazos han rejuvenecido. Ya no somos inconscientes y eso nos asusta. Pero siempre quedará Nacho Vegas. Para darnos cuenta de que fue grande. De que nos hizo sentir mejor. De que, con él y con Limbo Starr, volvimos a creer en el pop, en la poesía, en el instante detenido. ¿Te lo creíste entonces? SÍ. No voy a mentir. Nacho Vegas fue el comienzo del siglo. Fue el humor y la toxicidad, la risa y el humo. Luego, después, no es su problema, ni el tuyo. Por eso encontrarme este recopilatorio (valiente y con un punto de fan aleatorio) me ha llevado a lugares donde no recordaba haber estado. Pero cuando he regresado, me he dado cuenta de que estuve muy bien.

Estas son las canciones. Estos son los recortes. Esta es parte de la vida. «Canciones Inexplicables 2001-2009» de Nacho Vegas

En la sed mortal: abrir el recopilatorio con el piano, con el susurro de los mosquitos. Ya os lo he contado. O quizá no, han pasado muchos años. La letanía me llegaba hasta ponerme el alma tan dura que no sabría explicarlo. Porque veníamos de pensar que Nacho Vegas iba a ser el mesías y, además, entregaba como los grandes, un disco doble. Porque se le caían las chutas, la plata, las cuerdas sin afinar, porque se le caían las canciones. Esperábamos a Nacho Vegas, quería saciarnos de vida al límite, estúpidos prototipos de alcohólicos, fanzineros con vocación de funcionarios. En el número 8 de Confesiones de Margot, Alberto Navajas firmaba una entrevista con él, acababa de aparecer Miedo al zumbido de los mosquitos, donde el órgano se colaba, el hammond que era más de Jacques Brel que de Gram Parsons. No sé si eran las escaleras del Morrison o las de la taberna Alice Kyteler, pero sí que fue El Pibe Daniel el que me pasó los dos cedés, tostados. La letra de Dani, el Pibe Daniel, el gran pinchadiscos. Excesivo, así, sin más. 2002. No sé si había vuelto ya de Buenos Aires o estaba por marcharme. No creo que sea importante. Sí que había conocido la plata en las manos temblorosas de Andrés Calamaro, El salmón tenía dos años y Honestidad Brutal alguno más.

Que te vaya bien, Miss Carrusel: todo comenzó con Patricia. Pati, que era la que estaba en la vanguardia, ella sabía. Ella me dijo: «escucha, escucha esto, Octavio». Y la mandolina de la señorita Carrusel. La versión de Fare Thee Well, Miss Carrusel de Townes Van Zandt. Yo tenía que irme, tenía que huir, se había acabado la fe, no había nada, se había evaporado Ray Loriga. Leíamos a Barry Gifford. No, en realidad yo leía a Gifford, leía «Gente nocturna» en la edición de Plaza y Janés, en la serie Mayor. Sí, la de tapa dura, la tapa negra, la de Loriga, Prado y Romero. Pero qué tiene que ver Van Zadt con Gifford.

Tiene que ver con que me compré “Seis canciones desde el norte” donde Barry Gifford surgía en toda su plenitud, después de Miss Carrousel llegaba Baby Cat Face. Fuimos a verlo con Irene Tremblay (Aroah) de telonera en La Casa del Loco el 30 de noviembre de 2001. Fui con los Margot. Lo vi tocar en su primera gira, fascinado por su narrativa, por su actitud hiératica y trascental. Supongo que estábamos todos atiborrados de malditismo, de Nueva Orleans, tú y yo. Veníamos, permítanme la enumeración, de las botas de piel de serpiente, de las chupas de cuero y el último tupé de Nicolas Cage en «Corazón salvaje», venía de comprarme el cedé y de escuchar Baby Please Don’t Go de los Them en la voz de Van Morrison, veníamos de David Lynch y Baladamenti.

«Pero también veníamos (o venía) de «Perdita Durango» dirigida por Álex de la Iglesia, con Romeo «El santero» (aún no estaba Martín Mantra en mi vida) y con Rosie Pérez haciendo de Perdita. Isabella Rossellini y Rosie Pérez eran, a la vez, Perdita Durango y, a pesar de todo, el mundo parecía tener sentido. Y con Screamin’ Jay Hawkins. Como había estado Harry Dean Stanton en «Corazón Salvaje», después de recorrer el desierto desde París hasta Texas. Pero también, y esto prometo que es lo último, compré en un VIPS, sí, en un VIPS, la biografía de Jack Kerouac escrita por Barry Gifford. Estábamos en el alambre y parecía que, esta vez, Nacho Vegas sería el encargado de darnos el empujón».

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Algunas palabras sobre Arrowsmith de Kurt Busiek y Carlos Pacheco (DOLMEN, 2023)

La edición de la obra cumbre de la dupla Busiek&Pacheco por parte de DOLMEN es un tributo a la belleza, una deuda saldada con uno de los ilustradores de nuestra vida, el tristemente desaparecido Carlos Pacheco. DOLMEN nos ofrece, en dos entregas, los volúmenes I (“Tan elegantes con sus bonitos uniformes”) y el II (“Tras las líneas enemigas”) de una de las distopías más hermosas e intrigantes de la cultura pop occidental.

DOLMEN nos regala una historia que parte de un punto de ruptura curioso: la Paz de Carlomagno, donde las fuerzas mágicas del mundo se hacen presentes y se integran, en mayor o menor medida, en las distintas sociedades y naciones de la Tierra. A partir de ahí, la divergencia con nuestra línea temporal aumenta con las décadas, con guiños perennes, con recordatorios de los potenciales What if? Y, aunque solo sea por Pacheco, unas atractivas miguitas sobre la naturaleza de la ordenación política en la Península Ibérica. Decir que el mapa que aparece en las primeras páginas de los dos volúmenes podría ser el potencial queroseno de miles de elucubraciones es quedarse corto… Albión y Columbia, Imperios que van y vienen… todo allí, todo perdido, todo detenido en el tiempo tras el fallecimiento de Carlos Pacheco.

Belleza artúrica (nunca es casualidad que uno esté leyendo los últimos tomos del Hellboy de Mignola estos días), el Cáliz Sagrado (que abunda por nuestra geografía, cada uno más falso que el anterior), Columbia y una historia de amor entre el soldado y la enfermera, en la mejor tradición de la narrativa de mediados del siglo pasado. El tebeo nos coloca en un tiempo y un lugar concreto: lo que sería la I Guerra Mundial en nuestra línea temporal, pero aquí, ambos bandos están apoyados por distintas razas y fuerzas de carácter sobrenatural. Recorrer el mapa con el dedo, la valija de piedras preciosas, los materiales que hacen fluir las energías, conocer una precuela, imaginar la penicilina enfrentada a la magia¿Qué lugar ocupa el cristianismo en este mundo donde lo pagano se ha hecho verdaderamente carne? Todo es parte de este enfrentamiento, grises por doquier, fuerzas aéreas, vampirismo, licantropía, tabernas, el punto infernal (y vuelvo a Mignola) que siempre se le añade a los ejércitos de Prusia, de la gran Alemania, ¿y Hitler?

No parece casualidad que se elija ese momento para comenzar la narración: es inevitable volver a Tolkien, soldado y escritor, que construyó su Universo personal tras haber pasado en el 11.º Batallón de Servicio de los Fusileros de Lancashire donde sirvió como oficial de comunicaciones en la batalla del Somme en Francia en 1916 con la Fuerza Expedicionaria Británica. Tolkien soñó con elfos y enanos, Tolkien creó la versión contemporánea de los dragones mientras superaba la “Fiebre de las trincheras”. Y todos nosotros, todos los que nos acercamos a Arrowsmith, venimos con Tolkien bien leído.

Leo la historia y pienso en la última reinterpretación de la I Guerra Mundial en la película SOLO, ambientada en el universo de la Guerra de las Galaxias. Sí, allí el Imperio Galáctico se enfanga (nunca mejor dicho) en una batalla en el planeta Mimban contra los insurgentes locales y el mítico Han Solo acude, como soldado raso, a combatir en una lucha de trincheras que, si uno recupera el arte de la película, verá cómo se construye a partir de un mundo donde la más alta tecnología se junta con el barro y los vapores tóxicos.

«Es fundamental para entender el libro (sobre todo la segunda parte) el concepto las líneas magnéticas que recorren el mundo, el folklore convertido en energía mágica, el dolor cuando uno es apartado de su lugar… es bello y es intenso. Es sumergirse en un estadio ajeno de belicismo, de sociedad… porque uno de los temas fundamentales de Arrowsmith es el racismo. Sí, no solo en la parte de los distintos colores de piel entre los humanos, no: Busiek y Pacheco aumentaron todas las opciones de odio al introducir nuevas razas en la ecuación».

El final del segundo tomo nos deja con la miel en los labios. La muerte de Carlos Pacheco, el mito que alimentó a los jóvenes lectores de Fórum en los años ochenta, dejó la historia inconclusa. Yo, personalmente, prefiero pensar que dejó un mundo abierto para que cada uno construyera su final o diera forma a nuevas historias con las viejas reglas. Son postales pintadas con los mismos colores que se usan para los sueños. Pacheco y su obra, inmortal, alcanza un estadio superior en estos dos tomos.

Al final, cuando cierras la última página, contemplas el penúltimo boceto, piensas en aquellas grapas de Clásicos Marvel, portadas a 150 pesetas o en la edición de “Siempre Vengadores” y no puedes evitar emocionarte.

Porque uno puede asumir el paso del tiempo, saber que la magia se esfuma y acaba, pero a uno siempre le gustaría que genios como Pacheco nos siguieran acompañando en el viaje, que mantuvieran la llama de la ilusión encendida. Bello y más bello. Nutritivo y pasional. No se puede pedir más. Bueno, sí, que DOLMEN ha editado una imprescindible recopilación de esos años de Carlos Pacheco en Fórum y que si tienes como yo los años suficientes para haber vibrado con Italia 90 y la saga Inferno, te encantará.

Canciones de amor de Isasa (Repetidor, 2023)

Solo un sello como Repetidor se atrevería a un gesto de belleza pura, una grabación de guitarra, de nylon destilado. Escapando al sistema decimal, nueve canciones, abriendo con Aigua, descarado arpegio en un tiempo controlado. Música ambiental y orgánica, música de calefacción y carbón pobre, intenso, casi nutricio en «Berenjenas rellenas», voces ausentes, como raspadas contra el suelo y que se congelan por cinco duros ganados a unos críos al gilé, nada más en «De Lajares a Coferte«, tema dedicado a su compañero de discográfica, Fajardo. Como si el verdadero nombre se ausentara en la grabación, como si las guitarras superpuestas vinieran traídas por un viento benigno, hay más de siete minutos en «Carta a mi joven yo» que, muda melodía, es como una playa en el invierno austral, acelerada por un niño que no sabe que existe Luis Alberto Spinetta, pero lo intuye, un Nick Drake de ojos bizqueantes, que no quiere mirar al sol, solo disfrutarlo. Es de un minimalismo nada forzado, como el sabor del agua fresca tomada directamente de la piedra, del comienzo de todo, como un confeti de estrellas que en cada acorde de «Firmamento», auscultan el pecho del gigante sobre el que vivimos, uno que duerme bajo la nana del metal, la máquina, la música. Es el único instante en el que la distorsión aleja la pureza, donde las cuerdas tañen como en una percusión improvisada, en un eco.

Hablé con el productor de las legañas, el hombre con cara de sueño, no hablé, solo le escribí para darle la enhorabuena, no contestó, da igual, estamos en esto por el sueño perfecto que nos ofrece «Nana alicantina», con unos susurros que parecen humanos durante un instante. ¿Quién ofrece sus oídos para recibirlos? Había algo, lo encontré entre la letra pequeña: autoarpa de Lorena Álvarez, la voz de Trice, los sintetizadores y el piano del productor Carasueño. La cáscara es el recuerdo de la semilla, así el «Pistachito» tiene un fulgor eléctrico, casi un destape sucinto, un fundido a gris contra la pared de la colmena, como un esbozo de banda sonora que discurre, ciega, camino de una vida dócil, una ciudad minada a la espera del «Primer amor», como esos primeros acordes que no distinguen de afinación o apasionamiento. La luz es el principio del fuego y la edad, un ábaco para asegurar la llegada del olvido: un disco evocador que termina con menos de tres minutos de «Zoe», un disco que es como la noche, que acumula todo lo que miras, todo lo escuchas, hasta hacer que se construya el horizonte.

Algunas palabras sobre Sombras en la bajamar de José Luis Rodríguez García

Es muy complicado adentrarse en un libro póstumo, más todavía si se trata de un autor polifacético, un verdadero amanuense de la palabra escrita como José Luis Rodríguez García.Editado por Comuniter, quizá lo único que salve al lector sea la belleza intrínseca que acompaña la sencillez de la historia. José Luis Rodríguez García se despidió de la literatura creando su propio paraíso, sus Islas Marquesas, allí donde la playa descansa en invierno y la espuma de las olas es ceniza del penúltimo cigarrillo. “Sombras en la bajamar” es un libro de adioses, una historia que transcurre en la parte de atrás de los lugares destinados al turismo, esos espacios desconocidos para el visitante, allí donde sobreviven los oficios básicos, donde crecen los jóvenes, donde los yonquis se intoxican y los camareros descansan entre turno y turno. Mientras uno lee la historia va tomando notas, anotaciones entre las líneas de su autor. Un personaje principal, huido de su propia existencia, acumulando olvido como su padre acumula colecciones y novelas inéditas, un protagonista que habla de farmacéuticas obesas que se llevan al límite con la gula como su amante lo hace con los narcóticos. Durante un instante enhebro un par de ideas sobre el existencialismo en el siglo XXI para escapar hacia delante, dejarme atrapar por la lírica de los más básico: arena de playa, empleos agotadores, rostros que se intercambian.

Siniestros personajes que son paracaidistas en la localidad; cigarrillo en la comisura de los labios, whisky y soledad. Vidal, el otro foco de la novela, no necesita bañarse en el agua del mar. Su lugar es el lugar donde el tiempo se termina. Y recibe la visita de su hija, icono de sensualidad, y de su mujer, ejemplo de elegancia. Es como si José Luis Rodríguez García quisiera atrapar en ámbar las piernas de la Nouvelle Vague y los peinados del Free cinema entre los diamantes enterrados en sus recuerdos.

«Pienso en mis abuelos, a finales de los sesenta, de los primeros veraneantes en Salou. Habitando su bungalow desde el comienzo de la Semana Santa hasta el final de las fiestas del Pilar. Ellos contemplaban el círculo de la vida en el pueblo de la costa, cuando se apagan las luces de las ferias, se encienden las estufas de gas y los trenes reducen su frecuencia en la estación».

Un poco de belleza se escapa entre las rendijas, aquel Carmine Falcone de “El largo Halloween” de Joseph Loe y sus hija y toda la galería de sospechosos en azules y negro. Ese es el color de “Sombras en la bajamar”, donde la muerte es un estadio, lo que hay después del postre y la copa, cuando ya no hay problema para reservar mesa en el restaurante italiano donde trabaja el protagonista. Un ciego que vende cupones y cabalga en un caballo blanco. Sabe de su color por la forma en la que trota. Porque José Luis Rodríguez García era poeta y filósofo. Su manera de estudiar la vida tenía mucho de lírica. Así que los ojos de Vidal tenían que ser azules. Como los de Geoffrey Firmin en “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry. Y los del protagonista recuerdan a los de Arturo, una de las sombras de “Al final de la noche”, una de las mejores novelas de José Luis Rodríguez García. El final de la noche está en el mismo lugar donde se erige la playa de “Sombras en la bajamar”. Y el ciego pregunta: ¿De qué color es la sombra? Piensa en sombra y en luna, pero no hay nada de eso, todo lo cubre la niebla. Escribe el autor: “Lo que se pierde jamás se recupera/es como estornudar/todo se va al carajo”.

La novela juega con algunas referencias pulp, como si quisiera despedirse con un toque ligeramente gamberro: Roberto Alcázar, Portugal, la ambientación de la novela fallida de Ray LorigaZa Za, emperador de Ibiza”, Orson Welles, Jim Morrison o Babe Ruth. O esa afición por el coleccionismo que aparece, como un siluro curioso, cada cierto número de páginas.

Ya he hablado de la espuma de las olas invernales, como resto de la tos de las sirenas enfermas. Una sucesión de nombres de mujer. Recuerdos. Todos quieren huir, al Brasil, a Nueva York, a Barcelona, a Buenos Aires. Vidas infrautilizadas, almas a las que se les acaba la batería y sus cargadores están estropeados. Un tiro en la cabeza, los personajes de Samuel Beckett en “Final de partida”, enterrados en la arena de la playa, dentro de sus toneles.

El Mediterráneo cierra. Cerró hace quince años, como Vidal, como un número de teléfono que la compañía ha cortado. La muerte y el final del verano. Todo es un suicidio, pero también un recuerdo. El ámbar. Como la otra sombra de “Al final de la noche”, como las “Sombras en la bajamar”. Un maestro que se marchó dejando este pequeño tesoro que, ahora, como el Rodrigo Fresán de Canciones Tristes, nos permite visitarlo una y otra vez al leer el libro. Cito, para terminar: “Es lo bueno de las huellas/en la nieve./Terminan por desaparecer”.

Algunas palabras sobre Tu piel es la galaxia de Jose Domingo (Autsaider Cómics,2022)

Fotonovela y disco. Instantáneas y canciones con ritmos de Corosimo y los Saicos. No se puede pedir más. Editado por Autsider Cómics, uno se encuentra en plenos setenta, cuando la Teoría de Conjuntos quería explicarlo todo y acabó siendo fragmentos analógicos con los que montar videoclips caseros. Un espejo, la soledad, el vacío, la filmación, una versión aséptica de «Doble cuerpo», películas de Andy Warhol, metraje y más metraje recopilado por Morrissey. Paul, claro. Un Super 8 en mitad de la habitación. Recuerdos del futuro.

En la calle dejarse atrapar es una vulgaridad, desmenuzar tu rostro como si fuera una manera de recoger los restos del tiempo: los edificios vuelven a ser colmenas pequeñas donde poder mirarte, esconderte, buscar el reflejo en los agresivos mutados que se esconden tras las ventanas de una ciudad que siempre está durmiendo. Y escuchas las canciones, escuchas «Tu piel es la galaxia» y te das cuenta de la belleza que ha construido Jose Domingo. Una fotonovela que desmenuza tu rostro, un sentir que cada acción que realizas es única. Fotonovela de plata, de extraterrestres sacados de una década perdida y devueltos, con el sonido de violines, al interior de una historia del Dr. Alderete. Cómo suena la guitarra, el fuzz, el pedal, la psicodelia andina.

Y si el disfraz ya no asusta y si mi aspecto no hace cambiar a la gente de acera, abandonar el vagón, moverse de su asiento… entonces no has logrado tu objetivo. Un libro, una fotonovela, un bolero, todo es tan sugerente que emociona. Con esa sensación de lejanía, de momento íntimo, «Todo lo que dices está bien», claro. Las fotos son ambientes detenidos, urbanidad infame, construcciones y arquitectura olvidada.

«¿El albergue de un maniquí abandonado es un escaparate encendido toda la noche en una tienda de ropa en mitad de los ochenta? ¿Sigue sucediendo eso en las ciudades? La luz no parpadea».

Pienso en Javier y en Antxon, en Helena, pienso en los miniaturistas, en Brian Duffy, artistas de la foto fija, del negativo, de la película comprada y a punto de caducar.

«Fue entonces cuando descubrí que mi sombra tenía miedo. Tenía dedos de plata, como en la canción de «La luz». Vértigo y altura, ¿y si la sombra está asustada? ¿La vas a dejar atrás? No, salta con ella. ¿Dónde está el agua? Solo veo los antiguos coche que circulan por la ciudad de la furia».

Matemáticas y simetría. Urbanismo euclídeo. Ya he hablado de eso antes. Paz, celdillas encendidas, televisor sin antena, electrones chocando contra la pantalla, canales olvidadas al final de la numeración que marca el mando a distancia. Rostros de almas muertas que se superponen en esta fiesta de los maniquíes. Si los miras directamente dejarán de bailar.

Separación de cuerpo y perplejidad, separación de alma y carne, de tiempo y espacio, ¿qué segundo atrapa el instante entre hoy y mañana?

«Quizá al dormir escapes. Eliges no vivir, pero no quieres la muerte, así que solamente te queda el sueño. Dormir y soñar es un estadio parejo, cercano al salto, a destrozar el vidrio del espejo. ¿Me sigues? Luces de reflejo, tú, el que está ahí, ¿eres feliz? ¿Y tus padres? ¿Siguen vivos? ¿Les hablarías de mí? Me vale cualquiera de los recuerdos que tengas».

La estética de Holy Motors de Leos Carax. Un instante. No pido más. La zona intermedia de Berlín, el futuro con el que soñaba Ian Curtis, el papel albal, David Lynch en su asignatura de astronomía acústica. La canción «Aguas».

Un fugaz recuerdo de la peluca y las gafas de sol. El papel, sí, ahora lo recuerdo, la canción de Charly García, «Plateado sobre plateado». Volvemos al principio. Candy Darling envolviendo en plata las paredes de la Factory. Píldoras y más píldoras. ¿Y si ellos eran quienes queríamos ser? Estoy en una ciudad construida a base de los sueños de otras ciudades, de los restos que se derrumbaron y nadie recogió.

Ellos llaman y yo, hago fotos de los libros que nadie entiende. Televisión, esquinas, recuerdos de la geometría aprendida en una parada de autobús escolar. Medicación. ¿Sueños, sonidos? ¿Son los mismos en equilibrio o se desplazó la química? Fotonovelas que «Pintan calaveras». Restos revelados en lugares perdidos. Sonidos en cintas analógicas cuando las llamadas se hacían en alta fidelidad.

Mi padre en la UCI, su corazón, Richard Feynman explicando los misterios del mundo con un lápiz del número dos y unas hojas de papel amarillo. ¿Recuerdas de lo que hablamos al principio? No era rebeldía, ni nigromántico, ni folklórico. La conquista del espacio. Ellos usaron un número exacto. Necesario. Ellos nos tenían el cariño de la imitación. Uno por uno. Ahora, que se nos separan, descubrimos que el sol, la luna, la noche y el día, todo les obedece. Solo nos queda escapar bajo el mar.

Manual de estilo de Camellos (2022)

Camellos son la esencia pura de la calle, de la pandemia que abusa del más débil, atrapados en la memoria de un septiembre que nunca llegará, cantan con Josele Santigo en el tema que abre el LP, el magnífico «Cambios de humor«, autos de choque con monedas de cinco duros, antes lo evitaba, ahora lo busco. Me estoy adelantando. Pero hay problemas que uno no puede tener, si llega «La hora llorar«; mejor que te pillen las plataformas que se dejaron los Stukas la última vez que se pasaron por el piso de Cuatro Caminos, un libro de Haro-Ibars en la Cuesta de Moyano y un joint con las hojas del Monográfico.

«¿Has llamado ya a tu mamá? Porque mi padre era uno de los Temptations, ¿y el tuyo? «Compañero de piso», ¿Dónde guardas el perico, fray? Problemas del primer mundo en una urbe que se devora a sí misma. Empezando por los pies y antes de quedarse calva».

Entre el Lou Reed de 1974 y el fantasma de Pepe Risi fraseando contra una pared de La Elipa llega «Suena bien«. Nunca olvidemos que las guitarras de los Rolling Stones las tocaba mejor La banda trapera del río desde los años ochenta. Ven aquí y te lo demuestro. Voz, guitarras y sección rítmica, un parque, un mechero, las sustancias que elijas. Venimos de «Adicciones», donde ya nos han prometido que a los cuarenta lo dejo. Yo tengo 44 y solo tomo lo que viene con receta. Aunque a veces quede en los rincones algo de polvo que pide una aspiradora a gritos. Pero eso es otra historia, muchachos. En el paquete de Camel sale un dromedario, España nos roba. Pues cómprate un arma más grande. Edita, claro, Limbostarr.

Algunas palabras sobre Clase baja de José Antonio Conde (Los libros del gato negro,2023)

José Antonio Conde es un poeta puro, superviviente, es auténtico en su literatura. José Antonio ofrece acero y piedra, lírica de cincel y amistad, de mundo y herencia. Los que disfrutamos con su “Cuenta atrás”, editada también por los Libros del Gato Negro, esperábamos esta nueva entrega, este nuevo pilar en la estructura armoniosa sincera de su poesía.

Y no decepciona. No decepciona porque abre con Julio Antonio Gómez, con su corazón de pan y justicia y con el oro de la pobreza de Mariano Esquillor, versos atemporales de una poesía social, una poesía atrapada en etiqueta, merecedora de una presencia continuada y agreste. Provocadora en tiempos de abulia y plataformas a la carta. Dice que este es “El testimonio de una deriva/el naufragio de un linaje” y que el sol marca de cruces y realidad la piel, haciendo de la ceniza el resto del fuego, todos evitamos el infierno a pesar de nuestra condición de ángeles caídos: “El sacrificio está en ruinas, /es el lenguaje de los escombros/un antiguo derecho/sometido al desaire”. Un plato caliente, una pava que se desmenuza, la marcha que revienta antes del treinta. O del treinta y uno. Si el famoso pan de los domingos alimentara, habría colas en las iglesias, pero no trigo y talentos son metáforas que de tinta se expanden, burlonas, sobre las escrituras: “Se levanta muy temprano/para escribir apócrifos en la ventisca, /como el que limpia de escarcha su abrigo/y se queda tan fresco”. Cafeína como gasolina para el mundo. Leche y azúcar. Las polillas de la avaricia se acomodan alrededor de las monedas y ya solo nos queda ver, poeta: “ver como los míos/recogen su esperma/y se van por los bazares/a malvender nuestra genealogía”. Puño purgado y hecho hombre.

Toda la rabia es herencia, es mal uso del viaje, cuando no existe destino: “Donde el padre de mi padre/todavía sigue en el surco”. Son las raíces que confunden la tierra con el asfalto: “nuestra cruzada llega/hasta los polígonos industriales”. Tiene el hueso lleno de rabia, duro y resistente, no habrá frío de vivir que lo atraviese. La máquina es el conjunto de engranajes que no permiten respuesta, la marcha atrás en la dignidad: “el dulce aliento de arrastrar la ley/como una tos crónica que se extiende/hasta los patios de la boca”. Es el tabaco, el coñac, el sol y la sombra, el polvillo mortal del asbesto, ahí, donde el descanso es, también, una forma escondida de enfermedad y muerte. La revuelta que comenzó se ha terminado, con una prima por el empate, seguir la vida como si no pasar nada, sea vil o sea silenciosa, el único contrato indefinido: “la estabilidad y la compostura, /todo en la intimidad de un motel”.

«Decía el ángel Simón que el metal se convierte en pobreza, que eso será bueno, tendrá el mismo carnet el sindicalista que el director general, las acciones son dinero vacío, como la vida una corriente de agua sucia, que se mueve, desde la presa hasta el estanque y, ahí, se ahoga: “Judas sobrevive a la reconversión”. Un turno de noche, los ojos que pesan, los vástagos que no te reconocen, aspirar a dejar en herencia un horario mejor, dicen que llegará un primero de mayo, pero el poeta solo ve cómo “escupen sangre en las aceras, en los cajeros automáticos, /contemplando el desesperar/el infame tamaño del precipicio”.

Recorrer el cinturón de metal y legañas de Zaragoza, de Ranillas a Cogullada, allí donde el fuego es tímido, y la dignidad se acaba como el tabaco. El sol amanece en horarios desangelados, busca a los trabajadores, los lleva desde los almacenes hasta la rutina: “Aquí amanece temprano:/el sol se atreve solo con los más pobres”. En Aceralia las chimeneas exhalan un sudor de óxido, uno hay más musgo que el que crece, enfermedad mohosa, en los pulmones. Él, al que el poeta recuerda, no tiene más medalla que la sirena que avisa del final de la jornada.