Fotonovela y disco. Instantáneas y canciones con ritmos de Corosimo y los Saicos. No se puede pedir más. Editado por Autsider Cómics, uno se encuentra en plenos setenta, cuando la Teoría de Conjuntos quería explicarlo todo y acabó siendo fragmentos analógicos con los que montar videoclips caseros. Un espejo, la soledad, el vacío, la filmación, una versión aséptica de «Doble cuerpo», películas de Andy Warhol, metraje y más metraje recopilado por Morrissey. Paul, claro. Un Super 8 en mitad de la habitación. Recuerdos del futuro.
En la calle dejarse atrapar es una vulgaridad, desmenuzar tu rostro como si fuera una manera de recoger los restos del tiempo: los edificios vuelven a ser colmenas pequeñas donde poder mirarte, esconderte, buscar el reflejo en los agresivos mutados que se esconden tras las ventanas de una ciudad que siempre está durmiendo. Y escuchas las canciones, escuchas «Tu piel es la galaxia» y te das cuenta de la belleza que ha construido Jose Domingo. Una fotonovela que desmenuza tu rostro, un sentir que cada acción que realizas es única. Fotonovela de plata, de extraterrestres sacados de una década perdida y devueltos, con el sonido de violines, al interior de una historia del Dr. Alderete. Cómo suena la guitarra, el fuzz, el pedal, la psicodelia andina.
Y si el disfraz ya no asusta y si mi aspecto no hace cambiar a la gente de acera, abandonar el vagón, moverse de su asiento… entonces no has logrado tu objetivo. Un libro, una fotonovela, un bolero, todo es tan sugerente que emociona. Con esa sensación de lejanía, de momento íntimo, «Todo lo que dices está bien», claro. Las fotos son ambientes detenidos, urbanidad infame, construcciones y arquitectura olvidada.
«¿El albergue de un maniquí abandonado es un escaparate encendido toda la noche en una tienda de ropa en mitad de los ochenta? ¿Sigue sucediendo eso en las ciudades? La luz no parpadea».
Pienso en Javier y en Antxon, en Helena, pienso en los miniaturistas, en Brian Duffy, artistas de la foto fija, del negativo, de la película comprada y a punto de caducar.
«Fue entonces cuando descubrí que mi sombra tenía miedo. Tenía dedos de plata, como en la canción de «La luz». Vértigo y altura, ¿y si la sombra está asustada? ¿La vas a dejar atrás? No, salta con ella. ¿Dónde está el agua? Solo veo los antiguos coche que circulan por la ciudad de la furia».
Matemáticas y simetría. Urbanismo euclídeo. Ya he hablado de eso antes. Paz, celdillas encendidas, televisor sin antena, electrones chocando contra la pantalla, canales olvidadas al final de la numeración que marca el mando a distancia. Rostros de almas muertas que se superponen en esta fiesta de los maniquíes. Si los miras directamente dejarán de bailar.
Separación de cuerpo y perplejidad, separación de alma y carne, de tiempo y espacio, ¿qué segundo atrapa el instante entre hoy y mañana?
«Quizá al dormir escapes. Eliges no vivir, pero no quieres la muerte, así que solamente te queda el sueño. Dormir y soñar es un estadio parejo, cercano al salto, a destrozar el vidrio del espejo. ¿Me sigues? Luces de reflejo, tú, el que está ahí, ¿eres feliz? ¿Y tus padres? ¿Siguen vivos? ¿Les hablarías de mí? Me vale cualquiera de los recuerdos que tengas».
La estética de Holy Motors de Leos Carax. Un instante. No pido más. La zona intermedia de Berlín, el futuro con el que soñaba Ian Curtis, el papel albal, David Lynch en su asignatura de astronomía acústica. La canción «Aguas».
Un fugaz recuerdo de la peluca y las gafas de sol. El papel, sí, ahora lo recuerdo, la canción de Charly García, «Plateado sobre plateado». Volvemos al principio. Candy Darling envolviendo en plata las paredes de la Factory. Píldoras y más píldoras. ¿Y si ellos eran quienes queríamos ser? Estoy en una ciudad construida a base de los sueños de otras ciudades, de los restos que se derrumbaron y nadie recogió.
Ellos llaman y yo, hago fotos de los libros que nadie entiende. Televisión, esquinas, recuerdos de la geometría aprendida en una parada de autobús escolar. Medicación. ¿Sueños, sonidos? ¿Son los mismos en equilibrio o se desplazó la química? Fotonovelas que «Pintan calaveras». Restos revelados en lugares perdidos. Sonidos en cintas analógicas cuando las llamadas se hacían en alta fidelidad.
Mi padre en la UCI, su corazón, Richard Feynman explicando los misterios del mundo con un lápiz del número dos y unas hojas de papel amarillo. ¿Recuerdas de lo que hablamos al principio? No era rebeldía, ni nigromántico, ni folklórico. La conquista del espacio. Ellos usaron un número exacto. Necesario. Ellos nos tenían el cariño de la imitación. Uno por uno. Ahora, que se nos separan, descubrimos que el sol, la luna, la noche y el día, todo les obedece. Solo nos queda escapar bajo el mar.