Algunas palabras sobre EL ESTILO DE LOS ELEMENTOS de Rodrigo Fresán (Random House,2024) tercera parte

De Ciudad 1 a Ciudad 2, la segunda ciudad envuelta en esa nube tóxica que dará lugar al envío por paquetería urgente de algunos monstruos, desde Tokyo hasta DF, en el avión, sale del baño, Martín. Aquellas villas, aquellos castillos, almenas y muros: único orden en una ciudad demente (habla de arquitectos importados de Europa, con ajenjo y absenta en sus maletas, adictos al opio, rompiendo las geometrías euclídeas para el diseño de Ciudad II) o (Ciudad 2 como un hongo que se expande, imparable, zombificado y zombificando las estructuras de la ciudad, como la lava de un volcán, como el resto de una noche con Malcon Lowry), volver al Tractatus. Una y otra vez. Salvajes palmeras, los límites/bordes/fronteras del barrio feliz. Una Ciudad II, una gran Ciudad II, nada que ver con Canciones Tristes, solo una canción de The Nome, de The Beatles. David Bowie convirtió al Mayor Tom en un yonqui, conecto Space Odditty con Ashes to ashes. Ha vuelto, pero está mucho peor que cuando se fue. A day en the life. Un parpadeo. Esa es la manera cualitativa del paso del tiempo, de niño a adolescente, sin avisar, dejando a los padres con la palabra en la boca.

En Argentina los muertos están vivos, son muertos cuánticos, porque ese es el desgraciado estadio de los Desaparecidos. O de los nombres que llegan pegados a los rumores. Piensa en Phantasma II o en Phantasma I o en la equivocación de la edición española que confundía a El hombre alto con el Misterio de Salem´s Lot. Podemos hablar, entonces, de doble vampirismo, un enfrentamiento entre Drácula (vampiro elegante) y Orlok (vampiro de la putrefacción). En 1924, por los problemas de derechos, se tuvo que evitar el nombre de Drácula y se rodó Nosferatu. Con Max Schreck en el papel del Conde Orlock. A cambio, según la película que se hizo sobre el rodaje de la película (doble doble doble), no pagar derechos permitió al director utilizar un verdadero vampiro como protagonista. Y salió más barato. En vez de cocaína (legal) y alcohol para la estrella, fue suficiente un suministro continuado de comadrejas, ratas y demás roedores. Me estoy yendo. Pero no me quiero marchar sin recordar que vivo en Salem´s Lot. Y que una de las series que Nome veía en la televisión de Ciudad II (en Ciudad I solo estaba atento a los dibujos animados), una serie sobre dos policías, policías rubios y morenos, policías «con sus propias normas», en esa serie aparecía, creo que era el rubio, el que sería protagonista de la adaptación de El misterio de Salem´s Lot, donde, doble vampirismo de nuevo, se produce una revolución, una revuelta, frente al texto original de Stephen King, con un vampiro elegante, Tobe Hooper impone el diseño de un vampiro Nosferatu… Salir del parque, escapar a la protección, que la madrugada os atrape fuera de los protectores muros de la riqueza. Todos los residentes de Homeland. Uno tras otro.

El parque es el alfa y es el omega, los juguetes de la ciudad, ya he hablado de ellos: muñequitos baratos, figuras de colección en cajas, construcciones, imitación de la vida. Es volver a lo de siempre: el poco éxito y la escasa calidad de la obra de los Beatles como solistas, en especial en los ochenta. Te ríes de mí, Octavio. Es difícil tener éxito en los ochenta si estás muertos. No estoy tan seguro, habla con Jim o como Jimmy. La música de los ochenta es un placer culpable, es necesaria, como el divorcio en las canciones de Dylan. Las mejores canciones de Bob son después de las separaciones. Es, en el fondo, humano. Es como Berlin durante los setenta. Empezando con Sad Songs en 1973 y siguiendo con los años de Bowie, Iggy y Eno. Pero los ochenta, los ochenta serán de los piratas o no serán. Resiste, mantente vivo, ella, marrones sobre su cuerpo, ladrones sobre su cuerpo. Los instantes de piel prolongada. Y la vida sigue. Sigue y uno se da cuenta de que lo hace porque, cada cierto tiempo, toca una nueva versión de Los ladrones de cuerpos. Guiños, cameo, erudición analógica. El grito sordo, el ulular final, el roce: ella, la niña, la adolescente, la mujer de LAND, lejana y perfecta en su distancia, proviene de una civilización superior, mucho más desarrollada.

Los chicos grandes de Gran Ciudad I y Gran Ciudad II: el primer trabajador frente al último que se marcha de la fiesta. Nome Atlas, 44 kg. El anuncio en el tebeo, junto al recortable para conseguir contrarrembolso unas gafas de rayos X (puedes ser Atlas o Ray Milland), Atlas, el Atlas antes del entrenamiento, al que lanzan arena de una patada, al que humillan frente a la chica que le gusta, escuchimizado, preparando su venganza. Entrenar para hacer daño. En las revistas españolas, en los tebeos de Vértice, en las contraportadas de las aventuras de los Cuatro fantásticos, junto a Tumbita. Puede ser Atlas, puede ser Arnold, puede hacer daño a los que le hicieron daño. Ya veníamos de otros lugares, de otros libros, arena y arena, más arena en la cara. En el rostro. Se acabó. La playa del Río de la Plata, la playa de México DF, la playa de Canciones Tristes.

«Elige una tarde. Elige una tarde de un Mundial de fútbol. El del 78 o el del 86. En el 86 era Diego. En el 78 el Matador. Entre medio Pasarella y sus tijeras. Un sencillo de vinilo con los Himnos del Mundial. Otro single con las canciones de Pipo para los Colosos de la lucha. Otro vinilo con las grabaciones subsónicas de los extraterrestres vegetales, una banda sonora apócrifa de los Body Snatchers: diálogos en una frecuencia inaudible para el oído humano».

Ahora te lo explico: este libro es un libro sobre un padre y una madre. Y sobre un hijo. Y una vida. Y las ciudades que definen la vida. Y el hijo que se convertirá en padre. Los libros solo tienen tres temas. Este es uno de ellos. Los otros dos me los guardo para otras reseñas. «Nunca, bajo ningún caso, quiero que seas mi amigo». La relación más bella es la del padre y el hijo. Porque es imperfecta, pero siempre se cumple. El padre y el hijo son como bloques de plastilina de diferentes colores, que se mezclan, se unen una tarde de otoño, y ya no se pueden separar. La mezcla tiene un color distinto al original. No hay medio físico ni químico, mecánico o atómico, que pueda devolver a sus colores originales. Solo puedes ver los colores puros asomándose por alguna esquina. Nada más.

Y mientras, el equipo del país inexistente, o casi, de LAND, gana el mundial. No sabemos si es el día del confeti de papel o el del gol de Burruchaga. Da igual. Ah, sí, espera, la frase es: «¿Te das cuenta? Por culpa de los milicos de mierda nos estamos perdiendo la fiesta». Nací en 1978. El Pato antes de ir a Madrid. Barbas que jugaba en el Zaragoza.

«El amor en el Fresanverse siempre tiene que ver con el agua. O lluvia o playa. Y el sexo, con una piscina. La masturbación es una página, la misma en la que se hacen cuentas, en la matemática está el placer, el doloroso».

LAND se convierte en un impostor : El impostor de Carrere, mientras cumple con todos los procedimientos, tiempos y medidas. Nota para un cuento: hablar de las piscinas, los médicos y la clase alta. LAND alcanza el PUNTO DE NO RETORNO, asociado a los viajes en avión, sobre el océano o los polos. O sigues hacia delante o vuelves. Un metro más y no hay combustible para retornar a la base. Consumo y distancia. Cuestión de vida. Cuestión, en realidad, de matemáticas. Así que, de nuevo, relacionamos números y muerte. Siempre es Alaksa o el Pacífico. Siempre es, permítame el homenaje, territorio Lovecraft (PYM o POE, En las montañas de la locura) el doloroso.

«Cuando no existe el programa que identifica canciones (que tiene nombre de Capitán Marvel) acabas consumiendo décadas tratando de escuchar&recordar&buscar el nombre de la cancion: School, Dreamer, Crime of the century y Asylum. Todas de Supertramp».

LAND y los escritores argentinos, LAND bajo las escaleras que llevan al sótano, donde el escritor ciego guardaba aquel corpúsculo indeterminado. El Aleph aparecía en mi libro de texto de la secundaria. EGB, educación general básica. No hay sitio para Borges hoy: cualquier localidad, cualquier mundo tiene la rabia inoculada en los juguetes que se les dan a los niños. Por eso elijo leer tebeos y marcar con páginas arrancadas de Roberto Arlt. Pescado y aguafuerte.


Escapar del colegio para encerrarse a leer. Evitar la poesía como quien evita la heroína en sus procesos iniciáticos: «Nada de explorar ese impreciso lugar común del inestable y enfermizo y febril poema adolescente». Así, evitando la parte más tóxica, la poesía para LAND es como las matemáticas. Poesía joven, matemáticas jóvenes, algunos de los más complejos: Alan Turing y Evaristo Galois, vidas turbulentas, números tormentosos.

LAND quiera una novela de terror. LAND encuentra la paz entre las descripciones de dioses tentaculares y gelatinosos o vampiros con bibliotecas inmensas, acumulados a lo largo de décadas y décadas de inmortalidad. Así que acaba leyendo por encima del hombro del escritor enloquecido. LAND no se conforma con la lectura de lo terminado, va más allá. Necesita leer lo que se acaba de escribir, la tinta fresca, como la sangre que recién humedece, el cuello o el folio. El escritor enloquecido, podría ser el mismo Stephen King, bebiendo enjuague bucal cuando se le ha terminado todo el alcohol, en su autocaravana, bailando con su propia mitad oscura. Un niño con sus maquetas, una novela y una película, un hotel, una máquina de escribir, el odio, el resplandor, el incendio de Salem.

El ajedrecista, mejor no te enfrentes a él, tiene un cierto parecido a Philip K. Dick o Philip K. Nome (recién lo leí yo años más tarde, en realidad, ese cuento del que hablo, en el que nosotros estábamos muertos y él era el único vivo, era un cuento que no había sido escrito y, lógicamente, tampoco publicado aún). LAND, cuando descubren su traición a lo tradicional, es castigado sin poder leer. Así que como una película de Woody Allen, lo más normal, buscar incineradora para hacer desaparecer los cuerpos o, en este caso, los libros, los ejemplares. Y, para él, el dolor es «Esto es como suicidarse asesinando».

Vuelve a la Edad de Oro, el superhéroe de cobalto, cuando lo nuclear daba miedo, pero ofrecía poderes, al azar, no cáncer, así que busca LAND entre los tebeos, armado con un geiger, restos de kriptonita, insectos irradiados… pensar qué sucedería si un pinchazo, una mordedura provocara una mutación distinta, un universo donde el hombre se convierte en monstruo, arácnido y voraz (no hace falta imaginarlo, alguien lo ha hecho por nosotros, incluso con imágenes). Lo mismo el murciélago, una rata con alas, un vampiro, todos los personajes que funcionan mejor en el papel, como si no existiera la rabia. O los rayos Gamma, que provoca leucemia, leucemia verde (o roja o gris). Explico a mi hijo qué son los rayos Gamma, escapo del bombardeo (con perdón) de estos días, meses, años, sobre Robert Oppenheimer, convertido en el destructor de mundos, Godzillas, anoréxicos y bulímicos de radiación, el supervillano carmesí, con su dinamo. Al final, Hulk, según Al Ewing, es inmortal. Así, sencillo. No necesitas una película, no necesitas ciencia, no necesitas efectos especiales.

«Hay un poema, hay canciones que son mejores que el silencio. A pesar de la longitud de este texto, no me resisto a buscar el poema de Sergio, en busca de la solución exacta, la respuesta a esta cuestión concreta. Un minuto entre las doce campanadas y las doce siguientes. Un minuto largo. Un infinito entre silencios».

Rod Serling, no confundir con el productor de Sensación de vivir, niños rubios, niños no rubios, todos martirizan a LAND que sueña con ser parte de la factoría Serling, vivir una distopía cada semana, poder equivocarse, llevar a la humanidad a la destrucción, quedar atrapado en un lugar y un tiempo, y, siete días más tarde, como una instalación nueva de un videojuego, como un reset completo, aparecer, sin más recuerdos que los implantados, sin más preocupaciones que los siguientes 50 minutos (si exceptuamos algún capítulo doble, normalmente memorable).

Así, LAND lee Obras completas por fecha de publicación de cada uno de los autores, pero que aún no han sido editados. Se asemeja a los catálogos y los volúmenes de la exclusiva e infinita Biblioteca del Sueño, la de Neil Gaiman, la que archiva y vigila Lucien. No es casualidad que Lucien sea uno de los heterónimos de Sergé Gainsbourg (más culto que Gainsbarre) y también de Sergio Algora, conocido por un cuento no escrito, pero mil veces esbozado protagonizado por Félix Romeo y un FresanLAND mexicano, casado con una rica terrateniente, que le regala un volcán y se lo coloca en el pecho. Lucien, Félix y FresanLAND hablan de sus grietas y sus marcas, de sus arterias y venas abiertas, de sus cicatrices. Sergio aka Lucien dejará marcado uno de los taburetes de su bar, El Bacharah, para la posteridad, escondiendo a todos, a mí incluso, qué distintivo podría identificar el asiento con el asiento en el que estuvo FresanLAND sentado durante la realización, creación y escritura de ese cuento. LAND, abierto a tantas influencias, termina por anularlas, en un juego de suma cero, como las criptomonedas o problema de mecánica con distintas fuerzas aplicadas sobre el mismo punto, en distintas direcciones, que terminan dejando estático el mismo. LAND sin influencias altera la historia de la literatura y, así, también, la estructura del tiempo, haciendo que desaparezca la linealidad: como un programador que accede a un software comercial y lo reescribe en forma de MOD, editándolo saturado de curvas y ángulos trazados con dos colores.

Lobos esteparios y hombres que se despiertan como escarabajos: “Cuidado con lo que deseas porque puede que nunca se haga realidad”. El lápiz gigante, rojo y azul, lápiz que más que de escritor o editor o corrector, resulta de carpintero, amanuense, artista gremial. Mientras tomaba notas para esta reseña, esta reseña-río, esta historia que es mi historia al 30%, recogí a mi hijo en la salida de la escuela. Llevaba uno de esos bolígrafos gruesos, monstruosos, de mil tintas, con un mecanismo de permutación colorística frágil, mil colores o doce tintas. Da igual. Un bolígrafo que es una aberración, que debió hacer desaparecido antes del final de la década de los noventa del siglo pasado. Empezamos a contarlos, nos echamos en las manos de Peano, pierdo el ritmo, el daltonismo y el calor del mediodía pelean en mi contra. Mil tintas, doce colores. Pelando por asomar la punta. Ser la única punta. Escribir maniatado, escribir sin corrección, ser “uno de los nuestros”, ser, entonces, un freak, ser parte de la cena de Tod Browning, ser el amante sin brazos del circo, ser la escena de youtube de la cena.

Aparece por primera vez Gran Ciudad III. Aparece Copito de Nieve. Confundir a Copito de Nieve con el Oso Panda, como la canción de Enrique y Ana. La vez que yo confundí Copito de Nieve con el Oso Panda. Escuchar El día que murió Copito de Nieve, apestando a vómito, será sucio y enorme, será gris y no blanco. Será otra leyenda, en otra ciudad, la mía, donde el museo minúsculo que había cerca del barrio de Montemolín, en un parque (confundo, encumbro, defino) con un oso viejo y cansado, un oso que podría ser un hombre disfrazado de oso, cansado y enfermo, sobre todo muy mayor. Volver la Gran Ciudad I, pensar en la paridad, en el plan Austral, en el pesoxeldolar o todo por dos pesos. ¿Qué jugador joven querría venir a Europa? Dos extranjeros, tres más tarde. Engañar, un nacionalizado trucho, un oriundo. LAND y sus hijos, al final, los hijos de LAND serán oriundos de un país por definir.

Dormir en los altos de una librería, como una rata sobre los almacenes de alimento de un restaurante, como ella, como en la película infantil: alimentándose a escondidas de la literatura pero también aprendiendo. Rodrigo Land se parece a Ringo. Eternos en sus anteojos y sus dedos cruzados, paz o victoria. Pensar en que el MI5 según la serie Slow Horses clasifica sus documentos secretos en función de su importancia utilizando el nombre de los cuatro Beatles, desde John hasta Ringo, pasando por Paul y George. Gradación del secreto, importancia para la Corona.

Gran Ciudad 1, Gran Ciudad I, cambia, espera, será, olvidar, su música y sus escritores, y una música y otras noches. Las cosas se compran con una moneda que vale más que cualquier moneda que nunca ha tenido LAND. En ese instante de cambio, como una gota extra, como un aderezo inesperado, llega la muerte de César X (entregó, hacer, amigos, buscar dopar), la final, a pesar de ser personajes de ficción y, por tanto, falsos, sus abrazos, su pena, sus lloros, son todos verdaderos: «Y entonces LAND, llorando, piensa que debería prohibirse el que los hijos vieran llorar a sus padres», pero, en seguida, se desdice y piensa que, en verdad, debería de ser algo obligatorio.

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