Algunas palabras sobre EL ESTILO DE LOS ELEMENTOS de Rodrigo Fresán (Random House,2024) primera parte

Rodrigo Fresán publica EL ESTILO DE LOS ELEMENTOS en Random House. Fresán es de Buenos Aires. Pero en 1999 se marcha a Barcelona. Su literatura no es especialmente porteña ni tanguera ni extraña su país. En realidad su primer gran éxito es Mantra que es una revisión monumental (no podría ser de otra manera) de Ciudad de México. Así que durante mucho tiempo se le asocia con ella, con Ciudad de México. Pero sus grandes libros, sus libros importantes, por ejemplo Jardines de Kensington o su última novela Melvill, son muy anglosajones. Es más inglés, más norteamericano, que argentino. Ha prologado, anotado y traducido libros de Ann Beattie, Anthony Burgess, John Cheever, Ford Madox Ford, Denis Johnson y Carson McCullers. Cheever, novela negra, el comienzo de siglo en Estados Unidos, eso es su partido… Pero después de esto te digo que esta novela parece devolver algo de amor a Buenos Aires y Argentina. Es una sorpresa. En este libro hay varias claves: evidentemente la literatura. El protagonista es hijo de editores y amigo de escritores. La literatura es la base. Pero no es un libro sobre cómo escribir, es un libro sobre cómo la vida y la literatura se enfrentan, cómo hay paralelismos y cómo hay intersecciones. La historia argentina. Por primera vez y casi de manera abierta, puede uno encontrarse con elementos de la historia de la Argentina. Ciencia ficción, Kurt Vonnegut y el terror gótico clásico, en cine y en literatura, la novela Drácula como ejemplo de literatura fragmentaria (varios cuentos cortos son una novela, como en la historia de Bram Stoker, que está formado por varios estilos distintos narrativos) o H.P Lovecraft. Y también la relación de los padres y los hijos. De padres que no saben ser padres porque los suyos eran muy serios, que quieren ser «colegas» en los años 70, lo que serían los progres españoles e hijos que acaban tan perdidos que no saben si sus padres los quieren o no.

¿Esto es una reseña? NO. Esto es una historia.

¿Dónde comienza Land? ¿Dónde comienza la Tierra de Nunca Jamás? ¿Neverland, Nevermore, Land of Oz? No man´s land (que tiene nombre, a la vez, de película X de tipo sáfico y de saga distópica de Batman). Comenzar en 1955. Ir avisando de que la década va a ser un problema para los que no digieren bien los números primos. Sabemos que Fresán es un bucle en la vida, es la Cinta de Moebius de la literatura, es El Eternauta que nunca llegó a cenar, el que dejó Buenos Aires bajo una intensa nevada, agua de ceniza, ceniza mezclada con agua. Fresán comienza provocando. Buscando en la ciencia ficción lo que no le da la realidad. Pero en la literatura, en los libros, la realidad es algo cuántico. Está y no está a la vez. No es un estadio, es una distribución de probabilidad (volveremos a esto más tarde), no sabemos dónde está el electrón, solo tenemos algunos números que nos ofrecen una mayor o menor posibilidad de encontrarlos si los buscamos en los lugares adecuados.

¿Puede que esa sea una buena definición del nuevo libro de Fresán? Una guía que nos ofrece lugares donde buscar, donde encontrar a Fresán, pero no hay una equis en el mapa del tesoro, solo manchas más o menos intensas, en rojo y azul, donde el autor se puede dejar caer, alguna vez, si lo pides, si lo lees, si le aguantas el ritmo. Porque Fresán está en su particular Camboya Profundo, más allá de Coppola, Conrad o Andrés Calamaro (también volveremos a él en el futuro, tranquilos), la novela de Fresán es un pasillo, una habitación, lugares íntimos y cercanos en tres ciudades, espacios donde acumular libros y lecturas como si fueran muros de contención, como prisiones con las puertas abiertas (he nombrado a Andrés antes de lo que pensaba), de las que el autor no piensa salir, imbuida en su propia demencia controlada, en su sucesión de páginas y páginas, rollos de papel y tinta, amenazantes cada mañana, tras una noche de intoxicación literaria, de luz de portátil, de carboncillo y lápiz.

El Eternauta es Historia Argentina. Y su autor, desaparecido, ausente, como los que escriben sobre personajes inmortales. Aviadores que no vuelven, desiertos, elefantes, príncipes y lugares. La doble lectura del joven Land, atrapado por el terror de encontrar que no hay nada detrás, que la historia que nos cuenta sea LA HISTORIA, con sus fallos y su ritmo. César X-Drill (que descubriré, mil páginas después, casi al final de la lectura, que es una versión de un conocido y anfetamínico escritor de ciencia-ficción, yoestoyvivoyvosotrosestáismuertos). El capitán, el idioma, las voces grabadas (mil cuentos y autoficción he comenzado con las cintas de casete que me grabaron mis padres cuando apenas tenía tres o cuatro años, que llegaron hasta mí, misteriosas, con la resistencia del recuerdo que se niega a ser olvidado o perdido, tema que sería también válido para un cuento, una historia aparte), pero aquellas voces grabadas recuerdan más bien a esos vinilos de saldo que encuentras al fondo de las cubetas, al lado de las remezclas festivas de los años ochenta, con efectos sonoros para radio, para dar fondo a las radionovelas, la puerta que se abre, el aullido del monstruo, un grito genérico, un GRITOCORMAN.

Moira Müm, la otra escritora, anduvo por La Factory, por la fábrica, con los Screentest de Warhol, de Andy, que duraban exactamente quince minutos (eso lo he estado leyendo estos días en la biografía de Mary Woronov , editada por Reservoir Books) y luego paso al tercer autor de la editorial, Tano, Tanito, que tiene nombre de boxeador, y en la página 49 del libro uno piensa que Fresán o Land o Fresánland está hablando de la antología Buenos Aires de Juan Forn, pero eso no es posible porque no existía Anagrama ni Forn ni Fresán en el mundo de Land, en los tiempos primeros de Land, antes de Almendra y del retorno del Primer Trabajador.

Hubo una antología, en dos volúmenes, siempre vuelvo a ella, Almanaque. En una aparecía Félix Romeo y Mariano Gistaín, era serie negra. Lo importante, lo más importante de aquella antología es que, como con Tano, Tanito, Félix prometía en su biografía un libro de relatos y una novela, Boxeo, se iba a llamar. Una novela que no existe, que solo tiene un nombre, una cita, una novela que nadie escribirá o ya está escrita, quizá, precisamente, será Land o LandFresán quien la escriba en 1995, en una edad estupenda, una edad de escritor que se ha rendido. Luego, cuando lleguemos a los fantasmas de las autobiografías podríamos comentar las posibilidades de no faltar a la verdad, a la actitud vital, cuando uno, negándose a ser escritor, atrapa el título de una novela que no existe y la redacta, solo leyendo la otra del autor, de Félix. Boxeo y Tano, Tanito, que tiene nombre de boxeador. Mira los libros de after-ficción, el segundo Almanaque contenía el primer cuento de Rodrigo Fresán que yo leí. Pero lo leí y ya. No sabía quién era Fresán. El Almanaque, barato, comprado en los saldos del Vips, antes de convertirse en un restaurante que solo daba comidas, cuando podías encontrar gangas que solo te hacían feliz a ti.

Vuelvo, vuelvo, tranquilos. Tres escritores, los padres editores, LAND rodeado de todas las facilidades. Se niega. Se niega a escribir, a ser escritor. Porque es una manera de rebeldía profunda, clásica en su rareza. Tiene, en el fondo, la misma estructura psicológica del adolescente punk que saca la lengua a sus padres ricos o la del reciclado cheto, que reniega de sus padres humildes, haciendo como que no los conoce cuando pasa al lado del barrio de casa bajas (Andrés, Andrés, los gemelos Bang-Bang, hoy, ayer, siempre). Lee y se da cuenta de las mentiras: William S. Borroughts, habitual en el Motel Margot, que levantó la alfombra de las apariencias y encontró suciedad y polvo, basura y almas, que habían dejado debajo unas cuantas generaciones de escritores («Cuando se dice que algo es experimental es porque el experimento salió mal»). Eso, perdón por el ego, me recuerda a mi corta época de artista total, cuando acuñaba frases lapidarias que aparecían bajo seudónimo en las fotocopias, en los fanzines, en los prospectos a un euro con los que me abría camino en mi propio mundo: «Quise ser experimental y acabé siendo errático». Luego, como todos, hemos reciclado, mejorado, adaptado a los tiempos, hasta conseguir algo, Tristán Nome, los hijos como target, los cientos de remakes que mejoran o no la película (te podría decir que «El amanecer de los muertos» es uno de los pocos ejemplos y eso que cuando suenan Los Goblins la cosa se pone seria) o la del Pueblo de los malditos, no recuerdo, en realidad, la original (es difícil, cuando tienes Omega man, por ejemplo, decidir cuál es la original, la que tú viste primero o la que primero se rodó), pero sí la que tenía a Superman antes de caerse del caballo. Es complicado.

Ser Superman y luego caerse de un caballo y estar en silla de ruedas y yo, preocupándome por no encontrar el deuvedé de la película entre los cientos de deuvedés que sobreviven a las mudanzas y los expurgos. Pero sí, hijos únicos, hijos segundos. Porque nunca olvidaré la escena de Los ladrones de cuerpos en la que el marido vuelve, frío y vegetal, sin un zapato a casa y eso, la ausencia del zapato, es lo que le da la pista definitiva a su mujer, sabe que algo anda mal. Mi padre me hablaba de la historia, de esa versión o de la siguiente (no de la que sale Nicole Kidman, claro), y cómo se inyectaban anfetaminas para no dormir y cómo eso, chutarse speed, dejó de aparecer en las versiones suavizadas de los noventa, como si fuera más normal inyectarse anfetas si tocabas con Lou Reed en la Factory que si te dolía el estómago como a Kurt Cobain. Pero yo no puedo olvidar las agujas en las venas para no dormir, en el grito de Sutherland, en los avisos por radio cuando han recogido a los últimos rebeldes.

Y eso, como barcos que se cruzan, que se encuentran, barcos y más barcos es la primera canción de Andrés Calamaro que reconozco en el libro. Pero no la versión pulida y brillante de On the rocks, no, la sucia, la que graba con Fito Páez en los cut-edits, en los inéditos de Honestidad Brutal, canciones que se quedaron fuera y que sabían a sangre en la boca, en lo metálico de la farlopa, que es una forma muy vulgar de llamar al desamor y la creatividad absoluta, destilada, pinchada, esnifada, disuelta en agua, antibiótico contra la vulgaridad. «En cambio, las de sus padres (las de los abuelos de Land), eran como barcos que se cruzaban en la noche«. OUTTAKE de HB, como hacía Bob. No lo dirá, pero todos sabemos que Fresán y Calamaro son FOB (Friends of Bob) pero que lo fueron cuando les llegó el momento de serlo, ni antes ni después. Y te pueden gustar cuando no lo eran y cuando siguieron siéndolo pero no tanto. Esa es una cronología que va más allá de esta reseña, aunque parezca que en esta reseña cupiera todo, pero ten en cuenta que esta es la primera de las veintiséis cuartillas escritas, con boli BIC, clásico, azul, sobre la novela de Rodrigo Fresán.

Una novela en varios actos y varias ciudades. Mientras estemos en la primera yo seguiré en mi sitio, en mi lugar, Esperanto y Petete, jugo de tomate frito, la claridad total y absoluta en todo lo tenebroso, los tebeos del Doctor Extraño y Estela Plateada, pop y mística, ácido, espacio, llegar al hombre de arena y dudar, como cuando lo buscas en internet y aparece la figura de colección del enemigo de Spiderman en vez del Morfeo de Neil Gaiman (o, lo que es peor, ni rastro del Sandman original, el de la Edad de Oro, el de las máscaras antigás y el revólver, Dodds). Antes, al comienzo, he recorrido junto a Land alguno de sus territorios favoritos: vuelvo a marcarlos en la guía del libro, la Tierra de Nunca Jamás y El Cuervo de Edgard Allan Poe. (Nevermore estaba también en los poema de Leopoldo María Panero y las canciones de Nubosidad Varible, pero LAND, desde la primera ciudad, sin Napster ni una buena distribución España-Argentina, no puede llegar a ellos). Sí que lo hará Malena «La mexicana» Mantra, un guiño, un instante, por ti y por todos mis compañeros, como en un juego de niños, entre el aviso de lo que está por llegar, el niño; Martín Mantra, saliendo del baño del avión con la mano elevada y la máscara del SANTO, demasiado grande, ridícula. Pero esa mano avisa de que el avión se puede estrellar en cualquier momento y, entonces, solo entonces, LAND y sus padres y sus amigos y los exiliados por el gran mal de la triple A y los demás reorganizadores del país están dispuestos a llevarse por delante. Drácula en versiones completas, en versiones reducidas, en versiones, al fin, que hacen de un libro experimental (al menos en el formato de la narración, que fluye entre la literatura epistolar y el relato gótico), un libro, que en su versión no censurada -y esto es más importante de lo que parece-, muestra al vampiro caminando, sin más, a la luz del día, un poco más cansado quizá, como quien sube una cuesta después de una jornada de trabajo en el instituto, pero poco más.

He hablado de censurada por no decir recortada, revisada, adaptada a las necesidades y las creencias (un caso posterior, horrible y falsamente humorístico, será el enfrentamiento entre George A. Romero y Bannon que llevará a la Divertida noche de los zombis, que recaudará más dinero que Dawn of the dead, al menos en España, y en la que los muertos vivientes tendrán una ciega pasión -escribir irracional refiriéndose a un zombi es ridículo-, por comer cerebros, cerebros humanos). Versiones de Drácula que hacen de la historia una novela de terror sencilla y fundacional, con los mimbres del canon, digerible, donde el salto entre Transilvania y Londres es fugaz, donde lo que importa, en realidad, es el dolor del amante al ser traicionado, por dos pequeñas llagas en el cuello de su prometida, que vuelve, lúbrica, antes de que todo termine.

Él, estoy seguro, se hubiera entregado si Van Helsing no lo hubiera detenido, porque es lo que el mundo quiere: un final feliz, un final del Shakespeare más Corín Tellado. Muertos los dos. Vida eterna juntos. Si es que no hay que acudir ni al cristianismo, si ya con la maldición del vampiro se consigue. Gran Ciudad I donde las librerías se multiplican como una plaga (de vampiros, como en el Salem´s Lot de Stephen King, hasta que es demasiado tarde) y cierran muy tarde, incluso abren toda la noche, con la tentación que supone para LAND todo aquello, todavía alejado del néctar del alcohol barato y los restos del pervitin que recorren las calles de la Gran Ciudad I. Esa versión de Drácula, ese libro, ese ejemplar tiene las hojas afiladas, como preparadas para cortar las yemas de los dedos al pasar las páginas, dejándolas impregnadas de sangre. Y es que todos los niños tienen algo de espectral. Son capaces de permanecer detenidos en mitad de una habitación, mirando fijamente la oscuridad que protege mínimamente la cama de matrimonio de sus padres, esperando ser expulsado o invitados a la cama, según el día, la edad y la relación entre sus progenitores.

De pronto llegamos a Andrés. El primer Andrés: «El chico que derribó con una maza a pared de su cuarto» En la página 91. Es el encuentro primero con Calamaro, hijo de intelectuales, de progres o progresistas, amantes de la educación libre (que no liberal), que consiste en no poner límites ni reglas, dejar que el niño, que no sabe, haga lo que quiera. Tuvieron suerte, no la tuvieron, yo a Calamaro lo juzgo por la felicidad que me dio, por dejar que me quedara en sus canciones en el final de siglo, cuando no tenía ningún sitio al que ir y, sobre todo, ahora, hoy, mañana, limpio de maniqueísmo (quizá esa falta de presets, de ideas prefabricadas, de comportamientos implantados sea consecuencia del delirio educativo recibido). LAND o FresánLAND o LANDFresán, por otro lado, recibe abandono y ausencia y tiene que jugar con esas piezas, que pueden parecer semejantes, pero tienen muchos matices diferentes: porque al niño del mazo lo están controlando sus padres para asegurarse de que no esté controlado en absoluto mientras que a LAND lo abandonan como una mascota incómoda, con lo mínimo para subsistir. Escuchar dos canciones más antes de seguir, El extraño del pelo largo y Muchacha ojos de papel. No volver a escucharlas nunca más. En cada tebeo hay un continuará, mientras que cada libro contiene el comienzo y el final. Pasarán muchos años antes de que el mismo Fresán (u otros), creen su «universo compartido», mientras, esa maravilla, exigente, compleja, algebraicamente demandante (por su enorme número de variables y condiciones iniciales y de frontera) serán para los tebeos, los cómics, lo que colocan a distintos personajes en los mismos lugares y viceversa. Y ahí queda la sentencia del autor o del que dicta al autor: «¿No serán los libros los que leen a sus lectores?»

NOTA: y esta reseña, ¿en qué momento perderá/perderé el control? ¿Se convertirá en otra historia, en la historia de un lector de Fresán que escribió una reseña sobre una de sus novelas, en mitad de un bombardeo vital y emocional de enfermedad, muerte, tos, fiebre, corazón, padre e hijo?

En una caja guardo/guarda pequeñas figuritas de plástico barato, soldaditos, fuerzas coloniales, frentes de la II Guerra Mundial, primitivos astronautas (yo guardo soldados de la guerra de secesión norteamericana, plástico azul, plástico gris, sencillo), son copias baratas que se mezclan, una y otra vez, como si la guerra no fuera más que un revoltijo, que se transmuta, para LAND en soldaditos, comandos, jóvenes adiestrados, atrapados en la secta de montoneros, en los ejércitos llenos de siglas y de armas y de ilusiones. Sectas de marxistas. Soldaditos de las variadas denominaciones de nuevo guerrilleros locales: «Para el pueblo lo que es del pueblo»

Masticas cocacola, cromo, cromos, el cromo más difícil se fabrica poco, muy poco. Pela contra la estadística, para conseguir que los niños compren y sigan comprando sobres, entonces físicos, ahora en los juegos online, micropagos, micropagos en forma de sobres. Un peso, cinco pesetas. Los amigos, los niños, cansados de esperar terminan por dibujar el que falta con más o menos gracia. Eso es un INTERINO de manual. Justicia. Alfonsín aprueba esto.

Volver al Fresánverso. Volver con los Sea Monkeys, pequeños crustáceos, pequeños seres vivos, enterrados, en crisálida, polvo y sobres, agua y la aparición de los pequeños Sea Monkeys. Camiones que se rompen, canciones de The Beatles, películas, Batman y Superman, Bruno Díaz en Ciudad Gótica: «Si ves al futuro dile que no venga». El Zorro y Godzilla y seguir sin salir del Fresánverso: Mantra, de Japón hasta México. La nueva serie, Monarch, con Ken Russell, antes de existir John Carpenter. Los Titanes y la teoría de la Tierra Hueca. La Tierra Hueca no deja de ser una copia, una intertextualidad de Julio Verne, de Jules Verne, en «Viaje al centro de la Tierra».

Encontramos Nevermore. Encontramos el encuentro entre Poe y Peter Pan. Los niños perdidos se han convertido en Lost boys. Bebieron la sangre de los indios mezclada con la de los cocodrilos. Se volvieron vampiros. Compraron tebeos de la Marvel. Escucharon a The Doors en versión de Echo and the Bunnymen. Sentados frente a la tele. Entre «Un, dos, tres» e «Historias para no dormir«, nos quedamos con Chicho, siempre, Serrador o Menta. Los monjes Shaolín, la serie de Kung-Fu, la canción de Los Planetas, El espíritu de la Navidad.

Kung-Fu y la serie de Hulk, en los setenta, en los ochenta, con una estructura esquemática: Llegada, conflicto, solución. En el siguiente episodio nadie recuerda nada. Cada capítulo es un reinicio. Una instalación «fresh». Nome Ibáñez. Nome Menta. Las puertas de los cines abandonados con los últimos carteles. Las películas finales. Fotos de décadas. Los dioses eran astronautas. Von Däniken tenía razón. Precolombinos, la leyenda negra, la ciencia, el parque de atracciones de Von Dänike, con el carro del cielo, con las piedras de Nazca. El avión que cae, la aventura del Poseidón, un barco al revés, un edificio en llamas. Cine de catástrofes cuando hay tiros en las calles. Poseidón. Espera al siguiente párrafo.
Mejor a la siguiente entrega. Mañana.

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